Novela larga










EL GRAN ATENTADO

Autor: Héctor Carlos Reis



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 2004, Héctor Carlos Reis


PRÓLOGO
"El gran atentado" es una descripción que intenta esclarecer para evitar un probable hecho antes de que suceda. La investigación pertinente se encarga a dos personajes muy particulares que, con métodos fuera de lo común, sin ejercer violencia de ningún tipo indagan y llegan al fondo del asunto. Viven aventuras muy exóticas y peligrosas a cada instante pero ellos, sin armas salvo su intelecto, logran sobrellevar los riesgos, las contingencias, los impedimentos y hasta esquivan la muerte por centímetros.
La prevención de los delitos es mejor que cualquier represión.
El lector sutil encontrará además muchos elementos que enriquecerán su imaginación junto con su discernimiento y que le servirán para descifrar la gran metáfora que es "El gran atentado" y encontrar el informe final de los investigadores oculto a través del texto. Como pista le sugiero al lector que preste atención cuando, similares ideas están expresadas con distintas palabras y por diferentes personajes; apuntando, es decir tomando nota por escrito, con sus propias palabras puede ir construyendo el referido informe final que, espero, lo conmoverá, aunque es probable que haya tantos informes finales como lectores... Como dice Augusto Lecón: ..."cada uno ve lo que quiere ver. El meollo es saber qué quiere cada cual....."
Motivan mi vida, y por eso escribo: un ansia de buen amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable angustia por el sufrimiento humano; mi objetivo principal es que al terminar, el lector se encuentre en mejor situación que al comienzo para reflexionar sobre la condición humana.

El autor




1. AUGUSTO LECÓN SE PRESENTA
"Mi nombre es Augusto Lecón, encantado de conocerlo". Esas fueron sus primeras palabras y a partir de ellas cambió el curso de una vida simple, dedicada al estudio, por otra complicada pletórica de riesgosos sucesos. Yo estaba en un bar leyendo cuando escuché una voz conocida llamarme en tono alegre. Al levantar la vista vi a mi amigo acompañado por un señor de aspecto exótico. Luego del abrazo amigable, el extraño sujeto se presentó con la frase del comienzo y dándome la mano prosiguió: -su amigo me habló mucho de Ud., él lo considera un gran estudioso en la materia. Precisamente yo soy todo lo contrario pues me baso en la intuición y por eso quiso que nos conociéramos; a lo mejor nos complementamos...- Concluyó cambiando el timbre de la voz y sonriendo.
Mi amigo Hugo, como siempre, exagera en sus conceptos pues yo simplemente conozco algo de la historia delictiva pero no soy un estudioso y mucho menos un especialista del tema. Simplemente observo en los delincuentes facetas comunes que los hacen parecerse unos a otros. Mi tesis es que hay un tipo muy definido, con ribetes especiales y característicos que diferencian desde el comienzo a un delincuente de otra persona. No en su conformación física (como algunos autores entre ellos C. Lombroso lo han expresado) sino en su estructura mental. Estas personas, así tipificadas mentalmente, tienen una predisposición a delinquir en algún momento de su vida. Algunas no lo hacen por no tener circunstancias propicias pero de manera latente subsiste esta capacidad que sólo necesita del disparador adecuado para manifestarse. Ahora aparece este Augusto Lecón diciendo que es un intuitivo en materia tan difícil... Mientras Hugo comenzó a contar un caso que tenía en manos, yo me dediqué a observar con detenimiento al "intuitivo".
Augusto Lecón era un hombre de unos cuarenta años. De estatura mediana, alrededor de un metro setenta y cinco, cabello negro y con algunas canas, ojos castaños claros de un mirar persistente, nariz recta, boca mediana que se contraía en un rictus de extraña reminiscencia egipcia (hacía recordar relieves de tumbas del antiguo Egipto), su rostro era raro pues a su pequeño tamaño aunaba un mentón muy agudizado que le daba un aspecto intrascendente pero esto sólo era hasta que comenzaba a hablar; a partir de ese momento cambiaba todo. Augusto Lecón se transformaba en una persona de lo más entretenida y fuera de lo común pues su conversación concitaba de inmediato la atención pero estos detalles los comentaré luego porque antes deseo continuar con su aspecto físico que incide para comprender el relato posterior. Su contextura era delgada pero fuerte aunque se notaba que distaba mucho de ser un atleta. Su fortaleza radicaba más en el carácter que en su físico ya que éste era más bien esmirriado aunque resistente. Tenía una tendencia a marchar ligeramente encorvado lo cual le daba una apariencia más intrascendente aún. Podríamos decir que Augusto Lecón no brillaba por su presencia incluso para algunos era desdeñable. Sin embargo yo advertí desde el inicio una gran personalidad. Es probable que me llamara la atención el hecho de haber manifestado que se manejaba con la intuición; las personas intuitivas siempre han sido objeto de mi asombro, quizá porque yo no lo soy...
A lo mejor tiene razón Hugo: Augusto Lecón y yo nos complementamos; pero...¿para hacer qué?
Cuando Hugo terminó el parloteo del caso que llevaba (yo oía pero no escuchaba) comenzó a dilucidarse cuál era la necesidad del "intuitivo".
-Amigo Javier, -[había omitido presentarme mi nombre es: Javier Reybaj, tengo cuarenta y ocho años, soy ...pero lo importante de esta historia no soy yo] -desde hace tiempo conozco a Augusto Lecón y me enorgullece el ser su amigo. Tiene notables condiciones para su trabajo pero él siempre se lamenta de no poseer conocimientos más profundos sobre las personas. Cree que rendiría mucho más si tuviera el consejo de alguien como tú-. Comentó Hugo confiando en mi aquiescencia.
-Todavía no me han dicho de qué se trata y ya buscan mi conformidad. No lo entiendo-. Manifesté algo molesto.
-Tienes razón; pretendemos tu acuerdo y aún no te hemos explicado nada al respecto pero quizá nuestra vacilación se explique por la índole del asunto-. Manifestó Hugo dándole más vueltas a la cuestión.
-Lo que pasa es que soy detective privado y tengo un caso que no puedo encuadrar con mi instinto solamente-. Desembuchó finalmente Augusto Lecón.
-¡Al fin!- Expresé aliviado y con cierto orgullo.
El hecho de constatar que alguien hubiera pensado en mis servicios para asesorar en la materia me dio ese toque de presunción pero de inmediato advertí mi error: estaban engolosinándome para obtener el consentimiento. Me necesitaban pero ¿no sería de pantalla...? Desconfiado como siempre, opté por saber mucho más del asunto antes de aceptar cualquier oferta.
-¿Aceptas colaborar con Augusto Lecón?- Preguntó el astuto Hugo.
-Antes necesito saber todos los detalles del caso en cuestión-. Manifesté decidido a que se me informara con precisión.
En este estado del relato conviene hacer algunas consideraciones previas y que hacen al fondo de esta historia. Estamos atravesando una época de extrema dificultad en cuanto a la vida misma de las personas. Por motivos fútiles muchas veces se mata y generalmente los instrumentos son personajes muy especiales adiestrados exclusivamente para aniquilar al semejante. En la jerga lo denominan ajuste de cuentas pero es lisa y llanamente un homicidio premeditado por los "cerebros" y ejecutado por los "profesionales". Es decir que el delito tiene dos facetas: el análisis minucioso de cómo llevarlo a cabo y la ulterior ejecución. Los organismos de seguridad de los diversos Estados generalmente toman en cuenta prioritariamente el aspecto más notorio: la ejecución y descuidan casi todas las facetas preventivas. En realidad tienen razón: no hay delito mientras éste no se consuma; pero existe la figura denominada tentativa en casi todos los códigos penales y ella generalmente tiene una pena, menor pero pena al fin. Sin embargo para que exista tentativa debe haber un comienzo de ejecución del delito pero éste no llega a consumarse por circunstancias ajenas a la voluntad del autor de la tentativa. Generalmente se agrega que si éste desistiere voluntariamente del delito no estará sujeto a pena. Algunas modernas leyes penales tipifican la figura del arrepentido y del agente encubierto. El "cerebro", es decir aquel que planea todos los detalles de un futuro delito y deja la ejecución del mismo al "profesional", generalmente cae dentro de la figura de la instigación con la misma pena del ejecutor. Un tercer personaje aparece en la escena delictiva moderna y antigua (yo, Javier Reybaj, que estudio la historia, la prehistoria y la paleoantropología lo puedo asegurar): el intermediario. El "cerebro" contrata al "profesional" a través del intermediario; si existiera una cadena de intermediarios el panorama se complica para llegar al "cerebro". Precisamente esta cadena de intermediación es la usual en casi toda organización y no sólo en las delictivas. Las intermediaciones son el meollo de todo acontecimiento.
-Hemos tenido conocimiento de que está por consumarse un atentado de enorme envergadura-. Comenzó diciendo Hugo que trabajaba en una repartición estatal.
-En el Departamento Seccional le encargaron a Hugo que contratara a un detective privado para investigar a fondo y sin compromisos de forma legal-. Agregó Augusto Lecón con un temblor en la voz apenas perceptible que me hizo pensar en un ligero nerviosismo inexplicable para mí.
-¿Qué tipo de atentado?- Pregunté intrigado.
-No sabemos nada. Sólo el dato de que un atentado gigantesco se perpetrará-. Dijo Hugo secamente y medio amoscado.
-No entiendo el porqué de mi participación en el asunto-. Repliqué yo también molesto por tanta ambigüedad.
-Tú entiendes el comportamiento humano y puedes detectar a un delincuente antes de que delinca-. Siguió inflexible Hugo.
-Eso es un disparate; yo no soy mago. Por lo demás nadie puede predecir el futuro y los que lo hacen o son delincuentes porque estafan a la gente o son enfermos que no saben lo que dicen-. Refuté con vehemencia.
-Sin embargo tú dices que con sólo ver y hablar con una persona puedes determinar si será o no un criminal-. Prosiguió Hugo.
-Eso es falso; no sostengo semejante desatino. Lo que yo considero es que ver y hablar con alguien me permite deducir si esa persona tiene o no tiene predisposición para delinquir, que no es lo mismo. No puedo asegurar nada del futuro pero puedo inferir una generalidad sobre una persona (basándome en inducciones) ésta tendría una predisposición a delinquir en algún momento de su vida; si no lo hace es por no tener circunstancias propicias pero en forma aletargada existe la aptitud que sólo necesita de un detonante adecuado para exteriorizarse. Esta predisposición varía en intensidad y depende de cada sujeto en forma estrictamente individual sin intervención del grupo social al cual perteneciere-. Señalé.
-Es muy general tu aseveración y no la comprendo del todo-. Dijo tímidamente Augusto Lecón que ya comenzaba hábilmente a tutearme.
-Muchacho, no se puede sintetizar en una frase años de investigaciones sobre las personas-. Repliqué tomando su confianza pero con estúpida soberbia que de inmediato traté de rectificar: -Quiero decir que todas las personas tenemos una estructura mental reconocible por un observador exterior avezado y que se puede inducir una ley general para las actitudes de cada persona y determinar predisposiciones. Por ejemplo, si observo que una persona en una fiesta fuma mucho y que mira constantemente hacia la puerta de entrada, estas dos actitudes me pueden señalar que el sujeto está esperando impaciente a alguien pero no puedo asegurar aún que el sujeto en cuestión sea un adicto al cigarrillo aunque sí puedo suponer que algo importante podría acontecer; como precaución interrogaría a ese señor. Observar y dialogar serían las dos premisas básicas de toda acción precautoria. Otro ejemplo, una persona va todos los domingos a su iglesia; de ese dato podemos conjeturar que ella es muy devota pero también es posible que esté tramando un delito y vaya a la iglesia para despistar o que simplemente esté estudiando la manera de hurtar o robar en el propio templo. Una sola observación no es suficiente para deducir las predisposiciones de alguien y mucho menos su probable conducta. Cuantas más observaciones precisas y concordantes se hagan, mejor pero el trato directo, personal y el diálogo son fundamentales para determinar las predisposiciones de cada individuo. Por todo esto no veo como les puedo ser útil en el asunto del atentado-.
-Tú dices que necesitas un diálogo para opinar. Pues lo tendrás. ¿Qué más necesitas?- Dijo Hugo descolocándome.
-Un momento. Si se está gestando un atentado, ¿con quién voy a dialogar? Los posibles implicados están incógnitos; ni siquiera la punta del ovillo. Uds. bromean-. Aseveré sin comprender todavía de qué se trataba ya que eran ellos los ambiguos.
-Hagamos esto, te explicamos bien todo el asunto si tú antes aceptas colaborar con nosotros. Tu función es asesorarnos sobre las distintas personas que vayamos ubicando durante el transcurso de la investigación. Te comento que se requiere dedicación exclusiva y deberás viajar, cuando fuere necesario, por distintos lugares dentro y fuera del país-. Explicó Hugo, sin agregar mucho pero entendible por la índole del tema.
-Necesito pensar unos instantes-. Respondí lacónicamente.
-Piénsalo tranquilo; nosotros realizaremos una gestión a pocas cuadras de aquí y regresaremos en cincuenta minutos-. Dijo Hugo levantándose y se retiró seguido de Augusto Lecón.
Quedé meditando ¿por qué cincuenta minutos y no una hora? Lo lógico es decir cifras redondas y no tanta precisión de minutos. Instintivamente miré la hora: eran las 16:35; los cincuenta minutos se cumplirían a las 17:25... La precisión era una deformación profesional; en su trabajo ambos la necesitaban y eso me hizo cavilar sobre el hecho delictivo que también requiere, para su ejecución eficaz, suma exactitud. Tanto detectives como maleantes usan la puntualidad y la estrictez en todo si desean ser eficaces. Hay muchas cosas en común en las dos actividades además de la medición y la exactitud; por ejemplo: la excelencia en la observación..., otra, la más peligrosa, usan armas...
Esto último no era de mi agrado; jamás había usado un arma ni deseaba hacerlo a esta altura de la vida. Pues bien, cuando regresase Hugo le diría que no aceptaba y le explicaría el motivo: las armas y Javier Reybaj están en total oposición. Seguí leyendo...
-Hola, ¿interesante la lectura?- Dijo Hugo mientras separaba la silla y llamaba al mozo pidiendo un café doble, cortado con crema.
Lo miré con expresión de sorpresa; había llegado antes y solo. Ojeé el reloj: eran las 17:24. No, fue puntual; me pareció que el tiempo había transcurrido más rápidamente; quizá por lo apasionante del libro. Me surgió una reflexión: la lectura debe ser cautivante, manteniendo el interés, aun cuando se trate de cuestiones serias como la que estaba leyendo; el autor sabía expresarse con sencillez y de manera entretenida.
-¿Qué leías?- Insistió Hugo con una sonrisa.
-Un libro sobre paleoantropología; relata uno de los últimos descubrimientos de restos fósiles de homínidos...- (Hugo hizo un gesto como si desconociese la palabreja) ...-bueno, huesos calcificados de antecesores del ser humano de tres millones quinientos mil años de antigüedad, porque sabrás que nosotros los homo sapiens somos producto de una evolución biológica ¿verdad?- Pregunté con expectación. (Mi ansiedad era lógica pues si Hugo ignoraba cómo fuimos mal podría saber cómo somos. Luego me tranquilicé al recapacitar que justo por eso me necesitaba).
-Sí, eso lo sé. El relato de Adán y Eva es un mito bíblico; no existieron en la realidad, tan bruto no soy-. Respondió Hugo con un gesto altanero.
-Casi todas las creencias se basan en ficciones imaginadas por alguien especial y no en investigaciones comprobadas como sí se hace en la ciencia. De allí la importancia que tienen los huesos fósiles ya que prueban las hipótesis. En tu caso, la Justicia necesita pruebas para condenar a los delincuentes-. Repuse volviendo al tema pero bajando un poco la arrogancia de Hugo.
-Augusto Lecón viene enseguida; se quedó en una oficina rastreando unos datos valiosos para la investigación. Y, querido amigo ¿qué decidiste?- Demandó Hugo en tono conciliatorio y con la expectativa, con la esperanza de ser favorable mi respuesta.
-Lamento defraudarte pero no puedo aceptar. Tú sabes que detesto las armas, ni siquiera sé utilizarlas. No se me ocurrió antes y lo siento mucho. Estaba excitado con la idea de investigar que sí me fascina-. Respondí con cierta tristeza pues en verdad me agrada indagar explorando casos.
-¿Y quién te ha dicho que se requiere el uso de armas?- Replicó Hugo sorprendido.
-Y...es lógico, si hay que tratar con delincuentes que van a cometer una fechoría-. Dije con un gesto y mostrando las palmas de las manos.
-Amigo, te conozco hace mucho tiempo y si hubiera sido imprescindible el uso de armas ni siquiera te hablaba del caso. Para nada se usarán armas en este asunto. Tú y Augusto Lecón investigarán pero a sus maneras que son ambas pacíficas a ultranza-. Manifestó Hugo riendo.
En ese instante llegó Augusto Lecón con una carpeta, que antes no tenía, bajo su brazo izquierdo. Apartó, con cierta brusquedad, una silla y se ubicó frente a mí con mirada cargada de expectativa pues él también tenía la esperanza de trabajar conmigo.
-Estoy muy complacido por el interés que ambos tienen en mi colaboración pero justo le estaba comentando a Hugo que detesto la violencia y el consiguiente uso de armas. Me gusta la investigación pero no la brutalidad que emana de toda práctica relacionada con el delito y su represión-. Comenté con melancolía pues cada vez me entusiasmaba más la idea de ayudar en la investigación.
-Tú lo has dicho: con la represión; allí sí se emplea violencia pero nosotros haremos prevención. Es un trabajo de inteligencia que excluye la fuerza. Yo jamás usé la violencia. ¡Con mi físico escuálido qué pretendes! Por eso Hugo piensa que nos complementamos ya que ambos usamos las dos facetas de la inteligencia: la intuición y el análisis. Cada uno en profundidad su perfil pero siempre usando el raciocinio-. Explicitó Augusto Lecón con entusiasmo.
Quedé mirando a ambos con extrema curiosidad. Trataba de indagar en sus rostros dónde estaba la verdad. En ese momento tuve la intuición (nunca me guío por ella...) de que estaban "dorando" las cosas para que yo aceptara. Debí dejarme llevar por el instinto pero sucumbí a sus razonamientos y...¡así me fue! Pero no debo adelantarme en el relato de los hechos. Simplemente baste decir que las cosas no sucedieron como lo planteaban Hugo y Augusto Lecón.
-Si Uds. están seguros de que no habrá violencia yo aceptaría pero ¿cómo pueden estarlo tratándose de delincuentes? Tengo el presentimiento de que habrá violencia y mucha-. Dije en forma dubitativa.
-No habrá violencia. Haremos prevención y elevaremos los informes a Hugo con todo lo que logremos averiguar-. Insistió Augusto Lecón que estaba apasionado con el caso.
Yo podía advertir la actitud de Lecón donde predominaba el aspecto emocional y en ese preciso instante me di cuenta de que era verdad: ambos nos complementábamos. Yo no hacía caso de mis presentimientos porque quizás un recóndito deseo de aventuras era el motor de un cambio; en algún momento del camino de la vida debemos hacer algo para variar, aunque sea como un juego...
-Está bien, acepto, pero no crean que me han convencido con sus razonamientos estoy persuadido de que habrá peligro y la inseguridad será permanente pero asumo el riesgo para cambiar una vida monótona aunque productiva por otra donde pueda aplicar los conocimientos orillando la muerte-. Manifesté con dramatismo no fingido.
-Vamos amigo, no exageres. Tratarás con una clase especial de delincuente que usa la inteligencia y te sentirás como pez en el agua. Además colaborarás con la Justicia, se evitará un gran daño y esto es lo más importante. A ti siempre te importó el ser humano y su cuidado-. Describió Hugo continuando con la "doración".
-Contamos con tu palabra que sabemos que vale-. [¡Y dale con la adulación! Ellos no saben que conmigo no sirve; si acepto es para variar y para ayudar a evitar víctimas] -Así que te explicaremos en detalle el asunto para comenzar de inmediato-. Expresó Augusto Lecón extendiendo sobre la mesa la carpeta que había traído de su paseo burocrático.
[Todavía no habíamos empezado y ya estaba ironizando pero convenía tomar con buen humor las cosas...o quizás el miedo me llevaba por ese lado].
-Antes una aclaración-. (Comencé y dirigiéndome a Lecón frenando su impulso pues ya se disponía a hablar). -En ese momento estaba lucubrando mi respuesta y no te refuté pero grabé en la memoria tus opiniones; dijiste hace un rato que "ambos usamos las dos facetas de la inteligencia: la intuición y el análisis. Cada uno en profundidad su perfil pero siempre usando el raciocinio" y sucede que algunos no están muy de acuerdo con eso pues ubican a la intuición en los instintos más primarios fuera de la órbita del raciocinio. Yo tengo una posición intermedia. Pienso que los seres humanos actuamos primordialmente por la actividad de la corteza cerebral que a su vez se divide en dos hemisferios (unidos principalmente por el cuerpo calloso): el izquierdo, base del análisis y el derecho, donde radicaría la intuición. Sin entrar en detalles, por ahora, el resto de la estructura cerebral es lo que hoy llamaríamos el sistema límbico y el complejo reptílico que se interrelacionan con la corteza o neocórtex y sus dos hemisferios produciendo hormonas entre otras funciones. Nos quedamos entonces con el neocórtex o corteza y la intuición para mí estaría ubicada en el hemisferio derecho. Los seres humanos utilizamos los dos hemisferios pero con preeminencia de uno de ellos. En mi caso el hemisferio izquierdo tiene la actividad prioritaria y en el tuyo la tiene el derecho por eso, inclusive, tú eres más emotivo pues en el derecho estarían radicadas las emociones junto con el sistema límbico subcortical (glándulas: pituitaria, amígdala, tálamo, hipotálamo y el hipocampo) en donde estarían las más intensamente vívidas. Precisamente en los delincuentes se producen desequilibrios endocrinos, en las glándulas, siendo la pituitaria la que dirige todo el sistema endocrino o glandular y la amígdala, que tiene forma de almendra, opera en la génesis de los impulsos agresivos y también en los sentimientos de temor. Deseaba aclararte que los procesos racionales son muy complejos interviniendo principalmente los dos hemisferios de la corteza cerebral en cambio en las emociones, en especial las más vívidas, desempeñan una importante tarea las glándulas del sistema límbico-.
-¿La intuición tiene algo de emoción?- Preguntó Hugo muy atento.
-La mayoría de la gente piensa que sí; incluso la relacionan con los llamados fenómenos parapsicológicos, la premonición y la precognición, es decir, formas de adivinación y Uds. ya saben lo que yo pienso al respecto-. Contesté deseoso de no confundir los conceptos. -El intuitivo toma en cuenta detalles que pasan desapercibidos para los demás, incluso para él mismo en el nivel consciente, llega a una conclusión sin advertirlo. Sólo lo siente-. Completé y haciendo un gesto me dispuse a escuchar los pormenores del caso.
-Interpol tiene informes concordantes sobre un atentado de enorme trascendencia que se perpetrará en los próximos meses; no se sabe con precisión si será en nuestro país o en otro pero hay indicios ciertos sobre una acción terrorista diferente a las anteriores y de proporciones mundiales. El carácter de diferente es lo que desconcierta. Hasta el momento los activistas pusieron bombas en edificios o asesinaron a personajes de la política; su actividad fue siempre dirigida a un determinado objetivo-. Comenzó Hugo en tono sombrío.
-Parecería que no sólo cambian los métodos sino también los objetivos y los ejecutores, éstos ya no serían delincuentes comunes o fanáticos religiosos o políticos. Y precisamente aquí es donde se halla lo más complicado del asunto los que harían el atentado serían personas aparentemente normales, inclusive preparadas intelectual y moralmente-. Agregó Augusto Lecón visiblemente perturbado.
-¿Cómo es posible que gente de aspecto sano delinca?- Preguntó Hugo mirándome ansioso.
-Ahora comprendo porqué me necesitan. Uds. habrán leído algo que escribí diciendo que la gran mayoría de la gente tiene un alto grado de neurosis que se prueba cuando estallan psicosis colectivas, por ejemplo escaladas bélicas, en donde la mayoría de las personas desean e incitan a la guerra sin medir las consecuencias de destrucción. En estos casos el soldado propio que mata es un héroe y el soldado enemigo que muere es una baja; un aviador es condecorado porque abatió diez aviones del bando contrario, con diez, al menos, bajas enemigas. La paradoja está en que la nación contraria hace lo mismo y sus aviadores abatidos son héroes muertos en combate idéntico a sus aviadores que abaten a los del enemigo. En este macabro juego tenemos como héroes a los muertos propios y a los que matan enemigos; como cada nación repite el comportamiento: son todos héroes para un observador imparcial-. Describí con un dejo de tristeza.
-Entiendo adonde quieres llegar. Si en una psicosis bélica se producen semejantes paradojas eso probaría el grado de locura encubierto en la población que se exteriorizó con un detonante adecuado. No se opusieron a la guerra pues ese acto violento lo consideraron "necesario" por un motivo cualquiera que sirvió de excusa para la eclosión. La neurosis está latente y se manifiesta con el hecho violento "imprescindible"-. Dijo Hugo captando la idea básica.
-Eso está bien, pero ¿qué sucede cuando un pueblo está más "loco" que otro e inicia las hostilidades? ¿Acaso el atacado, al defenderse, está también neurótico?- Preguntó Augusto Lecón con legítima razón.
-Un pueblo más sano no se defiende con las armas. Se deja invadir y pacta, sin ninguna violencia, las mejores condiciones de vida bajo esta ocupación y luego trata culturalmente de demostrar al ocupante que está en un error. La historia de la humanidad nos dice que esta actitud casi nunca se llevó a cabo, generalmente se resiste con las armas. Japón, en la segunda guerra mundial, luego de las explosiones atómicas se rindió y fue ocupado por los norteamericanos. Recién aquí aplicó el criterio de trasvasamiento cultural; en la actualidad Japón es una potencia mundial en lo económico y en lo tecnológico. El caso de Alemania es más complejo; la histeria bélica de su pueblo comenzó arrasando Europa. En los días de euforia belicista los alemanes todos ellos (no fueron sólo los nazis) jugaban, como describí antes, a los héroes. Decir que un pueblo es engañado por sus autoridades (aunque ellas sean una dictadura) no es válido. La gente si no ve la realidad es porque está neurótica y la falta de libertad en la información es una excusa. En todos los países y en todas las épocas en que se han cometido vejaciones la responsabilidad de las mismas es de todos, no solamente del pequeño grupo encaramado en el poder. Entender esto es muy difícil pues siempre está el pretexto: "¿y yo solo qué puedo hacer?"- Estimé irónicamente.
-Y es verdad ¿uno solo qué puede hacer?- Refutó Hugo.
-Más adelante te contaré todo lo que uno solo puede hacer. Te dejo la incógnita para no demorar las explicaciones de Uds. sobre el caso en cuestión, pero ¿habrán advertido como viene a colación de lo nuestro lo conversado hasta ahora?-. Pregunté para medir sus grados de atención.
-Parece que tú tienes una tesis de neurosis generalizada en las poblaciones de todos los países y en todas las épocas. Esta situación haría que todos potencialmente fuéramos probables delincuentes. Solo faltaría el detonante adecuado. ¿No es así?- Dijo sutilmente Augusto Lecón.
-Exagerando el concepto, sí pero en un sentido más realista, diría que la mayoría de las personas estarían en ese supuesto. Es probable que una minoría escape y sea realmente más sana e incorruptible. Esa pequeña porción de gente no gravita en las decisiones universales; en esto sí podemos estar completamente seguros-. Afirmé mirándolos con persuasión que no admite réplica.
-¿No estarás insinuando que los delitos tienen, al menos los "cerebros", su base en los sectores de decisión?- Preguntó Hugo.
-Estamos hablando de los grandes delitos, en nuestro caso el atentado, no de los pequeños rateros que hurtan o roban por problemas de necesidad extrema-. Deslindé rápidamente.
-Tienes razón. Vayamos adecuando al asunto del atentado. Sugieres entonces que un atentado tiene su "cerebro" en los lugares decisorios y más concretamente en los grupos de poder ya sean o económicos o políticos o religiosos. ¿Nunca en una actitud individual?- Siguió Augusto Lecón con su sutileza.
-Considero que las actitudes individuales son para los delitos donde el fin es sólo satisfacer la codicia de bienes o para saciar apetitos personales como en el caso de los delitos sexuales o las venganzas. Veamos, un atentado ¿para qué se hace?- Pregunté analizando.
-Para llamar la atención sobre algo o alguien en singular o plural-. Respondió Augusto Lecón.
-Muy bien. Se busca llamar la atención; para ello no se tienen en consideración los daños que se puedan ocasionar ya sea en vidas o en bienes. El fin es llamar la atención o también demostrar algo: por ejemplo, el poder que se tiene y que se goza de impunidad. Pero la idea general básica es el llamado de atención, yo diría como un niño cuando hace una travesura. Lo terrible es que no son niños y el daño producido puede ser abismal-. Expresé.
-Quien llama la atención recurriendo al deterioro de vidas o cosas es un enfermo-. Manifestó Hugo pensativo.
-Precisamente antes habíamos dicho que existía una neurosis latente en las sociedades y que espera un detonante para exteriorizarse. La justificación para un atentado suele ser o política o religiosa o económica. Las personas más susceptibles a los detonantes son aquellas que están fuertemente imbuidas de una idea y que transforman esa idea en algo propio y esencial-. Dije mirando a Augusto Lecón que se movió inquieto en su silla pues deseaba hablar.
-Justamente en este caso pensamos que se trata de fanáticos religiosos y políticos intentando demostrar su dominio global, que pueden actuar con impunidad en cualquier lugar del mundo. Los ejecutores pueden ser a sueldo o no pero conjeturamos que el "cerebro" es un grupo fundamentalista de origen islámico-. Dijo Augusto Lecón y llamó al mozo para pedir un café.
-Quizá esté también implicado algún gobierno de ése signo-. Agregó Hugo.
-Siempre se piensa así y nunca se prueba con hechos más concretos-. Señalé con tono enigmático.
-¿Qué quieres decir?- Preguntó Hugo intrigado.
-Pues que la tesis de un complot encabezado por un gobierno es tan antigua como las naciones y sirvió de pretexto muchas veces para agredir al presunto culpable. No digo que en este caso lo sea. Habría que investigar y comprobar con hechos pero estimo que no debería formarse una opinión concluyente a priori esto es un error y demora la investigación pues los canales podrían ser otros-. Expresé previendo algo diferente en este asunto.
-Tengo una duda. Hubo atentados en el pasado planeados y ejecutados por una sola persona; en algunos casos se trataba como tú dices de gente enferma pero en otros no y era una sola persona. ¿Cómo lo explicas?- Demandó Hugo que estaba muy informado en la materia.
-Considero que todo delincuente es un enfermo. Calculen que si la mayoría de la sociedad lo está, en mayor medida los que delinquen. En la historia se registran muchos casos donde la Justicia estableció que el atentado fue perpetrado por una sola persona y en algunos esa persona no tenía síntomas agudos de enfermedad. Tal la declaración, de allí a la realidad hay largo trecho. Recuerden que existe el Dios Dinero; la codicia gobierna a los seres humanos y por ende se puede conseguir casi cualquier cosa a través del interés económico. Esto fue siempre así en todas las épocas históricas e incluso en la prehistoria y casi con seguridad nuestros ancestros homínidos ya tenían la predisposición de acumular cosas-. Recalqué muy serio pues me sorprendió la inocencia de Hugo.
-Significa eso que los jueces que en todo el mundo han declarado un solo culpable por algún atentado ¿han sido comprados?- Insistió Hugo.
-Hay varias posibilidades: que el juez haya declarado culpable al ejecutor sólo porque no pudo hallar al "cerebro" instigador; que algún fuerte interés o político o económico o religioso presione al juez de manera intolerable y éste prefiera acceder por considerarlo un mal menor comparado con la total impunidad; que el propio juez sea venal por simple codicia como tú planteas o simplemente que se condene a alguien para expiar culpas, el llamado "chivo expiatorio", y así justificar la investigación-. Contesté pacientemente.
-Sin embargo hubo atentados hechos por un psicótico de manera individual y están en la crónica policial-. Seguía Hugo con su planteo.
-Sí, pero son delitos contra las personas o contra la propiedad pública o privada en sus diversos matices no atentados propiamente dichos. A ver ¿a qué llamamos atentado? Ya estuvimos de acuerdo en que se busca primordialmente llamar la atención, generalmente recae sobre alguna ideología, y esto es cosa de varias personas y no de una sola. Yo extiendo más el concepto y digo que sólo el delito por codicia o por emoción puede ser individual; el resto, incluidos los atentados, es colectivo. ¿Todo este debate significa que tú y tus superiores creen que el atentado de envergadura a llevarse a cabo será efectuado por una sola persona? "Cerebro", intermediario y ejecutor ¿todo en uno?- Pregunté con extrañeza pero ya empezando a preocuparme.
-Es una de las variantes que se están contemplando-. Informó Hugo con voz ronca.
Hubo un largo silencio. Las palabras de Hugo ocasionaron un cambio de óptica en la cuestión, al menos por mi parte. Opté por callarme y escuchar solamente, cuanto más hacer alguna pregunta aislada.
-Un juez interrogó a varios sospechosos pero con resultado adverso-. Señaló Augusto Lecón que intuyó mis cavilaciones.
-¿Hay causa abierta entonces?- Pregunté lacónicamente.
-No. Es un juez de otra causa y lo hizo tangencialmente casi por azar le surgió la cuestión-. Dijo Hugo.
Los miré con una sonrisa escéptica. Levantando mi mano derecha y apoyándola en el antebrazo izquierdo de Hugo dije en tono perentorio: "muchachos hablen claro y digan todo".
Ambos se miraron y sonriendo finalmente explicaron el asunto.
-Interpol informó sobre la posibilidad de este atentado a todas las policías del mundo. Los gobiernos casi sin excepción comenzaron investigaciones preventivas a nivel de inteligencia. El Poder Judicial también está en antecedentes y por su cuenta, extraoficialmente, realiza alguna tarea en el mismo sentido aunque tú sabes que, oficialmente, sólo puede actuar ante hechos o tentativas pero con causa abierta. Sucede que este probable atentado puede ser inédito por sus características y el revuelo que existe revela la seriedad del asunto. No se trata de algo ya efectuado antes: bombas a edificios, ataque a personas a mansalva por medio de francotiradores, ataque a gobernantes, etc.. Mira para entender, ni siquiera guerras abiertas como las que pululan en este momento ocasionarían tanto daño. Hay quienes piensan en cohetes con ojiva nuclear lanzados a ciudades capitales. La incertidumbre sobre los atributos específicos del atentado es total. Sólo se sabe que será espeluznante y, en rigor, nada más. La imaginación de los gobiernos habla de contaminaciones a las aguas, de incendios en ciudades, emanaciones de gases tóxicos letales, las mencionadas explosiones nucleares. La confusión es muy grande y varios Estados han desistido de seguir averiguando, simplemente esperan los acontecimientos mientras que pocos países no dan crédito a la información y ni siquiera iniciaron nada al respecto. Nosotros al principio pensamos que era una paranoia y tomamos los datos con precaución pero luego decidimos investigar algo hasta llegar a la conclusión de que oficialmente nada se puede hacer pues no existe la certidumbre de que suceda en nuestro país. Además continuamente se llevan a cabo atentados en todo el mundo y ya son casi imposible de prever y de contrarrestar pues ante la modalidad del ejecutor suicida, con automóvil o sin él, nada se puede hacer. Precisamente esta es la variante que estamos manejando: el ejecutor suicida. Para lo cual hacemos averiguaciones entre gente justamente enferma pues consideramos que un suicida es un enfermo. También puede ser un fanático ideológico, político o religioso, pero a éste lo conceptuamos igual un enfermo-. Expuso en detalle Hugo que al hacer una pausa me permitió intervenir.
-Nada de eso sirve. Tú has dicho que el atentado no será como los efectuados hasta el presente y el ejecutor suicida lo es. Es la modalidad actual de los atentados fundamentalistas-. Aseveré cortando drásticamente la explicación tan minuciosa de Hugo.
-Este atentado es de otra índole. Yo también pienso así-. Aseguró muy decidido Augusto Lecón.
[El atentado suicida es la aberración que los sectores más enfermos de cualquier variante ideológica están llevando a cabo y es prácticamente imposible de repeler. Sus consecuencias son tremendas en pérdidas de vidas y de bienes; a los ejecutores les importa más llamar la atención que el sacrificio de ellos y de sus víctimas. Este solo hecho los delata ya como enfermos pero en algunos sectores sociales se los considera héroes de su causa lo cual revelaría que mi tesis de enfermedad social tiene asidero. Como dato marginal pero ilustrativo al respecto conviene destacar que también muchísimas personas consideran un héroe al defraudador, por ejemplo, de una institución bancaria que luego de muchos años de ejemplar conducta como tesorero o encargado de los fondos decide cometer un delito y desaparecer con enormes sumas de dinero. Este delincuente es admirado por personas "normales" que, alentando su impunidad, deploran cuando es detenido. Estos son casos concretos que revelan la enfermedad social; en rigor la mayoría aprueba a los delincuentes que llaman la atención con grandes hechos que satisfacen su codicia, quisieran estar en su lugar pero canalizan su envidia a través de la admiración: "¡ellos pudieron darse el gusto!" y los adeptos a religiones o políticas admiran a quien perpetra una acción (aun cuando haya gran cantidad de víctimas y muriendo o no él en la acción) hasta denominarlo héroe].
-Yo simplemente comento que casi todos los gobiernos barajan la posibilidad del ejecutor suicida ya que los últimos atentados en todo el mundo se llevaron a cabo mediante esta modalidad que, como Uds. saben, también se usó en la segunda guerra mundial a través de los pilotos "kamikaze" suicidas japoneses si bien en este caso fueron acciones bélicas-. Comentó Hugo.
-También mataron gente y fueron héroes para su país-. Agregó Augusto Lecón que ya me caía simpático por sus finas ironías.
-Lo que sucede es que en la guerra hay permiso para matar, de allí la distinción que hace Hugo-. Completé la ironía de Lecón con un guiño cómplice y dirigido a Augusto.
-Acepto la mordacidad pero comprenderán que no es mi culpa pues yo no establecí las reglas de juego; estoy de acuerdo con Uds.: cuando las naciones se disponen a matar comienzan a llamarse patrias y sus homicidas son héroes, en cambio los otros son enemigos a los cuales es lícito asesinar; a su vez la otra nación hace exactamente lo mismo. Ambos contendientes tienen el beneplácito de los dioses respectivos que bendicen sus respectivas armas, partiendo todos hacia la muerte que es el punto de encuentro. Pero cuando la guerra termina el permiso para matar finaliza y operan las leyes de paz...- [Interrumpió Hugo brevemente su alocución ante los movimientos impacientes de Augusto Lecón y míos que deseábamos intercalar una acotación pero antes que nosotros él completó] ...-sí, durante la lucha también regían leyes pero de guerra y que no se cumplían.....¡bien la gente está loca! Javier tiene razón-. Concluyó Hugo levantando sus brazos en gesto de impotencia.
Los tres bajamos las miradas hacia la mesa y permanecimos durante un instante meditabundos.
-El caso es que ahora debemos investigar este probable atentado y propongo que dejemos de filosofar. Nosotros tres no podemos arreglar el mundo. La guerra es la guerra y la paz...- Hugo no pudo terminar su inteligente deducción pues lo interrumpió Lecón.
-Sí, y la paz es guerra también-.



2. LA MANSIÓN DEL PLACER
Si el atentado se realizaba en el país, la tesis imperante en el ámbito oficial era, según Hugo, que los ejecutores vendrían del extranjero pero que estarían apoyados por gente del ambiente local. Se presumía que en los anteriores atentados habría sucedido esto; el nuevo tendría características diferentes pero convenía empezar por lo ya conocido. En todos los países donde se habían producido graves atentados el mecanismo era con apoyo local, salvo en los beligerantes donde las propias características del conflicto lo hacían restringido ya que se filtraban por las fronteras de los territorios en disputa. Esta lucha ancestral se estaba haciendo ecuménica pues en casi todos los países del planeta había religiosos de ambos sectores; si bien la distinta religión no era el pretexto del conflicto sino más bien el problema territorial. Estos territorios en discusión por las dos colectividades estaban siendo objeto de activas negociaciones entre los sectores menos belicistas de ambos bandos que deseaban la paz y habían llegado a un acuerdo. Este convenio de paz era permanentemente saboteado por recalcitrantes de ambas partes que rehuían la negociación y que periódicamente se atacaban por medio de atentados en sus respectivos países y en el resto del planeta. El apoyo local eran personas que actuaban de intermediarios por convicciones religiosas o políticas o por un precio. Precisamente Hugo nos había informado de que estos apoyos eran prácticamente ineludibles para los beligerantes originarios por las obvias razones de desconocimiento del idioma y del lugar. Sin embargo Augusto Lecón pensaba que esto podía ser distinto entrenando a los ejecutores, como se presumía por el atentado suicida, de manera integral y sin apoyo de elementos locales. Vale decir que los ejecutores conocerían todo lo referente al idioma y lugar por una capacitación intensiva. Durante la segunda guerra mundial ambos bandos beligerantes entrenaron a sus respectivos agentes de forma tal que pasaban desapercibidos en los lugares de destino. En el espionaje de esa conflagración muchos países neutrales sirvieron de intermediarios por medio de sus diplomáticos acreditados. Esta tesis también fue contemplada por las autoridades y, según Hugo, no podía probarse quizá porque se indagó en los países directamente relacionados con el conflicto y ¿si se busca por países no sospechados?
Esto último yo lo pensé pero por el momento decidí seguir las pautas que enviaba Hugo desde su cómodo despacho. Su idea era buscar relaciones en el ambiente islámico local; a tal efecto nos consiguió una invitación para concurrir a una fiesta. Conviene aclarar que los elementos más ortodoxos y enemigos del acuerdo de paz del otro bando, es decir del israelí, no operaban fuera de los territorios en disputa. Las acciones terroristas que habían efectuado, al menos hasta el momento, eran en la zona en discusión. Esto era importante para el resto de los países pues simplificaba la cuestión.
Augusto Lecón y yo habíamos alquilado un departamento para permanecer juntos durante el transcurso de la investigación; en realidad fue una exigencia de Hugo para poder así analizar todo lo concerniente a la misma y tenernos a los dos a su disposición con mayor rapidez. Yo pensé que Hugo lo hacía así por razones de seguridad además de comodidad ya que seguía con mi intuición de extremo peligro.
Antes de partir para la mencionada fiesta y mientras terminaba de vestirme entró a mi habitación Augusto Lecón medio cabizbajo.
-¿A quién beneficia un atentado?- Preguntó mirándome perplejo.
-En realidad a nadie. Produce un daño sin beneficiar ni siquiera a los ejecutores. Es una manifestación de fanatismo y de odio enfermo. Nada más-. Contesté casi mecánicamente.
-Nada más, no. Obtienen su objetivo: llamar la atención-.
-Tú me preguntaste a quien beneficia no por el objeto de la acción-. Expresé medio molesto.
-¿Y no pueden estar relacionados ambos cabos?- Insistió Augusto Lecón.
-No veo cómo-. Dije secamente.
-Si el que llama la atención es uno y el que se beneficia es otro, suena medio raro ¿no te parece?-
-¿Pero quién se beneficia en este caso de un atentado?-
-Hummm.....no estoy seguro. Es una idea medio loca...mejor vamos para la fiesta. ¿Estás listo?- Concluyó Augusto Lecón dejándome en la incertidumbre pero tendría que acostumbrarme a estas situaciones.
La fiesta se realizaba en una quinta de los aledaños a la capital; fuimos en un pequeño auto que Hugo nos había facilitado para usar durante el trabajo. Como a mí no me agrada manejar, condujo Augusto Lecón y así tuve oportunidad de relajarme y pensar en otras cosas. Mi distracción fue total ya que sólo me di cuenta a la llegada, de un hecho preocupante: en la guantera del auto había una pistola (ignoro de que tipo y calibre) y durante el trayecto fuimos seguidos por otro coche. Esto último lo mencionó Augusto al llegar a la residencia. Se trataba de un finca de construcción moderna con amplio parque, piletas de natación, canchas de tenis, de paddle y con enorme espacio para colocar mesas al aire libre. Estábamos en verano. Varias pistas para bailar y ya los acordes de la música incitaban a los jóvenes a cubrirlas con su alegría desbordante. La fiesta era multitudinaria; personas de todas las edades y muchas de la colectividad árabe. Estacionamos el auto y de inmediato un mozo se acercó pidiendo la invitación muy cordialmente. Así pude pispiar que la misma era personal ya que había omitido leerla antes. El mismo mozo nos guió hasta la puerta de acceso; al darme vuelta, por indicación de Augusto Lecón murmurada al oído, observé que las personas del coche seguidor nuestro también bajaban y sin mozo guía penetraron rápidamente en el inmueble por otra puerta.
Adentro de la casona los amplios salones estaban exquisitamente decorados con cuadros y tapices además de esculturas. Esta decoración no era típicamente árabe sino más bien de la época galante del siglo XVIII y más propiamente francesa. Los cuadros eran probablemente copias al óleo; me quedé extasiado contemplando las voluptuosas mujeres de Boucher y Fragonard que siempre fueron mi deleite, esos cuerpos femeninos desnudos son de una inagotable belleza. Paisajes con figuras en jardines pletóricos de vegetación de Lancret y Watteau completaban el ambiente cortesano. Pasó por mi mente en ese instante la idea de un burdel quizá la frase "ambiente cortesano" sugirió la palabra femenina y de ésta la imagen pero lo más probable es que haya sido la magnífica muchacha que se acercó a mí con dos copas y una amplia sonrisa. Era una mujer joven y de cuerpo similar a una guitarra española, precisamente a mi gusto. Todo era tan proclive al jolgorio que de inmediato me puse alerta. Debo admitir que mi única debilidad son las mujeres. No fumo ni siquiera tabaco y no bebo alcohol pero cuando veo una hembra como la que me ofrecía la copa de champaña, bajan todas mis defensas y sube mi emoción. Miré a Augusto Lecón y se hallaba en similar situación; también era evidente que él tenía las mismas debilidades que yo pues miraba deslumbrado a la mujer que se le había acercado con dos copas.
-Mi nombre es Alejandra ¿y el tuyo?- Demandó la niña con voz cantarina.
Al rato ya estábamos enfrascados en trivial charla y la hermosa aprovechaba para pedirme a cada instante bocadillos de una fuente cercana y al tomarlos acariciaba con deleite mis dedos en una maniobra de sutil voluptuosidad. Me resultaba muy difícil contener mis ímpetus porque la mujer era una maravilla y se hacía evidente que estaba allí para atendernos. La idea de que se trataba de una profesional del amor sirvió para menguar mis impulsos eróticos pues a mí me gusta la mujer común y la relación prolongada, con sentimientos, no el mero deleite efímero de una prostituta aunque fuere una exquisitez como Alejandra. En general esta posición es harto difícil de sostener para un hombre pero a mí no me importa y sigo siendo quizás un romántico fuera de época. Además estaba trabajando y si sucumbía a los encantos femeninos no podría averiguar nada. Justamente Alejandra estaba allí para impedir mi tarea de observación. A propósito Augusto Lecón aparentemente había caído y se alejaba hacia la planta alta con su bella. Sin embargo de inmediato advertí que Lecón de esa forma tendría acceso a las dependencias superiores de la finca y quizá fuera esa su real intención. Por este motivo cuando sonó en mis oídos la esperada pregunta de Alejandra: "-Querido, ¿vamos arriba?-", contesté afirmativamente.
Como imaginaba la planta superior eran alcobas cada una con su baño como pude comprobarlo luego. Un hotel de categoría al menos en esa parte de la mansión. Alejandra me llevó a una habitación ubicada en el medio del largo pasillo y asiendo mi mano izquierda nos introdujimos en la misma. El lujo del dormitorio era similar al de los salones de la planta baja. Una gran cama con colchón de agua ocupaba el centro mientras que los cortinajes flanqueaban su perímetro; el enorme baño con pileta de hidromasaje se abría a un costado.
En un rincón, bellamente decorado con plantas naturales entre ellas un potus de grandes hojas, había una mesa con un balde térmico y en su interior una botella de champaña. Alejandra, se dirigió a la mesa y tomando la botella regresó a mi lado. Durante nuestra charla en el salón yo había estado comiendo bocadillos pero no había bebido champaña; en un descuido de Alejandra al saludar a unos amigos de ella aproveché para beber un refresco sin alcohol pues tenía sed. Como es obvio entonces yo estaba totalmente sobrio mientras que Alejandra con sus risas sin motivo me indicaba que ya tenía el champaña en su bella cabecita. Ella me ofreció la botella para que yo la abriera; me costó bastante quitar el maldito corcho. Alejandra se dirigió nuevamente hacia la mesa para traer copas y allí advertí su jueguito de ondulantes caderas. La chica estaba haciendo su trabajo a las mil maravillas; primero intentar llenarme de alcohol y luego seducirme con su figura. Llené las copas y ella ingirió la suya casi de un sorbo; aproveché entonces para tomarla de la cintura sin que ella advirtiera mi copa intacta. Esquivó mi cara con gesto de extrema picardía y dándome su copa vacía comenzó a quitarse la ropa con gran parsimonia. Por un instante pareció recuperar su estado consciente quizás al verme tan sobrio y en su mirada se deslizó un velo de sospecha. Fingí pasión y arrebatándome la tomé por los pechos y comencé a besarlos. Alejandra era una persona entrenada, por lo visto, ya que no se dejó engañar y deshaciendo el abrazo fue hacia la mesa probablemente con la intención de tomar mi copa y hacerme beber. Yo seguí abrazado a ella pero a su espalda y al caminar sentía sus glúteos densamente formados, agitarse sobre mi sexo. La situación era de extrema excitación para mí y con gran esfuerzo pude contener mis impulsos libidinosos que rebullían ya de forma implacable. Alejandra, con gesto de enojo ofreció mi copa aunque sin intentar desprenderse de mi cálido abrazo, más aún restregaba su cuerpo sobre mi sexo con arte singular al advertir que lograba su objetivo pasional. Yo tomé la copa y con rápida manipulación la vacié en la maceta del enorme potus. La ninfa al estar de espaldas no alcanzó a ver mi desagote alcohólico pero en cambio podría percibir, si seguía con sus movimientos estimulantes, otro desahogue. En ese instante pasó por mi mente la simple idea de gozar; total luego del amor, estando lúcido, podía continuar indagando pero surgió el interrogante ¿qué hacer con Alejandra para que no me siguiera? Sólo quedaba una solución. Al ver mi copa vacía que deposité sobre la mesa, Alejandra se tranquilizó y prosiguió con mayor vehemencia el frotamiento de sus nalgas sobre mi enhiesto sexo. Lentamente ella fue despojándose de la ropa sin despegarse de mi cuerpo y al levantar sus brazos para retirar su vestido por la cabeza, ya que no deseaba cortar el nexo que nos unía, yo aproveché para dirigir mis dedos sobre su también erguido clítoris. Mientras Alejandra tiraba el vestido sobre la cama yo lentamente bajé su bombacha con una mano y con la otra continué acariciando su bullente pimpollo. Ella intentó proseguir con su masaje glúteo sobre mi sexo pero era evidente que mis caricias sobre su clítoris estaban conmoviéndola hasta hacerla cesar en su cadencioso y sabio vaivén. Se agitaba, ya sin control, sobre mi muslo; con enorme esfuerzo logré contenerme y besando su nuca acentué mis caricias sobre el erguido clítoris. Con la mano que tenía libre acaricié su pezón izquierdo con suaves rotaciones de la palma y luego tomando con los dedos el botón lo estiraba delicadamente. Mi boca seguía sobre su cuello y mi lengua buscaba su oreja; al llegar a ella introduje la lengua y pasándola por todo el pabellón la poblé de saliva que luego succioné pausadamente. Entretanto mis dedos sobre su clítoris eran una frotación rítmica y constante. Alejandra se dejó caer sobre mí y juntos nos echamos, siempre en la misma posición, sobre la cama. Mis dedos, implacables en su clítoris, ya eran una máquina que lograba hacer gemir a la ninfa. Mientras Alejandra balbuceaba: "-clítoris no, clítoris no"- todo su cuerpo se estremeció en una vorágine de placer. Al primer orgasmo le sucedió un segundo mucho más prolongado y luego el tercer orgasmo de Alejandra concluyó con un vagido de intensidad y temblores de su talle. Exhausta la hermosa mujer quedó sumida en un sopor que paulatinamente concluyó en sueño profundo. Su pecho se movía rítmicamente y todos sus músculos se hallaban relajados. Con extrema suavidad la cubrí con la colcha doblada. Lentamente recompuse mis ropas mientras observaba la planta de potus; me pareció ver en una de sus hojas un brillo extraño. Me acerqué con cuidado y sin hacer ruido. Adosado a la hoja había un micrófono. Era evidente que nos estaban escuchando pero mi duda fue, si además, no nos estarían viendo con alguna cámara de video oculta. Busqué por todos lados con la mirada aunque no hallé nada que me llamara la atención. Luego razoné que si hubiese una cámara no tendría tanto sentido el micrófono pero me quedó el temor; no obstante habría que arriesgar. No viendo nada que simulara un objetivo de cámara decidí salir de la habitación. Me despedí de la bella Alejandra con una caricia sobre su mejilla y con un suspiro de resignación ante tan soberbio cuerpo que dejaba sin hollar.....
Abrí la puerta de la habitación con suma cautela y salí hacia el pasillo cerrándola tras de mí sin hacer el menor sonido. Me tranquilicé al escuchar la bulla que provenía del salón principal en la planta baja. La algazara continuaba allí sobre todo con la gente más joven que se divertía quizá sin sospechar el burdel de la planta alta o sabiéndolo preferían usarlo más tarde. Avancé por la galería hasta terminar en una escalera que subía a otra planta. En el extremo opuesto se hallaba la escalera que nos permitió subir. Vale decir que para subir continuadamente era necesario atravesar todo el corredor. Me pareció extraño esto pues lo lógico sería una escalinata continua. Quizás alguna de las puertas sería un ascensor; me disponía a averiguarlo cuando de una sale Augusto Lecón arreglando su ropa. Sin decirnos palabra alguna nos dirigimos hacia el piso superior caminando suavemente al pisar los peldaños que crujían; así advertimos que la construcción era de madera. Nos miramos estupefactos. Augusto Lecón golpeó con los nudillos de su mano derecha la pared que presumíamos fuera de ladrillos y para nuestra sorpresa sonó a material sintético o algo similar. La construcción toda era no tradicional, al menos como es así en el país. Nada de cemento y ladrillos; estructura de hierro y paneles de madera y de un corrugado plástico. Significaba esto que su construcción sólo demandaba unos pocos días. Esta forma de arquitectura supermoderna es común en los Estados Unidos de América. De inmediato asocié a alguna empresa norteamericana con la edificación de la residencia, salvo que alguna firma importadora se hubiere encargado. Habría que averiguar aquello. El dato era muy importante pues equivalía a tener en unos cuantos días algo palacial y permitía luego desmontarlo rápidamente para establecerlo en otro sitio. Así entendí porqué estaba ubicado en un lugar poco poblado de los aledaños capitalinos. En el segundo piso vimos una galería similar a la anterior y también con puertas que presumimos serían de dormitorios pero habría que confirmarlo. Augusto Lecón en rápida maniobra abrió la tercera puerta (elegida al azar) y vimos adentro una cama igual a las del primer piso pero con una pareja retozando; para nuestra estupefacción se trataba de dos hombres...había de todo en esa "viña". Lecón hizo un gesto de asombro pero luego se trastrocó en un rictus de profundo desagrado. Fue evidente que no era tolerante con los homosexuales. Lo miré con expresión de "y bueno cada uno..." pero él seguía con su mueca de repugnancia. Debíamos proseguir buscando...¿pero qué? Estaba por preguntarle a Augusto Lecón qué buscábamos cuando de una puerta salió una mujer lloriqueando. Tambaleante caminó por el pasillo; o estaba borracha o estaba drogada o estaba...herida...Cayó inerte en los brazos de Augusto Lecón quien la depositó en el suelo con extrema precaución pues de inmediato vimos que salía sangre de un costado de su abdomen.
-Esta mujer está herida; veamos qué tiene aunque se me ocurre que puede ser superficial. Humm... a ver levantemos el vestido; así está bien. Esto no es de arma blanca. Ha sido golpeada por algún sádico. No es grave. ¿De cuál puerta salió?- Preguntó Augusto Lecón.
-De ésa-. Respondí señalando la segunda de la derecha.
Dejando a la mujer en el piso fuimos hacia la habitación mencionada y con prudencia abrimos la puerta. La habitación estaba vacía; sólo una música suave vibraba en el aire y un fuerte perfume a lavanda. Nada más.
-Regresemos junto a la chica y traigámosla. Sólo está desmayada y su herida es superficial. Lo mejor para ella es que siga así y no se involucre con otro sádico. Aquí, estoy seguro, debe haber muchos-. Dije con tono imperativo que fue aceptado por Lecón con un movimiento de su cabeza.
Levantamos a la muchacha con sumo cuidado, yo tomándola de las axilas y Lecón de los tobillos. Con su pie izquierdo él terminó de abrir la entreabierta puerta de la habitación. Dejamos a la mujer sobre la cama cubierta con la colcha, cerciorándonos antes de que respiraba normalmente, de que su pequeña herida ya no sangraba y de que el pañuelo puesto sobre ella seguía en su lugar. Luego de tomados estos recaudos giramos el cuerpo para salir y fue Lecón quien dio el primer grito de asombro seguido por mí: detrás de la puerta, un hombre atravesado por una lanza corta estaba clavado en la pared de madera. Nos acercamos en silencio y vimos en su rostro una expresión de horror; sus ojos estaban abiertos y de su boca semiabierta salía sangre en hilos que teñían su camisa bordeando la lanza. Estaba muerto.
-Aquí hubo un homicidio. La expresión de su cara denota que fue tomado por sorpresa en el ataque. Es casi imposible que fuese la muchacha la atacante pues se requiere mucha fuerza para clavarlo así en el tabique de madera. Qué hacemos, ¿investigamos esto o seguimos con lo nuestro?- Preguntó Lecón dubitativamente.
-¿Estarán relacionadas ambas cosas?- Demandé a mi vez también con duda.
-Intuyo que no-. Contestó Augusto Lecón muy seguro.
Ante los antecedentes del intuitivo pensé que lo mejor era dejarse llevar por sus presentimientos y proseguir con lo nuestro; ya teníamos un claro aviso de la violencia en ese ambiente. Debíamos obrar con tiento pues existía la posibilidad de que el o los asesinos intentaran incriminarnos si nos veían cerca o tuviesen la certeza de nuestro descubrimiento.
-Lo mejor entonces es salir de esta parte de la mansión y explorar otro sector. ¿Qué te parece?- Sugerí en voz baja a Lecón.
-Tienes razón; salgamos enseguida y visitemos el resto de la residencia lo antes posible pues ya es bastante tarde-. Aprobó Augusto Lecón.
El pasillo estaba solitario. Con paso decidido y simulando despreocupación retornamos a la planta baja. La fiesta estaba en su apogeo. En los salones y en los patios se bailaba al compás de distintos ritmos; en algunos música de tipo rock, mientras que en otros el ritmo era más lento, tipo bolero, y donde las parejas danzaban abrazados tiernamente.
-Míralos. ¡Si parecen enamorados!- Exclamó Augusto Lecón con ironía.
Atravesamos varios salones hasta salir de esa parte de la mansión y nos internamos en un jardín bellamente adornado con flores y arbustos. Aquí también se bailaba incluso sobre el césped. Varias mesas rodeaban una pista de baile que ya no alcanzaba y por eso las parejas usaban el jardín...sin embargo noté algo extraño aunque no sabía con certeza qué era. Sólo un vislumbre que pasó fugaz por mi mente. Como de costumbre en mí no le di trascendencia a la intuición máxime viendo a Augusto Lecón tranquilo: si él no tenía prevenciones ¿por qué habría de preocuparme? Lo que sucedía era que ya Augusto Lecón había salido de su intuición (comprobado luego, similar a la mía) y estaba en plena etapa de lucubración.
-Debajo del césped no hay tierra sino algo duro y parecido al plástico de los tabiques en las habitaciones, ¿lo advertiste?- Me preguntó Lecón en voz muy baja y tapando su boca.
-¡Era eso! Tuve una extraña sensación pero no sabía a ciencia cierta de qué se trataba-. Expresé en tono algo alto para el gusto de Lecón quien me recriminó poniéndose el dedo índice derecho en la boca con gesto muy disimulado y gorgoriteando un: "shiiiiii...." suave y prolongado.
Debajo podría haber un sótano o ser inclusive todo el subsuelo del predio un gigantesco almacén o depósito o vaya uno a saber qué...
-Debemos encontrar la manera de tener acceso a esta bóveda pues de eso se trata-. Dijo Augusto Lecón dirigiéndose a la parte siguiente de la residencia.
Un camino de lajas atravesaba el jardín; por instinto no lo seguimos. Nos internamos entre árboles frondosos dando vueltas y buscando el acceso a la segunda parte de la construcción pero sin entrar en ella. En silencio, los dos fuimos rodeando la finca rastreando todas las vías de entrada y de salida. Esta edificación era similar a la anterior pero con una diferencia substancial: los pisos superiores no eran iguales iban disminuyendo en superficie hasta rematar en una especie de gran cúspide. Todo el armazón asemejaba una exótica pagoda por fuera. Veríamos por dentro...
-Entremos por aquella puerta lateral-. Sugirió Augusto Lecón mirándome con expectativa.
Asentí con un movimiento de la cabeza y ambos penetramos con aire displicente en el salón principal que, como el anterior, estaba colmado de gente que bailaba, tomaba y comía con algarabía y en algunos casos ya con desenfreno lo cual suponía el uso de alguna droga más fuerte que el alcohol.
Una bellísima mujer se estaba desvistiendo rodeada en amplio círculo por hombres que batían palmas por cada prenda retirada. A medida que iba quedando con menos ropa advertí que el círculo también se iba estrechando; podía colegirse cómo terminaría para la pobre niña su aventura. Dejamos ese núcleo de voluptuosidad despareja para continuar la inspección en el segundo salón menos concurrido aunque más equilibrado. Aquí las parejas se solazaban con un increíble banquete ya que sobre la mesa ubicada en el centro, danzarinas contoneaban su vientre en danza milenaria, en derredor, mesas más pequeñas y con manjares de exquisita ornamentación donde los comensales reían y comían mientras observaban a las deliciosas bailarinas. El ritmo de la música incitaba tanto como las contoneantes caderas de las mujeres. Todo el salón contagiaba del supremo deleite al cual son tan proclives los árabes. Es evidente que los subyuga el placer y el gozo. Por mi mente pasó fugaz la molicie de un palacio y el confronte con la miseria de los arrabales.
Mientras contemplaba el sacudir de tan bellos cuerpos, sentí el chistido de Augusto Lecón que llamaba mi atención para que lo siguiera. Había encontrado una escalera en el fondo de la sala que se hallaba oculta por un pesado cortinaje. Los peldaños crujían denotando la estructura similar a todo lo visto hasta el momento, es decir, madera. Esta forma de armar una casa con módulos de hierro, madera y laminado plástico era una real innovación que me tenía pasmado. Al término de la escalera se abría otro salón pero sin gente ni mesas, solamente estantes con libros cubrían las paredes. Nos acercamos curiosos pues no imaginábamos que pudiera haber un material cultural en sitio tan banal. Para sorpresa nuestra los aparentes libros eran cajas con su forma. Lecón me miró interrogante.
-¿Qué es esto?- Pregunté al aire mientras me dirigía a una pared lateral.
-Parecen cajas de seguridad bancaria pero sin cerradura-. Dijo Augusto Lecón acercándose a la pared opuesta.
-Estas cajas deben encerrar algo pues están huecas-. Aseveré mientras con los nudillos de mi mano derecha golpeaba suavemente.
-Debemos abrir aunque sea una para comprobar qué contiene pero uno de nosotros debería estar cerca de la escalera para prevenir probables interrupciones de visitantes inoportunos-. Opinó Augusto Lecón con sarcasmo pero con indudable acierto.
Volví sobre mis pasos mientras Lecón intentaba abrir una caja-libro. Durante dos largos minutos estuvo forzando la parte frontal de la misma con un cortaplumas múltiple que portaba siempre en su bolsillo. Cansado del intento y con buen criterio delegó la continuidad en mí con un ademán de su mano derecha. Digo con buen criterio pues mientras él hacía el trabajo yo estuve meditando sobre la posibilidad de tener cada caja algún mecanismo de tipo electrónico para su apertura. Como carecía de disco o algo similar con números podría ser un juego de sonidos o de golpes suaves. Intentaría buscar alguna clave sonora y cavilaba acerca de cuál usaría primero cuando se me ocurrió un chiste estrafalario y por supuesto carente de todo asidero lógico. Un impulso cómico irresistible me llevó a articular, reprimiendo mi justa risa, las "sagradas" palabras de mis tardes infantiles.
-"Sésamo ábrete"-. Dije riendo y sin convicción.
Como es natural nada pasó. Estaba por intentar los pensados golpecitos en cada caja cuando recordé que la fórmula "mágica" era a la inversa; esbozando una sonrisa mas esta vez con voz clara y sonora espeté: "¡ábrete, sésamo"! Con un suave chirrido todas las cajas-libros abrieron su tapa...
Augusto Lecón se acercó hacia donde yo me encontraba con una expresión de total perplejidad en su rostro. Sus ojos bailaban de una caja a la otra y recalaban en mí para luego continuar su rítmico vaivén. Su boca estaba abierta de forma desmesurada aunque justo es decir que yo me encontraba tan atónito como él por mi broma que tan insospechadas consecuencias había traído. Nos miramos y estallamos en risas mitigadas en su volumen por el temor de ser descubiertos por los guardianes de ése orden. Las cajas-libros eran de acero templado como pudimos constatar de inmediato y en su interior cobijaban bolsas de azúcar blanco, así rezaban los grandes caracteres del frente de cada una. Lecón con su cortaplumas realizó una incisión en el grueso papel para comprobar la calidad del azúcar y dejó caer el polvo que más bien parecía ahora harina pero que el avezado Lecón identificó como...cocaína. Sí, ni azúcar ni harina ni nada que se le parezca. Eran bolsas de cocaína, una inconcebible cantidad de bolsas del mortífero veneno del siglo XX. Por eso estaban tan celosamente resguardadas en cajas-libros de acero templado y con cerradura electrónica sonora con clave inverosímil.
Pasado el momento de estupor, debíamos cerrar todas las cajas-libros de inmediato y antes de ser descubiertos; ¿cómo hacerlo rápido? Todas las paredes estaban cubiertas con estantes repletos de ellas. Cerrarlas una por una nos llevaría mucho tiempo y quedaba la duda sobre si quedarían bien selladas. Intenté cerrar la que tenía a mi alcance empujando con fuerza sostenida la tapa pero ésta no quedaba sujeta; simplemente retornaba a su máxima abertura. Medité un instante y se me ocurrió que bien podía hacerse de la misma manera en que las había abierto, es decir, con palabras. Iba a entonar la frase: "sésamo, ciérrate", lo contrario de la anterior pero rememoré que la forma exacta era a la inversa y dije, con volumen mediano en la voz y de manera diáfana, la invocación: "¡ciérrate, sésamo!" Ante nuestra admiración todas las cajas-libros cerraron sus tapas de forma hermética. Sin perder más tiempo colocamos la bolsa perforada por Augusto Lecón con su cortaplumas dentro de su respectiva caja-libro (repitiendo la treta sonora) y con los pies rápidamente esparcimos lo caído de la cocaína. Bajamos presurosos la escalera y atravesamos el salón donde continuaba el baile que absorbía a los comensales con la fabulosa cadencia de las danzarinas que se movían de manera espectacular al ritmo frenético de una orquesta donde la percusión era estrella; por suerte este sonido tan fuerte nos ayudó para pasar inadvertidos. Por supuesto que las deliciosas bailarinas atraían la atención de todos pero sin la música nos hubieran detectado por el crujir de los peldaños de madera. Nos sentamos a una mesa alejada del cortinaje que ocultaba la escalera y descansamos mirando el contoneo voluptuoso de las espléndidas mujeres. Yo aproveché para comer unos bocadillos que resultaron exquisitos y tomé unos sorbos de refresco que no abundaba ya que las bebidas alcohólicas eran casi la exclusividad. En rigor el susodicho refresco era una mezcla de frutas con agua mineral o soda y con algo de alcohol. Pude hallar una botella de agua mineral, presumo que estaba para rebajar, y le eché más agua. Observé que Augusto Lecón hacía lo mismo. Era evidente que nuestra intención de permanecer lúcidos pese a todas las tentaciones se iba logrando.
Sobre la mesa central el baile fue tomando un cariz diferente. Las muchachas fueron quitando las escasas prendas que cubrían su cuerpo a instigación del público y quedaron totalmente desnudas. Los provocativos movimientos de sus caderas, al estar descubiertas, y al abrir los muslos flexionando sus rodillas y teniendo en consideración que se hallaban paradas sobre una mesa produjeron el estallido ardoroso que se hizo efectivo al tomar un robusto muchacho a una de las bailarinas por el tobillo y atraerla hacia sí. La fabulosa mujer cayó a horcajadas sobre los muslos del joven quien, ni lerdo ni perezoso, extrajo su pene y lo introdujo en la vagina de la sorprendida danzarina que probablemente no hubiera imaginado un acontecer tan veloz. El público batía palmas, mientras la muchacha, ya repuesta, siguió su baile ahora sobre el joven. El jolgorio era total. Las parejas en las mesas del fabuloso festín comenzaron a imitar al joven con su danzarina y así todo el salón cabalgó mientras los integrantes de la orquesta continuaban impávidos con el ritmo de sus tamboriles. Augusto Lecón me miró y con un gesto elocuente ante el total desenfreno señaló la puerta, yo asentí con la cabeza y nos retiramos del salón en el preciso instante en que una de las bailarinas comenzó a gritar en forma histérica. Rápidamente apareció un fornido guardia que la tomó por la cintura levantándola y tapando su boca con una mano la retiró de la sala.
-Probablemente estaría drogada y tuvo una alucinación. No entiendo porqué se la llevó el mozo; con tanta bulla su vocerío pasaba desapercibido-. Murmuré al estar en el jardín.
-Quizás estaba diciendo algo inconveniente-. Dijo Augusto Lecón sentándose en una de las sillas que poblaban el parque.
El aire fresco nos hizo bien. Los sentidos se abarrotan de tanta lujuria y esto impide razonar; además, al menos yo, veníamos de un encuentro frustrado con la doncella primera y el ver tanto deleite hace flaquear el ánimo. Debíamos conservar todo nuestro control para continuar averiguando; la tarea no estaba concluida.
-Nos queda por ver el asunto del sótano o lo que suponemos es un refugio subterráneo. ¿Dónde se te ocurre que estará el acceso?- Preguntó Augusto Lecón apoyando su codo izquierdo sobre la mesa y colocando la palma de la mano sobre su frente.
-La mansión tiene un tercer sector; por allá se ve la terraza. Propongo que vayamos ahora mismo-. Dije levantándome pues yo también me había ubicado en un cómodo sillón de plástico.
Nos internamos en un bosquecillo y por una senda de lajas que se dirigía directamente al tercer sector. Unos cuantos metros antes de llegar nos desviamos por el lado izquierdo en medio de un tupido follaje que nos ocultaba. Nos ubicamos detrás de unas matas y observamos la construcción; ésta se elevaba varios metros más que las anteriores y su estructura era similar a la segunda, es decir, la forma de pagoda, salvo en una parte donde se abría una terraza; en ella se encontraban varias parejas bailando. Este detalle me hizo pensar que en el interior seguiría la fiesta como en el resto; no obstante, Lecón hizo el ademán de ingresar, yo asentí y dejamos el escondite para entrar en un salón con poca gente y en actitud más seria. Se trataba de personas más bien grandes de edad, no eran de la colectividad árabe, en rigor en los otros sectores también había gente de todo tipo. La fiesta era multifacética.
Había mesas con manjares variados que ocupaban el perímetro del amplio salón mientras que en el centro estaba la gran pista de baile. La música era suave en ese instante lo cual incitaba a una danza mejilla a mejilla. Este ambiente romántico se interrumpió repentinamente con el estallido, por parte de la orquesta, de un sonoro trompetazo llamando la atención. Por un costado aparecieron danzarinas con atuendo muy reducido que comenzaron a moverse rítmicamente en baile afro; con reminiscencias de trópico y caribe las muchachas contagiaron su alegría a los comensales que intentaron imitarlas. Toda la sala se transformó en un regocijo danzante que llamó por su bulla a las parejas reticentes en el jardín adyacente. Más y más gente invadió la gran sala y pronto ésta se llenó dejando vacía esa parte del parque. Nosotros aprovechamos para inspeccionar la zona exterior pues algo nos llevaba al jardín y no a la construcción. Lecón y yo nos miramos y sin decir palabra comenzamos a husmear; íbamos juntos pues en caso de peligro podíamos defendernos mejor si bien de esta forma tardábamos más tiempo en examinar el terreno; como no éramos personas violentas debíamos resguardarnos. Al pisar con fuerza el césped se denotaba claramente que debajo había plástico con muy poca tierra encima. Me incliné y con una rama hice un pequeño agujero que certificó la presunción. Sólo quedaba encontrar el o los accesos al subterráneo. Durante más de media hora registramos el parque sin hallar algo que indujera entrada; estábamos por desistir para reingresar en la mansión y buscar adentro cuando Lecón señaló un raro árbol. Efectivamente, no sólo por su forma, muy voluminoso desde el piso hasta un metro y medio de altura y luego se afinaba casi de golpe abriéndose en tupido ramaje, sino también por su contextura pues, al tocarlo, se descubría que no era madera. Lecón golpeó con sus nudillos el tronco y sonó a hueco.
-Me parece que encontramos lo que tanto buscamos. Humm... registremos el contorno de este "árbol", puede que haya una entrada bajo el césped-. Murmuró Lecón.
-Yo más bien diría buscar en el mismo "árbol" como es hueco debe ser allí la entrada al subterráneo-. Dije con cierta lógica.
-Este "árbol" es una toma de aire o respiradero. Observa bien las ramas y lo comprobarás; tienen incluso filtro purificador; allí se ve el remate metálico-. Contestó Augusto Lecón.
El césped estaba colocado en paquetes sobre una escasa capa de tierra y debajo el laminado plástico que hacía de techo al subterráneo. Removiendo las junturas de los paquetes fuimos tanteando buscando alguna argolla o algo similar que levantara la tapa del acceso. La búsqueda fue en vano. Tampoco por allí estaba la solución del enigma. Me senté en el piso a reflexionar. Algo andaba mal en nuestra pesquisa y sentía una falta de concordancia; pero qué... De pronto di un brinco y dirigiéndome a Lecón expresé: -¡cómo no lo vimos antes!-.
Comencé a girar alrededor del tronco del "árbol" golpeando suavemente con los nudillos de mi mano derecha. Todo sonaba a hueco pero a la altura de mis rodillas el sonido fue diferente: a hueco pero distinto más agudo. Me senté frente al sitio encontrado; con voz suave y clara dije: -"¡ábrete, sésamo!"-. No sucedió nada. Giré alrededor del tronco ciento ochenta grados para colocarme en el extremo opuesto y repetí la frase: -"¡ábrete, sésamo!"-. En el tronco se sintió un chirrido y se abrió girando sobre sus goznes una pequeña puerta. Adentro se encendió una luz y vimos una escalera que, girando como un caracol, descendía a las profundidades. Entramos sin vacilar; al hacerlo atravesamos un rayo de luz que hizo cerrar la puerta nuevamente. La luz ambiental continuó y mirando hacia arriba confirmamos que las ramas eran aireadores del sótano, un zumbido denunciaba a un filtro-bomba que renovaba el aire. Descendimos por la escalinata varios metros hasta llegar a un gigantesco salón que, probablemente, abarcaba casi todo el predio. Al frente y a los lados la vista se perdía en un continuo espacio cubierto por enorme cantidad de cajas de madera. La iluminación era perfecta. Comenzamos a recorrer el vasto lugar mirando absortos la cantidad de cajas apiladas en completo orden y que iban formando pasillos que permitían el tránsito. Para no perdernos en ese laberinto gigantesco usamos la vieja técnica de ir desenrollando un ovillo de grueso hilo que se encontraba al pie de la escalera inicial. Al poco rato nos dimos cuenta de que todo era igual y sólo nos bastaría con abrir una de las cajas para cerciorarnos de su contenido; era probable que el resto de las cajas contuviese lo mismo.
-A ver esta caja tomada al azar, tratemos de abrirla-. Dijo Lecón.
Tomamos una barreta de acero que se hallaba cerca intentando insertarla en la tapa de la caja y ambos hicimos palanca con todas nuestras fuerzas. La tapa saltó y los dos miramos con ansiedad adentro para constatar su contenido. Sólo vimos paja mustia que llenaba hasta el tope el cajón.
-Probemos de levantarlo para comprobar su peso-. Manifesté haciendo un gesto de decepción.
Lecón tomó el cajón por la base en un extremo y yo en el otro y al grito de: "ahora", levantamos...no logramos ni siquiera mover la caja.....
Nos lanzamos hacia la paja removiéndola con nerviosismo.
Ante nuestros atónitos ojos aparecieron pesadas armas de gran calibre.
Todo el enorme lugar era un gigantesco depósito de armas clandestinas de todo tipo y de todo calibre; completaba el prodigioso arsenal una idéntica cantidad de cajas de municiones para las respectivas armas.
Augusto Lecón y yo nos miramos. Por un momento permanecimos en silencio y taciturnos. Si bien imaginábamos algo así el hecho de ver la concreción de una idea fugaz y temeraria, servía para comprobar que en este tema todas nuestras hipótesis, aún las más quiméricas, podrían ser una realidad. Esto me preocupó hondamente pues yo ya había elaborado varias teorías muy ilusorias y que descarté precisamente por ésa característica. Reflotaría todas mis especulaciones y las colocaría en un mismo nivel de confronte con lo que fuere sucediendo, tratando de amalgamar todos los cabos sueltos en un informe final. En pocas palabras le comuniqué a Lecón estos pensamientos y él estuvo de acuerdo conmigo. Habían pasado muchos minutos desde nuestro ingreso en el sótano de las armas y se tornaba peligroso seguir allí más tiempo pues si descubrían nuestra ausencia de los dormitorios y de los salones, al no haber registrado la salida de la mansión, comenzarían a buscarnos y de hallarnos en ese lugar seríamos, con certeza, hombres muertos; esa gente no andaría con escrúpulos. Colocamos la tapa en su sitio para que no sospechasen nuestro descubrimiento y regresamos tomando el hilo conductor, que habíamos desplegado a la entrada, y él nos llevó a través del laberinto a los pies de la escalera; unos metros antes el hilo, al frotar con una arista de la gran caja instalada en la entrada, se rompió. Esto nos molestó sobremanera pues el ovillo quedaría más pequeño y podrían notar su uso anormal. Si le hacíamos un nudo y lo enrollábamos, al usarlo notarían el empalme y también recelarían. ¿Qué hacer?
-Observa aquello-. Dijo Lecón extendiendo su mano izquierda.
Apoyada en una de las cajas había una lata que rezaba: "pegamento".
Con rapidez y sin decir palabra, pues lo interpreté de inmediato, tomamos la lata y mientras Lecón con su cortaplumas múltiple la abría con cuidado yo puse ambos cabos de la cuerda rota juntos sobre una tapa. Con delicadeza hundimos en el pegamento los extremos y luego los unimos sobre la tabla, sin hacer nudo alguno. Antes de secar del todo levantamos el hilo y vimos que se mantenía adherida la juntura. Con los dedos, girando el hilo, logramos disminuir el volumen de dicha unión hasta quedar casi igual al resto. Taponamos la lata y la colocamos en su sitio, haciendo lo propio con el ovillo de hilo previamente enrollado. Al subir la escalera notamos que las luces del subterráneo se iban apagando paulatinamente; esto se lograba con ondas luminosas que atravesaban los peldaños y que nosotros obturábamos al pasar. Pensé que al llegar al último peldaño y por consiguiente al postrer haz lumínico se abriría la puerta de acceso. Mi expectativa se vio frustrada. Nos quedamos paralizados un instante pero casi al unísono vociferamos: "¡ábrete, sésamo!". La portezuela se abrió de inmediato y salimos con extrema cautela y en absoluto silencio. En el parque no había nadie cerca y antes de irnos me volví hacia el "árbol" para decir la frase de cierre pues no habíamos atravesado ninguna onda luminosa de salida. Sin embargo la puerta ya estaba cerrada y sin chirrido alguno. Este hecho nos pareció extraño; al mirar hacia las ramas vimos que una de ellas operaba como interruptor o algo similar, captando las salidas y operando el cierre. Yo tuve el temor de haber sido filmados por alguna cámara controladora aunque la oscuridad nos favorecía para no ser identificados con precisión. Lo del chirrido no tenía explicación. Salvo que a la entrada fuese un aviso de recepción...lo cual significaba que podrían estar contabilizando las visitas por el mismo medio electrónico; en este caso les llamaría la atención en el recuento y buscarían a los intrusos por la lista de invitados. Lo más probable es que, ya avisados del descubrimiento de su escondite, cambiaran de lugar; total todo es desmontable. Sin embargo eran conjeturas mías; quizá no fuera detectada nuestra visita; el tiempo lo diría.
Caminamos lentamente por el césped en dirección al segundo sector y luego con parsimonia y displicencia orillamos la "pagoda" para entrar en la primera sección de la finca, donde todo era bullicio y ya las parejas ni siquiera subían a los dormitorios: echados en el suelo, quizá con drogas encima, se ufanaban en todas las prácticas sexuales imaginadas. La fiestita estaba en su apogeo mientras una pareja dirigía a un grupo de hombres muy maduros que, tambaleándose, perseguían a muchachas desnudas las cuales reían por la impericia de los vejetes. Esto último resultaba de lo más desagradable; los pobres ancianos al alcanzar, porque se lo permitían, a alguna mujer eran manoseados por ellas pero sin lograr el objetivo de erguir su sexo. Ellas reían y ellos caían, agotados sobre el piso, en un adormecimiento.
-Parecería que todavía no se descubrió el homicidio del hombre clavado con la lanza en el dormitorio-. Manifestó Lecón hastiado de ver cómo se jugaba con ancianos y sentándose a una mesa algo retirada.
-No se descubrió o si se hizo se ocultó. Me parece que esto último es lo más probable. Aquí hay delincuencia de alto vuelo y rango-. Dije pensando en voz alta.
Lecón me miró con ojos escrutadores. Por un rato ambos nos intercambiamos mudos mensajes con la mirada. Era claro y evidente, para nosotros, que la cuestión venía mucho más compleja de lo imaginado. Mientras, a nuestro alrededor, el frenesí iba en aumento. Las mujeres corrían perseguidas, en juego compartido, por los hombres que aún permanecían con algún grado de lucidez. Una de ellas fue alcanzada por un gigantesco mozalbete que la derribó. La muchacha cayó de bruces pero logró frenar la caída con sus manos, mientras el joven se tumbaba sobre ella y la penetraba por detrás ante el batido de palmas de la concurrencia.
-Aquí ya no podemos dialogar con nadie. Además con todo lo que hemos descubierto es más que suficiente para comprender el nivel de la situación. Lo mejor que podemos hacer es irnos antes de que tengamos problemas; somos los únicos que estamos normales y lúcidos. Esto es una orgía de la Roma antigua-. Dije con una sonrisa y levantándome.
-Tienes razón mas los romanos se quedaban cortos, no conocían las drogas de la actualidad; en cuanto al sexo existió siempre y es natural, pero éstos están todos drogados-. Aseveró Lecón con una última ojeada a la bacanal.
Con andar cansino y disimulando nuestra sobriedad para no llamar la atención nos fuimos retirando lentamente de la fiesta. En el estacionamiento un mozo bastante ebrio nos dio paso con el ademán de una mano mientras que con la otra sujetaba los senos de una bella muchacha que cabalgaba sobre sus muslos. Al salir hacia la ruta no nos siguió ningún coche. Claro, estarían todos entretenidos en la mansión del placer...



3. COMIENZA LA TELARAÑA
Era muy avanzada la tarde cuando desperté. La tensión de la noche anterior hizo que mi sueño fuera entrecortado pero prolongado. Luego de unos instantes me levanté con parsimonia, quizá todavía no despierto del todo. Me afeité con lentitud y luego me dirigí hacia la cocina para desayunar. Al pasar por la sala de estar lo encontré a Lecón repantigado en un sillón leyendo el diario y al saludarlo con un ademán (yo no estaba despabilado del todo) dijo en voz alta con la vista fija en el papel: -parecería que no hubiese pasado nada pues el diario no menciona el homicidio-. Yo seguí mi camino a la cocina para preparar alguna infusión y comer tostadas con mermelada; desde allí le contesté: -es lógico pues los diarios salen al amanecer y el homicidio habrá sido dos o tres horas antes; además yo pienso que va a ser ocultado. Ni siquiera mencionará la fiestita; recuerda que fue privada. Quizás alguna revista de chismes diga algo en los próximos días-.
-Amigo, son las diecisiete. El diario es vespertino, tuvieron todo el tiempo del mundo. Es evidente que el homicidio no fue denunciado. ¿Qué hacemos con Hugo?- Preguntó Lecón desde su sillón.
En una bandeja puse dos tazas y una fuente con tostadas; platitos de dulce y dos recipientes con té y con leche completaron el desayuno, bueno en realidad sería la merienda conforme a la hora pero para mí era la primera comida del día. Al aparecer yo en la sala, Lecón dejó su diario y mirando la bandeja tan completa y bien servida rió dando palmadas sobre la mesa.
-¿Por qué tanta risa?- Pregunté medio ofuscado.
-Mírate en el espejo-.
Al hacerlo reí de buena gana yo también: estaba desnudo y no lo había advertido por mi somnolencia, aunque en rigor yo en verano y en mi casa suelo estar desnudo. Todavía no me había acostumbrado a compartir el departamento con otro. Tenía razón Lecón: la imagen de desnudo y con la bandeja era divertida.
Riéndome, fui a mi cuarto a vestirme. Al regresar me senté a la mesa para tomar mi primera taza de té.
-Con respecto a Hugo pienso que no deberíamos decirle nada de lo descubierto-. Contesté la pregunta pendiente, luego de la bufonada.
-Yo considero lo mismo pero me gustaría conocer tus razones-. Dijo Lecón tomando una tostada y cubriéndola de dulce.
-Al mandarnos a la fiesta él debe saber algo que nos está ocultando. ¿Cómo es posible que semejante escondrijo le pase desapercibido? Por más rápido que se pueda construir una mansión con esos materiales, el sótano requiere una gran excavación que no puede realizarse en días-. Aseveré en tono preocupado.
-El hueco en la tierra podría haber sido hecho antes por algún motivo diferente; por ejemplo construir los cimientos de un edificio y luego abandonar la edificación. Sin embargo presiento que se puede hacer una excavación como ésa en horas con tecnología de avanzada. Inclusive toda la mansión y su sótano en muy pocos días es factible lograrla y aun transportarla a otro sitio en breve lapso. Aquí hay algo muy extraño, Javier-. Afirmó Lecón sirviéndose la segunda taza.
-Hugo nos mandó allí para hablar con personas y nosotros no hablamos con nadie. En cuanto a personas no sabemos nada pero en cuestión de organización delictiva sabemos mucho. Lo que descubrimos tiene una enorme trascendencia pues se trata de una gigantesca estructura combinando drogas y armas: los dos flagelos más grandes en estos momentos de la humanidad. Son la herramienta de la muerte y es claro y evidente que hay complicidad de muchos en el ámbito oficial de todos los países. No se puede hacer lo que hacen los traficantes de drogas y de armas sin el consentir de personas con influencia en el poder. Coincido contigo, aquí hay algo muy raro-. Manifesté untando una tostada y sorbiendo luego mi té con leche.
-¿Qué le diremos a Hugo entonces?- Demandó Lecón en un intervalo entre la segunda y tercera taza de té con leche.
-Que la fiesta fue una orgía y que nos fuimos por no poder hablar con la gente pues estaban drogados. De esta forma lo ponemos en conocimiento de que había drogas allí y si él nos oculta algo verá que nosotros sabemos al menos el consumo de drogas en la mansión-. Propuse comiendo mi última tostada con mucho dulce y echándome en un sillón cabizbajo.
Lecón también estaba pensativo pues no le gustaría, como a mí, ocultarle a Hugo nuestros hallazgos pero no había otro camino. El asunto se ponía cada vez más complejo y los sutiles hilos del poder podrían obstaculizar nuestra investigación si informábamos ya.
-Tengo una curiosidad. ¿Cómo te las compusiste con la muchacha que te llevó a la planta alta?- Pregunté para divagar un poco y suavizar la tensión.
-Presiento que hice lo mismo que tú. La mujer era una maravilla pero si tomaba todas las copas que me ofrecía hubiese perdido el control; obvio que su intención era ésa. El problema fue sacármela de encima. Una vez en el dormitorio comenzó a desnudarse. Yo estaba enardeciéndome pues ella me acariciaba los genitales con cada prenda que se quitaba. Antes de que mi excitación fuese incontenible opté por emborracharla pues había una botella de champaña en un rincón. Ella por momentos sospechó de mi accionar pero yo la besaba mientras a su espalda tiraba en una maceta el contenido de mi copa. La muchacha al ver siempre mi copa vacía habrá pensado que estaba ingiriendo mi champaña y eso puede haberla tranquilizado pues se abandonó a mí. Yo seguía besándola y acariciándola esperando el efecto del alcohol sobre su hermosa cabecita. Hubo un momento de suspenso cuando ella se tumbó sobre la cama y no tuve más remedio que echarme encima. Si bien yo estaba con toda mi ropa ella, con gran habilidad y profesionalidad, intentó correr el cierre del pantalón y fue en ese instante que la enorme cantidad de alcohol que había tomado hizo efecto y se quedó dormida antes de concretar la cópula. Te aseguro que no sé cómo hice para contenerme y no penetrarla ya que al subir el cierre de mi pantalón rocé su húmeda vagina y mi ardor casi hace eclosión. La dejé durmiendo su borrachera y salí al corredor donde nos encontramos-. Relató su experiencia Augusto Lecón con un suspiro final.
Yo le conté mi aventura y reímos por la común tontera de haber desperdiciado unas mujeres tan exquisitas pero el trabajo era lo primordial; ya gozaríamos cuando concluyéramos el asunto del atentado. Y entonces sí todo el ardor contenido...
-El depósito de armas me preocupa sobremanera. Es inadmisible que eso esté allí y sin conocimiento del gobierno. ¿De quiénes son las armas? ¿Para qué están allí? Así como hay guerras localizadas en Europa y en África ¿se pretende hacer lo mismo en Latinoamérica? ¿O son para terrorismo? En este supuesto ¿son para los fundamentalistas y sería el atentado que se prevé?- Se preguntaba Augusto Lecón en voz alta.
-Cabe otra posibilidad-. Dije en tono misterioso.
-Creo que agoté todas con las preguntas que hice-. Replicó Lecón medio molesto.
-Falta el contrabando de armas. Pueden estar allí simplemente para venderlas a los países beligerantes consumidores de esos adminículos. Es el principal negocio junto con el tráfico de drogas. ¿Acaso no lo sabías?- Repuse con máxima ironía.
Lecón estuvo unos segundos mirándome como si hubiese sido sorprendido en grave falta y luego palmeó mi rodilla diciendo: -tienes razón, ese armamento va a ser vendido. Ahora recuerdo que hace algún tiempo un conocido contrabandista estuvo en estos lares haciendo papeleos ilegales para obtener su pasaporte con nuestra nacionalidad y fue pescado in fraganti. No sería nada extraño que hubiese una conexión entre ése señor, el depósito y...¡vaya uno a saber quién más!
-¿Quién? ¡Quiénes más bien! Esto no se puede hacer con un sólo contacto oficial, si es que a eso te refieres, debe ser una telaraña...- Reflexioné tomando mi cabeza con honda preocupación.
-Sí, una telaraña. Pero ¿quién será la araña?- Insistió Lecón tomándose el mentón con los dedos índice, pulgar y medio de la mano izquierda y apoyando el codo en su muslo también izquierdo.
Para los dos era evidente que semejante depósito no estaba allí para el atentado que se esperaba.
Varios minutos estuvimos en silencio y cavilando; sin embargo nuestra abstracción significaba que ambos tratábamos de tomar los cabos sueltos de esa ya simbólica telaraña. La imagen de una tela de araña fue haciéndose cada vez más real pues coincidía con mi teoría de la intermediación. El fabuloso mundo del contrabando de armas y de drogas mueve cifras siderales. Es claro y evidente que para efectuarlo, como se hace, es imprescindible la intermediación de personajes con poder y esto sucede en todos los países del mundo sin excepción. ¿Quiénes son estos personajes? ¿Dónde están ubicados? ¿En un solo sitio o en varios lugares? La paga que reciben por su intermediación, o por interponer sus "buenos oficios", ¿es dinero o más poder? Quizás ambas cosas estén intercomunicadas: con dinero se obtiene poder y éste es la ambición máxima de la mayoría de los seres humanos. Siempre me pregunté para qué pero hay una pregunta anterior: ¿por qué? Sí, ¿por qué se ambiciona el poder? Mi respuesta es porque teniendo poder, es decir manejar a otras personas a su arbitrio, el ser humano se siente supremo, es decir un dios real no ficticio como el que tiene en su cerebro cuando lo imagina. Ahora, ¿para qué el poder? Para cumplir una orden genética: ser ese pequeño dios. Muchas veces ese deseo de poder está disfrazado con racionalizaciones altruistas (los que "hacen" para los demás ocultando, sin darse cuenta, su verdadero objetivo egoísta). Esto último sucede con las ideas religiosas y con las ideas políticas. En el caso de la codicia económica, es decir querer bienes para sí, es más directo el objetivo de lograr poder ya que no hay disfraz altruista; podríamos expresar que es menos hipócrita. Los que buscan el dinero cumplen la orden genética (ser pequeños dioses o semi-dioses) más espontáneamente, quizá sean más confiables que los "altruistas". No obstante la genética nos gobierna...¡perpetuemos la especie!
-Tan trascendental como el contrabando de armas es el de las drogas; lo que vimos en la mansión fue terrorífico. Ese sarcasmo de las cajas-libro me aniquiló pues el libro es, por ahora, el símbolo mayor del conocimiento y que sea usado como pantalla de drogas es lo máximo-. Dijo Lecón interrumpiendo mi meditación.
-Quizá fue hecho a propósito como metáfora. Recuerda que muchos consideran el conocimiento como "droga". En el pensamiento oriental lo correcto es la inacción, la quietud y la ignorancia. Lao Tse por ejemplo; yo siempre evoco su cita 65 del "Tao Te Ching" que dice: "Los buenos taoístas de la antigüedad no ilustraban al vulgo (sic), lo dejaban en su ignorancia. El pueblo se gobernará difícilmente si posee muchos talentos. Gobernar con talentos es ruina del Estado. Sin talentos se enriquece el Estado. El conocimiento de esta doble realidad es la verdadera solución"-. Expuse recitando un tremendo pensamiento que muchos practican.
-Cuanto más ignorantes sean los pueblos más se puede extraer del erario. El tesoro público de las naciones, provincias y municipios es una de las presas más codiciadas y más que el Estado, como tú dices que expresa ese Lao Tse, se enriquecen los funcionarios. Para los que detentan poder el conocimiento es una "droga" que debe ser combatida. Para los que intentamos conocer, la ignorancia es la verdadera Droga que se obtiene a través de las otras drogas tanto químicas como psíquicas; pueblo adormecido es fácil de engañar-. Argumentó Lecón levantándose y poniéndose a caminar por la sala.
-Las drogas químicas son una paradoja. Observaste que en nuestro país cuando no se las combatía su consumo era reducido pero ahora que se las combate aumentó enormemente el uso. De país de tránsito somos ahora país de consumo además de tránsito-. Dije mirando a Lecón en su paseo que preanunciaba alguna cuestión.
-El combate a las drogas químicas les sirve de publicidad pues alienta el consumo de lo prohibido. Considero que si se vendiera como el alcohol o como el tabaco, que también son drogas químicas (un vaso de vino mata cinco mil neuronas) bajaría notoriamente el consumo-. Expresó Lecón frenando sus pasos y mirándome con expectación.
-Pero se acabaría el fabuloso negocio del contrabando de drogas-. Refuté con ironía.
-Tienes razón se cortarían los seiscientos cincuenta mil millones de dólares que se comercializan por año en el planeta. Quebrarían muchas empresas y podría ser un colapso. ¡Cuántas honestas fundaciones se hicieron con dinero "lavado" del narcotráfico! En algunos países dichos fondos sustentan comunidades enteras. Y esto sólo hablando de las drogas químicas, imagina lo que podría suceder si las drogas psíquicas (creencias de todo tipo y color que pululan en el cerebro del noventa y cuatro por ciento de los seres humanos) dejaran de actuar: el colapso sería mayor aún-. Manifestó Lecón con sarcasmo y reanudando su ejercicio.
-Abundan los países donde los religiosos forman verdaderas sociedades comerciales que lucran con los aportes de sus feligreses. Tienen programas por radio y televisión (como cualquier sociedad mercantil) y sus dirigentes viven con holgura a costa de la miseria de sus adeptos-. Completé mirando el piso y recordando a los dueños de tantos "rebaños".
-"La culpa no es del chancho sino de quien le da de comer"-. Sentenció Lecón maquinalmente aunque luego intentó corregir ese adagio tan generalizado como erróneo; llegó tarde...
-Error, la culpa y el dolo es de los delincuentes que engañan con sus cantos de sirena. Las ciencias y la tecnología han comprobado sus falsas aseveraciones. Si siguen insistiendo con sus mentiras es o porque son enfermos y por ende deliran o son delincuentes que, además de ser enfermos, dañan. La Justicia debería intervenir; no lo hace por el poder que comentábamos antes. La presión del poder en todos sus matices, económico, político y religioso hace que la Justicia no actúe. Incluso los jueces en todos los países tienen convicciones o creencias de algún tipo que no les permiten ser imparciales. Ni siquiera las pruebas más evidentes lograrían cambiar los preconceptos. Recuerda que las ideas tanto religiosas como políticas tienen una fuerza altamente improbable de contrarrestar por más evidencias que se arguyan. El ser humano es refractario al discurso racional-. Expuse sintetizando largas investigaciones sobre la naturaleza humana.
-Las drogas de todo tipo sirven para ese objetivo y aumenta geométricamente el consumo en el planeta. La cuestión del atentado que estudiamos ¿no estará relacionada con el tráfico de las drogas químicas o de las armas? Hasta ahora la presunción es relacionarlo con las drogas psíquicas, es decir móvil religioso o político y ejecutado por un fanático suicida probablemente fundamentalista pero ¿si no es así?- Teorizó Lecón con lógica impecable.
-Hagamos esto: busquemos por el lado que tú estás sugiriendo. Yo me adhiero a tu tesis. Lo que vimos en la mansión del placer está corroborando que la cosa anda por el lado de las armas y de las drogas químicas. Puede haber un negocio gigantesco y el atentado ser la pantalla o el medio de concretarlo. Lo que no entiendo, por el momento, es porqué si el negocio anda tan bien no siguen así-. Discurrí con voz tenue, medio inseguro.
-Quizá sucedió algo que cambió las reglas de juego-. Manifestó Lecón con su típico tono enigmático cuando está intuyendo algo muy grave.
-¿Un agujero en la telaraña?- Pregunté haciendo uso de la metáfora ya instalada en nuestro trabajo.
-Probablemente no sea un agujero, sino más bien un hilo que zafó de su enganche en algún extremo. Intuyo que puede aparecer la araña para restaurar el enganche suelto-. Arguyó Lecón siempre con la inflexión reservada en la voz.
-Insistes con la trascendencia de la araña por sobre la telaraña. Lo que se extiende es la tela de la araña. La tejedora es secundaria; más aún pueden existir varias arañas-. Repliqué para no perder el hilo (!).
-¿Qué pensarías tú si te dicen que hay un complot de envergadura universal?- Preguntó Lecón.
-Que se trata de una paranoia-. Contesté sin vacilar.
-¿Si ese complot es tácito y no acordado?-
-Podría ser más verosímil-.
-¿Por qué un acuerdo entre personajes te parece paranoia?- Insistió Lecón con seriedad manifiesta.
-No lo sé; sólo lo siento así. No puedo entender la idea del complot universal me parece simplemente paranoia-. Dije en tono intrascendente y sin darle importancia.
-Sin embargo Churchill, Roosevelt y Stalin en la conferencia de Yalta se repartieron el mundo y eran sólo tres personas. Sus actos duraron cincuenta años y presumo que la nueva repartija, con distintos nombres, puede estar peligrando-. Espetó Augusto Lecón haciéndome levantar de un brinco.
Por unos instantes quedé mudo y absorto. Las reflexiones tan categóricas de mi amigo me apabullaron de tal manera que no pude expresar palabras por varios minutos. Sin embargo, luego del estupor inicial, encontré un punto flojo que Lecón no previó.
-El gigantesco negocio es vender drogas químicas y armas para que consuman los ingenuos; el negocio de las drogas psíquicas es para mantener la ignorancia que pregonaba Lao Tse entre otros y poder seguir con el enriquecimiento de los Estados y el usufructo por parte de los que detentan poder. El statu quo está garantizado. Mientras haya drogas, de ambas clases, y armas para los beligerantes no puede pasar nada. Además se combate la droga química dándole publicidad y haciéndola manjar prohibido lo que incita más al consumo por parte de los adolescentes, de los que tienen predisposiciones adictivas y de los inmaduros. Está todo bien, ¿cómo puede peligrar?- Pregunté ya más tranquilo luego de mi salto.
-Yo no dije que puede peligrar el statu quo los que peligran son los dueños del reparto, es decir las arañas. Los "cerebros" en tu jerga. Los dueños del poder pueden ser reemplazados por otros-. Manifestó Lecón.
-¿Guerra de pandillas como en USA en la época de la depresión?- Pregunté con una sonrisa sarcástica.
-Guerra de mafias preparándose para una probable depresión-. Contestó Lecón.
-¿Depresión económica mundial como la de 1929?- Pregunté preocupado.
-Peor, mucho peor-. Respondió Lecón sentándose y echando hacia atrás su cabeza para distender los músculos del cuello.
-¿Sobre qué basas tu aserción?-
-En mi intuición-. Respondió Augusto Lecón lacónicamente.
Ambos quedamos un instante mirando el piso y sin pronunciar palabras. Yo ya había aprendido a respetar la intuición de Lecón pues su mente trabajaba sin pre-juicios, es decir tomaba las cosas sin deformarlas con subjetivismos, su secreto estaba en que miraba donde otros apenas veían y escuchaba donde otros ni siquiera oían. Su máxima habilidad era captar los cabos sueltos de todas las cuestiones y unirlos como en un rompecabezas; en los sutiles recovecos encontraba las analogías de cosas aparentemente inconexas. El llamado sentido común tenía en él a su máximo exponente. Su criterio, a veces, parecía aventurado pero en corto tiempo los hechos confirmaban sus presunciones. Augusto Lecón era un individuo que despertaba confianza a poco tiempo de conocerlo, aunque en este caso...
-¡Estás presagiando una catástrofe!- Exclamé de pronto rompiendo el silencio.
-No soy adivino; puedo equivocarme. Sólo sostengo que existen altas probabilidades de una depresión económica mundial y que las arañas están impacientándose en sus nidos. En casi todos los países del planeta existen mafias que intentan controlar los negocios fructíferos, es decir ambas drogas (la psíquica y la química) y las armas; los adictos consumidores se están matando con las dos drogas (en realidad con la droga psíquica mueren simbólicamente, sólo están adormecidos y anulados) y los adictos consumidores de armas se matan entre sí. Es necesario incrementar el consumo con nuevos adherentes para ir reemplazando a los caídos. Las grandes campañas en contra consiguen con su publicidad crear una aureola de lo prohibido que hace apetecible el consumo pero es imprescindible originar antes el aburrimiento sobre todo en la gente joven. El aburrimiento se consigue muy fácilmente en las sociedades contemporáneas y es la principal causa de que los adolescentes prueben alguna droga. Si hay predisposición adictiva continuarán haciéndolo, en caso contrario quizá dejen de consumir pero como el hastío continúa son la carne de cañon adecuada para generarles una psicosis bélica mediante alguna idea fuerza, generalmente o patriótica o política o religiosa y muchas veces mezcla de todas ellas. En las situaciones bélicas mueren en los combates los jóvenes no los adultos o los maduros. Los jóvenes rápidamente pueden exteriorizar esa psicosis latente; basta con escuchar sus cánticos guerreros cuando se preparan a morir por la patria o por ideas de cualquier tipo; son los héroes... Esto explica como lentamente las mafias de las drogas (de ambas) y las mafias de las armas se están intercomunicando y apoyándose mutuamente. Los grupos armados, por ahora los irregulares, se financian ya con el producto de la venta de drogas químicas (comprobado) y psíquicas (sospechado o intuido). Hay más aún, muchas empresas de todo tipo tanto comerciales como industriales, fueron promovidas con capital derivado del tráfico tanto de armas como de ambas drogas. Entidades bancarias y de seguros son propiedades de estas organizaciones que adquieren carácter legal amparadas por una impunidad manifiesta. Muchos respetable personajes mundiales admiten que sus fundaciones o sociedades fueron creadas con dinero proveniente del narcotráfico aunque justifican sus actos diciendo que por lo menos ahora el dinero se emplea para un fin bueno. La idea es que no importa la procedencia del capital sólo se contempla la finalidad: si ésta es buena, todo vale. Obviamente que esas fundaciones ahora trabajan para hacer cosas buenas, es cierto, pero se construyeron con los cadáveres de los adictos (tanto a las drogas como a las armas). Esos adictos eran enfermos. La selección natural los defenestró: no eran aptos para la supervivencia; sólo que en este caso la selección natural fue ayudada por las mafias traficantes. Surge un nuevo problema: la descendencia de esos adictos tiene una tara genética que lentamente va a ir degradando la especie. En el siglo veintiuno ser joven va a ser un escollo difícil de sobrellevar salvo que se logre eliminar el tedio, nudo gordiano de toda la cuestión según mi intuición-. Concluyó Augusto Lecón con una lánguida sonrisa.
La exposición de mi amigo me originó un sabor amargo que costaba disipar a pesar del esfuerzo. Maquinalmente fui a la cocina y traje la bandeja con más té. En silencio revolvía con la cucharita para amalgamar el jugo de limón con el oscuro brebaje; cuando obtuve el color deseado apoyé la cuchara en el plato y elevé la taza que quedó suspendida ante mi boca; mis ojos se recrearon con una partícula del limón que flotaba a la deriva...me sobresalté...una idea surgió repentinamente.
-Observa, del limón exprimido quedó esta pequeñísima parte sólida que flota en la superficie de la taza; el jugo se mezcló con el té y cambió el color de la bebida, ahora es té con limón. Sin embargo este ínfimo trocito conserva su carácter sólido y está suspendido en la superficie: flota sin hundirse aún tiene su identidad de limón puro. Pudo aguantar el ser exprimido y sobrevive como partícula de limón. Es para imitarlo ¿no te parece?- Reflexioné con una imagen optimista a mi pesar.
La alegoría nos sumió nuevamente en el silencio. La investigación parecía llevarnos por regiones impensadas.
-Amigo Augusto, te contaré una experiencia que tuve hace muy poco y quizá te ayude a comprender cómo somos los humanos y por ende agregar algo a nuestra investigación. Mientras desayunaba estaba mirando por televisión un programa periodístico. El conductor de la audición, que reemplazaba al titular por vacaciones de éste, se comunicó vía satélite con una importante ciudad del interior del país. La noticia del día era que una señora y su hijita habían concurrido a una iglesia y que mientras rezaban a los pies de una estatua la niña tocó dichos pies y se manchó de un líquido rojo. En la pantalla la doble imagen presentaba al susodicho periodista y a una señora joven con una niña de corta edad. La joven señora comenzó su relato aseverando que el líquido era sangre que provenía de la estatua lo cual fue confirmado por un policía que acudió ante el llamado de ella y del religioso a cargo del templo; prosiguió diciendo la joven señora que el guardián de la ley tomó con su dedo un poco del rojo líquido y llevándolo a su boca probó su sabor constatando, según su entender, que era sangre. Este policía luego se mostró temeroso de haber gustado esa sangre por el problema del sida y solicitó a la señora sus datos para tenerla como testigo por algún problema eventual. En este momento el periodista le preguntó a la niña su edad; cinco años contestó ella y luego le preguntó qué pedía a la imagen; la niñita contestó que le pedía que sus padres no pelearan tanto. La madre se ofuscó levemente ante la respuesta infantil y agregó que sí era verdad que peleaba con su marido sobre todo por cuestiones económicas y de paso se justificó diciendo que la vida estaba muy difícil en el país y eso nos tenía mal a todos. Luego de la digresión el sagaz periodista preguntó a la mujer qué sentía al orar antes del descubrimiento y qué al salir de la iglesia. La señora respondió que le daba pena encontrar siempre la iglesia vacía y que ella pedía a su dios que las personas acudiesen a orar al templo como ella. Agregó que al salir sintió una gran paz y se retiró a su casa con la hija pero que de inmediato llegaron periodistas a entrevistarla y que publicaron toda la historia por radio, prensa escrita y televisión diciendo: "el milagro de la estatua que mana sangre". Comentó que toda esa publicidad ella no la quería pero..."bueno las cosas son así; el cura me dijo que ahora el templo se llena de gente para ver el milagro de la sangre que sale de la estatua". El astuto periodista hizo otra digresión preguntando a la niñita si ahora (habían pasado varios días del "milagro") los padres no se peleaban; la cándida niña de cinco años contestó: "se siguen peleando igual". La emisora de televisión cortó abruptamente la emisión y comenzó con tandas publicitarias-. Concluí el relato recostándome en el mullido sillón.
Lecón me miró durante un buen rato buscando en mi rostro algún detalle ignoto pero yo permanecí imperturbable esperando sus reflexiones sobre la jugosa narración.
-¿Arreglo económico entre el religioso y la señora por la publicidad?- Preguntó Lecón moviendo ligeramente los labios.
-¿Un policía puede probar presunta sangre así nomás? ¿El temor del sida le vino después?- Al advertir el juego de mi amigo, lo seguí.
-Análisis urgente. ¿Sangre humana o de otro animal?- Siguió Lecón arrellanándose en el sillón.
-¿Peleas en el matrimonio por problemas económicos solamente?
-La paz de la señora al salir del templo sería por satisfacción ¿de qué tipo?- Pregunté con ironía.
-Depende del arreglo ¿y si fue mixto?- Parecía que Lecón hacía hincapié en este punto del acuerdo.
-¿Pago en especie y en moneda?- Proseguí con el punto que intrigaba a Lecón.
-El marido siguió peleando (asevera la nena que no miente) ¿podría no ser en moneda?- Continuó Lecón tomando su rodilla derecha con ambas manos.
-¿No es que era mixto?- Miré a Lecón desconcertado.
-Sexo, moneda o un tercer elemento ¿quizá simples promesas?- Añadió Lecón mirándome fijo.
-¿De trabajo?- Dije pensando en el máximo problema que acucia al país.
-Podría ser aunque es prematuro; no le dio tiempo de concretar ¿más bien promesa de dinero?- Dijo Lecón rascando su mentón.
-Si es mixto ¿promesa y qué más?- No me convencía la mixtura, era demasiado para la joven señora.
-¿Promesa más alguna variante de sexo?- Siguió Lecón obsesionado.
-¿Por qué variante?-
-Con la niña presente mucho espacio no hay ¿no te parece?- Discurrió con razón.
-Comprendo, dedos mágicos ¿verdad?- Expresé sonriendo.
-La paz de la señora lo indicaría-. Aseguró Lecón.
-Seguir peleando con el marido también lo señala-. Afirmé pensativo.
-Lo más importante de todo es que llamaron la atención. El país (y quizás en el exterior) se enteró de la joven señora (que pelea con su marido) y de su hijita que descubrió sangre "milagrosa" en los pies de una estatua. El templo ahora se abarrota de personas que desean ver la sangre. Ese objetivo está cumplido. Esperemos que les dure ¿no te parece?- Concluyó Lecón con ironía en la última frase.
La tonta e insulsa charla, plena de desvaríos y necias suposiciones, sirvió, sin embargo, para resaltar el punto clave: "de cómo llamar la atención" podría titularse el diálogo. La idea "mágica" siempre vigente seduce a las personas por encima de toda otra cuestión. Los "milagros", casi en el siglo XXI, aún se manifiestan con fuerza. La explicación de la paz de la joven señora simplemente podría ser por cumplir su objetivo de llenar el templo; antes la angustiaba su vacuidad (¡la suya de ella y la del templo!).
-Hemos agregado algo valioso: la droga psíquica es un arma poderosa que confluye con las otras armas para anular personas quitándoles el sentido de análisis crítico de la realidad. La repetición de percepciones sensibles va produciendo en la memoria imágenes comunes a más objetos, una especie de noción general, lo que queda en la memoria de la imagen ya percibida; estas nociones previas o prenociones a través de un sutil y complejo proceso de analogía, semejanza, comparación o síntesis de datos sensibles nos llevan a buscar las causas de las cosas o de los hechos; aquí es donde se originan las opiniones o los supuestos. Estas opiniones pueden referirse a un hecho oculto o a un hecho futuro. Averiguar un hecho futuro es muy simple: lo único que se requiere es esperar. En cambio, tratándose de hechos ocultos sustraídos a la experiencia directa intervienen sobremanera las prenociones y luego las opiniones que son notoriamente subjetivas y en función de esos pre-juicios o prenociones. En pocas palabras: cada uno ve lo que quiere ver. El meollo es saber qué quiere cada cual. Por eso hay tantas divergencias-. Expuso Augusto Lecón progresando de manera imprevista en la investigación del atentado.
-Justo, esa frase tuya: "cada uno ve lo que quiere ver" es una verdadera síntesis de sapiencia. Los preconceptos o prenociones como tú los llamas son la esencia de las opiniones que luego se defienden hasta con la vida. El análisis crítico ha dejado casi de tener vigencia en la órbita juvenil; eso explica porqué la mayoría de los adolescentes buscan imitar modelos ofrecidos por la sociedad enferma; una frase muy común en ellos es: "está todo bien". Las drogas adormecen más aún la capacidad de crítica. En el relato de la joven señora ella vio un "milagro" pues sus prenociones apuntaban hacia allí. Observa que yo, sin darme cuenta, hacía hincapié en otros datos de su narración; por ejemplo lo dicho por su hijita de cinco años que iba al templo a pedir que los padres no se pelearan más y su rezo no fue atendido, los padres siguen peleando. El perspicaz periodista concluyó el reportaje preguntando a la niña precisamente esto y en el canal cortaron abruptamente la transmisión. El ruego de la madre, en cambio, sí fue satisfecho: la iglesia antes vacía, ahora con el "milagro" se colmó de gente. El detalle del policía que prueba la sangre para mí y para tí también fue importante por lo raro. Que el religioso al frente del templo también dijera enseguida que podía tratarse de un "milagro" me resultó (a ti lo mismo) sospechoso y esto se completa con la reticencia de las autoridades religiosas superiores a admitir el fenómeno. Mis prenociones (y las tuyas) llevaron a ver estos puntos y a no aceptar la tesis del "milagro" como sí lo hicieron la joven señora y el religioso que está al frente de la iglesia; esta connivencia a nosotros nos resultó de entrada muy sospechosa; quizá por eso fantaseamos sobre supuestos en un juego de preguntas. La idea central es que cada uno ve lo que sus prenociones le indican-. Reflexioné ya inmerso en la investigación por comparación.
-En el asunto del atentado las autoridades ya tienen un preconcepto y es muy difícil (lo acabamos de percibir) que esa prenoción pueda cambiar. Nosotros debemos contemplar todos los supuestos imaginables y encontrar en cuál de ellos está el cabo suelto que nos lleve al esclarecimiento. Mirar toda la realidad y no sólo la que consideremos a través de las opiniones de algunos. El trabajo de prevención es precisamente ése. Si Hugo no nos envía a otro lugar, te propongo ir a los ambientes políticos de extrema derecha; a lo mejor allí encontramos algún dato que nos lleve a fundamentalistas para agotar este supuesto-. Dijo Lecón ya dispuesto a la acción.
-Suena el teléfono...debe ser Hugo-. Me levanté rápido para atender.
Era Hugo. Conforme a lo convenido con Lecón le conté solamente lo acordado y le pedí instrucciones para los próximos días. Para nuestra sorpresa el encargo fue de concurrir a un acto político organizado por fracciones de derecha que se presentarían unificadas a las próximas elecciones. Según Hugo habría una concurrencia bastante nutrida. El acto se hacía el viernes, es decir que faltaban dos días.
Un miniestadio cerrado era el sitio donde, con banderas y portaestandartes exóticos, se realizaba el acto político. Me parecieron extravagantes esas lanzas con banderines en su tope aunque dentro de todo eran originales. El estrado era amplio y cobijaba a un considerable número de dirigentes. En las tribunas el bullicio aumentaba a medida que hablaban los oradores; me llamó la atención lo breve de sus exposiciones. En general expresaban ideas conocidas pero adaptadas a una democracia como la nuestra; vale decir que no había conceptos fuertes de tendencia totalitaria aunque entrelíneas se advertía el clásico liderazgo de un jefe. Este jefe estaba en el palco rodeado de sus más allegados y aprobaba con gestos las palabras de los disertantes quienes luego de hablar se retiraban del estrado. Esto último me llamó mucho la atención pues lo normal es que cada orador al terminar su discurso se quede junto a su máximo dirigente. Los aplausos arreciaban junto con los cánticos; estos se iban haciendo cada vez más ofensivos y virulentos. ¡El ambiente se estaba caldeando!
-Augusto, observaste el detalle...- comencé diciendo pero Lecón me interrumpió antes de completar la frase.
-Sí, yo también me di cuenta. No me gusta eso. Intuyo que algo raro puede suceder. ¡Vayámonos urgente!- Augusto Lecón me tomó del brazo con rudeza.
-Pero aún no hablamos con ninguna persona, debemos establecer algún contacto para ubicar a los fundamentalistas; se supone que aquí hallaremos algo. Tú mismo lo propusiste-. Yo insistía resistiéndome al ya empujón de mi amigo.
Con fuerza insospechada Lecón apretó mi brazo derecho y prosiguió con su jalar hasta arrastrarme por la tribuna hacia la puerta de salida. Su actitud me molestó pero no dije nada. Mientras tanto el gentío vociferaba consignas antagónicas entre sí. Las distintas facciones se iban agrupando por separado y el movimiento fue haciéndose un poco violento con corridas y huecos entre medio. Al llegar a la puerta de salida un muchacho muy alto y vigoroso nos cerró el paso.
-Mi amigo se siente mal. Creo que puede ser un pre-infarto. Lo llevo al hospital de la otra cuadra. Gracias muchacho por tu ayuda pero me arreglo solo. Tú continúa con tu tarea que lo estás haciendo muy bien-. Manifestó Lecón palmeando suavemente al fornido joven y sin mirarlo, me sostenía con su otro brazo con expresión muy preocupada, empujó el molinete que obstruía esa salida.
Dimos unos pasos en silencio hasta llegar a la esquina. Allí Augusto frenó su marcha y cesó de sostenerme.
-Antes que le informen la ausencia de hospitales o sanatorios cerca debemos desaparecer pues presiento que nos buscarán pronto-. Dijo Augusto girando y reanudando la marcha con ligero trote.
Con ese rápido andar hicimos tres cuadras zigzagueando. Augusto Lecón paró a un taxi y en el instante de subir se oyó una fuerte explosión.
El despacho de Hugo era amplio y muy confortable. Gentiles y bellas secretarias atendían en su ausencia y nos servían todo tipo de brebajes. Los mullidos sillones eran demasiado cómodos para mi gusto pero la espera del burócrata se hizo muy llevadera ante la visión de las esculturales muchachas que se prodigaban en pasearse exhibiendo todas sus bondades. Justo es admitir que el gusto de Hugo para elegir personal administrativo es excelente y pudimos comprobar la eficiencia con un detalle sugerente. Un superior acudió a la oficina buscando unos papeles que necesitaba con urgencia. Las niñas de inmediato se pusieron a registrar un armario pero a pesar de sus esfuerzos no los encontraban; varios minutos estuvieron hurgando para deleite nuestro, sus polleras eran muy cortas, no así del superior cuya impaciencia era notoria.
-Y si se fijan en la computadora; quizás allí esté registrado el documento y podrían imprimirlo. Luego cuando regrese Hugo les puede ubicar el original. Se me ocurre que no está en ese mueble-. Propuso Augusto Lecón con una sonrisa y gesto amable.
Las chicas teclearon el directorio y ubicaron un archivo con el nombre requerido, en la computadora como lo sugirió Lecón; rápidamente imprimieron el texto y lo entregaron al superior. Mientras éste se retiraba satisfecho las secretarias contemplaron a mi amigo con mirada que denotaba profundo agradecimiento; el desgarbado Lecón les dirigió a su vez una tierna caída de ojos y con humilde sonrisa aprovechó para contemplar una vez más las portentosas piernas y hasta donde permitían llegar las extremadamente cortas polleras y el escorzo que producía el, ahora bienvenido, mullido sillón. Desde allí abajo la perspectiva era deliciosa...
-Amigos, estaba muy preocupado por Uds.; sentía culpa por haberlos mandado a ese infierno. ¿Cómo se salvaron de la explosión? ¡Fue terrible!- Expresó Hugo luego del cálido abrazo con que nos saludó al llegar.
-La intuición del genial Augusto Lecón nos salvó-. Contesté sonriendo y con orgullo por las cualidades del amigo.
-¿Cómo es eso?- Inquirió nuevamente Hugo muy intrigado.
-Muy simple: Augusto presintió que algo grave sucedería y de inmediato optó por la retirada; yo le seguí gustoso...- Concluí con manifiesta ironía y un guiño de ojos a Lecón.
-Así...¿así nomás?- Insistía Hugo perplejo y exhibiendo la palma de sus manos en cómico gesto.
-Bueno...es todo un proceso mental que se efectúa rápidamente y sin pensarlo. Tú ya sabes como soy...- Dijo Lecón con modestia e intentando cambiar la conversación.
Hugo se ubicó en su sillón mientras nosotros asiendo nuestras tazas de té nos acercamos a su escritorio con dos amplias sillas; nos sentamos frente a Hugo dispuestos a escuchar más que a hablar. Sin embargo Hugo nos observaba con expectativa; claro él tenía la esperanza de que nosotros contaríamos con lujo de detalles lo sucedido en la mansión del placer. El silencio era nuestra consigna y la cumpliríamos contra viento y marea. Las miradas se entrecruzaron por ambas partes durante momentos de tensa expectación; la ansiedad fue llenando todos los recovecos y sólo la entrada de una de las bellas secretarias rompió el sortilegio (¡para crear otro!)...
-Señor, el Director General vino a buscar el documento alfa g. como no lo encontramos le hicimos, provisorio, una copia del archivo registrado en la computadora. Ahora debemos llevarle el original pues acaba de avisar que tiene una reunión urgente con el Ministro y debe entregarle el legajo ya-. Dijo la secretaria con tono suplicante.
Hugo abrió un cajón de su escritorio moviendo previamente la respectiva combinación y retiró una carpeta de vinilo rojo opaco; con gesto amable la entregó a la mujer que contenta se retiró llevándose nuestros suspiros junto con el documento.
-Estas chicas son una maravilla. ¡Cómo salieron del apuro! Buscar el archivo en la computadora es una idea genial que revela la eficiencia de mi equipo. Merecen una felicitación. Otras hubieran buscado en el armario por años pues se supone que ése es el lugar adecuado para un documento así-. Reflexionó Hugo restregándose las manos.
Augusto Lecón y yo nos miramos y en silencio guiñamos los ojos con gesto significativo. La interrupción sirvió para suavizar la situación y para que Hugo comenzara su parloteo desligándonos a nosotros.
-Como les decía antes la explosión en el miniestadio fue tremenda y hubo muertos y heridos. El artefacto principal estaba debajo del estrado; uno de los dirigentes máximos de la fracción más importante murió y quedó herido de gravedad el segundo de la pirámide de la facción que tiene más influencia en...bueno del cuarto partido en número de adherentes. El segundo explosivo estalló en una de las tribunas, la de la izquierda mirando hacia el palco, hubo dos muertos y varios heridos, algunos de ellos de suma gravedad. Se supone que el atentado fue preparado por alguna parte disidente del conglomerado de derechas. Uds. ¿en que tribuna estaban?- Preguntó Hugo apuntándonos con un dedo.
-Precisamente en ésa-. Contesté mirando a Lecón estupefacto.
-Pues de buena se salvaron-. Reflexionó Hugo bajando la vista y hurgando en sus papeles.
-Gracias a la intuición de mi amigo-. Dije con entusiasmo pero luego cambié el tono al agregar: -¡que lamentable la pérdida de vidas!-
-Son fanáticos de extrema derecha-. Aseveró Hugo con cierto desdén.
-Igual son seres humanos-. Rubriqué mirando a Hugo con reprobación.
-Tu reproche es injusto; ellos matan sin lástima-. Insistió Hugo.
-¿No será porque están muy enfermos?- Le refuté.
-Tú y tu teoría de la sociedad enferma...vives un poco fuera de la realidad ¿no te parece?- Añadió con sorna.
-Lo que Javier quiere significar es que el problema real está en todos nosotros y no solamente en un grupo por más faccioso y violento que sea. La culpa no fue sólo de Hitler sino de todos incluidos los aliados con sus indemnizaciones posbélicas luego de 1918 que llevaron al caos económico a la Alemania de la República de Weimar. Cuidado, que actualmente hay quienes quieren llevar a una nueva hecatombe económica al sufrido planeta-. Manifestó Augusto Lecón con su tono enigmático que comenzaba a exasperar a Hugo.
-Lo que sucede es que tú, Hugo, estás inmerso en la filosofía de la represión y no en la prevención-. Dije elevando el timbre de voz al pronunciar la última palabra y apuntando, al modo de Hugo, con mi dedo índice.
-Para eso los llamamos a Uds.-. Concluyó Hugo dando finiquito al altercado con un gesto imperioso...


Las miradas de los tres se entrecruzaron y yo tuve la sensación de que algo importante tenía que decirnos Hugo pero que no se animaba a hacerlo y por ello daría vueltas y más vueltas, como era su costumbre. Lecón decidió tomar al toro por las astas, él también tendría la misma impresión, interviniendo con decisión: -debemos ir a algún sitio peligroso, más aún que el acto de las derechas ¿verdad?-
-No es peligroso, un poco alejado de la capital simplemente-. Repuso el burócrata con un dejo de ironía que percibimos Lecón y yo y nos lo comunicamos con un vaivén de la cabeza y un ademán cómplice.
-En un poblado aledaño se encuentra la estancia "Las margaritas"; está a unos dos kilómetros de Las Flores al lado de un bosque. Pensamos que allí puede estar el "cerebro" (al decir de Javier) de una organización que suponemos ayuda a los fundamentalistas. No hay pruebas de ninguna clase, sólo la sospecha-. Manifestó Hugo.
-¿Cómo llegaron a esa conjetura?- Pregunté ansioso.
-La realidad es que un preso común nos informó de esa posibilidad. Uds. saben que las organizaciones de este nivel suelen cometen hurtos o robos para financiar sus operaciones. Generalmente caen por esos delitos comunes ya que las otras actividades son muy difíciles de probar y no siempre se hallan tipificadas como delitos-. Dijo Hugo.
Augusto Lecón se movió inquieto en su asiento; no pudo contenerse y espetó en voz más alta que la mantenida hasta ese momento: -la realidad, como tú la llamas, es que todas las naciones del planeta mantienen grupos paraestatales que realizan actos no legales; algunos lo llaman "inteligencia" yo lo denominaría con algún epíteto peyorativo que prefiero callar por cortesía hacia ti. Estos grupos son los responsables de muchos actos que permanecen impunes ya que la ley no se aplica a ellos-.
-Están fuera de la ley-. Completé con ironía.
-Lo concreto es que sabemos que allí se halla un "pez gordo" de algo; drogas, armas, fundamentalismo..., no sabemos con certeza que cosa manejan-. Seguía Hugo con su perorata.
-Puede que allí haya un "pez gordo" pero seguro que el "cerebro" se encuentra en otro lado. La impunidad para las arañas, el castigo para los ejecutores y los intermediarios, aunque a éstos en menor escala-. Notificó Lecón.
-¿Qué arañas?- Inquirió Hugo asombrado.
-Las que tejen la tela del poder-. Contestó Augusto Lecón levantándose.



4. AUGUSTO LECÓN EN ACCIÓN.
En camino a casa pasamos por un parque y decidimos bajar del taxi para deambular un poco y oxigenar nuestros pulmones. Durante el rítmico andar (dicen los médicos que es tan útil como trotar) intercambiamos ideas sobre la entrevista con Hugo y la excursión que emprenderíamos al día siguiente por orden del jefecito...(de últimas Hugo era, a su modo, un intermediario en la jerarquía del poder). Caminando Augusto contó algo que me había pasado inadvertido, lo cual probaba las cualidades de mi amigo y mis carencias. Parece que cuando las bellas secretarias buscaban el archivo alfa g. en la computadora el bueno de Lecón, en vez de solazarse con las señoritas como hice yo (lo cual prueba mi estupidez), observó detenidamente...la pantalla y retuvo el grueso del texto en su memoria. El informe alfa g. hablaba de cuestiones muy diferentes al planteo que hacía Hugo con respecto al atentado y a nuestro quehacer. Decía, por ejemplo, que el atentado se haría con gente del país y no como se dice oficialmente que serían fundamentalistas ingresados al país clandestinamente. De esto se podía deducir que los grupos paraestatales tendrían algo que ver y que podrían estar fuera de cauce o de control. La razón es que las personas que integran (en casi todos los países es igual) estos grupos de acción (¡bueno de "inteligencia"!) son de extrema derecha o similares. En general se reclutan hombres, a veces mujeres, de probada acción y ejecutividad; su nivel agresivo es notorio y suelen salirse "de sus casillas" (¡sí, como los canes!). Si bien mantienen la jerarquía, obedecen al superior, en oportunidades actúan por su cuenta ocasionando un claro perjuicio a los intereses del Estado respectivo. El deslinde entre el accionar por su cuenta y el acatamiento de órdenes puede ser muy sutil y no detectable con precisión. Generalmente allí, en la duda de sí hubieron o no órdenes, se prefiere usar el mecanismo, tan desarrollado, de la impunidad. Estos señores pululan en todos los países, sin excepción. En una oportunidad un amigo me comentó que quizá se salve de operar así algún país centroeuropeo por su control financiero a través de la exquisita telaraña de su neutralidad pero yo no considero válida esta opinión. Lo concreto es que muchas veces los ciudadanos están a merced de la acción desatada por el arbitrio de algunos; los mecanismos de defensa operan con extremada lentitud y suelen llegar demasiado tarde: las pruebas quedan diluidas. Sin prueba no hay pena para el presunto delincuente; las leyes prefieren a un delincuente en libertad que a un inocente en la cárcel por ello es tan importante la cuestión de la prueba. La tarea de muchos es eliminar las pruebas o, a veces, fabricarlas para incriminar a un inocente; éste es el meollo del asunto. Si este sistema de eliminar las pruebas no da resultado opera entonces en última instancia el recurso de la impunidad. Pero la impunidad sólo puede llevarse a cabo cuando hay poder. En algunas partes no basta con el poder económico, éste debe coexistir con el poder político o religioso. Suele también usarse el método de penas bajas en función del delito cometido; en este sentido nos sorprende la publicación de sentencias de pocos años por homicidios con agravantes que hubiesen requerido una pena ostensiblemente mayor; esto comprobaría una forma amenguada de impunidad bastante extendida. Pensar que un solo país tiene todos estos mecanismos es ingenuo; el comportamiento del ser humano es universal aún cuando tuviere matices.
La ojeada de Lecón sobre el informe alfa g. también permitía presumir que la investigación encomendada a nosotros era una pantalla para encubrir a los verdaderos responsables. Se entendía que nuestro trabajo permitiría acceder a algún ejecutor o intermediario bajo; los altos y con mucha más razón los "cerebros", no serían tocados. Cabía la posibilidad de que todo esto fuera obra del azar y no de la intencionalidad de algún funcionario pero los intereses del Estado siempre están por encima de los intereses particulares por más importante que fuese este particular; un "chivo expiatorio" que cargara con las culpas y todo seguiría igual; total en todos lados es lo mismo... Por el momento la búsqueda de las arañas no sería la tarea.
Con muy poco equipaje, sólo un bolso mediano cada uno, partimos en un ómnibus; es un grave error viajar con muchas cosas pues suele suceder que no se usen y ser por ello un estorbo. Yo prefería viajar en el automóvil entregado por Hugo. Lecón insistió hacerlo por medio de transporte público. Razonaba que así pasaríamos más desapercibidos y podríamos maniobrar mejor; con menos comodidad pero más seguridad. De todas maneras el trayecto era muy corto pues el pueblo quedaba a escasos kilómetros, la cuestión era la movilización dentro y en los alrededores de la villa. Lecón decía que caminar es un buen ejercicio y que los automóviles llamaban más la atención; de últimas podríamos usar bicicletas (!); este Augusto hace honor a su nombre.
Así, como pintorescos turistas ingresamos a un pueblo típico de las zonas rurales cercanas a la gran capital. Una vez allí comprobamos que casi todos los pobladores tenían automóvil para movilizarse, salvo los muy pobres que habitaban en los arrabales, siendo éstos muy numerosos, y que usaban...bicicleta. No había línea de transporte público interior pues el pueblo era muy pequeño; sólo un ómnibus llevaba pasajeros por la mañana a un balneario construido sobre un río cercano pero únicamente en época estival y regresando al anochecer.
En la diminuta terminal de ómnibus nos informaron que había un solo hotel con las mínimas condiciones requeridas por nosotros, es decir habitación con baño privado. Como era pleno verano y el balneario del río cercano, según los pobladores, constituía un gran atractivo turístico el hotel estaría muy concurrido, preguntamos sobre otra manera de hospedarse. La respuesta fue: en casa de familia. Un muchacho muy amable nos recomendó una que resultó ser excelente para nuestros propósitos. La dueña era una persona circunspecta, muy raro esto en un pueblo pues casi todos ellos son cultores expertos del chisme. Conseguimos una habitación muy amplia y con baño privado; además tenía la ventaja de dar a la calle lo cual permitiría el ejercicio, por parte nuestra, del culto al chisme como corresponde. En realidad no era chiste: mirar a través de las persianas semicerradas nos permitiría observar sin ser observados. El trabajo, en gran parte, sería recolectar información sobre la gente pues Hugo sospechaba que los habitantes sabían mucho de las actividades desarrolladas en la estancia y que apañaban a los estancieros. Como era lógico comenzó de inmediato el asedio visual sobre nosotros; para evitar alguna interpretación errónea sobre la calidad de turistas optamos por ir de inmediato al balneario. Alquilamos bicicletas en un negocio ubicado frente a la plaza principal y de allí partimos al río con ánimo de gozar un poco de las caricias del sol. El lugar era muy agradable por la gran cantidad de árboles que cubrían una orilla mientras que del lado opuesto se extendía la playa, con arena colocada hábilmente por los pobladores pues el fondo del río era de tierra. Abundantes comodidades para las familias con niños ya que la infraestructura era casi completa: baños, bar, quinchos, sombrillas; todo organizado para solaz de los habitantes y turistas. Demasiado quizá para pueblo tan chico... Los recursos de la municipalidad no serían copiosos como para tanto despliegue. De inmediato pensé en el "generoso" aporte del dueño de "Las margaritas".....
-Parece que el estanciero quiere una buena pantalla-. Murmuró Lecón bajando de su bicicleta.
Era evidente que los dos pensábamos de idéntica manera. Por otra parte las construcciones que se habían hecho excedían en mucho a las reales necesidades de la gente. Un puente nuevo unía ambas riberas y en la zona del bosque caminos asfaltados llevaban por recónditas y maravillosas grutas hechas con piedras de enorme tamaño. Este paseo lo hicimos al incitar yo a Lecón para que abandonase su desgano pues se había echado sobre la arena al instante de bajar de su bicicleta. Permaneció así media hora mientras yo caminaba por la playa pispiando; a mi regreso le pedí atisbar del otro lado.
-¿Qué averiguaste en tu paseo?- Preguntó Lecón en tono intrascendente.
-No mucho. Sólo que las mallas de las mujeres son exquisitamente reducidas-. Respondí medio aturdido por tanto bienvenido destape.
Atravesamos el puente y nos internamos en el bosque por los sinuosos senderos, regodeándonos con el trinar de variadas especies de pájaros.
-Y tú qué encontraste tumbado al sol, ¿qué las mallas son más pequeñas desde abajo?- Inquirí con sorna.
-Los abundantes hombres que cuidan el lugar llevan, debajo de su chaqueta de hilo blanco, poderosas pistolas de grueso calibre; algunos las calzan a la espalda para disimular el bulto. Otros llevan, debajo de sus pantalones largos también de hilo blanco, pequeños revólveres y dagas calzados en fundas sujetas a las pantorrillas. Las bellas mujeres que tanto te encandilaron son contratadas para entretener turistas y barrunto que debe haber un prostíbulo aledaño para cumplimentar y redondear el negocio del espléndido balneario que nos "regalan". Probablemente el festín de drogas químicas cierre el círculo de la producción de este antro-. Afirmó Augusto Lecón mirándome y esbozando una sonrisa levemente irónica.
Las grutas construidas adentro del bosque con grandes bloques de piedra eran un vía crucis, muy lujosamente ornamentado, que daba cita a gran cantidad de creyentes de todo el país. Una señora que estaba orando en una de las estaciones del vía crucis al vernos con las bicicletas nos indicó que así no tendríamos resultado en nuestros pedidos; para pedir y que nos sea otorgado se debía hacer caminando. Augusto Lecón le contestó: -querida señora, en bicicleta es una reciente variante del pedigüeñismo; según el padre Leonardo Castellani (testigo fehaciente de los pedidos de Santa Teresa de Jesús) Dios se podría molestar con tanto pedido; en bicicleta es más rápido y por consiguiente se pide menos-.
Al regresar a la zona de la playa con la blanca arena traída del trópico en cuatro enormes camiones con acoplados (así nos informó el consignatario del bar) tuve oportunidad de comprobar las aseveraciones de Lecón con respecto al armamento del personal de custodia. Mis movimientos no son, a veces, muy delicados y suelo chocar, al girar sobre mí mismo con rudeza, con personas o cosas; pues bien en este caso impacté con ambas: un robusto custodio y su arma calzada en la cintura pero a la espalda. El "señor" rotó, obvio con más rudeza que yo, y no me pegó un puñetazo pues se percató de inmediato de lo enclenque de su fugaz contendiente: yo estaba con pantalón de baño y sin remera. Mi masa muscular es poca, aún cuando tengo hombros anchos, y soy delgado casi tanto como el escuálido Lecón. Pedí disculpas enseguida y el altercado finalizó aunque el gesto del caballero de llevar la mano derecha a su espalda podría haber terminado en tragedia.
Llevamos nuestras bebidas a una mesa con sombrilla que bordeaba el río algo alejada del bar y desde allí vimos como se producía lo que Lecón había vaticinado antes. Las señoritas establecían fácilmente relación con señores la mayoría de las veces maduros que concurrían en gran cantidad; eso sí, la zona para las familias estaba "protegida" por originales cercos de tupida vegetación que delimitaban los respectivos territorios. La playa franca era donde estábamos ubicados nosotros y a lo lejos se veía retozar a los niños en juegos especialmente confeccionados para ellos con gran imaginación: toboganes que descendían sobre el río en trayectos acaracolados, escolleras con tubos en los costados para deslizarse y caer al agua con estrépito, una diminuta bahía con calesita acuática que era el deleite de los más pequeños. Era increíble la tranquila convivencia de las dos playas y el bosque con el vía crucis; la paz y el orden custodiados por expertos.
La tarde expiraba con rojas llamaradas que vestían de fuego las rocas colocadas en medio del río para simular rompientes; el agua fluía con ligero estruendo al llegar a ellas y su música enmarcaba al lejano coro de voces infantiles. El paradisíaco momento fue disfrutado en silencio por los dos. Lecón entornaba sus ojos para captar en todo su esplendor los reflejos sobre el agua que se multiplicaban por doquier. La reverberación en los musgos que cubrían las peñas esparcía más luz y yo también entorné los ojos. Llegué tarde.
Ya Augusto Lecón había descubierto en la juntura entre dos piedras algo que, luego de un brinco y ágil corrida, depositó ante mis ojos: una bolsa de polietileno cerrada herméticamente. Adentro centelleaban como gemas los gránulos de un polvo blanco similar a la cocaína...
Al percatarse de que nadie nos veía, Augusto Lecón extrajo su consabido cortaplumas múltiple y con maestría de cirujano produjo una incisión en la delicada piel del débil polietileno; la blanca sustancia comenzó a fluir en cascada mientras Augusto Lecón levantó la bolsa y en alegórico brindis dijo: -por los niños que juegan en la otra playa-. Sus dedos apretaron con más fuerza; la cascada se hizo catarata que se desvaneció y luego se diluyó en el agua del río. La corriente desmaterializó el veneno.
-El agua se lleva más de un millón de dólares-. Dije con fingida tristeza y manoteando con gesto teatral arrodillado al borde del río.
-¡Cuántas bolsas como ésa tendríamos que "operar"!- Exclamó Augusto Lecón contemplando su cortaplumas y luego guardándolo.


Nos miramos y no pudimos contener alguna lágrima furtiva. El dolor humano se hace insoportable y si se piensa en niños sufriendo...
Permanecimos algunos minutos en silencio. Los ojos de Lecón comenzaron a saltar nuevamente de un lugar a otro buscando pero se iba haciendo de noche y debíamos retornar con premura al pueblo.


Cenamos en un pequeño restaurante ubicado...sí, frente a la plaza; los lugareños llamaban al lugar: "la vuelta del perro". Esta plaza era rectangular, ocupaba una cuadra de largo por unos cuarenta metros de ancho. La gente, en coches, en bicicleta o a pie, viraba en redondo varias veces ya sea por la calle o por la vereda; era el paseo principal. Quien no hiciere al menos dos o tres "vueltas del perro" por las noches no era considerado un buen poblador. La cena fue excelente por la calidad y por la cantidad; parecía que les habíamos caído en gracia a los dueños pues nos invitaron con una copa de champaña a los postres. Con esta excusa el señor "Natucho", así le llamaban al dueño, comenzó un diálogo con claras connotaciones inquisitorias. Por supuesto tanto Lecón como yo contestamos muy amablemente sus preguntas pero con total inocuidad; la información que logró obtener el pobre hombre fue tan inútil aunque expuesta con palabras tan rimbombantes que seguro quedó satisfecho. En sentido contrario logramos obtener del gentil "Natucho" y sobre todo de su esposa, "La Chiqui" (una señora de escasa estatura y bastante gordita), un retrato de todo el pueblo menos de quienes más nos interesaban: los dueños de "Las margaritas". Logramos percibir que existía un pacto de silencio; sin embargo esta actitud revelaba una connivencia y una complicidad carentes de justificación. Lecón pensaba que se trataba de miedo a represalias; yo, conforme con mi tesis de enfermedad social, consideraba que era una sociopatía. La ausencia de responsabilidad moral y de culpa lo estaban indicando. La actuación de "Natucho" y "La Chiqui" revelaba que sabían todo lo que estaba sucediendo en el pueblo pero lo aceptaban como "bueno" para los intereses de la comunidad. Al menos se vivía con paz y orden, además de cierta prosperidad. "Todas las calles están asfaltadas hasta las del vía crucis en el bosque del balneario", recalcó "Natucho" con gesto de orgullo y haciendo una morisqueta final.
Nos retiramos del restaurante y cansinamente dimos la "vuelta del perro" bajo la atenta mirada de los compañeros de aventura. Era toda una hazaña deambular por la vereda de la plaza. La gente caminaba apretujada pues todos se congregaban a la misma hora; sin advertirlo nosotros coincidimos en el horario del sagrado ritual. Para no ser menos dimos cinco vueltas en lugar de tres o cuatro como los demás; este dato nos consagró en su liturgia como los "flacos incansables".
Al día siguiente decidimos introducir una suave variante en nuestro comportamiento: en lugar de ir al balneario, a pesar del magnífico día, paseamos con las bicicletas por el pueblo y sus márgenes. La intención era merodear cerca de "Las margaritas" pero sin entrar, por el momento, en ella. Para no despertar sospechas iniciamos el recorrido por el lado opuesto al que se encontraba la estancia. El pueblo era un dechado de virtudes: las calles todas asfaltadas, como lo había dicho "Natucho", la limpieza era total, ni un solo papel en el suelo, los árboles oxigenaban y ornamentaban, las casas nuevas o casi, los locales comerciales concurridos, la prosperidad aparecía por doquier. Algo me llamó la atención: no había carteles de propaganda política, de ningún partido. Sólo el nombre del intendente, un tal "Cacho", vimos pintado en un paredón (al nombre se le añadía la frase: "vamos todavía"). Supimos que "Cacho" era el intendente pues le preguntamos a un niño que retozaba en la vereda con un sofisticado juguete y el párvulo nos contestó: "este juguete me lo regaló "Cacho" es el mejor intendente del mundo; mi papá siempre lo dice" y siguió traveseando. Los niños pueden ser una excelente fuente de información. Repiten los dichos de los padres y no suelen engañar, al menos no tanto como los adultos. Inclusive pueden ser compinches de mayores que los comprendan y respeten. Lecón tenía peculiares condiciones para tratar a los chiquillos; además de comprenderlos y respetarlos le encantaba enseñarles con sus grandes cualidades docentes. En realidad él amaba a los seres humanos y en especial a los niños. Esto último lo pongo en consideración pues casi al salir del pueblo por el lado norte ("Las margaritas" quedaba al sur) un muchacho de unos catorce años se nos acopló y con su bicicleta de carrera nos incitó a correr. Tanto Lecón como yo hacía mucho tiempo que no andábamos en bicicleta y nuestro accionar era bastante tímido ya que sólo a una velocidad media nos sentíamos tranquilos. La idea de correr fue desechada de inmediato por mí con una mueca. Sin embargo Lecón aceptó el envite y salió disparado como una flecha seguido del adolescente. A los pocos metros frenó y simuló caer; ya lo conocía bastante a Augusto como para advertir que se trataba de una farsa. El muchacho detuvo su marcha y acudió a socorrerlo pues se sentiría culpable de ser el promotor del accidente. Al llegar yo junto a ellos ya se encontraban enfrascados en animada charla.
"Beto", lo nombraban sus camaradas y él quiso que nosotros, sus nuevos amigos, también lo llamáramos así. Luego de "reponerse" Lecón (tardó un poco en caminar normal) decidimos marchar hacia...el otro lado. La estancia era nuestro objetivo y los tres alegremente reiniciamos el ahora tranquilo andar. Atravesamos el pueblo bajo la vigilante mirada de señoras que, sentadas en banquillos (!), observaban todo el acontecer. Sería pasado el mediodía cuando dejamos atrás las últimas casas y rumbeamos directo hacia la estanzuela. El camino, cosa extraña, no estaba asfaltado; la tierra, muy bien apisonada, permitía el acceso aunque despacio y cuidando esquivar algunas piedras grandes y pozos. Era evidente que la bicicleta no era el medio adecuado para llegar. Lecón preguntó a "Beto" que sucedía en días de lluvia con el camino y éste le respondió que, salvo lluvias muy persistentes, no había problema pues la calle tenía una curvatura que impedía el estancamiento de las aguas y a los lados, en las banquinas, había acequias que desparramaban el agua hacia los campos. Efectivamente corrían acequias paralelas al camino. "Beto" nos dijo que el río también tenía canales de desagote que llevaban el agua al campo en caso de crecidas; esto impedía las inundaciones y regaba los cultivos ya que a veces la crecida no se producía por lluvias. Esto último me pareció raro ya que no había montañas o sierras altas con deshielos. ¿De dónde vendría el agua para hacer crecer el río si no llovía? Miré a Augusto y advertí en él una idéntica expresión de perplejidad. Faltarían unos seiscientos metros para llegar a "Las margaritas" cuando de un costado del camino surgió una robusta figura con una gran escopeta al hombro; se interpuso con los brazos en alto y nos preguntó adonde íbamos. Contestamos que estábamos paseando por los alrededores del pueblo cuando vimos el camino de tierra y quisimos saber hacía donde conducía pues nos pareció muy pintoresco (la arboleda que lo circundaba era realmente hermosa). El personaje con apariencia de cazador luego de observarnos minuciosamente pareció tranquilizarse (sus primeras palabras fueron bastante imperiosas); la causa del cambio probablemente se debió a la presencia de "Beto" a quien sin duda reconoció pues sonrió levemente al mirarlo. Luego de algunos instantes de tensa expectación el cazador nos señaló que el camino conducía a la estancia "Las margaritas" que era una propiedad privada y muy exclusiva. Al preguntarle Lecón ¿qué entendía por exclusiva?, el señor, rascándose la cabeza y luego de vacilar unos segundos señaló que la dueña no deseaba visitantes. "En ese caso regresamos al pueblo para no molestar", expresó Lecón con una cándida sonrisa y girando su bicicleta nos conminó, amablemente, a "Beto" y a mí a volver para "no perturbar la tranquilidad de la joven señora". El cazador se dirigió a Lecón, tomando la bicicleta por el manubrio para impedir su partida, preguntándole cómo sabía él que la señora era joven. Augusto, poniendo su mano derecha en el hombro del corpulento espécimen, le dijo dulcemente: "pero amigo, Ud. lo mencionó recién ¿acaso no lo recuerda?" El individuo se echó a un costado rascándose la cabeza mientras los tres, a mediana velocidad, regresamos al pueblo.
Al topar con una piedra mi bicicleta se ladeó y tuve que frenar. Aproveché para hablarle a Lecón, quien se acercó solícito para ayudarme, y en tono bajo casi murmurando pues "Beto" había estacionado a unos metros esperándonos y no deseaba ser escuchado por él, lo felicité por la hábil manera conque extrajo del cazador el dato (la juventud) sobre la dueña de "Las margaritas". Augusto, cómplice, guiñó un ojo y comentó: -pobre...debe estar todavía pensando sobre si lo dijo o no lo dijo pero es un dato importante para la investigación-. Yo sonreí aunque no comprendía bien qué tan valioso era. Augusto Lecón ya estaba en pleno proceso de hilvanado de una pieza de impecable originalidad.
Ya en el centro del pueblo fuimos al bar para tomar alguna bebida refrescante pues hacía muchísimo calor. La "Chiqui" se nos acercó amablemente mientras Lecón exclamaba en voz alta: -¡qué calor hace hoy!-
-Les traeré refrescos como los de ayer pero con mucho hielo, ¿les parece bien?- Manifestó la "Chiqui" cortésmente.
-¿Tienen problemas de agua corriente en el pueblo? ¡Con este calor sería terrible!- Dijo Lecón.
-¡Qué va! En el pueblo tenemos bombas poderosas que mantienen el caudal de agua potable-. Expresó la "Chiqui" orgullosa.
-¡Qué maravilla! ¿Dónde están las bombas?- Preguntó Lecón con la boca abierta y en tono de máxima candidez.
-Cerca del balneario...pero...¿para qué quiere saberlo? Es zona prohibida no se la puede visitar- Manifestó la "Chiqui" mirando a Lecón de soslayo y con una sombra de sospecha.
-Ud. sabe que los turistas queremos conocer todo-. Dijo Lecón con una amplia sonrisa y un gesto de las manos mostrando ambas palmas. Y agregó en tono de admiración que hizo sonreír a la señora: -¡este intendente es un prodigio!-
Mientras "Beto" tomaba su refresco y nosotros lo imitábamos aunque con los ojos y los oídos atentos, llegó al bar "Natucho" aparentemente fastidiado. Se acercó a unos parroquianos que jugaban a las cartas en una mesa lindante y les susurró (por más esfuerzo que hicimos no logramos escuchar nada) algo tan importante que todos dejaron de jugar y se retiraron en compañía de "Natucho". Durante este lapso el dueño del bar no se acercó a saludarnos; esto me pareció extraño pues seguro que nos había visto al entrar. Era probable que la noticia fuera tan especial que su vista no nos registrara o también que su enfado fuere con nosotros. Ante la duda debíamos apurar las cosas; esto fue lo primero que se me ocurrió. Miré a Augusto con impaciencia y me di cuenta de que él se hallaba en idéntica situación pues comenzó a observar el reloj con insistencia. "Beto" se había levantado a conversar con unos amigos y parecían muy entretenidos pues reían con entusiasmo.
-¡Era como yo lo imaginaba!- Repentinamente susurró Lecón en mis oídos.
-¿Qué imaginabas?- Pregunté intrigado.
-Lo de las bombas para el agua: cumplen dos funciones. La primera irrigar los campos, a través de las acequias, cuando no llueve-. Explicó Lecón aunque dejando inconclusa su exposición y ensimismándose en hondas cavilaciones.
Lo dejé pues aprendí a conocerlo y a respetar sus estados reflexivos imprevistos pero quedé con la incógnita. Luego de algunos minutos lo vi escudriñar con avidez a la dueña del bar que se había puesto a conversar con dos señoras distinguidas que entraron muy excitadas; aproveché esta circunstancia para dilucidar la segunda función de las bombas según Lecón.
-¿Y la segunda función de las bombas?-
Lecón me miró con expresión de niño sorprendido en alguna travesura y luego con pícara sonrisa dijo: -me extraña Javier...es claro y evidente-.
Las intrusas se retiraron precipitadamente. Augusto se levantó, apurando el resto del refresco con prisa, y tomándome del brazo con vehemencia ordenó: -Javier, paga rápido a la "Chiqui" que debemos seguir a las señoras-.
Lo claro y evidente es que me sentí molesto: ¿se nota?
"Beto", al vernos salir tan rápidamente, nos siguió sin preguntar. Ya en la calle montamos las bicicletas y, a la distancia, seguimos a las damas que subieron a un vetusto automóvil y marcharon con lentitud por una calleja lateral a la plaza. Al llegar a la esquina doblaron en dirección oeste por un sendero asfaltado que permitía el paso en un solo sentido; se detuvieron frente a una casa mucho más grande que las demás y descendieron. Lecón, silbando una alegre melodía, pasó de largo y las saludó con un gesto de su mano izquierda y su ya clásica cándida sonrisa. Las damas le respondieron, aparentemente halagadas, con un ademán cortés y penetraron en la gran casa.
A unos ochenta metros Augusto frenó su marcha; "Beto" y yo lo imitamos y nos echamos en el pasto a la sombra de un exuberante nogal. Lecón permanecía de pie y observaba con disimulo, probablemente por la presencia del muchacho o de algún otro atisbador, la entrada de la enorme residencia. Ésta era una gran mansión; con jardín al frente exquisitamente cuidado; a un costado se elevaba la casa de tres pisos, con forma ovalada hacia el fondo, culminando arriba en una extensa terraza que abarcaba toda la superficie excepto algunos metros al final, en el centro del terreno, donde se erguía una torre visible desde la calle y mucho más a la distancia desde el lugar donde nos hallábamos. Al otro costado había un sendero para autos (que las señoras no utilizaron pues dejaron el suyo en la acera) y que se perdía en los fondos. Augusto me miraba como si quisiera decir algo pero se frenaba por la presencia de "Beto"; éste viendo nuestra inercia locomotriz se impacientó y comenzó a caminar en círculo alrededor nuestro cada vez a mayor velocidad hasta concluir en animado trote. Vi que Lecón observó con atención el lugar, como si quisiera retener en su memoria la ubicación, y luego tomando su bicicleta nos dijo: -muchachos, ¿qué les parece si nos refrescamos un poco en el balneario?-
El trayecto lo hicimos en silencio y a bastante velocidad. "Beto" y Augusto aceleraban periódicamente compitiendo entre ellos lo cual me hacía ir quedando rezagado. Un poco más de la mitad del recorrido y ya los había perdido de vista. Aproveché para bajar la velocidad y observar en detalle todo lo que rodeaba a la ruta. Gracias a esta circunstancia pude comprobar que el itinerario al balneario no era directo pues el camino iba en zigzag. Una hilera de frondosos árboles de hojas perennes casi tapaban lo existente más allá de la acera. Curioso, frené y me interné, llevando la bicicleta sobre mi hombro izquierdo, por la espesura. Los arbustos y plantas de todo tipo crecían con tanta abundancia muy probablemente por el riego incentivado que se hacía en la zona o también por el uso de fertilizantes pues el tamaño de los vegetales era desmedido. Sumamente intrigado y no pudiendo seguir más con la bicicleta a cuestas me senté a la sombra de un ciprés altísimo que se erguía medio solitario entre tantos arbustos. Elevé la vista hacía la copa del magnífico ejemplar y tuve la tentación de treparme por él. De niño lo hacía con frecuencia y esa reminiscencia me impulsó a repetir hazañas infantiles. Si mis amigos competían entre sí ¿por qué yo no podría hacerlo conmigo mismo?
Las primeras ramas me costaron bastante; luego fui tomando valor y con gran esfuerzo llegué a un poco más de la mitad del árbol. Elevado del suelo en unos cuantos metros me extasié con el bellísimo panorama: hacia abajo casi una selva enmarañada, al frente....... La sorpresa me hizo trastabillar; aferrándome a una gruesa rama logré evitar la caída.
Ante mis ojos aparecía toda la ruta que llevaba al balneario. Era más que un zigzag, avanzaba y retrocedía muchas veces; de haber sido en línea recta, el pueblo del balneario no distaba más de un kilómetro; así como estaba construida la ruta el trayecto era de ¡veintidós kilómetros!
Encaramado y sosteniéndome firmemente seguí observando con ojos atónitos el resto del paisaje. Al salir del pueblo y al terminar el primer zigzag se podía, apartándose del camino asfaltado, introducirse en la espesura por un muy angosto sendero con el suelo apisonado y mezclado con ripio que...¡llevaba en línea recta al balneario! Sí, por esa vía se llegaba rápidamente cortando camino. Este descubrimiento me dejó anonadado pues estaba claro que el atajo había sido construido a propósito. ¿Con qué fines? Mi pregunta surgía por el hecho de estar escondido por maraña tan variada; además ¿qué sentido tenía hacer una ruta asfaltada tan larga existiendo ese atajo? Se podría haber construido la ruta directamente por ese sendero. Al bajar tomé la bicicleta y me dirigí directamente hacia el atajo; por él, y a regular velocidad, llegué al balneario por la parte de atrás del vía crucis en escasos minutos. Hice el vía crucis a la inversa y desemboqué en el río a pocos metros del puente; atravesé éste y fui al bar a tomar algo fresco pues el calor era sofocante. Mientras paladeaba el frío brebaje vi aparecer por la ruta principal a "Beto" y a Lecón que ingresaron a la zona a poca velocidad. Al verme, ambos no pudieron contener su sorpresa y Augusto con un rápido gesto del dedo índice sobre su boca me indicó silencio; yo interpreté esto y a la prevista pregunta de "Beto" contesté con una mentirilla: -me trajo una camioneta-.
-¿Una pequeña color azul oscuro?- Preguntó rápido Augusto.
-Sí-. Repuse sin vacilar.
-Eso no era una camioneta. Es un coche grande todo destartalado-. Dijo "Beto" riendo.
-Lo dije en chiste, "Beto". Ves como te hice reír-. Afirmé con un disimulado suspiro de alivio.
Augusto Lecón rió también ya con sosiego.
El calor era intenso e invitaba a disfrutar del agua; los tres nos sumergimos en el cristalino fluido con auténtico placer. Mientras "Beto" se puso a jugar con muchachos de su edad; nosotros lentamente nos fuimos alejando de ese grupo para nadar, a favor de la suave corriente, muchos metros distanciándonos del núcleo principal. Quizás un poco cansados nos fuimos acercando a la orilla hasta que, haciendo pie, comenzamos a caminar para luego echarnos sobre el césped debajo de unos árboles añosos. Resoplando por el duro ejercicio al que no estábamos acostumbrados gozamos de la caricia de un sol ya declinante que se filtraba por las ramas pletóricas de hojas. Un rato estuvimos así en silencio, escuchando el trinar de los pájaros y contemplando como la luz rebotaba en las piedras de la orilla.
-Por suerte logramos zafar. No deseo que "Beto" descubra que estamos indagando pues lo podrían forzar a contar nuestras reales andanzas. Está claro que aquí hay maleantes y de la "pesada". Supongo que encontraste algún atajo a no ser que un "ángel" te haya traído por los aires ¿cómo apareciste por el vía crucis?- Comentó con sorna Augusto.
-Sí, encontré por azar un increíble atajo que hace el trayecto en línea recta. La ruta hace giros casi concéntricos y por eso es tan larga; no llega a un kilómetro la distancia directa. Presiento que ese sendero fue hecho a propósito así escondido para usarlo con algún fin subrepticio. El piso está muy bien cuidado: es tierra apisonada y mezclada con piedras pequeñas lo que permite transitarlo en bicicleta cómodamente-. Relaté con los ojos cerrados y disfrutando la frescura del agua cercana.
-¿Pasa un automóvil por ese atajo?- Inquirió Augusto.
-Sí, en un solo sentido; es muy estrecho, si viniese alguien en contrario se atascarían y deberían retroceder. La maleza a los costados es tupida y forma una espesura impenetrable casi; salvo abriéndose camino a machetazo limpio-. Dije exagerando un poco.
-Es un gran descubrimiento el que hiciste hoy. Explica muchas cosas que yo todavía tenía confusas pero que ahora veo claramente. Faltaría conocer a la dueña de "Las margaritas". Presiento que la joven señora es una pantalla y discurro que la verdadera dueña es muy grande casi vieja.
-A propósito ¿cuál es la segunda función de las bombas de agua?- Pregunté recordando el inconcluso comentario de Lecón.
En ese instante apareció "Beto" con unos amigos caminando por la orilla. Los muchachos se pusieron a juntar frutas de los árboles mientras Lecón se ponía de pie dispuesto a marchar hacia el centro del balneario pues tenía sed. Yo lo seguí en silencio pues los muchachos dejaron de comer frutas y regresaron con nosotros. Parecía que los chicos nos veían como sus amigos; el buen trato y el respeto por ellos hacía maravillas o ...¿no estarían espiándonos? Prácticamente vigilaban todos nuestros movimientos; la duda comenzó a germinar hasta desembocar en sospecha. No era lógico que adolescentes de quince o dieciséis años estuviesen constantemente alrededor de gente mucho más grande. Comentaría esto con Lecón aunque es probable que él pensara igual por su reticencia de hablar delante de "Beto".
Retiramos las bicicletas del bar donde las habíamos dejado en custodia y por el camino asfaltado retornamos al pueblo. Los muchachos nos seguían en procesión...
Al llegar al poblado Lecón despidió a los niños diciendo que nos íbamos a casa a darnos un baño caliente y luego descansar. "Beto" le preguntó porqué el baño caliente cuando hacía un calor todavía sofocante a pesar de entrada la noche y Augusto le contestó: -para relajar los músculos; somos grandes para tantos trotes; luego rematamos con una ducha fría-. A mí me resultó enigmática esa conversación pero revelaba a ciencia cierta que "Beto" no era tan cándido como simulaba. Quizá la intención de Augusto fue probar eso precisamente.
Al llegar a nuestra habitación decidí darme un baño con mucho jabón pero no caliente precisamente; la noche era muy calurosa y no corría ni siquiera una mísera brisa.
-Yo pienso bañarme con agua natural; jamás lo haría con el agua caliente ni tibia. Espero que salga bien fría-. Dije mirando a Augusto de manera interrogante que esperaba una respuesta.
-Por supuesto yo también usaré agua natural; lo dicho a "Beto" fue para detectar su grado de registro en la observación, bueno en este caso la escucha y barrunto que este muchacho se trae algo entre manos. No me parece que sea un espía pero guarda la información y luego puede venderla al mejor postor. No habla de su familia y tiene muchos amigos. Está en la calle casi todo el tiempo; si bien es época de vacaciones tampoco habla de sus estudios. Por lo visto no trabaja aunque es demasiado joven para hacerlo, sin embargo en los pueblos los adolescentes suelen hacer pequeños trabajos; se me ocurre que uno de estos trabajitos podría ser dar informes sobre nuestra actividad. Si esto fuera así demostraría que ya hemos sido detectados como no turistas al menos y quizá como investigadores. Convendría apurar las cosas-. Comentó Lecón mientras yo cubría de jabón hasta los menores resquicios de mi agotado cuerpo.


Mientras Augusto Lecón se bañaba yo me instalé detrás de la persiana para observar el movimiento de la gente y tratar de obtener algún dato que nos fuera útil. Para mi sorpresa vi en la esquina de enfrente recostado en un árbol a uno de los muchachos amigos de "Beto" que miraba en forma constante hacia la casa. Tuve la impresión de que nos estaba controlando y esperando para ver si salíamos; en este caso nuestra aseveración de que descansaríamos luego del baño caliente no había sido creada. Al ingresar Lecón a la habitación se dispuso a vestirse (yo todavía estaba con la toalla pues me entretuve observando) pero antes le comenté sobre nuestro espía. Augusto meditó un instante y luego expresó su disgusto pues deseaba hacer una excursión nocturna.
-Podíamos pedirle a la dueña de casa si puede darnos de cenar y dejamos pasar bastante tiempo antes de salir. El muchacho al ver que permanecemos en casa supondrá que estamos dormidos y se irá. En caso contrario debemos intentar algún ardid de escape sin que él lo advierta, por ejemplo averiguar si por los fondos de esta casa hay algún tipo de salida-. Dije mientras me vestía.
-Esta última idea me agrada más. No perdamos tiempo en comidas. Hay un dato importante que debemos conocer y sólo lo podremos obtener de noche. Además la dueña de casa quizá se moleste si la hacemos trabajar demás. Recuerda que en ningún momento ella habló de comida; si no nos ofreció este servicio es porque no le gusta cocinar-. Razonó Lecón terminándose de vestir.
La casa en los fondos tenía un gallinero y luego una especie de quintilla que se perdía entre árboles y luego venían los fondos de la casa que daba a la calle opuesta; sin embargo entre los dos fondos había un pasadizo que prácticamente iba de calle a calle, sólo que estaba oculto por tupida vegetación de hojas perennes. ¡Qué pueblo misterioso! ¡Velados senderos por todas partes!
Salimos subrepticiamente con las bicicletas y Lecón portando un pequeño bolso que colgó a su espalda. Esa calle no era tan concurrida como la que estaba al frente de nuestra habitación. Tenía una ventaja adicional, al menos para nuestro accionar, la lámpara del alumbrado no funcionaba. Así sin ser advertidos logramos escabullirnos de nuestro espía. Por suerte la dueña de casa estaba mirando televisión ignorándonos. Seguí a Lecón que marchaba hacia el lado sur y luego giró al oeste; imaginé el destino: la casa grande adonde fueron las señoras que seguimos. En los pueblos las noches de verano la gente suele pasear hasta tarde para disfrutar de la brisa (ellos la llaman "la fresca") que casi siempre permite respirar y descansar. Esa noche fue una excepción: calor sofocante y sin brisa. Las calles no estaban concurridas y se oía desde el interior de las casas música y voces de la televisión. Estos sonidos también estaban a nuestro favor pues nos permitían pasar inadvertidos. Al llegar al sendero donde se hallaba la casa grande, bajamos de las bicicletas y continuamos a pie. Este callejón permitía el paso de un automóvil en un solo sentido; daba la sensación de ser exclusivo para la gran casa a pesar de que existían otras viviendas. Lecón con un ademán me indicó que daríamos la vuelta para conocer los fondos de esa mansión. Con mucha cautela y en absoluto silencio rodeamos la finca en unos diez minutos. Ubicados en unos matorrales aledaños pudimos observar que la parte del estacionamiento, al costado de la construcción, terminaba en algo similar a un depósito. Se veían muchas cajas: unas grandes y otras pequeñas. Las grandes eran de madera y claveteadas mientras que las pequeñas eran de telgopor. Dedujimos que era un depósito pues vimos varias cajas afuera como si hubieran interrumpido el trabajo de guardarlas en el interior del almacén. Una luz mortecina iluminaba los fondos y las cajas estaban dispersas; me dio la impresión de que habían sido revisadas de manera apurada y sin restituirlas a su lugar; el azar nos permitió verlas pues seguro que las guardarían al día siguiente o... Repentinamente salieron de la mansión tres hombres robustos que gesticulando y lanzando improperios que llegaban a nuestros oídos claramente por lo elevado de la voz, comenzaron a guardar las cajas grandes en el depósito mientras que las pequeñas las acumularon a un costado. Terminada la faena cerraron el local y fueron transportando en tandas sucesivas las cajas remanentes amontonadas, a la terraza. Cuando uno de los operarios bajaba para recoger la última caja fue llamado por un señor, apareció de improviso saliendo del torreón, que aparentemente le encomendó una tarea diferente pues el operario ingresó en la torre. La caja quedó huérfana y era una tentación; Lecón me miró y en sus ojos estaba todo dicho. Dejamos las bicicletas entre la vegetación y entramos en el terreno levantando un trozo de alambrado. El hecho de ser ambos muy delgados nos permitió acceder a la zona sin desarmar casi los gruesos alambres. Andando en cuclillas y sin hacer ruido, buscando la sombra de la construcción pues la escasa luz iluminaba el acceso al depósito, nos fuimos acercando a la explanada. El piso era de pavimento, lo cual me sorprendió; luego entendería la razón. La caja estaba muy cerca...Lecón la empujó con el pie hacia el cono de sombra donde estábamos acurrucados. Con rapidez la abrió y vimos adentro las ya clásicas bolsas de polietileno con los gránulos blancos de cocaína... Tomó una de las bolsas y con su también ya clásico cortaplumas múltiple hizo una pequeña incisión en ella, del orificio fluyó una porción del blanco preparado; Lecón la probó con los labios y movió su cabeza en gesto afirmativo. Con delicadeza y rapidez colocó la bolsa dentro de la caja y cerró ésta con precisión haciendo una mueca de repugnancia. En su fuero íntimo Lecón, como yo, hubiese deseado destruir la funesta caja pero de haberlo hecho no estaríamos con vida... Al iniciar la acción de retirada oímos un grito pidiendo...la caja que faltaba. Casi corriendo nos alejamos justo a tiempo: un operario bajó de la terraza y recogió la caja echando maldiciones contra su patrón; por poco nos roza pues al verlo descender frenamos la huída y nos parapetamos debajo de un alero en los bordes de la explanada. Cuando vimos al robusto obrero perderse en la torre recién entonces salimos del improvisado escondrijo y retornamos al mirador inicial entre la tupida maleza. Estábamos por irnos cuando sentimos un ruido de motor que se aproximaba. En el aire apareció, levantando tierra y hojas, un gran helicóptero que revoloteó sobre la terraza un instante y luego se posó en ella. El piloto descendió y entró en el torreón mientras los operarios cargaron las cajas que previamente habían acumulado en la terraza y las colocaron dentro del aparato. Unos quince minutos duró la carga y durante ese lapso más de diez personas estuvieron trabajando lo cual demostraba la gran cantidad de cajas. Finalizado el operativo, las aspas del helicóptero que habían mermado sus volteretas aceleraron y el ruido se hizo mayor partiendo la nave hacia destino ignoto pero imaginado. [Saber, conocer, prueba; imaginar, intuir, indicio...] En la torre se iluminaron las ventanas con una fuerte luz que permaneció por un minuto y luego regresó la luminosidad tenue. Los operarios bajaron de la terraza y montaron en un camión que se hallaba estacionado varios metros por delante del depósito. El motor comenzó a ronronear y el vehículo partió saliendo del predio y tomando por el sendero hacia la derecha se dirigió al centro. Aún se oía en la noche el ruido del motor alejándose cuando del interior del torreón salieron dos hombres y una mujer. Bajaron desde la terraza hacia la explanada por otra escalera que no habíamos visto antes y subieron a un poderoso automóvil deportivo. Se oyó un chirrido y el lujoso coche con sus poderosos faros iluminando el sendero partió pero en sentido contrario al del camión. Lecón me susurró en los oídos que debíamos ir a..."Las margaritas". Parando las bicicletas con precaución nos alejamos en dirección a la estanzuela por el mismo camino que había tomado el automóvil al salir de la mansión. Ya no se oía el ruido de su motor ni las luces rojas de sus faros traseros.
-Intuyo que fueron para la estancia. Veremos al llegar-. Masculló Lecón con rabia manifiesta.
-¿Qué supones tú que tendrían las cajas grandes de madera?- Pregunté mientras andábamos a media velocidad y con los faros velados para no iluminar en demasía.
-¿A ti qué te parece?- Repreguntó Augusto con sorna.
-Armas. Y de grueso calibre; para alguna guerra en el continente. Son contrabandistas y traficantes de narcoarmas-. Manifesté ante las evidencias.
-Lo de contrabandistas no sé; depende del punto de vista. Pero que son traficantes de narcoarmas es claro y evidente. Esto es una mafia con enormes ramificaciones ya que tienen sucursales en todas partes.
Mucho antes de llegar a "Las margaritas" abandonamos el camino directo y buscamos en los costados senderos angostos y escondidos entre la vegetación. Lecón abrió el bolso que colgaba a su espalda y extrajo dos pequeñas y sofisticadas linternas. Esos aparatos eran un portento; hasta tenían un rayo láser muy fino que sólo iluminaba un punto muy preciso. Encontramos un angostísimo pasaje de tierra apisonada que permitía andar con las bicicletas. Lecón señaló que sería mejor continuar con ellas hasta último momento ante mi sugerencia de dejarlas en algún escondrijo y continuar caminando. Reflexionó que si nos descubrían podíamos escapar más velozmente y por lugares donde no pasara un coche. Precisamente el paso que estábamos transitando tenía esas características. Tratábamos de hacer el menor ruido posible pues debían de andar cerca los custodios de la estancia como el cazador con quien nos habíamos topado en la víspera. De pronto sentimos un sonido similar a una lechuza que nos hizo frenar.
-Tranquilo Javier, es un búho real que ronca y ayea. No es una señal. Mira-. Diciendo esto Augusto enfocó con su láser al búho que nos miró con sus ojos indefinidos.
En la oscuridad se irguió el contorno de una construcción y al girar por una curva del sendero vimos la claridad de dos grandes ventanales y ya destacándose, la casa principal de la estanzuela. El sendero nos había llevado a la parte de atrás de la finca; el camino principal desembocaba en la entrada. Por azar seguimos lo mejor para nosotros ya que nos permitió llegar al núcleo de la edificación soslayando a los custodios colocados a la entrada. Piensan que para acceder a la estancia se debe ir necesariamente con automóvil; esta idea es muy común en los pueblos, la gente camina poco. El caso es que estábamos allí a pocos metros del casco de la estancia y con las bicicletas cerca nuestro.
Como dos cazadores furtivos pero sin armas estábamos allí Lecón y yo observando el fondo de una saca de "correspondencia" (comunicación entre ámbitos) en los distintos niveles de un poblado como tantos otros. En la jerga de Lecón todos son cómplices: los que hacen, los que encubren, los que ayudan, los que callan y por supuesto los que planean, las arañas, en mi jerga llamados "cerebros". En ese instante estarían casi todos allí, en ese casco; digo casi pues faltarían los que piloteaban el helicóptero y los "cerebros" máximos pues intuía que habría algún pequeño "cerebro".
Nos fuimos acercando con sumo cuidado; dejamos las bicicletas debajo de unos matorrales y continuamos casi reptando hasta tres o cuatro metros de un enorme ventanal que estaba abierto. Un grillo que chirría con persistencia nos distrajo brevemente pero al callar ante nuestro avance nos tranquilizó (¡espero no haberlo pisado!). Un gran salón se extendía por más de quince metros de largo por seis o siete de ancho y estaba exquisitamente decorado salvo por las grandes cabezas de ciervos y jabalíes que denotaban la crueldad y cobardía cazadora (como un relámpago pasó por mi mente la mira telescópica del que ataca a la distancia y mata sin dar posibilidad de defensa). Varias personas estaban reunidas en cómodos sillones y sofás charlando y bebiendo animadamente. A nuestros oídos llegaban sus voces como un murmullo y a veces alguna risa cortaba el ronroneo. El tema debía ser muy agradable para ellos pues aumentaba el risoteo incentivado por el alcohol. Una señora bastante mayor parecía acaparar los cuidados de los hombres y sólo una joven señora se mantenía algo distante ya que apenas sonreía y casi no hablaba, al menos sus labios (carnosos y mórbidos por otra parte) no temblaban como el resto de las bocas. Lecón me miró y en sus ojos leí sus pensamientos (como ya dije había aprendido a conocerlo). Se confirmaba su intuición: la principal sería la mayor y la pantalla era la joven señora que, por su apatía evidente, no estaba allí por su voluntad o al menos no con su consenso integral. Los hombres le rendían pleitesía a la anciana que aparentaba menos edad por su cuidada figura y el maquillaje pero las arrugas de las manos denotaban pasar su septuagésimo año de vida; la cirugía estética no había llegado a sus manos y en un sentido amplio la ética menos. Allí estaba uno de los pequeños "cerebros". Lecón me guiñó un ojo; él también la había reconocido: al morir su marido había heredado una cuantiosa fortuna junto con una empresa en expansión favorecida desde el poder. En el jardín descansaba el poderoso automóvil que habíamos visto momentos antes partir de la mansión-depósito de narcoarmas.

Lecón me golpeó con fuerza en la espalda haciéndome caer de bruces bajo un arbusto tupido; estaba por recriminarle su bromazo intempestivo cuando delante de mis ojos veo pasar unas botas; al levantar la cabeza con lentitud y temor observo las robustas espaldas, cargando una metralleta, de un custodio que se alejaba. Comencé a tiritar, sí, mi cuerpo tembló y por dentro me estremecí con un frío glacial en pleno verano. Si Augusto no me hubiese empujado a los matorrales el custodio me habría visto y seguro que su metralleta bramaría antes que su boca.
-Gracias amigo-. Susurré trastrocando mi enojo en culpa.
Augusto parpadeó y con humildad inclinó su cabeza. Habíamos salvado la vida gracias a su intuición y a la gran capacidad de percibir que tenían todos sus sentidos. El fino oído de Lecón distinguía las lechuzas de las señales y las pisadas humanas en la hierba de los golpeteos de algún roedor pero antes de que actuaran sus sentidos percibiendo, operaba su intuición; los segundos ganados eran preciosos.
La pasada del custodio revelaba que corríamos peligro de muerte y siendo que ya no había motivo para nuestra permanencia en el lugar pues lo descubierto era más que suficiente para avalar nuestra investigación miré a Lecón y con el ademán de juntar los dedos flexionados y girar la muñeca le insinué una prudente retirada. Fue en ese instante que de la casa partió un agudo grito seguido de otros más roncos. Vimos a través del ventanal caer al piso a la joven señora (ella había lanzado el primer alarido) y luego correr hacia ella a los hombres que produjeron el vocerío. Un gran tumulto transformó el salón en centro para los habitantes de la finca; por todos lados acudían custodios mientras nosotros echados sobre la hierba y debajo de un cobertizo natural sentíamos pasar más y más guardias que casi rozaban nuestros pies. Lecón, con un gesto, pidió que me pusiera en posición fetal para achicar espacios pues la cantidad de gente que acudía era impensable momentos antes; de dónde surgían era una gran incógnita y cómo no habíamos topado con ellos, el misterio. Cuando amainó la corrida en derredor, Lecón se puso de pie y con un ademán invítome a escabullir. Estaba claro que no debíamos seguir tentando al azar.
-Espera, quiero comprobar algo-. Dije tomando del brazo a Augusto.
Agachándome y protegido por unos arbustos me acerqué a la casa; Lecón intentó frenarme pero no lo consiguió. Como él ignoraba qué deseaba constatar yo, optó por dejarme hacer y esperar confiando en mi cordura. Los guardias estaban dentro de la mansión y no observando a nadie alrededor me erguí y toqué las paredes primero, luego con suaves golpes y posteriormente recorrí unos dos metros para hacer idéntica tarea en un muro más elevado pero con toques de las palmas de las manos. De inmediato regresé casi reptando y buscando ocultarme entre la vegetación.
Sigilosos como los intrusos que éramos ubicamos las bicicletas para huir a toda la velocidad que pudieran darnos unas piernas extenuadas.


5. LA TELARAÑA SE AGRANDA.
Al día siguiente desperté temprano; desde la mesa de noche mi reloj de pulsera colocado semi vertical indicaba las siete y veintidós. Me senté en la cama restregando mis ojos plenos de lagañas. Lecón dormía plácidamente despatarrado en su cama y semicubierto por la sábana; a pesar de la hora ya el calor se hacía sentir. Aprovechando el dormir de mi amigo quise darme un gusto privado: salir solo y conversar con los vecinos en especial las mujeres jóvenes. La idea no era galantear con fines eróticos sino obtener información de la gente joven pero no adolescente; las mujeres son más conversadoras que los hombres...
Me afeité rápidamente y vestí aún más apurado; Lecón continuaba durmiendo. Sin hacer ruido abrí la puerta y fue en ese instante que pensé: "se va a impacientar si tardo; mejor le dejo una nota". Obré conforme a mis pensamientos pues el amigo podría cometer alguna imprudencia si no me encontraba en especial luego de la espectacular fuga en bicicleta perseguidos por peones enfurecidos y en medio de la noche con luna llena.
Con el sol ya bastante alto ingresé en la plaza caminando con parsimonia y di una "vuelta del perro" como rito inicial. Los lugareños bajando y subiendo las cabezas aprobaban la ceremonia; ya estaba libre para hacer mi voluntad y busqué con la mirada a alguna moza guapa que no anduviese de prisa; no hallándola me senté en uno de los bancos donde el sol daba suavemente filtrado por las hojas de un añoso árbol. Todavía el paseo no estaba muy concurrido. Salvo los peones que habitaban en el pueblo y que iban al campo para tareas rurales por la mañana muy temprano, el resto de la población trabajaba en comercios, bancos y dos o tres pequeñas industrias; todo se hallaba dentro del ejido urbano. Las tareas comenzaban a media mañana, no antes de las nueve; esto me asombró bastante pues daba la impresión de que con poco trabajo se ganaba lo suficiente para vivir bien. Lo idílico de la situación hacía sospechar que la buena paga era un adicional para mantener el pacto de silencio típico cuando la corrupción se adueña de una villa. El silencio se compra; las armas y las drogas químicas dan dinero para mucho mutismo. Las drogas psíquicas, más aún en las villas rurales, colaboran con la ignorancia. Falta de conocimientos, un poco de prosperidad, conformismo, temor (¿por qué no?), caudillismo feudal y familiar, autoridad cómplice, todo aunado lleva a la impunidad; la Ley no llega a los feudos de provincias. Estas reflexiones llegaban a mi mente pausadamente como la vida de los lugareños. Quizá ya me estaba metamorfoseando en tranquilo pueblerino...
Frente a la plaza se erguía majestuosa la iglesia principal (había tres capillas distribuidas en el resto del pueblo); de su puerta central vi salir a una mujer estupenda tanto por su rostro agraciado como por su cuerpo escultural. Mientras bajaba las escaleras la observé con discreción pero sin perderme detalle de su físico; faltaba verla de espaldas pero se adivinaba. Era joven pero no tanto; calculé unos treinta y cinco. Justo la candidata que buscaba; solo lamentaba que el trabajo impidiera algo más que una simple charla. Ella, al llegar a la vereda, cruzó hacia la plaza caminando con paso ágil y elegante; el contoneo de sus caderas era un vaivén que hacía imaginar sinfín de delicias. Los ojos primero y la imaginación después demoraron mi puesta de pie lo suficiente para que la divina dama escabullese dentro de una frutería. Como gendarme y llevando al hombro mi pesar permanecí en la puerta del local dos o tres minutos; como la mujer no salía opté por entrar y siendo buen fisgador la ubiqué...detrás del mostrador.....junto al carnicero. El negocio no era sólo frutería sino también verdulería y carnicería; inclusive al fondo se advertía un kiosco de...ramos generales. En un espacio reducido estaba todo lo necesario y más todavía para mi asombro... Como iba narrando la señorita estaba al lado del carnicero (repito: detrás del mostrador). Opté por salir y (ya adiestrado con lo sucedido el día anterior) di la vuelta y entré al predio por los fondos; un pequeño pasadizo llegaba hasta la parte de atrás del local. Atisbé por un hueco en la pared y contemplé algo inconcebible. Asombrado me golpeé para confirmar que no era una sueño. La carnicería constaba de un mostrador, un paso para trabajo del carnicero y su ayudante, en un extremo estaba la caja atendida por otro ayudante y una cortina separaba del lugar donde se cambiarían los hombres. Desde mi posición se observaba lo que ocultaba esa cortina...y aquí lo que me dejó estupefacto: la maravillosa criatura estaba ubicada inclinada sobre una mesa. En el instante que mis ojos comenzaron a pispiar por el agujero de la pared, ella se levantó el vestido y abrió los glúteos con sus pequeñas manos; contemplé una vulva afeitada y de gruesos labios, por encima el oscuro reducto del ano. El carnicero se acercó acariciando las blancas nalgas y de inmediato introdujo su pene entre los carnosos labios de la rasurada y exuberante vagina. Movió su cuerpo aferrándose a las caderas de la joven unas pocas veces y con un ronco gemido se derramó. Yo estaba arrodillado pues mi puesto de observación (el agujero de la pared) se encontraba justo en el nivel de la exhibición de los genitales y a escaso metro de distancia. El orgasmo del señor fue tan rápido que cuando reaccioné del asombro que me causaba la escena ya la señorita estaba secando con un pañuelo el semen que corría por sus increíbles labios vulvares desalojado, como expelido, del amoroso escondrijo. Acto seguido el hombre tomó unos trozos de carne que embolsó en polietileno y entregó a la mujer; ésta lo miró, con una sonrisa y extendiendo su mano pedigüeña reclamó tácitamente algo más; el carnicero introdujo su enorme manaza en el bolsillo del delantal que lo cubría y extrajo un gran fajo de billetes. Contó unos cuantos y los separó del resto; al ademán de entrega la mujer contestó con un vaivén negativo de su cabeza y el robusto comerciante contó algunos billetes más. Ahora si la relación contractual se hallaba finiquitada con el consenso bilateral. Ambas partes de común acuerdo se dieron por satisfechas de las prestaciones recíprocamente recibidas y sellaron con un suave ósculo en las mejillas el pacto que debe ser cumplido (porque "pacta sunt servanda") en sucesivas cuotas. Todo pasó en no más de cuatro minutos. El picoteo de una gallina en mis zapatillas me hizo reaccionar y dejando el mirador (¿quizás obra de chiquillos curiosos? o ¡regocijo de adultos lascivos!) retrocedí buscando la salida hacia la calle. Cuando llegué a la vereda vi que la espléndida mujer (ahora un poco más conocida pero ¡no tanto como por el carnicero!) salió del local y con paso firme cruzó la plaza. Enhiesto su cuerpo, la frente alta, impávida, sus torneadas piernas transitaron por la escalera hacia la iglesia. Penetró por las grandes y pesadas puertas empujándolas con altivez y desapareció en su interior. Yo estaba perplejo, cabizbajo y meditabundo; sí, tenía una gran duda: la señora iba a confesar sus pecados o iba a cumplir otro contrato..."in dubio pro reo" en la duda a favor del reo, bueno, rea.....
Al entrar en la habitación vi a Lecón en su cama durmiendo imperturbable un apacible ensueño de blancas margaritas. Me instalé detrás de la cortina (ya era un experto mirón) y vi pasar la vida del pueblo. Era poco más de mediodía; el movimiento se hizo incesante; coches, bicicletas y transeúntes pululaban de un extremo al otro de la calle. La observación era atenta pero casi se me escapó que en la vereda de enfrente, con paso firme y varonil, marchaba nada menos que...el carnicero. Recién en ese momento lo miré con detenimiento. Salía de un asombro para caer en otro. Que no lo hubiese advertido antes se justificaba por la presencia apabullante de la mujer que se llevaba todas mis miradas. Mareado por la exhibición de esa vulva rasurada y de carnosos labios ¡quién iba a mirar la cara del carnicero! Pero el bribón era nada menos que uno de los hombres vistos en la casa grande cargando el helicóptero con la cocaína. Lo seguí con la vista hasta su ingreso a una casa ubicada enfrente nuestro y casi sobre la esquina. Me volví con la intención de despertar a Lecón cuando éste bostezando y con ronca voz saludó.
-Buen día Javier. ¿Ya levantado? Espero que sea un hermoso día para bañarnos en el balneario y disfrutar de las delicias del sol al atardecer. ¿Haciendo de fisgón? ¿Qué descubriste?-
-¿Algo te llamó la atención en la cuadra?- Pregunté con un dejo de ironía.
-Sí. Enfrente casi sobre la esquina norte, la casa pintada de amarillo es una cueva de corruptos. Hacen junta todos los mediodía; debe ser la sucursal de la casa grande que inspeccionamos ayer. Observa que tiene una antena gigante en su terraza; no es de televisión precisamente. Es probable que sea la administración central de la mafia lugareña. La casa grande es el helipuerto y el depósito transitorio mientras que la estanzuela es la pantalla pues deben criar vacas y cultivar trigo o soja. Pero el depósito permanente está en el balneario más exactamente debajo de cada estación del vía crucis hay sótanos, deben ser similares a los vistos en la mansión del placer. Cuando tú ayer, curioso, golpeaste las paredes del casco de la estancia habrás con seguridad constatado que su material es igual o similar al de la mansión del placer. Obvio que se trata de la misma banda, con lo cual se ensancha la telaraña. ¡Ah!, del depósito permanente ubicado en los sótanos del vía crucis envían, por medio de bombas de agua muy potentes, a través de las acequias las cajas especialmente embaladas con las bolsas de polietileno (a veces puede escaparse alguna como la que tomamos nosotros trabada en la roca) llenas de cocaína. Las acequias irrigan los campos y por ende llegan a la estancia "Las margaritas" con su encomienda tóxica; de allí la llevan al depósito de tránsito en la casa grande, donde, desde el helipuerto de la terraza y su torre de control, la esparcen por el mundo. El objeto de tener tantos hitos es despistar y proteger cada parte de la operación y también es pura burocracia que denuncia su raíz. En cuanto al contrabando de las armas es desde la casa grande y su helipuerto donde se realiza el transporte siendo la estancia el lugar donde se acopian junto con las cosechas. Tienen silos donde está el cereal y ocultas entre los granos se hallan las cajas con las armas. Esto lo observé cuando el cazador nos cortó el camino hacia "Las margaritas"; los silos están apartados del casco y apuesto doble contra sencillo que entre los granos están las cajas con las armas. Esto último no lo comprobé es intuición. Hoy pienso probar que el vía crucis esconde sótanos donde embalan la cocaína. ¿Qué te pasa Javier?- Preguntó Augusto Lecón después de su perorata y viendo que lo contemplaba con la boca abierta y tieso.
Las bicicletas saltaban un poco al andar por el atajo. No era lo mismo que el pavimento pero en pocos minutos desembocamos en los fondos del vía crucis. Con actitud displicente Lecón enfiló directo a la última de las estaciones donde en una gruta bellamente decorada estaban las grandes estatuas. Debido al fuerte sol que todavía se hallaba alto no había gente en el lugar. Con calma y como al descuido dejamos las bicicletas entre las plantas y nos acercamos a las estatuas; la soledad nos dio agallas para meternos dentro de la gruta e inspeccionar la parte de atrás de las efigies. Lecón tanteaba con afán hasta que yo recordé lo sucedido en la mansión del placer y con suficiencia mal disimulada espeté con voz clara y una leve sonrisa irónica:
-"¡Ábrete, sésamo!"-
Nada pasó. Augusto Lecón continuaba buscando ignorándome. Yo repetí la frase un poco más fuerte pero sin resultado. Por tercera vez lancé mi bravata pero fracasé. Lo miré a Lecón como pollo mojado en el momento que él dando un brinco hacia atrás evita que una pesada laja lo aplaste. Había tocado un lugar de la estatua (un pliegue de la ropa que ocultaba un contacto digital) y la piedra se movió dejando al descubierto una escalera que al pisar el primer peldaño hizo prender las luces del sótano. Efectivamente era un enorme sótano que se prolongaba hacia los cuatro puntos cardinales y desde la mitad de la escalera se podían observar las diversas galerías que se extendían mucho más allá perdiéndose en la oscuridad. Esos pasadizos y túneles me trajeron a la memoria las catacumbas romanas...
-No es necesario revisar esto; las cajas que vemos confirman todas tus intuiciones. Mejor salgamos pronto de aquí antes de que nos descubran. Si vienen devotos no podremos evadir sin ser vistos por ellos. ¡Vamos Augusto!- Exclamé tomando del brazo a mi amigo que ya pretendía abrir alguna caja.
Antes de fugar, Lecón me indicó con su mano extendida una enorme máquina que se hallaba en un costado y murmuró entre dientes:
-Con esa maquinaria hacen los embalajes para las bolsas de polietileno con las drogas. Mira son livianos e impermeables. La corriente del agua, por las bombas, los lleva hasta la estancia. Lo deben hacer de noche para que nadie interfiera y se lleve alguno. Al salir veamos el recorrido que hacen-. Puntualizó Lecón.
-Y mira aquello: es un laboratorio; allí deben elaborar el clorhidrato de cocaína y fraccionarlo; toda la parte química se hace en este lugar. Es impresionante lo grande de este subsuelo. Pero salgamos ya-. Expresé impactado por la magnitud de lo que estábamos observando.


Salimos con prontitud pues el miedo estaba aflorando, al menos a mí, dado el tremendo nivel de las fuerzas mafiosas. Lo visto por nosotros revelaba un poder casi omnímodo y una ramificación insospechada. Subimos la escalera con cautela y una vez detrás de las estatuas Lecón buscó el pliegue donde se hallaba oculto el botón que permitió mover la laja; en un primer intento no logró ubicarlo; yo estaba bastante nervioso como para ayudar y lo dejé accionar a él. Me miró y con gesto adusto vaciló. Yo me acerqué y vi que había hecho el toque digital correcto pero la piedra no se movió. Algo andaba mal en el mecanismo o simplemente no era ésa la forma de cerrar. La indecisión nos duró varios segundos que eran vitales pues en cualquier momento llegarían piadosos devotos y se podrían asustar por nuestra presencia denunciándonos por profanadores. Una idea surgió repentinamente en mi cerebro: "¡ciérrate, sésamo!" mascullé dirigiendo mi voz hacia la espalda de la figura secundaria que representaba a una mujer implorante. Con un seco chirrido la pesada piedra fue colocándose en su lugar y Lecón mirándome elevando las cejas y asintiendo con un movimiento suave de su cabeza me tomó del brazo con fuerza empujándome hacia un rincón pues en ese instante pasaba una pareja. Los enamorados siguieron de largo y aprovechamos para salir con premura. Tomamos las bicicletas y continuamos el vía crucis hacia la entrada, caminando. Mucho público ya comenzaba a pasear por los senderos y nos confundimos con el gentío. Fuimos directo al bar dejando allí en depósito las bicicletas y seguidamente al río. Hacía mucho calor y la frescura del agua era sumamente reconfortante. La tensión disminuyó viendo que habíamos pasado inadvertidos. Nadamos, a favor de la tenue corriente, hasta la zona de bosques muy tupidos donde salimos para descansar y echarnos a la sombra de algún árbol. En un lugar con pasto fresco, despatarrados insolentemente, disfrutamos de un pequeño y merecido descanso.
-¿Por qué el mecanismo de cierre fue distinto al de apertura?- Preguntó Lecón mirando la copa del árbol que nos hacía sombra.
-Quizá lo estén cambiando por etapas o podría ser doble por alguna falla. Tú tocaste el punto correcto y al no funcionar debe haber un mecanismo de reemplazo y el único posible era el ya conocido por nosotros. La articulación doble es útil en caso de desperfecto, recuerda que además es un laboratorio y se trata probablemente de la sección más importante de todas. Lo gigantesco del subsuelo lo avala-. Reflexioné siguiendo con la vista a un pájaro en su saltar de rama en rama.
-¿Qué ironía catacumbas debajo de un vía crucis-. Suspiró Augusto.
-Más ironía es poner un laboratorio de drogas en esas catacumbas-.
-Bueno pero eso lo hacen para despistar. ¿Quién va a sospechar que exista elaboración de cocaína debajo de un vía crucis?- Manifestó Augusto jugando con un gusanito depositado en su pecho y caído del árbol.
-Tú sospechaste-.
-Pasa que yo soy un intuitivo-. Pontificó Augusto Lecón levantándose a colocar el bichito nuevamente en el árbol y sonriendo con picardía.
Mientras Lecón se sentaba sobre una rama caída y se exponía al sol yo continué echado a la sombra aprovechando el interludio para contarle someramente lo acaecido por la mañana con la soberbia muchacha que me había fascinado. La parte del contrato con el carnicero la soslayé bastante por temor a ser considerado un mirón y porque mi frustración fue intolerable; más bien hice hincapié en la entrada del carnicero en la casa de enfrente (sí, yo lo envidiaba por la otra entrada aunque ¡el tonto la hizo tan fugaz!). La conjunción de la persona del carnicero con uno de los que cargaron el helicóptero, demostraba la complicidad de los habitantes de la villa en las actividades delictivas. Según Lecón no sería el único que era partícipe de la banda mafiosa; la mayoría de la gente influyente del vecindario, incluido el "Cacho, vamos todavía"...apañaban a los mafiosos y recibirían fuertes recompensas ya sea por su colaboración activa o por su silencio.
-Sólo falta concurrir a la junta de notables en la casa amarilla algún mediodía-. Farfulló repentinamente Augusto Lecón.
-¡Estás loco! Nos prenderían de inmediato y quizá nos hagan desaparecer. Esta gente no tiene escrúpulos. Son delincuentes de máxima peligrosidad-. Exclamé angustiado porque presentía las acciones de Lecón.
El camino de regreso no lo hicimos por el atajo sino por la ruta ordinaria; era necesario no llamar la atención y tomar el atajo, que se iniciaba en la parte posterior del vía crucis, lo era. Además volver por esa zona nos daba temor; la expedición a las catacumbas todavía vagaba en nuestros cerebros y no debíamos tentar al azar. El ejercicio nos sirvió para aliviar el cúmulo de tensiones de los últimos días. Al llegar al pueblo decidimos que, luego de darnos un buen baño con jabón (el tránsito de los embalajes por el río nos tenía sugestionados) cenaríamos temprano y tranquilos.
Luego de una exquisita comida y mientras tomábamos un café, solo Lecón y con crema yo, reapareció "Beto" que nos tenía olvidados. El muchacho se excusó por no haberse puesto en contacto con nosotros antes; nos contó que estuvo muy resfriado permaneciendo en su casa acostado. Nos dijo que mucha gente en el pueblo hablaba en contra nuestra; al preguntarle porqué nos respondió: "no hacen la vuelta del perro; después del primer día, nunca más". Lecón sonrió por la importancia que le daba la gente a un ritual pero a mí me resultó muy significativo que un simple paseo sea determinante para refunfuñar. Algo de nosotros no les caía bien. De pronto di mi palma derecha contra la frente y brinqué en la silla; al momento reí de buena gana. Lecón me miró sin entender y "Beto" rió por contagiosa imitación. A la pregunta ¿qué pasa? de Lecón, respondí: "luego te explico" mirando de soslayo a "Beto". Lecón, buen entendedor no insistió a pesar de su curiosidad. Nos quedamos en el bar hasta la hora acostumbrada para "la vuelta del perro" para así complacer a los lugareños. Al iniciarse el rito salimos del local los tres ("Beto" nos quiso acompañar "para compensar el tiempo que estuve en cama", dijo). Al caminar lentamente por la vereda, a pocos metros del bar, vimos, delante nuestro, a un señor que estaba pegando a un niño. En el preciso segundo que la mano cerrada del hombre iba a caer nuevamente sobre la cabecita del chiquilín en forma de coscorrón, Lecón saltó y frenó la mano ante la perplejidad del padre; éste reaccionó molesto y enfrentó a Lecón: -Es mi hijo y le puedo pegar. Ud. no se meta-. El hombre se puso furibundo al continuar Lecón aferrando su muñeca pero éste con voz meliflua dijo: -Señor, no deseo importunarlo sólo busco ayudar; tranquilícese. A ver ¿qué hizo el niño?-
-Comió estas frutas verdes. Le hacen mal y después está todo el día descompuesto. Siempre hace lo mismo. Nos tiene cansados. Algún día le va a pasar algo grave. No aprende más-. Profirió el padre a borbotones.
-¡Uy! Ud. tiene razón; es muy grave lo que hizo su hijo-. Dijo Lecón con expresión de profunda preocupación y luego dirigiéndose al párvulo y agachándose para ponerse a su nivel continuó:
-Tu papito tiene razón pero si tú le prometes que vas a tratar de no comer las frutas cuando están inmaduras él te promete que no te pegará más. ¿Estás de acuerdo muchacho?- Dijo Lecón acariciando la cabecita antes golpeada y guiñándole un ojo; esto último sólo lo vio el niño, yo me enteré luego.
Lecón se puso de pie y dirigiéndose al padre le pidió, previo guiño de un ojo que sólo vio el señor (yo me enteré luego):
-Señor, prometa a su hijo que no le pegará más si él no come las frutas inmaduras como Ud.... le pide. A ver dense la mano para sellar el pacto de amistad-. Pidió Augusto Lecón levantando en brazos a la criatura y poniéndola a la altura del padre.
Primero se dieron la mano, como requería el árbitro, pero luego el papá abrazó tiernamente a su hijo y ambos, el adulto llevando al niño sobre los hombros mientras éste reía feliz, se perdieron al dar vuelta a la esquina.


Dimos tres "vuelta del perro" bajo la atenta mirada de los paseantes que ya en número apreciable comenzaban el ritual. "Beto" caminaba junto a nosotros comentando aspectos de la vida en el poblado que yo escuchaba con poco interés al contrario de Lecón que le formulaba numerosas preguntas. Finalmente, las voces de mi amigo y del muchacho llegaban a mis oídos como un apagado eco. Mi mente divagaba, como en una calidoscópica cabriola surgían recuerdos de un pasado lejano: una novia querida en un pueblo querido... El torrente de imágenes volcóse en un presente incierto. La clara noción de los peligros que nos acechaban comenzó a opacar la dulce remembranza. Salí del letargo al escuchar la voz de Augusto: -Y tú Javier, ¿qué opinas?-
-Coincido contigo-. Afirmé maquinalmente.
"Beto" encontró a unos amigos y se alejó con ellos hacia un extremo de la alargada plaza. Nosotros nos sentamos en un banco mirando pasar a la gente que nos saludaba.
-¡Qué error cometí!- Exclamó Augusto con un suspiro.
-¿A qué te refieres?- Pregunté despreocupadamente.
-Todo el episodio del niño sirvió para llamar la atención sobre nosotros pero no pude contenerme. No acepto que le peguen a un niño y mucho menos estando yo presente o cerca. Si me parece una locura pegarle a un adulto imagina lo que es pegar a una criatura. Hay padres que no merecen serlo. No comprenden que sus hijos son niños y les exigen una conducta adulta que ni siquiera ellos tienen. Me parece que tú, Javier, tienes razón: la sociedad está neurótica; a lo menos la mayoría-. Admitió mi amigo con tristeza y haciendo un juego de palabras que me hizo sonreír.
Hubo un corto silencio que yo interrumpí para quitarlo de su tribulación y volverlo paulatinamente a la temible realidad circundante.
-¿Qué contaba "Beto" hace un rato. Yo me distraje y no alcancé a escuchar un relato que te hizo sonreír-.
-Parece que en una casa hay una imagen de la Virgen María que llora lágrimas de sangre. Todo el pueblo está convulsionado pues se piensa en un milagro ya que lo vieron más de cuarenta personas. Es una pintura sobre azulejos y rodeada de un marco de madera. Un adolescente, amigo de "Beto", lo vio por primera vez y llamó a la familia que de inmediato hizo lo propio con los vecinos de la cuadra. Como te decía más de cuarenta personas acudieron al instante y vieron caer de los ojos hilos de sangre que, chorreando, llegaron casi hasta el piso. Todos afirmaron que era sangre y por consiguiente, un milagro. Dicen que la Virgen llora sangre por la maldad de la gente-. Concluyó Lecón mirando la punta de sus pies.
-¿Recuerdas lo que te conté los otros días acerca de lo que vi por televisión?- Pregunté, ya un poco más interesado.
-Precisamente. En la gran capital y en un pueblo de la zona rural suceden las mismas cosas. Aunque también podría ser que alguien trata de llamar la atención o distraer. La gente entretenida no piensa. El pan y circo de los romanos está vigente pues, como tú dices, la naturaleza humana no cambió es siempre la misma-. Reafirmó Augusto mientras que, con la punta de un pie, intentaba hacer un hoyo en el pequeño trozo de tierra que rodeaba al banco.
-A propósito, ¿no estarán por ejecutar alguna operación gorda?- Dije dando un respingo.
-A eso quería llegar. Distraer a la gente para accionar. Mañana al mediodía seguro que hay una junta especial en la casa amarilla. Debemos actuar nosotros y luego emigrar. Estoy seguro de que ya sospechan de nosotros. Como tú dices los delincuentes son tan observadores como los detectives. El asunto del niño golpeado nos delató-. Aseveró Augusto levantándose para continuar caminando previa mirada de consulta conmigo.
-Como haremos para entrar en la casa amarilla. Debe estar custodiada por todos lados; el acceso será imposible-. Dije moviendo las manos abiertas en sentido vertical.
-Nada es imposible. A lo más: altamente improbable-. Lecón, sonriendo, remedó una frase mía.
Dimos una última "vuelta del perro" y regresamos a la habitación. Antes de apagar la luz Augusto me pidió que pusiera la alarma del reloj para no quedarnos dormidos. Agregó que debíamos hacer un trabajo previo antes de intentar introducirnos en la casa amarilla. Curioso, indagué cual sería ese trabajo pero un ronquido (me quedó la duda de si fue real o ficticio) contestóme desde la otra cama.
La alarma fue superflua. Desperté mucho antes. Dicen algunos que me conocen bien que tengo un reloj interior ya que siempre sé que hora es, acertando con variación de, a lo sumo, diez minutos; en cuanto a despertarme siempre lo hago antes de sonar la alarma; ésta la pongo por las dudas...
Me afeité, como siempre, con parsimonia y antes de pispiar a través de la persiana contemplé a Lecón que, como siempre, dormía despatarrado. Serían las nueve y media cuando Augusto despertó y sentándose en la cama restregó sus ojos, como siempre, saludando cortésmente.
-Parece que siempre te levantas de buen humor-. Dije desde mi puesto de observación.
-El buen humor es la clave para vivir mejor y más años-. Discurrió el filósofo y se dirigió al baño.
Mientras terminábamos de vestirnos para salir, Augusto, frunciendo las cejas inquirió: -ayer me quedó una incógnita, esperé que tú solo la dilucidaras al irse "Beto" pero no lo hiciste. Posteriormente pasó, ahora la recuerdo: ¿por qué te golpeaste la frente en el bar?
-De pronto pensé que quizá llamaba la atención a la gente del pueblo que dos tipos grandes como nosotros estuviéramos siempre juntos. La maledicencia en los poblados rurales es proverbial. Di un salto golpeando la frente con la palma de mi mano pues pensé que los lugareños imaginarían fantasías eróticas entre nosotros, bueno que seríamos homosexuales. Rematarían la cosa viendo que ocupábamos la misma habitación. Por eso me reí tanto-. Comenté volviendo a reír.
-Ahora que lo pienso, hubiera sido una buena idea pasar por homosexuales quizá no hubiesen sospechado de nuestras intenciones y hubiéramos podido trabajar unos días más. Como están las cosas deberíamos irnos hoy sin falta-. Reflexionó Augusto.
-No habríamos podido fingir. Yo miro a todas las mujeres que pasan sin darme cuenta y tú haces lo mismo pero un poco más disimuladamente. En algún momento las miradas nos hubiesen denunciado. Además nuestros movimientos son algo rudos ¿no te parece?- Expuse con lógica.
-Yo soy delicado-. Deslizó Lecón mariposeando.
Ante mi risa siguió actuando hasta tropezar con una mesa dando de lleno con sus genitales en el borde de la misma. Un grito de dolor del pobre payaso hizo que me acercara solícito para levantarlo pues había caído sobre el piso. Al intentar ayudarlo para recostarlo sobre la cama, Augusto dio un ágil salto poniéndose de pie. Riendo apostilló:
-Viste como te engañé. La punta de la mesa la coloqué por debajo de mis genitales, por supuesto que a propósito, y fingí todo lo demás. Pero tienes razón, pude hacerlo porque todo fue cosa de un momento. En períodos más largos ya no podría actuar; me denunciaría algún movimiento. Como tú dices los dos somos un poco brutos para movernos. No es fácil representar el papel de afeminado por eso los actores que lo hacen o son muy buenos o son...-. Concluyó Augusto su corta y buena comedia.
-Es hora de salir. Comamos algo en el bar y elaboremos una estrategia-. Manifesté mirando a Lecón ya que él tomaba su bolso preludio de alguna maniobra extraña.


Salimos sin las bicicletas. En rigor y de acuerdo con lo hablado de irnos ese día, podríamos haber aprovechado para devolverlas pero ese dato hubiese denunciado nuestra próxima partida, información ésta que deseábamos ocultar. Así es que fuimos directo al bar a tomar un copioso desayuno. Comimos sin hablar pues el tiempo apremiaba y, según Augusto, había una tarea previa.
-¿Qué llevas en el bolso? Es de día, las linternas no sirven-. Dije con ironía.
-No sólo de linternas viven los detectives-. Replicó sarcásticamente.
-¿Quieres actuar de mochilero?- Insistí con sorna.
-No. Voy a actuar de fotógrafo-. Remató Augusto Lecón sonriente.


Faltaba poco menos de una hora para el mediodía. Las juntas se celebraban puntualmente a las doce y los integrantes llegaban, por mis observaciones a través de las persianas, casi sobre la hora; vale decir que faltaba un buen rato para el momento culminante. Lecón decidió salir del bar pero en dirección opuesta a la casa de las citas. Al pasar por la carnicería miré de soslayo; el carnicero estaba atendiendo a clientes que llenaban el local. Augusto caminó con paso lento hacia la iglesia; yo iba a su lado pero el nerviosismo impedía un diálogo que hubiese resultado bueno para disimular ante la gente. Subimos las escalinatas y penetramos en la iglesia. Yo ignoraba la tarea previa que mi amigo había mencionado. Me senté en la punta de uno de los bancos y sobre la izquierda mirando hacia el altar principal. Lecón avanzó por un lateral y desapareció, previo ademán tranquilizador, en los fondos. Pasaron varios minutos hasta que decidí ir a averiguar qué estaba sucediendo. Con paso ceremonioso fui llegando hasta el altar y con displicencia entré por una puerta lateral a una sala que hacía las veces de capilla con un pequeño altar en un costado. Al lado, otra puerta que también traspasé aunque haciendo un pequeño ruido pues sus goznes no estaban lubricados. Esto me intranquilizó pero rápidamente recuperé la calma al ver a Lecón lo más orondo charlando con un cura y sacando fotos del lugar y con el sacerdote posando. Al verme entrar, Augusto saludó al prelado con aparatosidad y me hizo seña para salir no por la entrada sino por los fondos de la iglesia previa anuencia del clérigo quien inclinó su cabeza cortésmente. Bajamos una pequeña escalera y una vez en la vereda Lecón me indicó que nos hallábamos cerca de la casa amarilla pero en la parte de atrás.
-Igual no podremos entrar; está edificada toda la cuadra. Justo en el contrafrente de la casa amarilla hay otra casa habitada. No existen pasadizos o corredores-. Dije sin entender lo que Augusto quería hacer.
-¿Observaste que la iglesia tiene la escalinata del frente más alta, con más peldaños, que esta escalera del contrafrente? ¿Qué te indica esto?- Preguntó Augusto con picardía pues él ya sabría el porqué.
-El suelo no está en declive; es perfectamente horizontal. La única explicación que se me ocurre es que el frente, la parte principal, tiene cimientos más elevados-. Manifesté indeciso.
-La parte principal ocupa dos tercios de la superficie total. Allí es donde se reúnen los fieles y donde está el altar mayor. Luego viene la capilla y las salitas hasta salir por el contrafrente; a los costados se hallan los dormitorios, cocina, baños, etc., digamos la porción doméstica. El desnivel puede significar varias cosas pero lo importante es que existe y no es lógico. Intuyo que algo oculta. Luego veremos-. Apreció Lecón postergando algo que me dejó muy preocupado.
-¿Cómo entraremos a la casa amarilla?- Insistí al ver que se aproximaba la hora de la junta.
-La casa amarilla termina en una terraza casi tan alta como la iglesia; desde allí se supone que la vista del pueblo ha de ser magnífica. Dos curiosos turistas podrían querer sacar fotografías desde mirador tan elevado para promover luego el turismo hacia un pueblo tan pintoresco, ¿no te parece?- Preguntó Lecón con sorna.
-Sí pero ¡quién te va a dejar subir!- Exclamé con suficiencia y juntando los dedos al tiempo que movía mi mano derecha.
-La doméstica de la casa; por la puerta lateral, de servicio, ella acudirá y le mostraré esta autorización del señor cura para subir a la terraza y tomar fotografías-. Explicó Augusto mientras exhibía una nota.
-Esto es un galimatías; más ininteligible imposible pero...tiene membrete de la iglesia. Ahora entiendo, tú tomaste el papel y escribiste cualquier cosa con letra imposible de leer-. Afirmé riendo.
-Yo no lo tomé; me lo dio el cura para anotar el número de la foto y el lugar que estaba fotografiando. ¡Mi memoria es tan endeble!- Aclaró Augusto con un mohín tan cómico que estallé en otra carcajada.
Caminamos hacia la casa amarilla que se hallaba casi sobre la esquina; la puerta de servicio no daba a la calle donde teníamos nuestra habitación sino a la perpendicular. Faltaba muy poco para las doce y Augusto me pidió que pusiera mi mejor cara de excursionista. Los veraneantes suelen tener una expresión inconfundible de sorpresa, buen humor y curiosidad. Todo dependía de la muchacha que nos recibiera y del membrete que tenía un grabado muy peculiar: la ilustración con el edificio de la iglesia en la parte superior izquierda. Lecón puso una cara tan tonta como la mejor de su repertorio al tiempo que su índice derecho oprimía el timbre con toque breve. A los pocos segundos apareció una joven bonita y sonriente, quien, con voz melodiosa nos preguntó qué deseábamos. Augusto, con palabras entrecortadas le dijo que éramos turistas de un país limítrofe y deseábamos tomar fotografías desde la terraza para que nuestros compatriotas supieran del pueblo y vinieran a conocerlo; agregó que el párroco de la iglesia nos había pedido que sacáramos fotos también para él ya que teníamos máquinas muy buenas. Mientras le mostraba las cámaras (en su bolso tenía dos) extrajo el papel señalando el membrete. La muchacha entusiasmada con los aparatos prestó poca importancia al papel y sólo miró la ilustración con el edificio de la iglesia que el dedo de Lecón marcaba; éste puso la cámara fotográfica más pequeña en las manos de ella y le pidió que nos tomara una fotografía a los dos en la calle con la iglesia de fondo. La joven, cada vez más hechizada con el manejo del aparato quiso saber como se manipulaba y mi amigo estuvo cinco minutos explicándole el uso correcto con todos los artificios de apertura del diafragma y las velocidades aunque al final remató la clase aclarando que se podía hacer todo en forma automática. La mujer ya estaba como hipnotizada colgándose la pequeña maravilla del cuello y enfocando hacia todos lados. Lecón tomándola del brazo suavemente entró en la casa seguido por mí; ella continuaba con la máquina en sus ojos fascinada mientras Augusto le pedía que sacara fotos del hermoso patio con flores. Luego yo intervine diciéndole con voz muy acariciante y lo más tierna que pude (los minutos iban pasando y la terraza estaba lejos) que nos permitiera subir. Ella gentilmente nos indicó la escalera y fue allí que Augusto Lecón hizo la jugada maestra. En una maceta había una planta muy exótica con flores más raras aún. La chica comenzó a subir la escalera y Augusto con una seña me indicó que la siguiese mientras él fingía entretenerse fotografiando la extraña flor con una abeja libando. La mujer subía lentamente, siempre con la cámara en sus ojos y oprimiendo el obturador a cada instante, seguida por mí que de paso me solazaba con sus piernas y demás. Un temor surgió cuando pensé que podía agotarse el cartucho ya que la mujer continuaba tomando fotos a diestra y siniestra. Pero la suerte estaba echada y si ello sucedía yo, careciendo de otro cartucho con película, debería pedir a Lecón y por ende bajar al patio donde él estaba...me di vuelta para verlo y en el patiecito no había nadie. La flor y la abeja estaban sin visitas...el turista de voz meliflua y ronroneo que acaricia había desaparecido. Sólo me quedaba entretener lo más que pudiera a la joven y esperar que Lecón regresase. Ella prescindía de todo menos de la cámara fotográfica que la tenía encandilada y una vez en la terraza me pidió si podía tomar las fotos que necesitábamos para los compatriotas. Obviamente asentí y la incentivé señalando paisajes a un lado y a otro; el disparador de la cámara continuaba su metralla movido por los finos dedos de la ninfa sin agotarse ni ella ni el cartucho. Si bien era un cartucho especial con un cargador mucho mayor que el convencional mi idea era que ya estaría agotado pero en este caso se trababa el mecanismo y ello no sucedía. Sólo quedaba suponer...que la cámara estaba vacía.
Sin decir nada yo la dejaba hacer y me entretenía mirándola pues era una soberbia mujer. De belleza poco común; rostro cuadrado con salientes pómulos y ojos almendrados de color azul con una mirada cándida y alegre; las pequeñas arrugas que se le formaban hacia las sienes me recordaban a la Gioconda: sonreía con los ojos además de sus labios. Estos eran gruesos y cortos: una boquita que parecía besar constantemente. La nariz recta, corta y de fosas nasales que aleteaban al reír. Sí, había comenzado a reír pues yo sin darme cuenta la estaba acariciando; mis manos rozaban sus cabellos de color trigo maduro. Ella giraba su cabeza acentuando la caricia. Cerrando los ojos abandonó la cámara colgante sobre su pecho que palpitó con fuerza. Sus labios se ofrecieron como fruta madura. Yo la estreché firme pero con ternura tomándola de la cintura. Sentí su vientre oscilar suave mientras el beso se tornaba húmedo. Su actitud era erótica pero con un alto contenido de ternura que me arrobaba. De repente susurró en mis oídos: -cuando subíamos la escalera mirabas mis piernas y mis muslos; yo sentí esa mirada y todo mi cuerpo se estremeció. No sé lo que me pasa pero te quiero tener así apretado contra mí. Te vi en el balneario nadar y quedé prendada. Cuando apareciste en la puerta con tu amigo mi corazón dio un salto. Fingí interesarme en esta tonta cámara y simulé tomar ridículas fotografías para atraerte dentro de la casa. Subí la escalera delante tuyo para mostrarte mis piernas, mis muslos y mi ropa interior; así busqué seducirte para llamar tu atención. Por suerte tu amigo se dio cuenta y nos dejó solos en la terraza. Es astuto el caballero quiere tomar fotos del interior de la casa, seguro que la flor no le interesa. La casa por dentro no vale nada; casi ni muebles tiene pero nos dejó solos que es lo que yo quería. Quédate así, apoyado sobre mí y bésame, bésame mucho-.
La estupenda muchacha me abrazaba con fuerza y besaba con ternura. Yo no entendía nada de lo que estaba pasando. Por un momento pensé que pudiera ser una trampa ya que ella sabía de nuestras intenciones pero luego, ante la efusividad y ternura de la mujer, cambié de opinión. Sus besos eran delicados y a la vez apasionados. Parecía sentir todo lo que había dicho. Yo soy por naturaleza escéptico y desconfiado. La imagen de ser admirado en el balneario no era muy potable para mí pero...podría ser. Mi aspecto no es el de un adonis ni nada por el estilo; soy delgado poco musculoso y mis facciones son comunes. A las mujeres no les llamo la atención por mi apariencia en cambio sí por la conversación, por las ideas, por la personalidad interior, es decir, que si una mujer se interesa por mí debe conocerme antes. Si me conoce puede ser que llegara a sentir lo que la joven estaba diciendo pero así...me resultaba estrafalario. Dicen que sobre gustos...


Los minutos pasaban y la mujer iba excitándose paulatinamente; obvio que yo estaba en ascuas. Ella refregaba su sexo sobre el mío que hacía rato estaba erguido y aplastado entre las columnas de sus muslos. Teníamos aún la ropa en su lugar, sólo el restregar de ella sobre mí y nada más. La situación era complicada pues yo ignoraba lo que podría estar pasando con Lecón; si nos descubrían era probable que nos eliminaran. Esa gente no andaría con escrúpulos de ningún orden. No sabía como continuar pues si me abandonaba a la lujuria podíamos fracasar. La mujer dejó de besarme y suspirando deslizó su mano derecha, que había mantenido sobre mi espalda, para bajar el cierre de mi pantalón con el propósito de sacar el miembro. En ese punto ya no podía contenerme y mientras ella lo acariciaba yo levanté su vestido; fue en ese instante que oímos la voz de Augusto Lecón, quien asomado desde la escalera, me intimaba a salir pues el señor párroco nos llamaba desde la calle. Aproveché para abandonar el bastión amoroso y tomando la cámara del cuello de mi amiga le solicité paciencia y vernos por la noche en la "vuelta del perro". Ella quedó paralizada por lo rápido de los sucesos permitiendo mis movimientos de huída.
Una vez en la calle Augusto me pidió que camináramos lo más rápido posible pero sin llamar la atención. El andar se hizo casi un trote al ver a mi amigo muy asustado y temblando.
En pocos minutos ya estábamos en nuestra habitación jadeantes más por la emoción que por el ejercicio.
Repantigado en un cómodo sillón Augusto tomaba un refresco mientras que yo optaba por echarme sobre mi cama con las manos cruzadas en la nuca y mirando el techo. La tensión había disminuido bastante y era la ocasión propicia para contarnos mutuamente lo sucedido. Por mi parte lo mío no era trascendente y opté por incitar a Lecón a contar lo suyo; éste me miró desde el sillón y sonriendo con picardía proclamó: -¡qué el postre quede para el final!-
Al dejar a la flor y a su visitante, la abeja, Lecón con mucha cautela se internó en la casa. De una lejana habitación se oían voces airadas: parecía una grave discusión. Cruzó tres cuartos escasamente amueblados y se ubicó detrás de un mueble muy antiguo y aledaño al lugar donde discutían. Como le pareció que podía acercarse aún más se retiró del escondite para entrar en la misma habitación de la polémica agachado y sin hacer el menor ruido. Se ubicó debajo de un escritorio en un rincón del amplio salón. En el otro extremo alrededor de una gran mesa redonda vio a la viuda y a su alátere principal (el que dirigía la carga del helicóptero en la casa grande), al carnicero, a uno que llamaban "Cacho", al dueño del bar, y a unas quince personas más, algunas de las cuales se hallaban de pie en torno de un señor corpulento y de lento hablar al que llamaban "Excelencia". Lo que más le impresionó fue que mascullaban en una jerga codificada; era lengua castellana pero con códigos ignotos, similares a los que emplean los jóvenes aunque con muchos más vocablos de significado incierto y variable. Pudo colegir que estaban en problemas serios con otra banda mafiosa y que se disputaban un territorio muy grande. Aparentemente el otro sector había decidido enfrentarlos en lucha abierta denunciando a los funcionarios que estuviesen implicados en los distintos gobiernos en operaciones clandestinas de armas y de drogas químicas del primer grupo. Si esta amenaza se cumplía numerosos contactos que este grupo tenía en casi todos los Estados se verían afectados por investigaciones de la Justicia. El problema era que este grupo no tenía, como el otro, los nombres de los funcionarios envueltos en los negocios de la segunda banda. La información con los nombres era de vital importancia pues si la Justicia intervenía podrían aparecer los "cerebros" ya que los nombres eran en todos los casos de intermediarios altos que para defenderse podrían hablar o intentar la impunidad. En un momento en que la junta de notables incrementó el volumen de las voces, discutieron varios hablando al mismo tiempo, aprovechó Lecón para tomar algunas fotografías. Lecón decidió irse pues ya había cumplido el objetivo y retrocedió agachado saliendo de debajo del escritorio con tan poca suerte que chocó con un sillón. Si bien el ruido fue tenue sirvió para que uno de los custodios, las personas de pie que rodeaban a su "Excelencia", se acercara al sitio donde estaba Lecón; éste regresó al escondite debajo del escritorio y casi sin respirar vio como el enorme guardia pasaba de largo para revisar las habitaciones. A los pocos segundos regresó satisfecho de su pesquisa y tomando algo del escritorio (debajo Lecón casi se desmayó del susto) volvió junto a sus compinches. Augusto, ahora sin tocar el sillón, fue retrocediendo con sumo cuidado pero con la rapidez que le otorgaba el miedo. En realidad lo que hizo Lecón fue una hazaña pues meterse en la madriguera y a pocos metros de los bandidos sólo puede hacerlo un...intuitivo.
El peligro rondó en la fuga de Augusto hasta llegar al patio porque uno de los partícipes de la reunión se levantó, presuntamente para ir al baño, y rozó el brazo derecho de Lecón que, al verlo llegar, se había escondido detrás de un cortinaje; el maleante creyó probablemente estregar la pesada tela y lo pasó por alto con un ademán de molestia y un improperio de bestia.
-Y a ti, ¿cómo te fue con la cariñosa muchacha?- Preguntó Augusto con sarcasmo.
Conté rápidamente el romántico encuentro soslayando al principio las palabras de la mujer que nos ponían en ridículo. Augusto Lecón no merecía el menosprecio de ella pero como quizá fuere un dato importante finalmente narré todos los pormenores del flirteo. Mi amigo rió de buena gana al enterarse de que había interrumpido en el momento culminante y para consolarme anunció: "ya nos vamos a desquitar".


En cuanto a la perspicacia de la muchacha lo dejó pensando, como a mí, y al cabo señaló que podría ser verdad ya que él había visto a una mujer observarnos con detenimiento en el balneario. No estaba seguro de que fuese la chica de la casa amarilla pero sí lo estaba, por haberle sorprendido, del acoso visual de una mujer sobre nosotros. Augusto razonaba en el mismo sentido que yo: no éramos hombres que llamáramos la atención por el aspecto físico. Salvo que fuera ella la denunciante y la pesquisante que había mencionado el señor que llamaban "Excelencia" ya que faltaba agregar que Lecón escuchó en la junta de notables referir por ése señor: "los detectives han llegado y parece que son dos estúpidos; tengo una persona al acecho..."
-Como verás debemos escapar ya. A ése "Excelencia" me parece que lo conozco; en algún lado lo he visto. Tengo su fotografía y luego investigaremos. Prepara tus cosas y huyamos. Dentro de una hora tenemos un ómnibus para la capital. No alertemos a la dueña de esta casa. Dejemos en la mesa un sobre con el dinero de la estadía y una nota agradeciendo su hospitalidad. A esta hora debe estar viendo televisión, bueno en rigor ve televisión todo el día, salgamos por la parte de atrás como aquella vez-. Solicitó Lecón con tono temeroso.
-¿No estarás exagerando un poco?- Pregunté molesto por el apuro.
Augusto Lecón me miró atentamente y luego pesando cada palabra puntualizó: -Mi intuición dice que corremos serio peligro. Si nos ven esta noche en la "vuelta del perro" nos eliminan. Mi intuición agrega que deberías dar por cancelada tu cita; pues es eso ¿verdad?-


Prontamente hicimos el equipaje. El argumento de Augusto era concluyente para mí; su intuición era un hecho comprobado.
Dejamos la nota y el dinero sobre la mesa, aclarando que debíamos viajar urgente y por ello no la despertábamos para saludarla. A la dueña de casa le daría la impresión de que viajábamos por la noche tarde. Con sigilo salimos hacia los fondos por un corredor viendo a la señora sentada en su sillón favorito dormitando frente al televisor. La máxima precaución la tomamos en el instante de abrir la puerta que daba al jardín trasero; al hacerlo, con la cautela que requería la circunstancia, oímos la voz de la anciana: -cierren bien la puerta muchachos; ¡qué se diviertan!-...
Al subir al ómnibus nos ubicamos prontamente en las butacas. La intención de pasar desapercibidos se mantenía a pesar de los reveses. No siempre se consigue lo que uno desea y busca. Hay que saber aceptar las contingencias y comprender los vericuetos del azar.
Al ponerse en marcha el motor el sonido nos pareció la quinta sinfonía de Beethoven en sus acordes iniciales.
-Hay algo que todavía no tengo claro-. Dije mirando a Lecón con expresión dubitativa y juntando los dedos de ambas manos como si rogara.
-Es una enorme telaraña. Así de fácil-. Manifestó Lecón cerrando los ojos y moviendo la cabeza al compás del motor.
-¿Por qué la escalera principal es más alta que la del contrafrente?- Pregunté enigmáticamente.
-Intuyo que debajo puede haber algo extraño. No tuvimos tiempo de constatarlo pero el sitio es un buen escondrijo ¿quién buscaría allí?- Respondió Augusto Lecón parafraseando el tono de misterio.
 


6. MÁS ALLÁ DEL OCÉANO
Entramos en el despacho de Hugo con una consigna: hablar lo menos posible de nuestra excursión a la villa.
La bella secretaria nos hizo pasar y como de costumbre el funcionario no estaba presente. Con la gentileza acostumbrada nos invitó con bebidas para todos los gustos. Un té con limón para mí y un té cortado con crema para Augusto fue lo apetecido en detrimento de bebidas más espirituosas guardadas celosamente en un armario. Yo no estaba con exceso de buen humor así que opté por no deleitarme con las magníficas criaturas que deambulaban de una oficina a la otra y guardé silencio ensimismado en pensamientos y proyectos. En cambio Lecón jugueteaba con las chicas haciéndolas reír con sus payasadas. Parecía que Augusto estaba de muy buen humor y lentamente fue contagiando a todos con las morisquetas que hacía y los chistes que contaba. Es necesario admitir que el buen humor hace que la vida sea más agradable y además mucho más saludable. Por supuesto que esto no debe hacernos perder el sentido crítico pero hasta las críticas más agudas se pueden (y deberían) hacerse con alegría. El recurso es la ironía; a través de ésta se logran mejores resultados que actuando con amargura. Con estos pensamientos fui agregándome a la vorágine liderada por Lecón y en pocos minutos las oficinas eran un jolgorio. Si eso continuaba se corría el riesgo de transformar los asépticos y burocráticos despachos en una sucursal de la mansión del placer; era menester poner coto al inicio del desenfreno y para ello protesté con voz tonante pero que se diluyó en el regocijo generalizado. Sólo quedaba un recurso y lo llevé a la práctica; con tono ronco y serio espeté: "señores, allí viene el Jefe". Dio resultado.
Arrellanado en su sillón y tomando su café solo doble, Hugo nos ametralló literalmente con preguntas. Me resultó extraño que supiera detalles de lo acontecido sin que nosotros hubiésemos comentado algo; era evidente que nos espiaba por medio de algún pesquisante o similar. Fugazmente pensé que la información podría haberle llegado por otros medios pero deseché estas ideas paranoicas. Lo real y concreto es que sabía de nuestra excursión mucho más que lo dicho por nosotros. Finalmente al preguntarle yo cómo lo sabía, él respondió: -por los diarios- y extendió un periódico del pueblo que rezaba con grandes titulares en su tercera página "DOS FORAJIDOS REVOLUCIONAN A LAS FLORES". Leí ávidamente su contenido y luego se lo pasé a Lecón. La intuición de Augusto fue correcta: los mafiosos nos buscaban para eliminarnos; si no hubiéramos huido lo habrían conseguido. Parece que la muchacha, al no acudir yo a la cita de la "vuelta del perro", despechada, contó a sus patrones lo acontecido. Estos, rápidos, conjeturaron que dos espías habían estado en la casa; la variante era que dedujeron (no lo decía, obvio, el diario) que se trataría de miembros de la segunda banda competidora. Para prevenirse armaron todo el jaleo publicitario en los medios de comunicación. ¡Qué paradoja, nosotros informantes del segundo "cártel"! Parece que Augusto dedujo lo mismo que yo pues su expresión seria al comenzar la lectura se trastrocó en risa ahogada al terminar. Me miró con ojos pícaros y masculló dirigiéndose a Hugo: -no es por nosotros; debe haber algún espía que hizo todo eso que cuenta el periódico. Observa que menciona a dos "buenos mozos" y nosotros no tenemos nada de atractivos. Además dice que sedujeron a una mucama para entrar en la casa. Míranos bien, te parecemos lindos-. Al decir esto Augusto se levantó, esmirriado y medio encorvado, haciendo pose y pestañeando; la postura, el gesto y la expresión fue tan cómica que restalló una risa general; una secretaria que entraba en ese instante se desternilló y debió sentarse pues no podía contener la risa que provocaba el buen actor Augusto Lecón. Hugo después de reírse varios minutos, preguntó a su secretaria (ésta continuaba el carcajeo en medio de convulsiones irreprimibles) qué traía en sus manos. Lecón tomó la carpeta, ya que la muchacha continuaba con el ataque, y, previa ojeada discreta de la carátula, la entregó al jefecito.
Hugo examinó rápidamente el legajo y nos dijo en tono amable:
-Muchachos, olviden lo dicho en ese periódico; es evidente que se trata de otras personas pero me gustaría un informe por escrito de sus exploraciones. Les concedo unos cuantos días sin tareas especificadas por nosotros. Uds. pueden ir adónde lo deseen para proseguir la pesquisa; los gastos continúan siendo pagados oficialmente. Lo ideal sería que fuesen al exterior pero lo dejo al criterio de Uds.-.
-Precisamente eso pensábamos hacer. ¿Verdad Javier?- Aprobó Lecón para mi sorpresa.
-Sí-. Respondí confiando en la sutileza de Augusto.
Al llegar a casa comentamos la situación y concluimos que la mucama nos había denunciado por resentimiento y que nos confundieron con agentes de la otra pandilla. Satisfizo mi vanidad el hecho de confirmar los dichos de la mujer: le había gustado en serio... Me miré en el espejo y encontré que una mujer podría muy bien verme atractivo; en realidad tan desagradable no soy: ¡vamos Javier todavía! Esta exclamación interior me hizo recordar a "Cacho" el mandamás de la villa e integrante de la banda mafiosa. Mentalmente ya iba atando los cabos sueltos de la gran telaraña delictiva. Sin embargo mi duda era profunda con respecto a la real posibilidad de intervención de la Justicia. La idea de la impunidad seguía bailoteando en mi cerebro; en algunos países los jueces honestos habían desbaratado telarañas muy extendidas en el poder, inclusive lograron con sus investigaciones de manos limpias cambios de la estructura política y en los propios partidos políticos. Una Justicia independiente y honrada puede lograr mucho más que el poder administrador o que el poder legislativo. Los jueces tienen en sus manos un poder inmenso y directo que sanea el cuerpo enfermo de una sociedad; si a ellos se les agregan los científicos serios (no los que practican pseudociencias por móviles comerciales) y los investigadores y pensadores sutiles más los artistas genuinos quizá queden esperanzas de lograr una sociedad mejor: con más libertad (la real no la ficticia), más justicia (la real no la que discrimina aceptando la impunidad), más conocimiento (el real no el pseudocientífico). Mi monólogo interior despertó por la frase pintarrajeada en los muros del poblado; ¿cuántos carteles y cárteles que pululan por las ciudades, villas y campos del planeta podrían originar monólogos similares? Lamentablemente los ecos de voces aisladas no traspasan la sólida coraza de la estupidez del "homo sapiens". De allí lo importante que es lo que cada uno puede hacer y hace, aunque abandone transitoriamente su propia realización, por los demás. Superar el egoísmo es tarea difícil pero no imposible. La voz de Lecón resonó en mis oídos y logró frenar el fluir de mis pensamientos para volverme a la inmediatez de nuestro asunto.
-Considero conveniente que viajemos a un país musulmán pero con fuerte influencia, sobre todo en el idioma, de España. Nos permitiría estudiar las características de su gente y podríamos dialogar en nuestro idioma. Al norte de África y sobre el Atlántico hay lugares así. Nuestra lengua se habla por esos lares de manera profusa y podríamos entender y ser comprendidos sin necesidad de intérpretes indiscretos-.
-Estoy de acuerdo. Aprovechemos estos días que Hugo dejó a nuestro albedrío. Ya estoy haciendo mi bolso. Recuerda que allí es clima soleado y seco. No lleves muchas cosas-. Recomendé con sorna.
-¿Le informamos a Hugo adónde vamos?- Preguntó Augusto indeciso.
-Opino que sí pues en caso de problemas podremos acudir a él. Además necesitamos los pasaportes y tú sabes con que facilidad los consiguen los burócratas en nuestro país-. Expuse con sarcasmo mayor.
-Eres un cerdo. Somos ciudadanos del país y el trámite es breve por ese motivo. Tu alusión a los extranjeros que piden visas y les son otorgadas rápidamente está fuera de lugar-. Corrigió Augusto Lecón poniendo cara de funcionario honesto extraída de su extenso repertorio con algo de esfuerzo por lo poco usada en sus interpretaciones actorales.
Los pasajes, las visas y todo lo necesario para el viaje fue obtenido en tiempo récord por el amigo Hugo que aprobó muy entusiasta nuestra elección de indagar allende el océano.
Los escasos días previos los dediqué a leer todo el material hallado sobre los atentados anteriores en el país y en el exterior.
La modalidad del ejecutor suicida era el detalle más trascendente y que me ofuscaba sobremanera. Es prácticamente imposible contrarrestarlo; la prevención es lo único que se puede hacer pero para ser efectiva debe haber una intercomunicación entre los Estados y que sea fluida no interferida por la cadena de impunidad. Los influyentes mafiosos de las armas y de las drogas (tanto químicas como psíquicas) están relacionados con los fundamentalistas de todas las ideologías religiosas o políticas y por precio o por coincidencias ideológicas o estratégicas colaboran en la ejecución de los atentados. A veces se esclarecen pero nunca se lleva al banquillo de los acusados a los "cerebros" sólo algunos ejecutores, en el mejor de los casos un intermediario, son juzgados pero a la cárcel llegan muy pocos; generalmente son sobreseídos por falta de pruebas y esto se repite en todos los Estados. De allí el escaso interés en prevenir. Total ¿para qué?
La azafata nos entregó, solícita, la bandeja con la cena. Yo no tenía apetito pues me encontraba ligeramente alterado; los viajes en avión no son de mi agrado y la circunstancia de estar en el aire (en un concepto amplio del vocablo) influía en el estado anímico. En cambio el amigo Lecón se encontraba a sus anchas; jaraneaba, como era costumbre, con la camarera y comía por dos. Con su simpatía logró repetir porciones de exquisitos manjares que la halagada joven le traía con sumo placer. El muy desfachatado llegó hasta acariciar las piernas de la mujer que, sonriendo, le propinó un suave coscorrón que al deslizarlo por la cerviz del provocador se transformó en caricia consentida. En ese instante no comprendí la actitud de Lecón (siempre muy profesional) que me pareció descomedida. Con distintas excusas la muchacha regresaba y Augusto proseguía con sus arrumacos. Estaba por recriminarle su actitud cuando se me ocurrió pensar que quizá lo estaría haciendo precisamente por profesionalidad. ¿Cómo es esto? Pues que intentaría extraer alguna información de la niña y trataba de ganar su confianza; lo mejor era por el lado del mimo. La excitación paralizaría sus razonamientos y sus aprensiones.
Cuando todo el pasaje dormía o reposaba amodorrado, Lecón se levantó de su asiento y fingiendo ir al baño encontróse con la muchacha. Tardó un buen rato en volver; cuando lo hizo su sonrisa revelaba la satisfacción obtenida. Elevó su pulgar derecho en gesto no común en él revelando aprobación. ¿De qué?, me pregunté yo.
-El avión lleva contrabando de drogas-. Musitó en mi oído izquierdo Augusto antes de cerrar los ojos para quedar dormido en un periquete.
El dato obtenido por el astuto amigo era peligroso. Yo sabía que el país de recalada no andaba con vueltas y penaba severamente ése delito. Podría haber problemas si sospechaban del pasaje: luego en tierra nos vigilarían. Perderíamos libertad de movimientos. La situación sería mucho peor si nos involucraban más estrechamente. Era necesario no demorar los trámites a la llegada para salir del aeropuerto lo antes posible. Hugo nos había confeccionado todos los papeles conforme a los requerimientos rigurosos que exigía ésa nación, inclusive un documento adicional (que usaríamos en caso de urgencia) acreditándonos como miembros de la embajada. Con estas ideas tranquilizadoras yo también me entregué al sueño reparador.
La suave voz de la azafata compinche de Augusto nos despertó con un espléndido desayuno. Ahora sí comí con apetito y tomé té con mucha crema. Faltaba poco para llegar a destino y la posibilidad de conocer un lugar exótico en mi fantasía me ponía de buen humor. La imaginación me llevó a pasear por viejas callejas en camello y luego internarnos en arrabales con tribus nómades de beréberes con turbantes y blancas túnicas para refractar los ardientes rayos del sol.
Los trámites fueron rápidos y eficientes. Nos retiramos de la sala central para buscar un camello, digo un taxi y una larga fila de automóviles último modelo fueron progresando hasta llegar a nosotros quienes estupefactos comprobamos que eran los camellos, digo los taxímetros. Indicamos al taxista el hotel e iniciamos una marcha insólita en función de mis fantasías previas. Las callejas eran rutas asfaltadas y los arrabales eran edificios símil rascacielos neoyorquinos. Zonas con parques y residencias lujosas. Barrios más modestos pero todas las construcciones de material; algunas villas de emergencia como en todos los países pero sin tiendas de nómades. Los beréberes hablando español y aquí sí la fantasía precedente se cumplió.
El hotel era bueno y conseguimos dos habitaciones con sus respectivos baños privados. Había pocos turistas y por ello abundaban los cuartos. Aprovechamos para tener cada uno el suyo y de esta manera gozar de más libertad. Barrunté que Lecón pretendería dormir en demasía mientras yo buscaría algo parecido a la aventura. La ciudad era la capital del país pero no la más grande ni la más poblada. En rigor existían otras cinco ciudades muy importantes, una de ellas famosa por filmes y otra célebre por el espionaje llevado a cabo durante las dos grandes guerras mundiales. Otra de la ciudades era un mercado libre y por ende el contrabando no existía, siendo renombrada por la cantidad de mercancías de todo tipo y lugares que se hallaban en sus ferias. El pintoresquismo se mezclaba con lo moderno y lujoso y esto lo pude comprobar de inmediato pues salí solo a pasear por los alrededores. Augusto se quedó haciendo averiguaciones a través del personal del hotel. En mi excursión llegué hasta una bellísima plaza muy bien cuidada y rodeada por veredas de una piedra pulida veteada muy parecida al mármol; el interior de la plazoleta tenía glorietas con flores extrañas de un perfume exquisito. El aire era embriagador pues se aunaban los aromas que la gente usaba con el de las flores; me extrañó que las personas utilizaran fragancias tan fuertes en su cuerpo. Luego averigüé que era para repeler los malos olores de la transpiración que se hacía copiosa por el intenso calor. Al principio me costó percibir tantas emanaciones pero luego el organismo fue habituándose. A las dos horas ya estaba como pez en el agua retozando por calles y plazas; el entusiasmo me llevó a entrar en un bar muy típico del cual provenían acordes de una música sensual y atrapante. También el arrebato me llevó a dejar de lado cautelas y prevenciones, grave error cuando uno se halla en lugar desconocido y además solo. Me ubiqué en una mesilla cercana a un tablado donde artistas bailaban y cantaban en dos o tres idiomas diferentes, uno de ellos el español. La ubicación lateral hacía que viera a los artistas casi de perfil. Este ángulo me agradó por la novedad y por el hecho de contemplar a una bella danzarina contonearse al ritmo de un instrumento de percusión. Las voces de los parroquianos denunciaban también distintas lenguas. Un mozo se acercó y pedí café solo con una copita de un licor típico de la región. La vestimenta de la gente era tan variada como sus idiomas. Abundaban los pantalones vaqueros como en todo el planeta y por eso mismo yo pasaba inadvertido. Al menos era lo que me pareció; otro grave error. Los hechos subsiguientes probarían mis equivocaciones y que las precauciones se deben tomar siempre máxime cuando se investigan posibles delitos.
El porqué fuimos a ése país nunca pude dilucidarlo con plenitud. El hecho de que se hablara nuestro idioma fue determinante pero no excluyente; es probable que interviniese la intuición de Lecón. Lo real es que dimos con el lugar adecuado en el tiempo oportuno pero con enormes riesgos para nuestra integridad física. Todo comenzó al concluir su baile la hermosa odalisca. La niña se acercó a mí (parece que estoy de suerte con las mujeres) y hablando en español (mi pedido al mozo fue en voz demasiado alta) me invitó a su camarín. Al hacerlo se reclinó sobre la mesita y exhibió con donaire sus turgentes pechos; quizás enturbiada la mente por la visión, no reflexioné las posibles consecuencias del envite ni tampoco advertí los sutiles movimientos que se efectuaban en el otro extremo del salón. En realidad percibí todo esto pero no lo asocié conmigo ni aprecié las secuelas que podrían emerger. Me puse de pie y seguí a la muchacha que giraba a cada instante su cuello para cerciorarse de mi presencia. Esto me pareció muy raro pues ¿por qué podría dudar de mi seguimiento? Cuando pasó fugaz por mi mente que podría ser conciencia culposa ya era demasiado tarde. Los cretinos que se hallaban en la extremidad del salón fueron acercándose displicentemente mientras la niña y yo transitábamos por un largo corredor con puertas, presuntamente de los diversos camarines, a los costados. Los mencionados malhechores se abalanzaron sobre mí empujándome hacia una de las portezuelas, ésta cedió y una vez adentro del cuarto me tiraron al suelo. Con rapidez me ataron las manos colocadas a la espalda y me sentaron sobre una silla atando mis piernas a la misma; acto seguido me colocaron una mordaza. Todo duró lo que se tarda en narrarlo. La rapidez me dejó atónito e impidió cualquier reacción de mi parte. Mi cuerpo quedó paralizado por lo imprevisto y fulminante de la acción.


Permanecí solo en el cuarto durante unos minutos; maniatado y amordazado solamente restaba pensar. Discurrir y registrar todo en mi mente para luego, en su momento, contarlo; ése era un buen proyecto; nunca se deben silenciar los hallazgos aunque nadie reciba, en lo inmediato, el mensaje; éste, a la larga, llega y con el prestigio del tiempo.


La confusión con otro fue lo primero que se me ocurrió pensar. Estos individuos probablemente buscarían un rescate si la persona por la cual me tomaron es notable o rica o importante. Una segunda idea surgió al imaginar que estos bandidos podrían estar enterados de nuestra condición de pesquisantes; algún contacto de ellos en el ámbito oficial de nuestro país podría haberles informado del viaje. En todos los supuestos emergía una telaraña local o una sucursal. El delito es internacional cuando lo hacen a gran escala. Nuestra investigación era con ése tipo de delitos no con los rateros o meros ejecutores o chivos expiatorios. Las mafias están organizadas como un supraestado con filiales en los países y competencia por los mercados. En algunos momentos lúcidos que tuvo Lecón durante el viaje (cuando no dormía, o no comía, o no estaba de jarana con la azafata) me contó su teoría de la hecatombe económica mundial. Y, fuerza es reconocerlo, sus fundamentos son muy sólidos que se van confirmando con los hechos. Los Estados están recurriendo a las mafias para solventar sus cada vez mayores gastos y su ineficiencia. El recurso de traspasar a la empresa privada (en su mayoría de capitales provenientes de la acción mafiosa con drogas, químicas y psíquicas, y de la venta de armas para los tontos beligerantes que ávidos las consumen) debería haber generado grandes superávits en los presupuestos de los Estados pues estos aducían, antes de privatizar, que las empresas del Estado daban cuantiosas pérdidas. Este canto de sirenas es falso (las sirenas no existen en la realidad, sólo en la fantasía de los creyentes en ellas) pues ahora, sin las empresas, las cuentas siguen siendo deficitarias en casi todos los Estados. Algunos grandes Estados tratan de paliar sus problemas trasladando a otros (más débiles o con más delito en sus dependencias oficiales) sus cuentas deficientes. El enorme enriquecimiento de muchos funcionarios es investigado en algunos países pero en la mayoría de las naciones no; o por falta de pruebas o por la presión política sobre la Justicia o simplemente por el gravísimo problema de la impunidad. Desde que el ser humano comenzó a organizarse como sociedad más compleja que un pequeño clan, el delito grave y la impunidad existieron. La complicidad y el silencio también. La Justicia todavía sigue siendo una quimera y una utopía por la simple circunstancia de que es un producto humano y está sujeta a todo lo atinente a éste. Mientras los "homo sapiens" no seamos en la realidad sapiens nada cambiará.


Estos argumentos de Augusto Lecón coincidían, en buena parte, con los míos pues no somos mejores que los verdugos de la Edad Media que asesinaban a la gente en la hoguera simplemente por sus ideas. Ahora se sigue matando a las personas con las armas, en guerras, y con las drogas químicas, antes de ser adultos, y con las drogas psíquicas siempre. El objetivo es satisfacer la codicia de los mafiosos. Pero ahora peligra todo el sistema financiero internacional y la intuición de Augusto Lecón puede ser una realidad en corto lapso. El "homo sapiens" organizado sobre la base de la codicia está llegando a su fin y precisamente por su propia codicia. Matar gente, o con las dos drogas o con las armas, es y fue siempre el negocio de los "cerebros", de los intermediarios (en sus diversas escalas) y de los ejecutores. La modalidad del ejecutor suicida hace que éste se elimine solo. Siempre hay tontos que reemplazan a los muertos.
La competencia entre las mafias por el mercado hace tambalear el sistema financiero mundial. El colapso está cerca. ¿Por qué? Simplemente porque las ciencias y su aplicación, la tecnología, harán caer todo el sistema financiero y económico en menos tiempo del imaginado. La sociedad esclava de las drogas y de las armas puede liberarse; al menos parte de ella: los no creyentes de ambos males. Los creyentes seguirán sujetos, como meros espectadores y consumidores, a la gigantesca lucha de los cárteles y de los carteles que finalizará en el mencionado colapso. La supervivencia del más apto comenzará a operar. La desocupación de los refractarios a la tecnología hará extinguir la especie de los "homo sapiens" para generar la nueva especie de los "homo sapiens sapiens".
Para originar la nueva especie la herramienta es el conocimiento que suplante a la herramienta anterior ya obsoleta que fue la creencia y que produjo los engendros que la humanidad soportó (con el consenso cómplice de muchos) hasta el presente.
La puerta se abrió para dar paso a un señor alto con gesto adusto que mirándome con atención interrumpió mis lucubraciones. El susodicho estaba vestido con una chilaba blanca, a la inversa de los agresores que vestían vaqueros, y calzaba babuchas, al revés de los otros maleantes que usaban zapatillas. Parecía ser un jefe de banda; siempre que se es jefe se tiene en derredor gente a la cual mandar; jefes solitarios no existen. Contrariamente a los otros (pulcramente afeitados) este señor jefe se ornamentaba con luenga e hirsuta barba que acariciaba con deleite mientras escudriñaba mi rostro. La inspección duró varios minutos que me parecieron horas; yo masticaba miedo pues su apariencia era terrible; el rostro, de un color amoratado, lívido, pero el morado de las moras, emergía por sobre su barba negra. Los ojos, negros, centelleaban como puñales hiriendo, sádicos, a su víctima antes de aniquilarla. La nariz se retorcía como pico de buitre y de sus labios emanó un chistido intempestivo que tuvo rápida respuesta con la presencia de la danzarina. La mujer, con los ojos fijos en el facineroso, esperó sus palabras. En lengua española, con voz ronca y cadenciosa habló el forajido intimidando a la joven por su gravísimo error. Efectivamente, se habían equivocado; yo no era el hombre que buscaban; eso sí, me parecía a él.
-¿Qué haremos con este hombre?- Preguntó la niña con tenue voz.
-No podemos dejarlo ir. Podría denunciar el sitio y hacer peligrar nuestro negocio-. Vociferó el barbeta.
-Yo puedo hacerme cargo de él-. Susurró temerosa la bailarina.
-Está bien, pero lo llevaremos maniatado y amordazado al cuartel general luego veremos como nos deshacemos de este pobre diablo. Tiene tanto miedo que por el momento no es peligro para gente como nosotros-. Sentenció el pillo.
Con paso firme, el elegante y feroz jefe abandonó el cuarto dejándome a solas con la danzarina. Ella me miró con detenimiento y luego palpó mis brazos y mis piernas. Con un mohín de su boca indicó desprecio pero luego tanteó mis muslos acariciando los genitales y cambió la expresión. Sucedía que el temor había hecho endurecer el pene quizá por mayor afluencia sanguínea motivada a su vez por taquicardia. El caso es común y semeja una excitación erótica. El miedo a algunos hace aflojar los esfínteres a mí me eleva el miembro viril; cosas del ser humano. La muchacha habrá pensado que la cuestión vendría por ella y me sonrió ya más complacida y con mejor predisposición hacia mí. El evitar que me eliminaran en el lugar fue por un sentimiento de culpa no por agrado o simpatía. Lentamente parecía cambiar su actitud. De pronto, con voz decidida pero en tono bajo, dijo en mi oído: -confía en mí; no te matarán; mi error no puede costar una vida y no me lo perdonaría nunca-.
Sentóse a mi lado y comenzó a cantar una hermosa copla española que entonaba mi abuela cuando yo era niño. El melodioso canto llamó la atención de uno de los agresores que acudió de prisa para averiguar a qué se debía. Al abrir la puerta y verme maniatado y amordazado el maleante frenó sus ímpetus y le preguntó a la mujer porqué cantaba. Ella respondió en un idioma que no entendí y él se retiró satisfecho.
Transcurrió poco más de una hora; durante ese lapso la mujer canturreaba y a mí sólo me restaba escuchar. Finalmente el grupo ingresó en pleno a la habitación y dando uno de ellos, al que llamaban "Machi", la orden de partida. Me levantaron, quitando las ligaduras de mis piernas a la silla y por expreso pedido de Nati, así se llamaba la bailarina, liberaron mis manos y mi boca, quedando en total libertad de acción pero con la orden de seguirlos y de no intentar escapar. El corpulento "Machi", poniendo sus manos en mi pecho y tomándome de la camisa, amenazó: -por el Profeta, si tratas de fugar, te pego un tiro; síguenos en silencio y veremos que manda el Jefe-.
Nos retiramos del local por la parte de atrás donde esperaba una camioneta; me introdujeron en ella junto con Nati y tres de los maleantes mientras el resto (unos diez) se ubicaban en dos coches que, precediendo uno a la camioneta y siguiéndola el otro, formaban el plantel de granujas. Por una ventanilla logré ver al Jefe, en rigor sólo observé su inconfundible barba, que montaba el último automóvil. La columna paseó por diversas calles, era pleno día, y luego tomó una avenida a regular velocidad. No se tomaron la molestia de tapar mis ojos; habrán conjeturado que yo desconocía totalmente la ciudad y además la abertura era tan pequeña que impedía una visión importante. Nos alejamos de la zona céntrica y la marcha, siempre encolumnada, continuó por espacio de una hora pero me pareció que lo hacían para despistarme tratando de hacerme perder el sentido de la orientación. Todavía no entendía el porqué de la continuación de mi cautiverio; si no era la persona indicada ¿por qué no me dejaban ir? ¿qué podría denunciar yo si ignoraba siquiera a quién buscaban? Estas incógnitas serían dilucidadas más tarde.
La marcha finalizó repentinamente entrando en el garaje de una gran finca no alcanzando yo a percibir en qué sitio de la ciudad nos hallábamos. Nati me estuvo observando todo el tiempo con mucha atención. Yo estaba tan pendiente de todo lo que fuese a suceder que la ignoré casi por completo, sólo advertí su mirada escrutadora sobre mí. Los tres forajidos se desentendieron y dormitaban pero siempre con las armas en sus manos. Cada uno de ellos portaba una metralleta y debajo de sus brazos pistolas de grueso calibre. Mi aspecto los inducía a sentirse seguros. Discurrirían: ¡cómo un flaco desgarbado podría hacerles frente!; ellos eran fuertes, musculosos y estaban armados; la fuerza lleva a la seguridad y ésta a la tranquilidad por ende podrían dormir desatendiendo al rehén.
Este fue el primer error de una larga cadena que cometieron los delincuentes; la apariencia no es la realidad. La fuerza física no es toda la fuerza ni siquiera es parte trascendente, sólo sirve para incrementar la irracionalidad. Las armas y los músculos son las fuerzas del pasado, el equivalente de los colmillos y los cuerpos de los gigantes dinosaurios. Con buena salud y con inteligencia se logra la verdadera fuerza: ser mejor persona sin dañar a nadie. Para llegar a comprender esto se requiere un largo camino previo. Por ahora estamos en el reinado de la violencia. Pero la era científica y tecnológica ha llegado; el cerebro priva sobre la fuerza; los que no se adapten a las nuevas condiciones se extinguirán, como los dinosaurios. A lo sumo las peleas serán entre robots, los humanos sobrevivientes dirigirán, si están capacitados, a las máquinas que lo harán casi todo. El tiempo libre, el ocio, si se carece de imaginación creadora, hará sucumbir a los humanos en el aburrimiento y en las drogas químicas ya que las psíquicas habrán desaparecido por efectos de la tecnología. Los nuevos dioses serán las ciencias y los nuevos sumos sacerdotes serán los científicos...
Me hicieron bajar del rodado empujándome con la culata de las metralletas al mejor estilo recio; ésta forma de actuar los seduce sobremanera pues les hace sentirse omnipotentes al denigrar al prisionero. La sonrisa de satisfacción que tenían denotaba además un fuerte sadismo, también típico. Pude observar que el inmueble estaba ubicado en zona residencial de extremo lujo. Trataba de no mirar con detenimiento y utilizaba el rabillo de los ojos. En mi mente forjé imágenes que luego me serían útiles. A veces bajaba la vista hacia el suelo en actitud humilde; se sentían tan protegidos que no taparon mis ojos siendo este dato muy sugestivo y que me hizo especular; una idea comenzó a germinar a partir de esto. La camioneta quedó en un jardín y de allí al interior de la casa habría un trecho de unos veinte metros. Andados cinco o seis metros simulé tropezar y caí sobre el césped; de esta manera pude comprobar el tipo exacto de suelo y algo que me estaba contagiando del exótico país: el aroma. Ya mencioné antes los olores que pululaban por todas partes y el pasto tenía un vaho especial a lavanda. Con rapidez extraje de un bolsillo una pequeña libreta plástica que escondí al lado de un arbusto y debajo de una piedra. La maniobra duró escasos segundos y el pequeño matorral ayudó a ocultar mis manos de la vista de los maleantes. Nati acudió solícita a ayudarme y me pareció que ella logró ver algo pero como no dijo nada me quedó la duda. Todos hablaban español así que aproveché para mascullar algún improperio que justificase la caída y agradecí vivamente la ayuda de Nati. Los bandidos al ver que fue un accidente mermaron su inicial hostilidad y aprovecharon para empujarme e insultarme por mi torpeza.
Ingresamos en la casa y me condujeron directamente a una habitación ubicada en el primer piso. Se trataba de un dormitorio con baño; éste era amplio y totalmente instalado. Uno de los bandidos quedó afuera vigilando mientras que los otros se retiraron a la planta baja. Nati permaneció conmigo en el cuarto. Yo tenía mis manos y pies libres; podía deambular y hablar libremente. De inmediato miré de soslayo la ventana que daba al jardín pero estimé improbable saltar dada la altura y descolgarme mediante la unión de sábanas y demás cobijas también fue descartado, en ambos supuestos tenía un obstáculo insalvable: había perros sueltos. Sólo quedaba esperar.
Nati continuaba observándome detenidamente y ya molestaba con su mirar inquisidor; se había sentado en un sillón ubicado en el extremo opuesto de donde yo me encontraba echado sobre la cama y contemplando el techo. Mi mente trataba de buscar un modo real y efectivo de huir pues de prolongarse mi "estadía" en el lugar se achicaba la posibilidad de sobrevivir; los delincuentes cuando tienen un rehén van paulatinamente entrando en estado de nerviosismo hasta hacer crisis y que luego descargan sobre la víctima. Este comportamiento es muy peculiar y difícil de eludir. Estaba comenzando a catalogar las distintas variantes de escape cuando irrumpió un maleante con una gran bandeja: comida y bebida en abundancia para más de dos personas. Dejó todo en una mesa y se retiró dando una última ojeada por la habitación y haciendo una seña a Nati indescifrable para mí. Me levanté en silencio para tomar algunos alimentos y bebida y los coloqué en una bandeja más pequeña, luego con parsimonia me senté en la cama dispuesto a saborear la comida. Iba a llevar a mis labios el primer bocado cuando surgió una duda en mí que retrasó el movimiento; prudentemente esperé a ver qué hacía Nati. ¿Y si estaba envenenada la comida? La danzarina llevó a su sillón la bandeja grande y tranquilamente comenzó a comer mirando por la ventana distraídamente. Esperé dos o tres minutos y yo también comí con apetito pues hacía muchas horas que no ingería alimentos.
-Tú no tienes miedo, ¿por qué?- Repentinamente surgió la pregunta de Nati tomándome por sorpresa.
-Al principio tuve mucho miedo; ¿qué te hace pensar lo contrario?- Pregunté a mi vez intrigado.
-Se te ve calmado y abstraído. Los hombres me han dicho que tú no intentarás escapar pues te creen débil y cobarde. Te llaman "el flacucho". Por eso no te maniatan ni te tapan los ojos. Más aún consideran que eres tonto y afeminado-. Rubricó Nati con pícara sonrisa.
-Y a ti ¿qué te parece?- Pregunté con mirada más pícara todavía.
-En cuanto a lo de afeminado, me parece más bien todo lo contrario; ya debes saber el calce de mi ropa interior, me observaste hasta el pubis pues en la camioneta abrí las piernas y tú enseguida giraste la cabeza. Lo de tonto es una apariencia que no me engaña; simulas serlo para ganar tiempo. Débil puede ser, pues físicamente careces de músculos; en cuanto a lo de cobarde depende qué se entienda por tal. Para mí cobardes son ellos que se abusan porque tienen armas. Pero no me contestaste aún; estás tranquilo y ensimismado. ¿Por qué no tienes miedo?- Insistió Nati sentándose a mi lado en la cama.
La muchacha me inspiraba confianza y además era muy despierta, mucho más astuta que el resto de los malandras. Opté por ser sincero con ella.
-Tuve miedo al principio pues me tomaron por sorpresa. Tengo un método que permite sobrellevar las situaciones más inesperadas. Consiste en pensar, haciendo trabajar el cerebro en un sentido determinado: la percepción de todo tipo de datos, almacenándolos y luego atando los cabos sueltos para formular hipótesis con las cuales operar. En este proceso interviene el razonar pero también la intuición, y lo que mi amigo y yo denominamos prenociones que ayudan a la comprensión de los datos sensibles; pero todo esto debe estar avalado por el análisis crítico. Precisamente ahora estoy con este último análisis. Mientras pienso no tengo miedo-. Finalicé la explicación mirando a Nati para sopesar su reacción.
-¿Has llegado a una conclusión?- Preguntó la sagaz mujer.
-Todavía me faltan algunos datos pero estoy bastante avanzado en mis conjeturas-. Repuse en tono misterioso pues me costaba sincerarme.
-¿Qué piensas de mí?- Demandó sorpresivamente Nati.
-Eres muy atractiva-. Expresé con la intención de ganarme su confianza y con la remembranza del incidente de mi erección.
Nati me miró buscando algún sarcasmo pero mi expresión seria la persuadió de la veracidad de mis palabras. Una sonrisa de complacencia surgió en sus labios y su mirada reflejó un atisbo erótico. Era el efecto apetecido.
-Y tú me pareces un sinvergüenza-. Dijo Nati acercándose y acariciando mis muslos.
La muchacha estaba excitándose paulatinamente; el clima seco, caluroso, influye para exacerbar la libido y además ella tenía un temperamento fogoso sin embargo de repente paralizó su accionar y quedó mirándome con un dejo de duda.
-¿No estarás seduciéndome para escapar?- Susurró y esperó mi respuesta con expectación.
-Sí, es verdad. Trataré de escapar y buscaré tu ayuda; pero también es cierto que eres muy atrayente además de voluptuosa; me agradan tus caderas y cómo las mueves al bailar; no obstante te confieso que éste no es ni el lugar ni el momento adecuado para un romance. Yo trato siempre de decir la verdad no me agrada engañar aunque estoy acostumbrado a que intenten engañarme. La hipocresía es dueña y señora de nuestra especie...- Manifesté con franqueza.
Nati quedó perpleja. No imaginó tal respuesta. Se levantó y comenzó a deambular por la habitación con paso de tigra recién enjaulada. En ese instante pensé que había arruinado toda posibilidad de ayuda, inclusive que me había granjeado el resentimiento de la bella danzarina. "Tonto más que tonto", mascullé y me acosté sobre la cama. Desde allí observaba el felino andar de Nati y tuve un alivio al sentir satisfacción por mi conducta. Intentaría otros caminos para la fuga. Estaba por comenzar a lucubrar la manera de huir cuando la mujer se aproximó y sentándose sobre la cama y cerca de mi cabeza, me miró con ojos húmedos y dos gotas perladas resbalando por sus mejillas. Con una mano acarició mis cabellos y luego tumbándose a mi lado comenzó a hablar.
-Los hombres siempre trataron de seducirme con el solo objeto de poseer mi cuerpo. Yo amé pero no fui amada. De chiquilla aprendí a bailar y es lo único que sé hacer. Trabajo bastante y me pagan bien. La falsedad y la hipocresía gobiernan al mundo, es verdad yo lo sé. Las mujeres son tan hipócritas como los hombres; el sexo no cuenta para la mentira. El hecho de que me hayas dicho tus verdaderas intenciones de fuga y la pretensión de usarme me afectó mucho. En un primer momento quise pegarte. Tu mirada delataba tus ideas, por eso nació mi duda al acercarme a ti y frené mis caricias. En realidad me lo dijiste todo con esa mirada. Eres un hombre extraño; por eso los malandras de afuera imaginan cosas raras de ti. Yo estoy empezando a comprenderte...- Las lágrimas fluyeron suavemente interrumpiendo sus palabras.
Por largos minutos permanecimos acostados uno junto al otro y en silencio pero no pudiendo contener Nati su desconsuelo estalló repentinamente en sollozos acompañando a las primeras lágrimas furtivas. Ahora acaricié yo sus cabellos y recliné su bella cabeza sobre mi hombro. Así estuvimos largo rato.
Toda la tensión sufrida había hecho mella en mí y cerré los ojos quedando profundamente dormido.


Al despertar sobresaltado me restregué los ojos pues una luz fuerte los hería. Por la ventana penetraban los rayos del sol que rebotaban en las paredes cubiertas de un papel blanco floreado. La luminosidad era intensa y el calor arreciaba. Nati yacía a mi lado durmiendo plácidamente. Me levanté y me dirigí al baño. Al observarme en el espejo advertí mi cara con barba crecida y decidí afeitarme. En el botiquín tenía todos los elementos menos una brocha para extender la espuma; opté por lavar cansinamente la cara y luego usé la hoja. Al rasurarme vi reflejado en el espejo el maravilloso ventanuco que sería mi salvación.
Un banquillo me ayudó a trepar hasta la abertura que no daba al jardín sino a un patio interior; observé con alegría que ese patio comunicaba con los fondos de una finca lindera. Los perros no llegaban hasta ese patio pues una reja lo separaba del jardín reducto de los canes. El espacio era muy reducido pero gracias a mi delgadez (que movía a risa a los bandidos) el intento podría ser fructífero. La cuestión era elegir el momento adecuado. Lo pensaría. Regresé al cuarto justo en el instante que despertaba Nati. La muchacha se levantó casi de un salto y al ver mi rostro afeitado acercóse a mí acariciándome la cara; noté que estaba sensibilizada quizá por la charla anterior. Me miraba queriendo sondear mis pensamientos y mis sentimientos. No podía engañarla, mi única prioridad era huir; toda mi energía estaba en ése cometido. Además no existía ningún conocimiento mutuo; sólo intuiciones, en especial por parte de ella. Muy suavemente logré esquivar el contacto de sus manos y me dirigí hacia la mesa fingiendo buscar alimentos pues ya sabía que estos se habían agotado, pero la maniobra sirvió para mitigar los ardores de Nati.
-Tu gesto de sinceridad me ha conmovido. Creo que eres una buena persona y te ayudaré en lo que pueda. Pero antes dime ¿qué conclusiones tienes de todo esto?- Preguntó Nati con demasiada curiosidad para mi gusto.


Me quedé mirándola tratando de indagar si merecía o no mi confianza. Opté por una solución intermedia: no le hablaría de mi descubrimiento de la ventanilla del baño pero sí lo haría con algunas conjeturas que barruntaba.


-Estos malandras son muy extraños. Su actitud es típica de los paraestatales; no me parecen delincuentes comunes sino empleados por el gobierno. Cada gesto, cada actitud confirma mis presunciones. También considero que fingen haberme confundido. La realidad es que yo soy el individuo que ellos tienen que neutralizar hasta agotar mi tiempo. Ignoran que no necesito buscar demasiado; las evidencias para mí están a la vista. Además ya llevamos mi amigo y yo una larga serie de investigaciones que rubrican sospechas previas. Este país, como todos por otra parte, está corrompido hasta el tuétano. Los gobiernos y las mafias, las mafias y los gobiernos... Mi amigo y yo pensamos que un enorme colapso financiero se avecina y sus efectos se harán sentir en todo el planeta. La economía real es una cosa y la economía financiera es otra muy diferente. Con las modernas tecnologías aplicables a la informática de los mercados se logran efectuar negociaciones a futuro de billones y billones de dólares lo que permite, mediante las informaciones reservadas, hacer quebrar bancos, vaciar empresas, etc.. La corrupción delictiva está enquistada en todos los gobiernos del planeta asociada a las mafias de drogas y de armas. Es una enorme telaraña que se extiende por todos los estados. Algunos países reaccionan y tratan, a través de jueces incorruptibles no de funcionarios de los otros poderes, de poner coto a esto antes de su estallido. Pero la enfermedad es muy grave y los pobres jueces de manos limpias muchas veces mueren en atentados. Los delitos que se cometen son variados en su forma pero el fondo es el mismo; la codicia humana poniendo marco a este cuadro de corrupción. Las pruebas desaparecen y la impunidad gobierna. El cohecho (el funcionario público que por sí o por persona interpuesta, recibe dinero o cualquier otra dádiva o acepta una promesa directa o indirecta, para hacer o dejar de hacer algo relativo a sus funciones) es un delito que figura en todos los códigos penales del planeta pero que nunca se aplica por "falta de pruebas". La malversación de caudales públicos (el funcionario público que da a los caudales o efectos que administra una aplicación diferente de aquella a que están destinados) también es un delito pero que no se aplica por "carencia" de pruebas. El peculado (el funcionario público que sustrae caudales o efectos cuya administración, percepción o custodia le haya sido confiada por razón de su cargo; el cómplice que da ocasión a que se efectúe por otra persona la substracción de caudales o efectos); en ambos casos son delitos con los mismos resultados en la práctica. Querida amiga, podría agregarte las exacciones ilegales (el funcionario público que, abusando de su cargo, exigiere o hiciere pagar o entregar indebidamente, por sí o por interpuesta persona, una contribución, un derecho o una dádiva o cobrase mayores derechos que los que corresponden) pero caemos siempre en lo mismo son tipificaciones legales, están en la letra de los códigos penales, pero rara vez se aplican, no obstante la enorme cantidad de comisiones de estos delitos en todos los países. La falta de pruebas o la impunidad impide hacer justicia. De allí que es tan importante la prevención. Estos "pequeños delitos" van generando el clima de corrupción generalizada para abrir las puertas a los "grandes delitos" que provienen de las mafias de las drogas (químicas y psíquicas) y de las mafias de las armas. La gigantesca telaraña se complementa con las grandes estafas financieras que te comenté antes y los homicidios individuales o múltiples, como los atentados masivos y los genocidios. Ningún país se salva de esto. La explicación es muy simple: todos las naciones están habitadas por seres humanos y nosotros, los homo sapiens, somos codiciosos, hipócritas y estúpidos además de agresivos, ritualistas, territoriales y jerárquicos. Así de fácil...-. Concluí mi reflexión que me sirvió para hacer un preludio sintético del problema de fondo que está involucrado en el próximo atentado.
Nati, sentada en el sillón cercano a la ventana, se había quedado atónita con mi perorata. Al dar yo por sentado que los malhechores eran del gobierno con tanta seguridad, se sintió apabullada. Quizás ella ignorase este dato o si lo sabía, su sorpresa provenía de mi aseveración tan decidida. En cualquiera de los supuestos igual ella jamás hubiera pensado que yo dilucidaría la cuestión tan rápidamente. De todas formas sean delincuentes comunes u oficiales mi situación era la misma: debía huir de ellos y reunirme con mi amigo lo antes posible pues intuía que si se enteraban de mis pensamientos (el puente podría ser la misma Nati, por voluntad propia o por la fuerza) acabarían conmigo sin escrúpulos de ninguna índole.
-Me sorprenden tus deducciones pero también me asustan; ahora soy yo quien tiene miedo. Si lo que insinúas es cierto mi vida también peligra. A veces tenía la sospecha de que mis jefes eran demasiado importantes y actuaban muy libremente. Las autoridades policiales jamás interceptaron sus actividades y ahora comprendo mi complicidad. Tu explicación sirvió para iluminar mi razón. Me usaron siempre y yo accedí a ello por necesidad; me dieron trabajo de bailarina pero muchos veces atraje incautos- [aquí Nati me miró e hizo un delicioso mohín de disculpa que yo retribuí con una sonrisa de comprensión]. -Mi única función era seducir. Pero ahora pienso (ya es tarde para ellos) ¡cuántos habrán muertos por mi culpa!- Nati al decir la última frase comenzó a lloriquear.
Hice silencio pero no me acerqué a ella; yo también pensé en cuántas víctimas habría mandado a la muerte sin saberlo (¿sin saberlo?). Las dudas eran naturales en mí; yo desconfío del comportamiento humano pues decenas de años de investigación sobre la conducta del "homo sapiens" me habían hecho escéptico. La complicidad puede ser por acción o por omisión; la mayoría se deja llevar conscientemente; es falso que no se sabe; se sabe pero se reprime, se oculta, se esconde, en suma se es hipócrita y se forja la ilusión de que no se sabe; "olvidar" es una forma de esta hipocresía y de allí a la omisión hay un paso muy pequeño. El homo sapiens omite y deja hacer a los "cerebros", a los intermediarios (altos, medios y bajos) y a los ejecutores. Es verdad, a los ejecutores suicidas es casi imposible frenarlos pero ¿a los restantes? Todos somos en mayor o menor medida culpables y responsables del quehacer humano, de la cultura, de los delitos, de la impunidad. En nuestra primera entrevista con Hugo surgió la pregunta ¿uno solo qué puede hacer? Con el pretexto de la impotencia nada se hace...
-¿Estás dispuesta a hacer algo?- Pregunté mirándola fijamente y escudriñando más allá de su respuesta.
-Sí-. Contestó Nati sosteniendo brevemente mi mirada para luego escabullir con todo su cuerpo hacia el baño.
Largo rato estuvo la muchacha encerrada. Yo me senté en "su" sillón y entrecerrando los ojos comencé a observar a través de la ventana. Desde esa posición sólo se veía la copa de los árboles. En una rama casi horizontal pendía un pequeño nido. Me levanté y abrí la ventana para respirar aire más puro y para contemplar mejor el suave aleteo de un colibrí. Pendido y a veces girando el ave buscaba algo. ¿Quizás una flor? Seguí su evolución al volar de repente hacia otra rama pendular; ¿qué había encontrado la avecilla? ¿Una flor acaso? No, un pequeño insecto había llamado su atención; éste resbaló en su huída y cayó dentro de una hoja doblada que ante la nueva carga se desprendió y aterrizó en el centro de una hoja enorme que también pendía pero más sólidamente aferrada a la rama. El colibrí seguía todas las peripecias con su vuelo extraño, suspendido en el aire y con arrebatos; la pista del insecto había desaparecido en medio de hojas de tamaño creciente; la más grande protegía a la más pequeña y este esquema se repetía en otros árboles. Sí, roté mis ojos y vi en derredor algo similar y más allá lo mismo y acullá idéntico. Todo el jardín reflejaba una equivalente realidad: algo o alguien protegía a algo o a alguien. La cadena de amparos era interminable. El apoyo hacía de defensa, de refugio, de asilo, de abrigo... El colibrí cansado de ambular entre hojas grandes y pequeñas optó por regresar a su nido. La madeja de ramas y hojas osciló brevemente por la brisa refrescante. Yo seguí atento, con la vista fija en el matorral desinteresándome del colibrí. Las hojas se movieron imperceptiblemente primero y luego con más fuerza; algo más enérgico que la tenue brisa logró hacer caer (fuerza es reconocer que estaba en equilibrio) la hoja pequeña hacia el suelo pero antes emergió, quedando sujeto a la hoja más grande, el insecto. Yo pensé: ¿sería el mismo que había llamado la atención del colibrí? Miré a la avecilla, ésta ya estaba atenta a otros menesteres; había perdido interés en su primitiva misión; no ameritaba por su persistencia. ¿Había operado el olvido? Retorné mi vista al insecto que ya casi desaparecía indemne, defendido por su cadena de protección, en su caso accidental, debajo de un montículo de tierra húmeda. El colibrí revoloteaba, luciendo vistoso sus bellos colores y pendiendo, como siempre, en el mismo lugar... ¡Vanidad de vanidades!
En ese instante regresó Nati cerrando tras de sí la puerta del baño. Yo no volví a ocupar "su" sillón y me recosté en la cama. Ella se acercó a mí y con ojos húmedos me dijo:
-Te ayudaré a huir; dime cómo lo harás y te acompañaré-.
Yo me senté sobre la cama, justo en el centro, y flexionando las piernas acuné mis rodillas con la ternura con que se mece a un bebé. Miré a Nati; pensé en el colibrí y ya supe qué hacer.
-Por ahora permaneceré quieto. Quiero ver hasta donde llegan-. Dije recostándome nuevamente para eludir la mirada de Nati; yo no puedo fingir: a Javier Reybaj lo delatan sus ojos, al menos para Nati.
La mujer intentó acercarse para mirarme a los ojos pero yo ya estaba dormitando como un buen muchacho que disfruta su travesura. Sin embargo la insistencia femenina podía más que mis previsiones y ella buscó con sus manos, hurgando entre mis muslos, hasta encontrar a mi sexo tranquilo. Con habilidad lo acarició. Con un gran esfuerzo logré evocar lo visto en el jardín y representé la escena con pulcritud; mi cerebro trabajaba presionado por el instinto de supervivencia más que por la libido. El vuelo del colibrí opacó el aleteo de Nati en mis genitales. Mi mente indagaba entre hojas e insectos, vuelos y avecillas mientras el azar, como en el caso del hexápodo, jugó a mi favor. La impaciencia de la muchacha fue mi suerte; si hubiese seguido manipulando o abrevando, la libido hubiese triunfado sobre la supervivencia. La prisa unida a la ira la perdieron, pero debajo estaba mi recelo.
-Tienen razón los muchachos: eres un marica-. Espetó la niña casi golpeando mi sexo con la furia de su impotencia y de su liberado inconsciente.
Apreté mis ojos y en posición casi fetal rescaté mi triunfo justo a tiempo pues el último golpe de Nati hizo erguir, al acabar la representación del jardín, al castigado miembro también liberado de mis neuronas corticales izquierdas. Tomé la manta para cubrirme y ocultar el proceloso bulto que, enhiesto, requería explicaciones a un Javier quizá tonto pero prudente que se regodeaba con el ventanuco del baño. Ése era mi secreto. Disociado momentáneamente de mi virilidad disfruté la futura libertad mientras Nati, furiosa, se retiraba de la habitación dando un portazo. Así salió de mi vida una mujer que me había excitado con sus caderas y arrobado con su fingida, ahora, ternura como pocas veces antes lo había sentido. ¡Gracias colibrí!
Era entrada la noche cuando reaccioné. Había estado dormitando. Nadie ingresó al cuarto; me sorprendió que no trajesen alimentos pues habían pasado muchas horas pero era evidente que yo no les interesaba mucho. El informe de Nati sería tan ubérrimo en incoherencias sobre mi persona que los buenos muchachos estarían pensando: "dejemos a ese infeliz que se pudra; mañana le llevaremos comida; un poco de ayuno no le vendría mal así adelgaza"; imagino la risotada que recibiría esta idea. Aflojarían todos los controles y quizá Nati se desquitase con ellos; la fogosidad vapuleada de la muchacha requería un pronto sofocar y yo debía aprovechar el festín casi seguro de los "guardianes del orden". Miré mi reloj de pulsera, era casi medianoche; la hora de las "brujas" y de Javier Reybaj.
Como un felino en acecho caminé hasta la puerta del cuarto. Como era de prever, el carcajeo de los facinerosos marcaba que la orgía estaba en su apogeo. Tomé todas mis cosas colocándolas en los bolsillos y les dejé como recuerdo el pequeño billetero vacío ya que estorbaba para pasar a través de la estrecha ventanilla; con decisión pero extrema cautela me dirigí hacia el baño. Al abrir la puerta sentí un ruido en el ventanuco que me hizo trastabillar del susto; con precaución me acerqué; un haz de luz muy delgado penetró a través del vidrio. Coloqué el banquillo debajo y con dedos temblorosos bajé el pestillo y abrí la ventanilla. Ubiqué mis manos en el borde y de un salto quedé colgando hasta lograr penetrar mi cabeza y luego el torso; el haz de luz me segó y al percibir que se había apagado abrí tímidamente los ojos. Delante de mí aparece el rostro sonriente de.....Augusto Lecón.
La rama del árbol sirvió de escala. Con la ayuda de mi amigo fui bajando lentamente hasta el piso de baldosas. Con un silencioso abrazo sellamos el imprevisto (para mí) reencuentro. Como dos ladrones furtivos nos deslizamos por el patio. Augusto ya sabía el mejor camino para la salida y yo simplemente lo seguía todavía tenso pero más confiado en el éxito de la huída. Como un remoto eco se oyó el ladrido de un perro que desde el jardín nos saludaría pero se acalló casi al instante reemplazado por un iracundo grito de orden; algún bandido se habrá molestado por perturbar el can los arrumacos de su bella compinche. La delgadez de ambos nos permitió pasar a través de una reja que separaba el patio de los fondos de la finca contigua. Por un pasadizo estrecho fuimos caminando hasta el jardín de ésa casa y nos topamos con la reja que daba al exterior. Por precaución Augusto había apagado su linterna desde el instante de nuestro encuentro y la farola de la calle iluminó una reja mucho más estrecha que la anterior; ni siquiera nosotros podíamos pasar. Miré a mi amigo, mi gesto inquisidor fue contestado con otro señalando un árbol cercano; el dedo índice de Augusto se elevó hasta una rama que, por encima de la reja, se juntaba con otra del árbol que crecía en la vereda. Con cómico ademán indicó que debíamos trepar y hacer el cruce por el "puente" de madera que nos llevaría a la libertad. Como dos monos trepando y oscilando fuimos traspasando la reja y llegamos al árbol salvador. Nos deslizamos rápidamente hasta el suelo y como dos pollos asustados trotamos hacia la esquina; al doblar nos esperaba el taxímetro que Lecón había contratado. Augusto frenó mi andar y con un gesto pidió apostura y paso cansino para despistar (supuse) al taxista. Con fingida calma ingresé al automóvil y me dejé caer, agotado, sobre el asiento trasero mientras el coche partía raudo hacia el hotel indicado por Lecón. Tardé en reaccionar pero al fin lo hice; con un susurro le mencioné a Augusto que ése no era el nombre de nuestro hotel; él con una sonrisa y luego con el dedo índice sobre sus labios pidió silencio, mirando al chofer que nos observaba desde el espejo retrovisor. Callé y mirando por las ventanillas advertí que el lugar donde me tenían cautivo estaba muy cerca del hotel donde nos hospedábamos pues pasamos por su puerta a los pocos minutos de la partida; al ver el frente del hotel volví a borbollar en los oídos de Augusto: -¿qué está pasando?, no lo entiendo-. Mi amigo comprensivo de mi estado de ánimo y además sabedor de mi eterna curiosidad con voz muy baja y simulando contar un chiste picante (reía a cada instante) me fue explicando entrecortadamente la situación.


El taxi nos dejó en la puerta de un hotel y se retiró del lugar con extrema lentitud; Lecón fingió caerse y permaneció en el suelo a pesar de mi ayuda hasta que vio alejarse definitivamente al taxímetro. Acto seguido, con su mano extendida, frenó la marcha de otro taxi que arrancaba luego de dejar a varios pasajeros del hotel. Subimos y en tono decidido Augusto le indicó al taxista que se dirigiese hacia el aeropuerto. Para tranquilizarme pues advirtió mi sobresalto, Lecón murmuró en mi oído: -calma amigo, todo el equipaje ya está en el aeropuerto-


7. Jueces de manos limpias y la cuna de mafias
Me recliné en la butaca mientras Augusto Lecón comenzaba sus escarceos habituales con la azafata. En un intervalo Augusto se decidió por fin a contarme todo lo sucedido. Ya lo conocía lo suficiente como para darme cuenta de que, una vez liberada su veta histriónica, recuperaría su proverbial benevolencia. Antes de comenzar a contarme lo suyo yo hice lo propio con mis aventuras que fueron escuchadas con suma atención.
Lecón estuvo, luego de mi salida del hotel para pasear, averiguando datos de todo tipo a través de los empleados; la información que recolectó lo puso sobre aviso con respecto a la clase gobernante y a los contactos con agentes de otros países. Comenzó, en primer término, a desconfiar de la buena fe de los que en nuestro país sabían del viaje. Esto lo llevó a sospechar que probablemente interferirían nuestro accionar. De inmediato se preocupó por mi seguridad pues un empleado jerárquico del hotel le informó que tenía órdenes superiores de vigilarnos e informar de todos nuestros movimientos y agregó que ya había pasado la información de mi salida. Sospechando que habría un servicio secreto detrás nuestro pero que no sería oficial sino paraestatal, Lecón decidió extremar las precauciones dejando pistas falsas de sus pasos. Se retiró del hotel en dirección a una feria artesanal cercana y allí deambuló varias horas fingiendo estar interesado en los objetos. Observó que era seguido por varios agentes, algunos vestidos con vaqueros y otros con chilabas; se le hacía imposible zafar de tanta vigilancia. De repente saltó a un ómnibus que arrancaba en ese momento y que había dejado casualmente la portezuela abierta. Desde el automotor vio como los agentes, atropelladamente, corrían haciendo sonar silbatos de llamada, al mismo tiempo que acudían al lugar automóviles con vidrios polarizados. Se inició la persecución del ómnibus pero al doblar una esquina, aprovechando que el vehículo disminuía su velocidad, Augusto se tiró sobre la vereda y rápidamente entró en un negocio viendo pasar a los perseguidores raudamente a través de los cristales del local. Volvió sobre sus pasos y caminó en dirección opuesta preguntando a un vendedor de diarios si había visto pasar a un señor delgado con apariencia de extranjero y caminando en función de paseo. La somera descripción no le sirvió para ubicarme y decidió rastrear mi paradero con otro método. Preguntó donde había un bar típico con bailarinas y le indicaron el negocio cercano a la plaza. Interrumpí su relato pues no entendí el porqué de su pregunta al vendedor de diarios. Lecón con una pícara sonrisa señaló que yo en el viaje de ida había manifestado mi satisfacción por tener la posibilidad de ver el ondular de "auténticas caderas" beréberes.
Gracias a su memoria y a la fina percepción de datos, aparentemente baladíes, aunado a su poderosa intuición Augusto Lecón podía articular hechos supuestamente inconexos y armar cualquier posible rompecabezas. Esta facultad de mi amigo se ponía de manifiesto a cada instante y sus momentos de descanso (por ejemplo cuando hacía gala de sus dotes actorales) servían para luego agudizar más aún sus excepcionales condiciones. Para su atenta observación nada era trivial, fútil o insustancial; todo servía para la investigación y lo registraba en su memoria para, llegado el instante oportuno, reconstruirlo, analizando y comparando críticamente la información. Los resultados a que podía llegar eran insospechados.
Augusto atravesó la plaza de los variados aromas y desembocó en el bar; observó su frente y luego, como hacía siempre, rodeó la manzana para ubicarse en la parte de atrás del local. Su intuición le marcaba esperar en el contrafrente sin entrar en el negocio por el frente. Casi una hora estuvo paseando por la cuadra simulando mirar negocios y cambiando constantemente de puestos de observación, máxime cuando vio que una camioneta con hombres en actitud extraña se ubicaba justo en la parte de atrás del bar. Su espera acechadora dio resultado: con impotencia contempló mi partida apresado por los truhanes. Sin dejarse apabullar por la situación y con la rapidez que requerían las circunstancias frenó a un automóvil y ofreciendo un buen pago siguió a la camioneta hasta su destino. El chofer del coche se sorprendió de las vueltas que daban pues luego de deambular por varias calles, siempre en pos del otro vehículo, regresaron prácticamente al barrio de origen: zona residencial y lugar de reparticiones públicas y de embajadas. Precisamente el chofer señaló a Lecón que la finca donde ingresaba la camioneta perseguida era...una dependencia del Ministerio del Interior.....y agregó: "-Huy, ese barbeta es el jefe de la policía secreta; y el grandote es "Machi", el terror del pueblo-."


Augusto bajó del automóvil despidiéndose del aterrado conductor que partió raudo como gallina asustada y caminando se dirigió al hotel que distaba pocas cuadras del "Ministerio" del horror. Paradojas de los Estados: clandestinidad represiva aledaña al poder legitimado por los "pactos de silencio" de la población. Connivencia, silencios cómplices, ésta es la fuerza de la impunidad. Augusto ingresó en el hotel y de inmediato preparó la partida del país; compró los pasajes y despachó el equipaje. Lo primero lo hizo desde un teléfono público (pensó que la línea de la habitación estaba vigilada) y lo segundo lo consumó en varias etapas dejando pistas falsas; el equipaje lo llevó un empleado del hotel a otra habitación (obvio de una "amiguita" que el pícaro cortejó a tales efectos); el empleado habrá titubeado pero las órdenes eran estrictas: denunciar todo hecho concretado por los extranjeros. El pánico, previsto por Lecón, hizo presa del muchacho que denunció el depósito del equipaje en la habitación de la señora Wanda. Augusto retiró por otra "amiguita" las verdaderas maletas (las que Wanda tenía estaban vacías). La segunda amiga, Flori, llevó, como suyas, las valijas al aeropuerto; allí las dejó en depósito. Una amiga de Flori cambió luego el lugar de depósito por otro y finalmente, al llegar nosotros al aeropuerto, ya estaba despachado a nuestro nombre por un empleado de la línea aérea. De todos modos se enterarían igual de nuestra partida pero ya a salvo en la aeronave.
Luego de estos trámites burocráticos, Lecón inició una pesquisa a fondo del lugar de mi detención. Regresó al atardecer y contempló el vasto jardín, al acercarse, los perros acudieron a su encuentro, detrás de las rejas, ladrando amenazadores; Augusto los tranquilizó con un silbato ultrasónico (tecnología especial para animales que captan un amplio espectro de ondas sonoras) y luego los acarició dejando que lo olieran a su gusto; al acudir un guardia tuvo que proseguir su marcha silbando y gorgoriteando por lo bajo su satisfacción. En la primera revisión observó que la planta baja era, casi toda, una amplia recepción y despachos; en las plantas superiores calculó que estarían los dormitorios. Rodeó, como siempre hace Lecón en sus exploraciones, el inmueble y observó que había un patio interior al cual daban algunas habitaciones de la planta alta. Intuyó que me tendrían en alguno de esos cuartos pues ofrecían mayor seguridad por estar más adentro de la finca y lejos por consiguiente de la entrada. Típico error de muchos; el lugar más escondido no es el más seguro, el más expuesto es el mejor porque: lo que está a la vista...no se ve. Paradojas del homo sapiens. Sabedor Augusto de cómo se actúa coligió el sitio donde me tendrían encerrado, sólo faltaba ubicar el cuarto exacto pues había cuatro ventanas que daban al patio. Se retiró del lugar esperando la noche en un bar cercano.
En su primera aproximación le llamó la atención el fuerte olor a lavanda que emanaba del jardín y decidió comprar un frasco de perfume con este aroma. Se dirigió, antes de regresar a la mansión, a un comercio y adquirió la fragancia en frasco grande. Entrada la noche se "bañó" en perfume previo a la llamada de los canes con el silbato; éstos llegaron cariñosos y lamieron las manos impregnadas del potente olor que ellos tan bien conocían y que ahora estaba asociado al olor de Lecón. Como los canes no ladraron ningún guardia apareció; esperó un rato jugando, a través de la reja, con los lindos chuchos (!) y luego procuró traspasar los barrotes. La delgadez colaboró en su intento y forzadamente penetró en el jardín. Los perros se inquietaron y Augusto Lecón debió utilizar nuevamente el silbato ultrasónico y darles con su mano, saturada de esencia de lavanda, terrones de azúcar. Estos tenían un ingrediente somnífero que Lecón usó en previsión pues no estaba seguro del efecto duradero del silbato máxime siendo perros guardianes y adiestrados para el ataque. El silbato los calmaba transitoriamente pero al ver la conducta de Lecón tan sigilosa los animales podrían reaccionar; comieron el azúcar pues ya conocían el olor de Augusto y además estaba asociado con la esencia de lavanda que poblaba esa parte del jardín. El efecto soporífico se produjo y los animales quedaron tendidos en el oloroso césped mientras Lecón avanzaba en cuclillas, silencioso y atento a las luces de la casa. Un matorral con piedras le sirvió para cobijarse un instante y desde allí ver mejor el movimiento de los habitantes. Su intuición lo retuvo en el sitio y al separar una piedra advirtió algo que brillaba sobre el suelo. Era una libreta plástica que enseguida identificó como de mi pertenencia y sin necesidad de abrirla pues la había visto antes; ese hecho le confirmó que yo estaba allí. Razonó que yo la habría colocado para certificar luego el lugar y porque ya sospecharía interferencias oficiales; sería una prueba, al menos para nosotros, y nos ayudaría en la investigación: siempre hay funcionarios detrás.
Lecón siguió con mucha cautela su marcha por el jardín hacia la parte de atrás de la mansión; la reja que daba al patio interior frenó su andar; logró atravesarla con dificultad y pisó las baldosas con decisión buscando las sombras que cobijaran su presencia. Observó que el patio interior era más amplio de lo calculado por su visión desde la vereda que daba al contrafrente. La casa adyacente por los fondos era mucho más pequeña y tenía un jardín alargado a su costado que comunicaba el patio interior de la mansión (separado por una reja) con la calle del contrafrente. Este jardín era la clave del escape pues semejaba un pasadizo. Dos altas rejas con barrotes escasamente separados eran el obstáculo principal; sólo dos personas delgadas como nosotros y con mucho esfuerzo podrían superarlo. Augusto se preguntó: ¿cuál sería la habitación donde estaba encerrado yo? Vio que tres aposentos tenían ventanas amplias y uno sólo un ventanuco; éste dato le hizo pensar que las piezas con vastas ventanas eran los dormitorios y la ventanilla sería de un baño. Hizo un primer análisis y dedujo que yo podría estar en alguno de los tres dormitorios que daban al patio pues eran más reservados ya que el ventanuco del baño tendría el respectivo cuarto sobre el jardín. Pero luego pensó que precisamente al dar sobre el jardín era más difícil cualquier intento de fuga por la presencia de los perros; el pequeño ventanuco sería infranqueable; ese cuarto era el bastión donde yo me encontraría. Luego Lecón examinó la manera de acceder a la ventanilla y vio un árbol cercano que permitía el ascenso, de su copa pendía una rama que se aproximaba al ansiado ventanuco. Sólo restaba subir y al iluminar con su pequeña linterna el interior del baño se encontró a los pocos segundos con mi rostro estupefacto.
Mientras Augusto Lecón me contaba sus peripecias yo iba haciéndome ciertas conjeturas que preferí clarificar al término de su relato.
-¿Qué pretendían con mi encierro?- Pregunté pensativo.
-Anular tu posible investigación. Asustarte. Ahora resulta evidente que no desean un análisis profundo de la cuestión al menos algunos funcionarios de nuestro país quizás implicados, mezclados y envueltos en asuntos o negocios turbios-. Respondió Lecón muy seguro.
-¿Piensas que Hugo pueda estar entre ellos?- Demandé preocupado.
-Decididamente no-. Prosiguió Augusto con su seguridad.
-¿Entonces alguien de su Departamento?-
-Puede ser gente de ése Departamento o de cualquier otro. Lo real es que hay personas que desean impedir nuestra investigación y están dentro del aparato gubernamental. Además los contactos que tienen en el exterior forman la inmensa telaraña que está llevando al colapso y a una situación caótica general. No hace falta profundizar demasiado en los detalles. La cuestión se repite en casi todos los Estados. Me faltaba contarte, aunque presiento que lo imaginas, que el barbeta que conocimos estos días, el jefe de la policía secreta, es uno de los "cerebros" que gozan de la impunidad. ¿Recuerdas al famoso Beria?, bueno éste trabaja igual y su poder se extiende allende los mares. A veces cae algún "cerebro" pero lo suplanta otro de inmediato pues su descenso de debe a luchas internas y no a la acción de la Justicia. Generalmente están ocultos detrás de personeros que detentan el poder de forma pero los "cerebros" lo ejercen de hecho. Suelen disfrazar su presencia detrás de esas pantallas; las sombras son su mejor ambiente-. Reflexionó Lecón.
-De alguna forma consiguieron su objetivo. Estuve cautivo casi todo el tiempo de nuestra estadía en el país seco y de ardiente sol-. Expresé con profunda tristeza.
-No estoy de acuerdo con tus palabras. Tú bien sabes que averiguaste mucho y además permitiste que yo pudiese operar bastante más de lo previsto-. Dijo Augusto con una sonrisa.
-¿Qué averigüé-. Pregunté oponiendo el pulgar a los otros dedos en cómico gesto que hizo reír a Lecón.
-A ver dime cómo son los habitantes de ése país y por extensión los fundamentalistas musulmanes a quienes se supone debemos investigar-. Pidió Lecón.
-Son fatalistas; creen que el destino de las personas ya está trazado y por ende nada se puede hacer para cambiarlo. Aceptan la religión como la base primordial de sus actos y por ende acatan las órdenes superiores rigurosamente. Son básicamente intolerantes y autoritarios; siguen a sus jefes ciegamente y los "enemigos" son los que ésos jerarcas fijan. Recuerdo que "Machi" me amenazó con tirarme un tiro si intentaba fugar. Yo era su enemigo y él ni me conocía; me tomó así por orden de su jefe. Casi todos los seres humanos tienen esta conducta pero en ellos está más acentuada. Matar a alguien desconocido e indefenso sólo por orden superior es muy perverso. Quienes lo hacen están en un grado muy avanzado de psicosis aunque mucha gente no lo advierta. Los atentados masivos hechos por ejecutores suicidas son el equivalente de los crímenes efectuados en muchos países por genocidas de su propia gente por motivos políticos o religiosos avalados por el cinismo y la hipocresía de las cómplices jerarquías respectivas. No hay motivo valedero para matar a otro ser humano. Los que lo hacen son enfermos-. Dije enderezando mi butaca pues ya empezaba a interesarme el diálogo.
-La sola frase del bestial "Machi" te sirvió para comprobar tus tesis. Lograste obtener una prueba irrefutable de un mecanismo humano que tú ya conocías pero que faltaba verificar. Lo hiciste precisamente con personas adecuadas (musulmanes fundamentalistas) y esta evidencia sirve pues proviene de un país que no es la cabeza de ése movimiento; imagina cómo serán las cosas en una nación "cerebro" y permíteme la metáfora. Acreditaste, aseguraste y confirmaste todos tus presupuestos. Tus hipótesis ya pueden ser claras y evidentes como para transformarse en hechos demostrados y constatados. Unas horas de cautiverio te sirvieron para todo eso; y por azar lo pasaste bastante bien, rememora a los pobres que agonizaron lentamente en situaciones análogas-. Afirmó Lecón con ironía pero en tono de inmensa tristeza.
Estas palabras ocasionaron un prolongado silencio; quizás un tácito homenaje a las víctimas de todas las épocas y de todos los pueblos que sufrieron la intolerancia, la agresividad, el sadismo, la codicia, el ritualismo, en suma que sucumbieron por la estupidez (esa notable torpeza en comprender las cosas) de los homo sapiens.
-La actitud de Nati te sirvió para constatar además la hipocresía de los cómplices que coadyuvan. Hipócrita significa actor (como lo comprobaría un helenista) y los cómplices representan el papel de las jerarquías al hacer la voluntad de ellas; no viven su propia vida, su rol es imitar, callar, obedecer, engañar para servir interpretando mejor. Piensa amigo Javier: ¿quiénes son actores? Pero no artistas de teatro o de cine sino, ¡actores de la vida! Para ayudarte, medita en aquellas personas que se visten diferente, me refiero a tipo uniforme, algo que los distinga del resto, que los coloque por encima, en suma que los haga jerárquicos. Tu sonrisa significa que comprendiste. Sí, militares y religiosos. A lo largo de la evolución humana ambas jerarquías cimentaron las estructuras del poder. El jefe de la horda primitiva tenía bajo su mando a soldados y a su lado siempre un hechicero (la droga psíquica). Las armas y las drogas psíquicas siempre estuvieron hermanadas desde la prehistoria; inclusive antes y tú Javier que estudias paleoantropología sabrás que en los restos fósiles de homínidos se encuentran aunadas armas, fémures y otros huesos de animales grandes, junto a residuos de rituales. A medida que la cultura fue evolucionando apareció la síntesis del poder de las armas y del poder de la droga psíquica: la política. Los políticos son la última generación de la estructura del poder. Piensa Javier, ¿conoces a algún político actual de cualquier país que no tenga ribetes actorales?; ¿que no represente algún rol?-. Preguntó Augusto Lecón.
-La prueba de ello es que en todos los países (con cualquier ideología) se promueve a los candidatos a través de su imagen. Su rostro es exhibido en carteles (los cárteles prefieren el incógnito, ¡quizá los auténticos "cerebros" se ocultan detrás de sus testaferros! ¿Estará allí el "superpolítico"). Augusto, tienes razón, los políticos actúan. Usan un tablado, en los mitines están siempre a mayor altura con la excusa de ser vistos por la concurrencia. En realidad estamos en la cultura del espectáculo; los jóvenes se movilizan a través de artistas que escenifican en enormes estadios sus actuaciones y los políticos siguen el mismo derrotero. Artistas auténticos y políticos necesitan del escenario. Las plataformas electorales son plataformas actorales-. Rematé con algo de saña pero justificada por la realidad de nuestro vapuleado siglo XX.
-Averiguaste además, querido amigo, que los servicios secretos y paraestatales existen, no son una fantasía de paranoicos; que utilizan métodos ilegales; que secuestran y retienen cautivas a las personas en inmuebles que son propiedad del Estado, es decir, un hecho de extrema gravedad pues tiene el aval de toda la sociedad; todo esto amparado en la impunidad que deviene del poder político, que como tal es consentido tácita o expresamente por la población. Averiguaste que los "cerebros" existen, el barbeta es una prueba. Los intermediarios hipócritas que contribuyen con su actuación como Nati y los ejecutores sádicos como "Machi". Fíjate que hermosa alegoría permitió tu cautiverio-. Dijo Augusto haciendo un guiño.
-Sin embargo falta algo para completarla-. Manifesté en tono misterioso.
-Para mí está completa. ¿Qué le falta?- Inquirió Lecón curioso.
-La mansión del barbeta estaba impregnada de un fuerte aroma a lavanda que brotaba del jardín y rodeándola con un halo de exquisito perfume disimulaba (¿escenario?) la podredumbre interior-. Expliqué tapando mis fosas nasales con el pulgar y el índice de mi mano derecha antes de terminar la frase, surgiendo palabras guturales.
Dormité unos instantes despertando sobresaltado pues un ensueño me trajo una idea repentinamente.
-¡No me has dicho hacia donde nos dirigimos!- Reclamé en tono exaltado.
-A la tierra de los jueces de manos limpias y la camita donde acunáronse las primeras mafias. Quizá podamos hablar con alguno de ellos-. Repuso Lecón.
-¿Jueces o mafiosos?-.
-Con ambos-. Contestó Augusto Lecón.
Hubo un corto silencio. La posibilidad de hacer lo deseado por Augusto era fascinante. Serviría para comprender muchos procesos y descifrar la génesis del próximo descalabro económico-financiero que azotará al planeta.
-Y tú ¿qué averiguaste en la tierra del sol? ¡Parecería que yo logré más estando encerrado que tú libre!- Dije con mal disimulado orgullo.
La mirada de Lecón fue primero de estupor, luego intentó escudriñar intenciones irónicas y finalmente al comprobar mi genuina estupidez sin disfraces farfulló:
-Hablé con casi todos los empleados del hotel. Confirmé que el temperamento de los musulmanes es tal cual tú lo definiste. Son muy proclives al fatalismo pero eso también es propio del oriente lejano. Recuerda los "kamikaze" en la Segunda Guerra. Cuando hay mística hay fanatismo y de allí a ideas absolutas o fundamentalistas hay un breve trecho. Para conseguir sus propósitos cualquier método es bueno aunque dejen un tendal de víctimas. Son los ejecutores ideales. Para librepensadores como nosotros es muy difícil comprender este fanatismo ya que en ellos las ideas se apoderan de la mente de forma tal que sólo responden a los estímulos concordantes de sus jefes que implantaron los dogmas en la niñez; por eso no tienen conflictos morales. Por supuesto que ellos no responden a nuestro principio de encumbrar la duda, la pregunta, la experimentación, la comprobación, la autocorrección, en suma la metodología científica; sólo el dogma y actúan en función de él, de allí que su conducta sea tan enferma. Una consecuencia más grave aún es la imposición de lo suyo al resto de la población la resistencia de ésta crea la represalia. Este mecanismo de la represalia es primordial pues genera la cadena de violencias. Es horrendo el "ojo por ojo, diente por diente" base en occidente del concepto represivo (en lugar de preventivo) del derecho penal, pero peor es maximizar esto con la represalia que siempre equivale a "por uno de los nuestros, diez de los de ellos". Siempre en la represalia el daño inferido al otro es mucho mayor que el recibido. El fanatismo engendra el encumbramiento de la represalia y esta idea está enraizada en los países no sólo en los musulmanes. Un daño mayor aún es la cadena de represalias que, uniendo eslabón por eslabón, se forma y golpea con brutalidad-.
-Justamente en el país cuna de las mafias se desarrolló ésa idea; el sentimiento de venganza genera la primera represalia que para ser compensada origina la segunda y ésta la tercera, formando la cadena que tú mencionas. Sin embargo este mecanismo es mucho más antiguo y ya nuestros ancestros prehomínidos lo practicaban; inclusive tú dices "el país cuna de mafias" pero las mafias existieron siempre, quizá lo que tú quieres puntualizar es que los grupos mafiosos organizados para delinquir con reglas internas donde la venganza y la represalia juega un rol fundamental para mantener la cohesión del conjunto se desarrollaron modernamente en el país de los jueces de manos limpias. Esta forma de organización delictiva demostró ser sumamente efectiva pues ha sido adoptada en casi todas las demás naciones. La mafia de las drogas psíquicas es todavía más sutil pues se manifiesta abiertamente, no tiene necesidad de usar la clandestinidad, y con ropajes éticos logra actuar en el escenario de la vida con total impunidad. En rigor son los reyes de la impunidad pues poseen el consentimiento del noventa y cuatro por ciento de la población del planeta Tierra. Este dato no es captado y sin embargo condiciona al resto del comportamiento humano-. Dije agregando un poco de pimienta, siendo ahora Lecón el que se mostraba interesado en el diálogo.
-¿Cómo es eso? Explícamelo mejor.
-Simple. Las grandes atrocidades cometidas con el mecanismo de las represalias han sido o promovidas y avaladas, el caso de los fundamentalistas musulmanes en nuestra época y el caso de la Inquisición Católica (Tribunal del Santo Oficio) durante cientos de años en el pasado, o permitidas, autorizadas, consentidas, aceptadas, admitidas o cuando menos toleradas en la actualidad por las organizaciones religiosas de todo tipo. A veces se alza un tibio discurso condenatorio de dichas atrocidades pero no se ejerce el enorme poder que tienen para disuadir y evitar esos atentados contra el ser humano-. Dije con tristeza.
-Tienes razón. ¿Por qué no ejercitan ése poder de manera real que permita disuadir a los verdugos?- Preguntó Lecón muy intrigado.
-Habría dos razones. Una, o que no desean enemistarse con los otros poderes y en éste supuesto actúan (actor significa hipócrita y viceversa) para no perder lo conquistado en milenios y dos, o que en realidad están de acuerdo tácitamente con los procedimientos crueles contra el homo sapiens-. Contesté muy concentrado por lo entidad profunda de la cuestión ya que hace a la condición humana.
-¿Y tú cuál de las dos razones consideras la correcta?- Inquirió Lecón.
-Las dos-. Respondí rápidamente. Y agregué: -la crueldad y el máximo sadismo que pueda imaginarse está implícito en la idea del infierno, lugar de sufrimiento eterno donde el fuego (las quemaduras son quizás el mayor dolor posible) quema a los condenados sin consumirlos y perpetuamente. Esta idea es la mayor aberración y aterrorizó a las personas durante milenios para que fuesen obedientes y acataran las reglas de las jerarquías. Nuestra legislación penal admite la cadena (sic) perpetua y en algunos países la pena de muerte; estos condenados irían directo al infierno. El reinado de la crueldad está en la mente del hombre y yo pregunto ¿quiénes realizaron los mayores atentados?
-Lo que dices avalaría tu tesis de enfermedad social; en realidad los problemas no son sólo de este siglo XX sino de todas las épocas y los atentados se cometieron siempre. Ahora pareciera mayor la corrupción por la publicidad de los grandes medios de comunicación que llevan las noticias por el planeta en minutos-. Glosó Augusto oponiendo dedo a dedo de ambas manos.
-Los delitos no aumentaron, sólo tienen más difusión pues el periodismo los usa como llamada de atención para causar sensacionalismo y promover la venta de sus productos. La proporción en cantidad permanece constante pero hay otras conductas que subyacen, no se ven y que sin embargo deberían constituir delitos graves para la población. La mentira, el engaño y la hipocresía muchas veces ocasionan enormes daños y sin embargo son usadas constantemente por las sociedades. Precisamente estos elementos llevarán al colapso, en casi todas las naciones, primero financiero luego económico y finalmente social. Sobrevivirán los más aptos, es decir, los que posean conocimiento y puedan utilizarlos en la futura sociedad científica y tecnológica. El pensamiento mágico puede disolverse en el colapso pero dejará secuelas altamente improbables de erradicar. Las ciencias podrían ser las nuevas religiones y los científicos los nuevos sumos sacerdotes que dirigirán la nueva orquesta. La pregunta es ¿lo harán con menos crueldad?- Pregunté con sarcasmo.
-¿Tú qué piensas?- Repreguntó Augusto Lecón.
-Y a ti ¿qué te parece?- Re-repregunté con la máxima ironía en el mar de mi congoja.
El avión fue descendiendo lentamente. Un maravilloso espacio azul arriba, un verde turquesa abajo cortado por castaños y verdes claros en elevaciones de tierra que orlaban bahías de arena blanca. Las playas, con la vegetación buscando la humedad del mar, incitaban a caminarlas. La aeronave finalmente aterrizó en un aeropuerto casi desierto. Poco movimiento de personas y de vehículos para tanta belleza. Decidí volcarme lo más rápido posible hacia la ansiada caminata por la costa. El trámite aduanero fue algo lento pero al fin tomamos el taxímetro que nos llevó al hotel. Ebrio de aire y de mar me lancé, luego de dejar el equipaje en la habitación, por las calles de una pequeña ciudad costera de una gran isla. Corrí con las ganas contenidas de un tiempo cercado por cuartos y aviones. El aire puro golpeando mi rostro hastiado de olores nauseabundos penetraba en los pulmones y vivificaba mi sangre. ¡No siempre los perfumes de lavanda son buenos! Por algo el incienso substituye al aire que purificaría de existir las puertas abiertas. El aire me daba más energía y corría velozmente por la arena mojada donde el agua llegaba en tímidas olas que morían a mis pies. Una espuma ocre permanecía al huir la ola, breve huésped en mi ahora abierta habitación, y al enredarme en los globos, suaves y tersos, caí rendido pero henchido de placer y de alegría. Jugué con la espuma, pies y manos se permitieron hurgar con deleite; todo un mundo de pompa (!) explotaba, sin dañar, en burbujas multicolores y los globitos se elevaban irradiando luces. La luz, la maravillosa luz de nuestra estrella, iluminando una playa solitaria cobijó los instantes inolvidables de un sentimental que se había perdido entre los barrotes mundanos.
Al levantarme, caminé entre la vegetación buscando el verde con un frenesí de frescura; fui dejando la costa para internarme en una maraña de arbustos y finalmente caer nuevamente pero ahora bajo la sombra de un árbol. Las ramas en lo alto se entrecruzaban y con las hojas filtraban los rayos del sol que apenas marcaban el colchón de hierbas donde descansaba. Permanecí un buen rato con los ojos entrecerrados disfrutando la deliciosa penumbra mientras el gorgeo de pájaros desconocidos me arrullaba. Sentí que la naturaleza me mimaba. Regresé a mi infancia y a la ternura de un niño mirando los pájaros de un parque; a su alrededor las hondas que lanzaban piedras y la angustia de ver caer al pajarillo que dejó de trinar. Lloró con la abismal congoja de su aflicción; al ver el cuerpecito del ave las lágrimas fueron catarata. Se inclinó, mientras la burla de los otros niños alejándose triunfantes por haber abatido al cantor pobló sus oídos; allí ante sus azorados ojos estaba el pequeño inmóvil. Las plumas agitadas por una suave brisa otoñal parecían brillar como gemas preciosas; en el flanco un rubí resplandeciente las opacó repentinamente. El rubí estalló en gotas que manaron suaves tiñendo las plumillas de un rojo carmesí; todo fue un plumón rojo. De pronto las lágrimas del niño, que eran catarata, al languidecer por sus mejillas cobraron fuerza de aluvión y resbalaron por las acariciadas plumas; el rocío fue diluyendo el rojo al restañar la sangre. Los colores primigenios retornaron; el plumón palpitó en agitar de patitas; los ojillos se entreabrieron y la mirada del niño cruzóse con la del ave; una gota que estirándose quedó retrasada, resbaló de la mejilla y, al estar reclinado el pequeño sobre el otro más pequeño y más indefenso, cayó justo en el pico que se abría sediento. Antes de que el niño pudiese acariciarlo, ahora con las manos, el inquieto plumón revivió, resurgiendo como un nuevo Fénix y batiendo alitas elevóse a su rama. El niño, atónito, fascinado, vio cómo su amigo volvió a trinar en un canto único, sublime y sólo para él. Ahora sus lágrimas fueron de una inmensa alegría...
Un ruidoso batir de alas en lo alto me despertó del recuerdo infantil. Sonriendo y feliz levanté mi cuerpo del mullido colchón de hojarasca. Una parte de mí quedó allí para siempre.
Al regresar al hotel encuentro a Augusto Lecón en la sala de lectura muy ensimismado con un periódico en sus manos. Me acerqué, recibiendo de inmediato la invitación a tomar un té y seguidamente las palabras brotaron demasiado raudas para el tranquilo Lecón.
-Aquí hay un trabajo para el analítico y el reflexivo; lee este artículo y dame tu opinión. Intuyo que hay mucho material y útil casi todo para la investigación. Si quieres yo lo leo en voz alta para que tú puedas, escuchando, realizar otra de tus proezas; luego una lectura afinará tu puntería-. Dijo Augusto con algo de ironía.
-Sí, mejor lee tú porque yo estoy un poco turbado-. Afirmé todavía muy sensibilizado por mis recuerdos infantiles.
Augusto giró su cabeza, escudriñó mi rostro tratando de auscultar mis pensamientos pero luego abandonó dejando el silencio como respetuosa espera. Unos minutos fueron suficientes para recuperarme. El contemplar los adornos en las paredes me sirvió para retornar a la realidad de manera efectiva.
-Comienza a leer y gracias-. Balbuceé tímidamente.
Augusto carraspeó y, luego de mirarme de soslayo, comenzó una larga lectura del periódico previa aclaración de que se trataba de un diario, de la tierra del sol y del aire seco, recién llegado.
"UN MONSTRUO ESCAPA DEL PAIS.- En una conferencia de prensa ofrecida por el Jefe de nuestra magnífica Policía y donde, además de su excelencia Agha H. Abedi, se encontraban presentes el Jefe Zayed, el financista G. Pharao y su hijo L. Pharao, el distinguido Amed Collaz junto con los representantes de la prestigiosa empresa Monique S.A. señores Tony Grec, Benit Daleu, R. Isaz, B. Torre, J. Medin, A. G. Cand, E. D. Ramir, T. del Pin y Kalil Hussein Dibú quienes avalaron con su valioso testimonio el informe entregado a los periodistas y que transcribimos textual.- "Un peligroso y feroz asesino logró escapar utilizando la más sangrienta de las estratagemas conocidas. El traficante de narcóticos y de armas conocido con el seudónimo de "Javier" y que ingresó al país clandestinamente fue finalmente apresado por nuestra inteligente policía y retenido, hasta ser llamado a sede judicial, en unas oficinas provisorias que el gobierno alquila a la benefactora de nuestro país la firma Monique S.A.. Como se trataba de un delincuente buscado por la Policía Internacional lo retuvimos dos días tratándolo con suma benevolencia a pesar de conocer su temible y tenebroso prontuario que prontamente nos fue suministrado. Lo teníamos encerrado en una habitación pero con las manos y pies libres para que pudiese ir al baño y comer cuando quisiera. Este fue nuestro único error y lo reconocemos. Deberíamos haberlo tenido esposado y con grillos en los pies como a un delincuente común pero tratándose de un extranjero quisimos retenerlo en buen estado hasta ser entregado al juez. Una audaz y leal policía estaba en su habitación controlando todos sus movimientos para evitar alguna jugarreta del bandido pero además habíamos colocado guardias en la puerta de ése cuarto y en todo el edificio y aledaños; la finca estaba cercada y a prueba de ataques exteriores. El pervertido sujeto intentó forzar sexualmente a nuestra arriesgada policía quien se resistió pero antes de que pudiese gritar pidiendo la ayuda de los custodios exteriores el miserable la estranguló y luego de muerta la violó salvajemente. La pobre mujer tenía la vagina sangrante por la acción de la bestia quien no satisfecho aún su apetito depravado la emprendió también con el ano de la desdichada, ocasionándole (¡debe tenerse presente que la víctima estaba ya muerta!) nuevas heridas por la brutalidad con que la penetró. Luego el asesino con su cigarrillo prendido (no sólo comida sino también cigarros y bebidas pusimos a disposición del preso) quemó el pobre cuerpo de su víctima en los delicados pechos dejándole marcas horribles. ¡Gracias a Alá que la muchacha no sufrió! Al estar ya muerta todas estas vejaciones lo único que hicieron fue saciar los bajos instintos del sanguinario y cruel sátiro. Luego de perpetrado su bestial crimen el inhumano se tiró por la ventana que da al jardín; al acudir los perros que estaban de guardianes el miserable, con una fuerza hercúlea, los estranguló uno a uno y luego para seguir satisfaciendo su sed de sangre los despanzurró con un cuchillo que robó de la fuente con alimentos que nosotros (ingenuos y bondadosos) le habíamos llevado. Conviene aclarar que este peligrosísimo homicida es corpulento, con poderosa musculatura y nervios de acero; causa espanto con sólo verlo por su apariencia feroz. Reiteramos que deberíamos haberlo tenido esposado y pedimos disculpas al pueblo pero quisimos ser humanitarios y no dejarnos impresionar por el aspecto temible del sujeto. Todos saben que valoramos la vida de las personas y jamás se nos ocurriría lastimar a nadie como sí lo hacen en otros países que tiran a sus prisioneros al mar desde aviones para desembarazarse de ellos y luego lo niegan. Nosotros reconocemos nuestros errores y pedimos disculpas al mundo. Para concluir, el salvaje luego de matar a nuestros perros con su fuerza increíble (sólo ahora lo comprendemos) logró torcer los barrotes de la reja que separa el jardín de la calle y huyó pero sabemos que un cómplice lo esperaba desde muchas horas antes en un automóvil; éste otro sujeto es también corpulento y tan salvaje como "El Javier". Las últimas noticias que tenemos sobre ellos nos dejan apabullados. Son parte de una gigantesca organización que opera en todo el planeta contrabandeando narcóticos (en especial cocaína) y venta clandestina de armas a países y a grupos de subversivos. Tenemos la pista de ellos; sabemos que huyeron a una de sus madrigueras en el país más poderoso del mundo y allí, seguramente, los apresarán y juzgarán como corresponde con todas la garantías legales para luego condenarlos y... Será Justicia."
Augusto Lecón terminó su lectura dejándome pasmado; luego de reflexionar unos instantes y mirando a mi amigo comenté con voz serena:
-Una forma efectiva de dilucidación de casos es, precisamente, ésta. Provocar un hecho deliberadamente para luego analizar las reacciones que él produce. Generalmente cada cual tiene su propia interpretación y ésta depende de su condición y de su naturaleza. El ser humano sin hipocresías emerge en una lectura analítica de esas reacciones. En este caso lo provocó el azar (no nosotros) pues me capturaron ellos, yo no lo busqué al menos conscientemente. Al saber tú y yo la verdad sobre estos hechos y confrontar con el relato de ellos descubrimos infinidad de datos que ayudan en la investigación-.
-Tienes razón la sola lectura ayuda a descifrar la calaña de estos sujetos y además suministra valiosa información sobre algunos intermediarios poderosos y quizá también de algún "cerebro". Lamento lo de Nati; esos salvajes la destrozaron por represalia; lo mismo hicieron con los perros pero lo de Nati es terrible-. Dijo Augusto con dolor.
-La torturaron sin piedad antes de matarla; la represalia es lo más horrendo y sádico que se pueda pergeñar, me recuerda a la idea del infierno suprema represalia pues es eterna y quema sin consumir. La desdichada Nati fue quemada en sus pechos...- No pude concluir la frase pues la rememoración del instante en que ella me contaba sus cuitas e imaginar sus sufrimientos posteriores en manos de esos criminales me hicieron surgir lágrimas incontenibles.
Cenamos en el hotel con mucho apetito; los exquisitos frutos del mar sirvieron para compensar las penurias pasadas pero también para darnos energía pues el trabajo sería mayor. Mientras yo estaba disfrutando del paseo playero, Lecón había tenido una entrevista con un funcionario de menor jerarquía de la autoridad municipal. El objeto de esa reunión fue obtener una audiencia con el alcalde que nosotros presumíamos estaba en connivencia con grupos mafiosos. La idea era comprobarlo y dependía de mis observaciones. Precisamente mi función era conversar con la gente y darme cuenta de su posición frente al delito. Como ya mencioné al comienzo, Hugo me había contratado para tener contactos personales y detectar, dada mi presunta habilidad para hacerlo, la posibilidad de tener enfrente a un delincuente. Y digo presunta pues Augusto Lecón la superaba y con creces; la rara capacidad de mi amigo era notable por su precisión. Su intuición realmente era efectiva y mis cualidades quedaban reducidas a la atadura de cabos sueltos, comparando y por analogías llegar a conclusiones valederas; pero los cabos sueltos los obtenía Lecón. Entre los dos conseguíamos un resultado apreciable; pero a mi criterio el setenta por ciento del trabajo lo realizaba Augusto Lecón.
Pasamos al despacho del alcalde pero éste se hallaba en una oficina aledaña así que aprovechamos para dialogar con el traductor que el consulado de nuestro país nos había puesto a disposición. Su nombre era Pierino; tendría unos sesenta años de edad y su contextura física denotaba haber sido deportista pues su musculatura era desarrollada. Hablaba nuestro idioma con alguna dificultad pero no había problema pues la diferencia idiomática no era tan grande al tener ambos idiomas las mismas raíces latinas. La cuestión sin embargo surgiría pues en ese país se hablan dialectos que difieren en algo del idioma básico. Menciono esto pues a veces las palabras pueden cambiar todo el sentido a una frase y además cómo ellas se digan afectarían el contexto. En atención a esto opté por no darle excesiva importancia a lo que se diga sino más bien a cómo se diga y sobre todo a los ademanes y gestos. En rigor sólo daría importancia a los movimientos del cuerpo. Mi experiencia decía que las personas se conocen mucho mejor a través de sus actitudes y no por sus palabras. Para lograr traspasar la hipocresía es imprescindible esta ejercitación; además contaba con la intuición de Lecón. El traductor nos advirtió que el alcalde era una persona muy ocupada y nos pidió que fuéramos lo más breve posible en la conversación. Esta salvedad del señor Pierino me predispuso en un sentido contrario pues estaba demás; tan importante era el tiempo del alcalde como el nuestro e incluso el de Pierino. Los funcionarios siempre se consideran por encima de los administrados; esto deviene de las monarquías absolutas. El tiempo vale para todos.
Apareció el señor alcalde por una puerta lateral acompañado por una de sus secretarias; nos saludó cortésmente y comenzó una charla muy significativa que nos permitió descifrar varias cuestiones. Cosa rara la secretaria permaneció en el despacho al costado de su jefe y sentada en actitud aún más extraña. Parecía tener la intención de distraernos a Lecón y a mí pues las polleras cortas y las piernas cruzadas pero abiertas (al estilo masculino) dejaban ver sus prendas íntimas. Lecón me miró y cerrando un ojo indicó que ya estaba prevenido. El alcalde tendría noticias nuestras por algún medio, posiblemente diplomático, y trataba de hacer inocua nuestra visita; la distracción era el medio elegido. Los Estados también utilizan este medio para que la inocuidad fortalezca la impunidad; lo inocuo suele ser inicuo. Luego de intercambios breves de cuestiones protocolares, Lecón fue de lleno con preguntas respecto al modo de operar de la alcaldía contra las mafias. El alcalde no estaba preparado para inquisiciones tan directas y de entrada. Su rostro se alteró levemente y el rubor subió a sus orejas primero y luego a sus mejillas. La intervención de Pierino fue mínima pues nos entendíamos bien. La respuesta tardó unos segundos en llegar pero finalmente el alcalde con vehemencia indicó que su gobierno había hecho grandes progresos en la detención de miembros mafiosos. Lecón extrajo de su bolsillo una libreta de apuntes y le pidió que facilitase los nombres de los últimos detenidos. Como era obvio el alcalde no recordaba sus nombres pero solicitó a la secretaria que le alcanzase una ficha de un mueble. La mujer se levantó y aprovechó la circunstancia para pasar justo delante nuestro moviendo su cuerpo provocativamente. Muy a mi pesar no seguí con la mirada el ondular de sus caderas pues mis ojos no se apartaban del alcalde pero no en forma directa sino con el rabillo, es decir, simulé mirar a la chica pero toda mi atención estaba, con el rabillo de los ojos, en el funcionario; éste creyendo que mi vista perseguía a la mujer extrajo de un cajón un pequeño papel que colocó sobre el escritorio. Mientras Lecón le preguntaba sobre la cantidad de detenidos mafiosos que permanecían en prisión, el alcalde apartó su sillón para echarse hacia atrás y cruzar sus piernas en gesto de defensa. Esta actitud se fortaleció cuando la mujer le entregó una carpeta y él la colocó sobre sus piernas en vez de apoyarla en el tablero. La joven se colocó frente a nosotros (de espaldas) e inclinándose sobre el escritorio impedía nuestra visión del alcalde. Además con su pose pretendía que las miradas se dirigieran hacia sus glúteos para distraernos. Yo incliné mi cuerpo justo a tiempo para observar como el alcalde quitaba un papel y lo reemplazaba por el que había retirado antes de un cajón. El documento que contenía la carpeta lo dejó deslizar suavemente hacia el cajón abierto que luego, con displicente habilidad, cerró con una rodilla. Para hacer toda esta maniobra el funcionario tuvo que acercar su sillón nuevamente al escritorio y apoyar la carpeta en el tablero sin percibir que caía al piso otro papel. Este documento planeó en el aire al costado del escritorio y se depositó en el suelo pasando inadvertido para todos excepto para Lecón y para mí. Augusto, rápido como un rayo, dejó caer un periódico que llevaba en sus manos y lo empujó con el pie antes de recogerlo de modo tal que el diario quedó sobre el documento caído de la carpeta del alcalde, mientras le sonreía a la secretaria con picardía simulando que el incidente fue para rozar sus piernas. De más está decir que aprovechó, precisamente, para tocar las susodichas extremidades. A todo esto el alcalde revisaba la carpeta cerciorándose de que no hubiese algún papel comprometedor y yo para facilitar la gestión de ocultamiento de Lecón (vi como quedaba el documento dentro del periódico al doblar éste) pregunté a la mujer porqué no usaban computadoras en lugar de ficheros de tipo tan arcaico. La secretaria con su mejor sonrisa me indicó que ellos usaban computadoras pero que ésas eran carpetas con informes muy secretos y documentación especial. La mirada del alcalde fue como un dardo hacia su colaboradora pues descubría, quizá todavía halagada por la caricia de Lecón, un dato fundamental para nosotros.
Resultaba evidente que la muchacha era vulnerable a las artimañas de Lecón; un raro artilugio ejercía mi amigo en determinadas mujeres; el hecho de ser intuitivo lo acercaba a ellas al privar el hemisferio derecho de la corteza cerebral como en casi todas las mujeres. Esta semejanza en el comportamiento era reforzada por sus dotes actorales que ejercían un recóndito influjo casi mágico. El enamoramiento (en oposición al amor) utiliza precisamente este mecanismo: el sujeto ve en el otro las propias ilusiones y su realización se canaliza a través de ése otro sujeto, hay una simbiosis. Esta relación es ilusoria, dependiente y corta pues se produce indefectiblemente la desilusión al no haber conocimiento real del otro. En el amor sucede todo lo contrario: cada sujeto conserva su propia identidad y ve al otro tal cual es sin la deformación de sus propias ilusiones proyectadas. En consecuencia existe conocimiento real del otro, el cual se complementa con respeto, responsabilidad, cuidado. La preocupación activa por la vida y el crecimiento del ser amado mas siendo responsable, es decir, estar dispuesto a responder a las necesidades del otro pero como acción voluntaria. Y respeto no es temor o sumisa reverencia como generalmente se estima sino la capacidad de ver a alguien tal cual es; la raíz de la palabra proviene de "respicio", volverse a mirar hacia o mirar por otro, protegerle, ("aliquem respicio"). En el enamoramiento se tiene al otro como objeto, es decir una cosa, en caso extremo el poder absoluto sobre una persona; que el otro haga, sienta y piense lo que queramos. En síntesis que sea una posesión, nuestra posesión, una cosa y no una persona. Este mecanismo es el usual en la sociedad humana y comienza en la célula básica: la pareja. Se traslada luego al resto de la estructura; todo el tejido social está impregnado de enamoramiento y de posesiones. Las organizaciones mafiosas no escapan a esto y más aún lo establecen como norma. Las religiones son la clave de esta manera de pensar por su contenido mágico. En todas ellas hay un enamoramiento hacia su respectivo dios y hacia los inferiores jerárquicos o intermediarios, ya sean o hijos del dios o profetas o madres del hijo del dios o santos o ángeles o descendientes del primer profeta o finalmente los actuales oficiantes o representantes del dios. En todas las graduaciones jerárquicas se produce este comportamiento de enamoramiento desde épocas antiquísimas. Podemos afirmar que los homínidos primitivos ya lo practicaban por los restos fósiles que prueban los rituales ancestrales; siempre que hay ritos hay adoración y siempre que hay adoración hay enamoramiento, es decir, delegación incondicional al poder del otro. La transferencia que se opera hace que el adorante "actúe", es decir que sea hipócrita y en su actuación ante el adorado acepte los preceptos establecidos por alguna revelación hecha antiguamente por el dios al primer adorante. Este escenario es constante y finalmente se hace una costumbre. Las revelaciones originarias no son discutidas, son tomadas como dogmas y reforzadas con las resoluciones de los cónclaves o sínodos de autoridades jerárquicas máximas que, rechazando primero y anatemizando luego, eliminan a todos los opositores o herejes. En la Edad Media se produjo esto con los autos de fe donde se quemaban vivas a las personas que pensaran diferente a los sacerdotes integrantes de la Inquisición (el Tribunal del Santo Oficio) de la Iglesia Católica. Miles de personas murieron en la hoguera, como el monje-astrónomo Giordano Bruno cruelmente martirizado por la tortura (legal pues estaba escrita en el derecho canónico de la época) antes de quemarlo vivo; esto también legal pues estaba en el mismo derecho la muerte por fuego en la hoguera; de la misma manera fueron "ajusticiados" en hogueras el checo Jan Huss (otro fraile opositor que generó la masiva rebelión llamada de los husitas) y sus miles de seguidores y el inglés John Wycliffe por idéntico "delito", es decir, pensar distinto. Actualmente las fracciones shunnitas y shiitas de los musulmanes se masacran mutuamente en disputas similares a las tenidas por los católicos siglos antes; la explicación es simple, Muhamed, hijo de Abdalá (Mahoma) nació en La Meca en el año 570 de nuestra era, es decir, es más reciente el comienzo del islamismo y por ende todavía están en la etapa del predominio de unos sobre otros. Los sucesores de Mahoma, los califas Abu Bekr, Omar y Otmán conquistaron (por las armas) en poco tiempo Siria, Asia Menor, El Imperio Persa, gran parte del Asia Central y de la India, África del Norte y España. El programa de Mahoma era sencillo pero aceptable para grandes masas explotadas por los Imperios Romano y Persa. Quizás en el aspecto ético no estaba a la altura de otros fundadores de movimientos religiosos como Sidharta Gautama Buddha o la figura mítica e idealizada de Jesús (no hay pruebas históricas de su existencia real, salvo los evangelios -había casi dos mil y quedaron cuatro pues el resto fue desechado por apócrifos (!) por la autoridad eclesiástica de la época, lo cual nos hace dudar de la verosimilitud de los cuatro remanentes- y en los escritos de los historiadores Josefo, Tácito, Suetonio y Plinio de comienzos de nuestra era pero esos trozos está comprobado que son interpolaciones apócrifas hechas en la Edad Media). Sin embargo en cuanto al realismo su proyecto contemplaba las necesidades inmediatas y mediatas de sus contemporáneos; en este sentido se lo podría comparar con Martín Lutero. Una característica fundamental del islamismo es tener sabios doctores, maestros y predicadores, pero no sacerdotes en el sentido de otras grandes religiones. Es simple y comprensible. El Corán (su libro sagrado ya que en este aspecto coincide en tenerlo como casi todas las religiones) establece la igualdad de todos los seres humanos ante Alá (su dios) pero dejando subsistentes las diferencias económicas aunque atenuadas por un impuesto a beneficio de los pobres. Declara legal la ganancia comercial pero prohíbe la usura y la esclavitud por deudas. La doctrina musulmana tiene una relación mayor con el judaísmo que con el cristianismo en especial con respecto a su monoteísmo estricto; los mahometanos ven a los cristianos como politeístas ya que les resulta incomprensible el misterio de la Trinidad, o la especial naturaleza de los santos, intermedia entre lo divino y lo humano. El programa de Mahoma inflamó al pueblo árabe que estaba siendo víctima de la interminable guerra entre el Imperio Romano de Oriente y el Imperio Persa, logró unificarlo y mediante una guerra de conquista, en menos de un siglo, extendió su dominio mucho más allá que el Imperio Romano en su apogeo. La musulmana es pues la más reciente de las grandes religiones exceptuando a los protestantes que se los puede englobar en el cristianismo aunque ellos (los protestantes) son quizá los más liberales en un sentido general. Todas las religiones se basan en el esquema del enamoramiento. De allí su carácter mágico, totalitario (en el sentido de total, universal o ecuménico) y por consiguiente dogmático. Todo esto genera intolerancia hacia las ideas distintas y lucha por la supremacía. No existe el respeto en el sentido mencionado antes. Los atentados hechos por fundamentalistas (dogmáticos enamorados que hacen de su pensamiento-sentimiento el fundamento de su actuación) comienzan a explicarse cuando se conocen las premisas básicas relatadas.
La actuación es el medio de atracción utilizado por los que intentan enamorar y tiene siempre un tablado o escenario donde el hipócrita, que significa actor, hace efectivo su rol. El alcalde estaba actuando de funcionario bueno y los dichos de su secretaria nos llevaban a la conclusión de la falsedad del actor que fue desenmascarado. Esa mirada lo delató. Los informes muy secretos y la documentación especial siempre ocultan algún hecho turbio o dicho más claramente algún delito. En muchos Estado se emiten decretos secretos; sí, aunque parezca increíble en una supuesta democracia hay decretos secretos que, rara vez, son detectados y dados a luz en tiempo actual ya que generalmente se conocen luego de veinte o treinta años cuando ha prescripto el delito. Muchos veces estos decretos secretos transgreden normas éticas básicas además de las jurídicas del derecho internacional pero como siempre no hay pruebas contra los responsables aunque deberían serlo quienes lo firman. Estas tretas actorales se realizan en todos los Estados pero algunos se exceden hasta lograr piezas de comedia de un nivel superior a las de Aristófanes. La vida no es sueño parafraseando a la inversa de Calderón sino comedia con actores y con espectadores; adorantes y adorados...¡ah! y un reducido grupúsculo de observadores críticos.
En ese instante llamaron a la puerta y ante la aprobación ingresó un señor que, algo alterado, comunicó (entendí bastante pues no hablaba en dialecto) que habían apresado a un mafioso y el juez quería interrogarlo en el acto necesitándose la presencia del alcalde; éste se levantó sobresaltado y se dispuso a despedirnos pero Lecón le solicitó que nos permitiese presenciar la indagatoria. El alcalde respondió que eso no era posible y nos dio la espalda iniciando la retirada; Augusto con sus reflejos tan preciados se interpuso ágilmente entre el funcionario y la puerta mostrando la credencial que Hugo nos facilitara y una autorización oficial para entrevistar a jueces y a presos. Pierino (el traductor que nos acompañaba) también expresó su deseo de incorporarse para ayudarnos en la comprensión cabal de la indagatoria. Ante la exhibición de papeles tan importantes como los que Lecón oscilaba frente a sus ojos el funcionario optó, con un gesto resignado, por permitir nuestra presencia. Augusto me miró y con un guiño marcó la importancia del evento. La secretaria con una ductilidad encomiable se ubicó entre mi amigo y yo y tomándonos del brazo inició la persecución del alcalde que bramaba órdenes a un grupo de empleados para que lo siguieran; Pierino cerraba la marcha de la columna que se enfrentaría con un jefe mafioso.


La sala donde se haría la indagatoria se encontraba repleta de policías y varios periodistas. Me sorprendió la escasez de gente de prensa en el lugar y se lo hice saber a Pierino junto con mi pregunta del porqué. El traductor me explicó que esos periodistas eran los autorizados y sólo ellos podían ingresar a la sala ya que el mafioso capturado era un jefe importante. Se temía un atentado en su contra pues parecía que el delincuente deseaba cooperar; la figura del arrepentido en pleno vigor. Sin embargo su aplicación genera contradicciones pues con ella se beneficia a delincuentes convertidos (!) en delatores pudiendo generar esto mayor corrupción. En la práctica es usada por las policías de los Estados aunque no tenga sanción legal. Las precauciones tomadas por el juez se manifestaron de inmediato pues de no haber entrado a la sala en la columna del alcalde y su séquito nos habrían impedido el paso; luego de Pierino se cerró la puerta de acceso quedando del otro lado guardias armados que vociferaban ante una turba de periodistas que pretendían ingresar. El reo estaba muy custodiado y detrás de una reja, en rigor era una jaula, el juez en su estrado y frente a él los abogados, el fiscal y el defensor; en asientos escasos ya que la sala era pequeña se encontraban los periodistas. Los funcionarios con el alcalde a la cabeza se ubicaron en el costado opuesto a la jaula del reo. El juez ordenó tomar asiento a todos; Augusto y yo nos sentamos cerca del alcalde pues yo deseaba observar sus reacciones y entre ambos se ubicó Marisa (la bella secretaria del señor alcalde). A propósito el nombre de la niña lo supimos al susurrarlo ella en el oído de Lecón y luego en el mío. Era evidente que la señorita tenía instrucciones de volvernos "locos" con su coqueteo aunque estaba la posibilidad de que ella gustara realmente de alguno de nosotros. Se puede fingir pero hasta cierto límite; un gesto de Lecón me orientó en ese sentido. Los minutos siguientes darían la respuesta. La indagatoria se hizo mera rutina en realidad el mafioso no aportaba nada importante; no mencionaba nombres, ni fuentes de financiamiento, ni los hechos en que habría participado ni mucho menos a los "cerebros" de la organización. Era un intermediario y no un jefe. Me sorprendió las preguntas bastante tontas que se le hacían y paulatinamente fui dejando de prestar atención a la indagatoria para concentrarme en el lugar ya que el alcalde tampoco aportaba nada al permanecer inmóvil. Al entrar tuve una rara sensación, al mejor estilo Lecón, y esa intriga permaneció durante varios minutos. Recién pude darme cuenta al promediar el interrogatorio. La sala tenía una especie de palco en la planta alta que daba justo enfrente del estrado donde el juez continuaba con su monótona labor. Conviene puntualizar que el cuestionario lo efectuaban tanto el fiscal como el defensor junto con el juez. La función de éste no era meramente contemplativa y de moderador como en los juicios de otros Estados. Al ser un país latino se aplicaban normas jurídicas que procedían más directamente del derecho romano siendo la figura del juez mucho más activa. Por eso mismo me llamaba más aún la atención que las preguntas fuesen tan insípidas. La monotonía me llevó entonces a detectar el palco de la planta alta que se hallaba a oscuras. Repentinamente observé una ligera excitación en el alcalde que comenzó a moverse en su asiento; era de contextura corpulenta y un ligero crujido de su silla certificó el balanceo nervioso. Me quedé unos segundos mirándolo hasta advertir una furtiva mirada hacia el mencionado palco, antes de seguir yo el camino señalado por los ojos del funcionario ejecutivo pasé descuidadamente por el estrado y ví que el otro funcionario, el judicial, realizó idéntico pispear subrepticio. La velada ojeada de los dos responsables sociales sobre un lugar en sombras me iluminó pues al observarlo advertí un relámpago metálico en la oscuridad. Apoyé mi mano en el hombro de Augusto y le indiqué con un gesto la planta alta; él hizo una seña asintiendo y denotando haberlo visto, apuntó con su mentón hacia el estrado donde el señor juez se agachó detrás de su escritorio...


Todo sucedió con la rapidez de un alud. El alcalde se tiró al suelo; al segundo, Lecón, con su instinto desarrollado al máximo, me empujó cayendo ambos en el preciso momento que del relámpago metálico del palco de la planta alta surgieron, tronando, relámpagos de fuego. Una increíble cantidad de metralla se desató sobre la jaula donde el arrepentido era acribillado, saltando trozos de su cuerpo por el aire y estallando la sangre como un torrente rojo.
La ráfaga se hizo extensiva a toda la sala. Los guardias tomados por sorpresa no atinaron a repeler el ataque y fueron abatidos; lo mismo sucedió con parte del público; sólo aquellos que lograron echarse al piso o resguardarse detrás de muebles o de otros cuerpos pudieron evitar recibir heridas. Toda la acción duró escasamente un minuto, dejando un saldo de muerte y desolación. Los llantos de los heridos y los gritos de histeria de los pocos ilesos, comenzaron a poblar el ambiente al minuto siguiente. La confusión fue incrementándose al llegar nuevos contingentes de policías que dispararon sus armas hacia la planta alta donde ya había cesado el fuego. Lecón se incorporó y me ayudó a hacer lo propio preguntando si yo estaba herido; al corroborar ambos nuestra calidad de indemnes, tratamos inmediatamente de socorrer a los heridos que se esparcían por el suelo en medio de gemidos, lamentos y en algunos casos alaridos de dolor que hacían estremecer de espanto. Estos últimos fueron llevados por policías que irrumpían en la sala para socorrer, mientras Lecón y yo tratábamos de acomodar en el piso a los restantes, parando hemorragias con camisas y blusas y cuidando de no moverlos hasta la llegada de médicos y enfermeros. En pocos minutos acudieron los médicos con camillas y empezó, ya con más calma, el éxodo hacia los hospitales. Lecón me indicó con un gesto el movimiento del alcalde en dirección hacia donde se hallaba el juez; ambos se retiraron por una de las puertas laterales acompañados por varios policías. En ese instante se oyeron gritos; parecía que habían capturado a uno de los atacantes. Uno de los policías que se había retirado escoltando al juez y al alcalde reingresó a la sala en el preciso instante en que un grupo de sus compañeros trajo al prisionero, desarmado y esposado; el guardían de la ley, visiblemente indignado, gesticulando y vociferando insultos al cautivo, tomándolo por el cuello lo arrastró al sitio donde se encontraban el alcalde y el juez. Cerró tras de sí la puerta mientras el resto de sus camaradas permaneció en la sala junto a nosotros. Pierino, Lecón, la secretaria del juez y yo nos disponíamos a dejar el salón en el instante que oímos un disparo y luego otro provenientes de la habitación donde estaban el juez, el alcalde, el atacante capturado y varios policías. La puerta se abrió reapareciendo el policía que había arrastrado al cautivo al interior del cuarto con el rostro desencajado y a los gritos anunció que el reo había intentado escapar y tuvieron que dispararle para impedirlo. Lecón, con un ademán, me indicó que nos acercáramos a dicho cuarto; con sigilo, en medio de la batahola producida, fuimos asomando nuestras cabezas al interior de la cámara de ejecución (teníamos la intuición, aún no la certeza). Efectivamente la pieza no tenía puertas salvo la que daba a la sala donde estábamos nosotros con el grueso de los policías. La presunta escapatoria del reo fue en realidad su ejecución para que, como es obvio, no hablara. El juez y el alcalde alcanzaron a ver nuestras curiosas cabezas pispiando y sus rostros denotaron furia inmediata. Antes de que sus fogosos y vengativos impulsos hicieran presa de nosotros, ya no con cautela sino con la rapidez del instinto, pusimos nuestros pies a trabajar activamente en dirección a la salida del funesto lugar; Pierino y Marisa (la secretaria) nos acompañaron sin percatarse del porqué de nuestra rauda y casi precipitada partida. Los policías que ya nos conocían (mucho más a Marisa y a Pierino) nos dejaban paso con una nerviosa sonrisa. En rigor todo era nervios y confusión en el edificio. Los médicos continuaban socorriendo a los heridos leves y había guardias armados en todos los rincones. Gritos y órdenes de todo tipo aturdían y producían mayor bulla; la situación nos permitió salir sin ser molestados aunque si no hubiese sido por la presencia de Marisa y de Pierino nos hubieran interceptado. Pierino y Marisa estaban bastante tranquilos y si bien los había sorprendido toda la acción supieron reponerse mas era evidente que necesitaban desahogar sus tensiones. Lecón me miró y ambos intercambiamos mudos mensajes de comprensión. Quizá fuese una oportunidad para indagar con personas más o menos allegadas a ése estrato del poder. Aunque para mí, y suponía que también para Augusto, ése juez y ése alcalde no eran precisamente los de manos limpias; la evidencia era incontrastable: no sólo eran corruptos y cómplices de los grupos mafiosos sino que directamente eran ejecutores homicidas del también delincuente y homicida perpetrador del atentado.
Al salir del edificio Lecón invitó a Pierino y a Marisa a tomar algo en un bar de las cercanías para terminar de recobrarse; para nosotros ya era costumbre pasar por situaciones de peligro y comenzaba a no afectarnos. La agresividad es una característica básica en el ser humano y la hace efectiva constantemente; la mayoría de las veces es psíquica y a la persona le pasa inadvertida la agresión que realiza a otros, generalmente con palabras, gestos o actitudes, pero en ocasiones se torna violenta produciendo lesiones o muertes. Hay circunstancias propicias para las agresiones de hecho, como por ejemplo un clima de impunidad; cuando ella está muy desarrollada las violencias se desatan por motivos fútiles y luego brotan las represalias que, haciendo cadena, terminan en salvajes guerras.
Nos sentamos en el bar y Augusto empezó con su histrionismo que hizo sonreír a Pierino y a Marisa poblando el ambiente de buen humor. Yo seguía un poco alejado las peripecias por las cuales los iba llevando lentamente Lecón a un terreno un poco más fértil para las confidencias. Lo sucedido en la sala me había impactado sobremanera por la pérdida de vidas y por la barbarie tanto del bando que cometió el atentado como la represalia subsiguiente. Que un juez y un alcalde ejecuten de esa forma a un prisionero me pareció la aberración máxima pues la agresión anterior fue hecha por insanos, es decir enfermos, en cambio se supone que los funcionarios son personas sanas; lo sucedido probaba lo contrario, tan enfermos son unos como otros. En el caso de los burócratas el delito es mayor por ser claramente cómplices intermediarios de las bandas mafiosas además de representar presuntamente a la ley. Estos mafiosos enquistados en el poder son los que llevan a cabo la destrucción de pruebas y garantizan la impunidad. En ese instante resonó, clara y cristalina, la carcajada de Marisa ante un gesto gracioso del incomparable Lecón; esa risa me volvió a la realidad y pude integrarme a la charla. Ya Augusto había preparado el terreno para la averiguación que buscábamos.
-¿Hace mucho que trabajas con el alcalde?- Preguntó Lecón imprevistamente y con expresión intrascendente dirigiéndose a Marisa.
-Un año y medio-. Contestó ella todavía riendo.
Pierino intervenía a veces para aclarar alguna palabra pero en general comprendíamos casi todas las frases pues Marisa hablaba lento, tratando de vocalizar bien y sin el uso de dialectos.
-¿Es un trabajo difícil?- Continuó Augusto.
-Para mí es muy fácil. Llevo la agenda del alcalde y trato de que cumpla con todos los compromisos sociales y oficiales. Trabajo con la computadora archivando las copias de los documentos y controlo el registro de los papeles originales aunque últimamente noto que hay menos papeles y que el alcalde resuelve los asuntos en entrevistas personales y sin tomar notas o labrar actas. Inclusive en reuniones con todos los secretarios de la alcaldía no se hace acta oficial-. Puntualizó Marisa con una sonrisa y hablando casi mecánicamente pues Lecón seguía haciendo morisquetas.
-¿Antes se hacían actas de esas reuniones plenarias?- Prosiguió Augusto.
-¡Sí! Siempre se han hecho; hace tres meses el alcalde me pidió que no tomara notas y luego mantuvo el criterio hasta hoy. Ahora que lo preguntas me doy cuenta de que yo ya no asisto a dichas reuniones; como no tengo que labrar actas el alcalde no me necesita...-. Reflexionó Marisa perpleja.
-¿Recuerdas si hace tres meses el alcalde tuvo alguna visita que no figurase en su agenda?- Inquirió Augusto mientras le daba una suave palmada a la mujer en la mano y observando un hermoso anillo hizo un gesto de valorar la calidad de la joya; esto desvió la atención de Pierino y de Marisa, permitiendo que ella contestase la pregunta casi sin pensar.
-Sí. Me acuerdo pues ese día el alcalde me regaló este anillo que tanto te gusta. ¿Viste que hermoso es? Es de oro legítimo, lo mismo que la piedra: es un zafiro...-, comenzó diciendo Marisa pero Lecón la interrumpió.
-Es un zafiro; en nuestra lengua decimos zafiro, sin acento-. Comentó Augusto tomando la mano de Marisa y acariciando la piedra preciosa. -¿Y quién era el personaje que visitó al alcalde?- Concluyó Lecón siempre mirando el anillo.
-¡Ah...! Me parece que era un ministro del gobierno central; muy amigo del primer ministro que estuvo muy pocos meses en el poder y fue desalojado por un entuerto del hermano...bueno se dice que del hermano. Los jueces están investigando pero hay muchos metidos en esos negocios... Estoy orgullosa de este anillo, ¿observaste como brilla el...zafiro?- Preguntó Marisa levantando su mano y haciéndola girar, mientras sonreía por su vacilación al intentar hablar bien nuestro lenguaje.
-¿Te regaló la joya por tu cumpleaños?- Requirió Lecón mientras frenaba el girar de la mano y colocándola ante la luz para mirar detenidamente el brillo de la piedra hizo otro gesto de conocedor al tiempo que continuó acariciando, ahora, la mano de Marisa.
-No. Fue para compensar (así dijo el alcalde) pues cuando labraba las actas me pagaban extra; ahora al no tomar nota de las reuniones...-. Contestó Marisa muy halagada por la caricia de Lecón y haciendo un mohín delicioso.
-Yo estoy muy preocupado por lo sucedido hace un momento. Fue una masacre, debe haber varios muertos y heridos de gravedad; aquí está sucediendo algo muy raro...- Interrumpió el idilio de Marisa y Augusto el severo Pierino (algo molesto por el giro de la conversación) y agregó: -...no está bien lo hecho por el juez y el alcalde: el prisionero no podía escaparse de ninguna manera pues debía pasar por la sala grande que estaba repleta de policías-. Al decir esto Pierino nos miró alternadamente a Lecón y a mí con ojos escrutadores.
-Se trataba de un asesino que había aniquilado a gente indefensa-. Repliqué rápidamente mirando a Lecón y advirtiendo un leve gesto aprobando mi contestación.
Pierino lanzó un suspiro en manifiesta expresión de alivio ante mi respuesta; el interrogatorio, disimulado pero aclaratorio al fin, lo había colocado en actitud de sospecha de nuestros verdaderos designios. No cabía duda Pierino también estaba en la telaraña.
La conversación se desvió por carriles intrascendentes lo cual permitió tranquilizar aún más a Pierino que participaba de los alardes actorales de Lecón con entusiasmo y ya sin resquemores de ninguna índole.
Acompañamos a Marisa a su casa y luego retornamos los tres hombres al hotel donde Pierino se despidió hasta el día siguiente que nos escoltaría (ya no cabía duda de que estaba para eso...) a una entrevista con un juez.
Al quedar solos en el hall del hotel Augusto Lecón extrajo de su bolsillo el documento tan hábilmente substraído de la oficina del alcalde y lo extendió ante mis ojos: era un listado con nombres de cómplices mafiosos "influyentes" en el poder...




8. La entrevista y Augusto Lecón
Al día siguiente nos levantamos temprano; si bien la esperada entrevista con un verdadero juez de manos limpias era casi a mediodía Lecón deseaba hacer un paseo previo para que nos relajásemos; el mero sueño nocturno no era suficiente y una caminata matutina nos vendría muy bien. Iniciamos una larga marcha por calles que subían y bajaban, a veces sinuosas, otras rectas y angostas; un magnífico sol iluminaba las blancas casas y reverberaba en los árboles de una amplia plaza que interceptó el acompasado andar. Este lugar tenía ciertas características que lo hacían muy peculiar: los árboles, en circunferencia, bordeaban un espacio que era utilizado para representar obras teatrales; un tablado hacía las veces de escenario y el público se ubicaba delante sentado en almohadones que cada espectador llevaba consigo. En esos momentos se estaba dando una obra cómica y la mayoría de los presentes era gente joven. Me sorprendió lo insólito de la hora para un espectáculo de ese tipo pero teniendo en cuenta que se trataba de un ciudad pequeña, época estival, sol casi perpetuo en un clima seco, aspectos todos que incitan a la recreación. Los actores hablaban en dialecto así que no pudimos entender casi nada pues la pronunciación era rápida y muy cerrada. Las reacciones del nutrido auditorio me llamaron la atención pues reían a cada instante por la mímica que uno de los actores efectuaba contestando las palabras de otro. Parecía que el juego era un discurso del actor más joven y las respuestas con gestos del más viejo. El sol comenzaba a hacerse sentir y me dirigí hacia la sombra de los árboles que circundaban el original teatro; en cambio Lecón parecía no sufrir la intensa soleada pues decidió permanecer, sentado en el césped, junto al resto del juvenil público. Yo estaba medio escondido entre dos árboles con copiosas ramas plenas de hojas que daban una frescura deliciosa; esta posición estratégica me permitió observar cómo un señor corpulento entregaba a un joven dinero y hablaban debajo de un árbol ubicado justo enfrente del sitio en donde me hallaba. En rigor, para verlos había que prescindir del espectáculo pues se encontraban detrás de los espectadores. Me llamó la atención que el joven discutiera, por los gestos ya que hablaban en voz baja, con el gigantón pero al entregar dinero se suponía que el grandote no le pegaría al mozalbete; además el señor sonreía ante los reclamos del joven y finalmente suministró más dinero al otro que se dio por satisfecho. Estaba por desviar mi vista de tan estrambóticos personajes (la apariencia de ambos no me había caído bien y no sabía el porqué; ¿quizá la intuición de Lecón actuaba en mí por reflejo?) cuando advertí que el mozalbete guardaba en su bolsillo, junto con el dinero, algo que el sol, casi en el cenit, hacía emitir reflejos plateados. Un temor incomprensible hizo presa de mí cuando vi dirigirse al joven directamente hacia el lugar donde estaba sentado Lecón; su andar era sigiloso y su mano derecha oculta en el bolsillo donde había guardado el dinero la movía en nervioso gesto: el codo oscilaba en un vaivén que se me antojó tenebroso. Me lancé como animal herido hacia adelante, justo en el instante que el mozalbete extraía del bolsillo una abierta navaja, grité con todas mis fuerzas: -cuidado Augusto, detrás de ti-. Lecón con asombrosa rapidez se tumbó rodando por el césped y atropellando a la concurrencia, luego dio un brinco colocándose a la espalda del estupefacto joven quien no atinó a maniobra alguna al sentir las manos de Augusto Lecón rodeando su cuello una, mientras que la otra sujetaba la muñeca portadora de la navaja asesina. Al segundo siguiente el arma caía al suelo volcada por la fuerza del nervudo Lecón quien echó a tierra al joven mediante un golpe con la rodilla efectuado entre las piernas. Antes de cualquier reacción por parte del público el agresor ya estaba anulado, el arma continuaba caída y Lecón la apartó aún más con el pie, al tiempo que soltaba al mozalbete instándolo a sentarse con un gesto imperioso. Augusto se sentó a su lado y trató de interrogar al joven; éste no entendía o simulaba no comprender; el resto de la gente formó corrillos alrededor de ambos. Me acerqué y traté de dialogar con el mozalbete pero al no responder le conté a Augusto todo lo visto antes por mí. Una persona del público pidió a gritos la presencia de la policía y varios le hicieron coro; el muchacho se puso lívido de vergüenza y ése color amoratado nos impresionó pues en pocos segundos se volvió más morado pareciendo que el oxígeno no llegaba de sus pulmones al rostro. Jadeó débilmente y se recostó en el suelo; ahora estaba pálido, macilento, demacrado, parecía un cadáver. Augusto Lecón lo levantó con cuidado y le dijo: -puedes irte muchacho; recoge tu navaja y cuida a tu familia-. El joven miró a Augusto y ahora sí entendió sus palabras; con una fugaz expresión de agradecimiento tomó su arma que se hallaba a pocos metros y partió a la carrera en medio del desconcierto general. Lecón me miró y esbozó una sonrisa; con ése gesto me agradeció la advertencia y justificó su misericordia. Mientras la gente se desconcentraba con parsimonia formando rumorosos grupúsculos, Lecón con un ademán invitó a la cautelosa huída.
Llegamos a la hora prevista al despacho del juez; éste nos hizo pasar de inmediato y pidió a su secretaria que no nos molestasen por un buen rato con llamadas o con reuniones; además le solicitó que nos dejara solos. La mujer puso una cara de disconformidad evidente y simulando buscar un papel en el escritorio del magistrado oprimió, con gran sigilo y habilidad, el botón del aparato que le permitiría escuchar del otro lado de la puerta, en su propio escritorio, la conversación. Todo este manejo fue hecho muy rápidamente y sólo yo lo advertí pues Augusto en ese instante estaba mirando y conversando animadamente con el juez ya que éste hablaba bastante bien nuestro idioma. Al marcharse la señora se produjo un breve silencio que fue interrumpido por Lecón.
-Señor Juez, como Ud. ya sabe nosotros estamos investigando...- antes de que pudiese completar su frase interrumpí a Augusto con un ademán, al tiempo que con el dedo señalaba el interruptor abierto del intercomunicador y mirando al juez expandí las cejas. El magistrado hizo un gesto de sorpresa y luego con rapidez, ya mecanizada, frenó a Lecón con la palma de su mano extendida y seguidamente girando el dedo índice en pequeños círculos cerca de su boca indicó a mi amigo que prosiguiera su charla pero señalando el aparato abierto con el mismo índice y acusando luego a la mujer tras de la puerta. Todos los gestos fueron hechos con extrema rapidez y claridad; Lecón interpretó de inmediato y continuó su charla con voz cándida.
-...la cuestión del contrabando de ropa de alta costura. Vestidos exclusivos dignos de reinas y princesas que con su singular donaire podrían lucirlos en las fiestas de gala que pululan en estos tiempos en el viejo mundo y que tanto bien le hacen a sus pueblos pues tienen comidilla en las gacetillas de las revistas-. Augusto Lecón concluyó su improvisada pero actualizada versión de las bodas reales que tanto dan que hablar en el planeta y aprovechó para zafar por un lado y reírse por el otro de la vanidad de vanidades.
El juez tomó al vuelo la palabrería del maestro de la ironía y dirigiéndose al intercomunicador, cuyo interruptor había dejado abierto la secretaria, espetó: -Fabbi, tráigame el expediente del comendador Alessio-. Acto seguido el sagaz magistrado cerró la llave. Al ingresar Fabbi con una voluminosa carpeta en sus manos, tan grande y pesada era que otro empleado tuvo que abrirle la puerta, el juez se levantó y con un gesto solicitó mi ayuda; entre ambos recogimos el expediente al tiempo que el juez agradecía a Fabbi y cerraba la puerta despidiéndola muy amablemente. Estas acciones motivaron un intercambio de inteligentes miradas seguido de una catártica risotada. Podíamos ahora empezar de cero.
-Juez, estamos investigando la posibilidad de un gran atentado. Aquí las mafias están haciendo estragos y exportando sus organigramas a todo el planeta. Venimos de un país islámico donde advertimos que el fundamentalismo forma parte activa de esta inmensa telaraña pero no es lo único que acciona criminalmente. El fanatismo está en todas las ideologías y ahora se encuentra aliado con las grandes mafias del contrabando de armas y de drogas químicas. La forma de pensar totalitaria y ecuménica que fanatiza, trabaja usando la metodología de las grandes mafias de este país. Queremos saber su experiencia en la averiguación sobre los "cerebros" que tienen los mafiosos-. Concretó Augusto su pedido con mucha expectación manifestando la común angustia.
-Amigos, nuestro trabajo aquí es tremendo, no sólo por su peligrosidad sino también por su complejidad. Desde ya que la lucha contra las mafias es altamente improbable de ganarla. Los delincuentes están enquistados en todos los órganos del poder pero no solamente en este país sino en todo el mundo; esto Uds. ya lo saben. Sólo podremos ganar batallas parciales pero nunca la guerra final; ésta la librarán las mafias y cárteles entre sí por el predominio en la etapa final. El curso de los acontecimientos lleva un ritmo acelerado; la codicia típica del ser humano ya es imparable y los grandes imperios financieros están prácticamente controlados desde hace tiempo por las sociedades mafiosas directamente o por medio de intermediarios. Tenemos información de que la caída del imperio llamado socialista (en realidad capitalismo de estado como Uds. ya lo saben) fue hecha comprando a sus dirigentes con grandes sumas de dinero y esto se hizo en varios tramos. Las actuales mafias que reinan en el ex imperio soviético son la exteriorización de las que trabajaban clandestinamente durante el apogeo del capitalismo de estado. Simplemente ahora lo hacen a la luz y sin oposición; más aún con la complicidad de los jerarcas burócratas comprados. Fíjese Ud., amigo Javier, que los ex jefes de las reparticiones estatales ahora pasean por el mundo diciendo idioteces financiados generosamente; los ex jerarcas de todos los ex servicios secretos ahora son "personas respetables" que dan conferencias en los diversos países y cuentan sus intimidades de represión pasada sin tapujos y con el beneplácito de los funcionarios actuales de adentro y de afuera de las respectivas naciones. Para occidente antes eran déspotas crueles y ahora son "héroes de la libertad"; cosas de la hipocresía universal. Tienen guerras mafiosas con Estados que tratan de independizarse del poder central y ya están en el contrabandeo de armas y de drogas químicas (como dicen Uds. con exactitud milimétrica)-. Comenzó diciendo el juez en buen romance.
-¿No son presunciones muy aventuradas decir que los ex jerarcas soviéticos fueron comprados?- Señaló Lecón con gesto de profunda duda.
-No son aventuradas y ni siquiera presunciones; hay fehacientes pruebas de testigos que avalan estas afirmaciones. Con el tiempo la historia lo develará pero les pido que simplemente consideren esto: la codicia es el motor de la humanidad. Ya Napoleón (que era corzo) puntualizó: "todos los hombres tienen su precio" y yo estoy de acuerdo con ésa aserción. Comprar hombres claves es una modalidad mafiosa; luego estos hombres quedan a merced de las organizaciones pues en caso de incumplimiento se generan las represalias. Hay épocas más propicias para efectuar estos negocios y gente más proclive que otra para concretarlos. Las personas incorruptibles son una mutación de la naturaleza-. Manifestó el simpático juez riendo por su humorada.
-¿Tiene Ud. pruebas de la complicidad de políticos de su país con las bandas mafiosas?- Pregunté muy interesado en la cuestión.
-Sí. Estamos procesando a varios políticos de diferentes partidos. En otros países (aquí se comenta que en el de Uds. ocurre así) la estrategia es hacer negocios que defraudan al erario y luego emigrar por un tiempo hasta que la gente olvide el negociado que afectó al tesoro público; los jueces, al no ser independientes, no investigan o si lo hacen no aceptan las escasas pruebas que se logran; inclusive se destruyen pruebas dolosamente. El emigrado (enriquecido ilícitamente) luego de un tiempo regresa a su país y la justicia, por falta de pruebas, lo declara sobreseído. Durante su etapa de emigrado el ex funcionario puede estudiar en buenas universidades para obtener algún master que lo jerarquice al regresar o en otros casos vive espléndidamente en Costa Rica y luego retorna siendo sobreseído por falta de pruebas y sin que la causa afecte su buen nombre y honor. En nuestro país el funcionario que delinquió no emigra y se queda, quizá confiando en la impunidad de tantos años. Fuerza es reconocerlo: el método lo inventamos nosotros; Uds. simplemente nos copiaron-. Afirmó el juez riendo por su sarcasmo.
-¿En su país cuánto duró la impunidad?- Inquirí muy preocupado pues lo dicho por el juez de manos limpias podría ser verídico y en esta hipótesis la situación en nuestro país era mucho más compleja de lo supuesto.
-Más de cuarenta años; con democracia pero sin jueces de manos limpias. La diferencia con otras naciones es que aquí los funcionarios no emigraron; se quedaron y ahora afrontan la situación con bastante entereza en algunos casos. Sin embargo sigue subsistente el problema de las pruebas. Se trata de delitos muy difíciles de comprobar y ya saben que sin pruebas no hay condena. La cuestión es complejísima. El otro aspecto es la alianza de estos políticos, funcionarios y empresarios con las grandes mafias. Conviene que Uds. sepan que, no solamente los políticos están involucrados en estas defraudaciones al erario sino también empresarios (algunos de ellos luego intentaron actuar en política pero fracasaron pues se les descubrieron sus negociados y debieron ceder posiciones). Una forma muy desarrollada es la de la coima: estos sobornos y dádivas con que se procura inclinar la voluntad de los funcionarios para obtener ventajas en contrataciones públicas; o el peculado: la directa sustracción de caudales o efectos del tesoro público. Detrás de todo está la codicia y la ambición de más poder. Aquí estamos haciendo bastante los jueces de manos limpias, como nos llama la prensa y el público, pero no es lo suficiente. Hicimos caer con nuestra acción todo un régimen corrupto pero el idilio duró poco; los viejos zorros, con ropajes nuevos, intentan proseguir con sus artificios fraudulentos. Como les decía al principio: ganamos batallas pero no la guerra. El delito tiene una fuerza avasallante y además está avalado por las grandes sociedades secretas mafiosas y "honorables" con sus códigos internos que permiten el desarrollo tipo telaraña-. Rubricó el juez de manos limpias parafraseando nuestra jerga sin saberlo.
-¿Ud. afirma entonces que el delito está enclavado en el poder?- Preguntó Augusto sumamente preocupado.
-Sí. No existe la menor duda. En todas las naciones una gran cantidad de funcionarios de los distintos poderes del estado son corruptos y delinquen con impunidad. Las pruebas desaparecen y resulta casi imposible el juicio con condena por los delitos cometidos. Cuando hay juicios en la inmensa mayoría de los casos se otorga el sobreseimiento definitivo por falta de pruebas. El quid de la cuestión es la prueba y el poder que genera impunidad y destrucción de las pruebas-. Insistía el juez con un fuerte golpe de su puño sobre el escritorio.
-Señor Juez, es muy grave lo que Ud. dice pero su testimonio es invalorable para nuestra investigación; ¿hay algún otro aspecto de relieve? ¡Intuyo que el veloz despegue productivo!- Expresó Augusto Lecón dando pie al juez para explicar cómo se pudo hacer la corrupción generalizada y porqué fue tolerada.
-Efectivamente, amigo Lecón, Ud. acaba de poner el dedo en la llaga. Luego de la segunda guerra mundial tuvimos un período de escasez y dificultades de todo tipo. En pocos años logramos revertir el proceso y un fabuloso auge de la producción con nuevas formas de industrialización nos fueron convirtiendo paulatinamente en el quinto país del planeta en desarrollo económico. La miseria se trastrocó en un enorme poder industrial que permitió y facilitó el comienzo de la corrupción. El nivel de vida se elevó en conjunción con la industrialización, produciendo aumento del consumo y llevando al país por los canales de la riqueza colectiva. Esta sociedad de consumo se tornó permisiva pues se razonaba que si los políticos nos habían llevado a la abundancia de bienes podían tomar algo a cambio. Esta tolerancia con la corrupción fue dándose por tramos, no de golpe, el ciudadano común no sabía con exactitud las maniobras delictivas, sólo las intuía pero las justificaba: nos dieron tanto que pueden tomar algo, se lo permitimos. Era un retorno ideológico al feudalismo: el señor feudal puede disponer de bienes, hacienda y personas; los siervos de la gleba de la Edad Media se transformaron en los modernos consumistas ciudadanos de las potencias industriales. En rigor nada cambia: el pan y circo de los antiguos romanos es el consumo y el entretenimiento tecnológico de nuestras modernas sociedades. Por eso la fiesta duró casi cincuenta años y como la abundancia prosigue puede continuar a pesar de nuestros esfuerzos para remediar la injusticia. En vuestros países la situación no es similar. La fiesta fue a medias; sólo una clase pudo participar de la juerga del consumo desmedido al privatizar y recibir algo (no el justo precio) por las empresas del estado. Pero al acabarse las "joyas de la abuela" si no tienen producción (como sí la tuvimos y tenemos nosotros) pueden caer en el colapso. De todas maneras la lucha que se avecina va a ser entre las mafias y por el predominio de la más apta. Los pueblos quedarán marginados de esto y sólo recibirán migajas. A mediados del siglo XXI se debe estabilizar la población mundial si no los alimentos no alcanzarán; nuestra óptica enfoca en doce mil millones de habitantes hacia el año 2050 ésa población estabilizada. Por consiguiente mucha gente quedará en el camino si no es por guerras será por miseria y por hambre. Al desarrollarse la tecnología vendrá el auge del robotismo y las máquinas suplantarán a las personas en muchos de los trabajos; la única forma de sobrellevar esto será con menos horas de trabajo y más de ocio. Pero si éste no se hace creador sobrevendrá el aburrimiento. Sólo el ocio creador salvará a la especie humana de un colapso mayor que la propia miseria. El camino creador no es el juego tecnológico como está sucediendo en la actualidad con nuestros jóvenes; el juego en pequeña escala puede distraer y distender pero en gran volumen se hace adictivo hasta transformarse en una variante de las drogas psíquicas (como las ideas totalizadoras ya sean religiosas o políticas). El juego es muy peligroso para la sobrevivencia de la especie pero si no intervenimos de alguna manera será el futuro de la humanidad e imaginen Uds. con el fabuloso desarrollo de la tecnología los juegos temibles que puedan existir. Si le unimos la característica humana de la crueldad (subyacente en casi todos los homo sapiens) podremos llegar a brutalidades que apabullarían a un inquisidor medieval del Santo Oficio Católico que torturó los cuerpos pero rezó por sus "almas". Las atrocidades que cometimos los humanos en todas las épocas y en todos los países son de extrema ferocidad pero las futuras pueden ser peores...-. El juez de manos limpias bajó su voz y una fugaz lágrima resbaló por su curtida mejilla.
Un prolongado silencio siguió a las palabras del honesto y sensible magistrado. Sus pensamientos en gran medida coincidían con los míos y con los de Augusto Lecón salvo quizás en su mayor pesimismo con respecto al futuro de la humanidad. Pero él estaba en una posición de permanente contacto con el delito; todos los días pasaban por su despacho delincuentes de toda traza y si bien un delincuente es un enfermo más grave, toda la sociedad tiene diversos grados de enfermedad, al menos ésa es mi tesis. El juez corroboraba muchas de nuestras hipótesis y su testimonio era valedero de allí nuestro respeto hacia alguien que permanecía incorruptible a todas las tentaciones pero que además lucubraba con profundidad de contenido y no lo engañaban las apariencias de una sociedad opulenta en bienes de consumo pero carente de fondo esencialmente humano. Al hacer hincapié en el juego futuro daba en el centro de una problemática que ya está llegando: el ocio y cómo manejarlo. En los adolescentes ya está incorporado y los lleva al aburrimiento que es el preludio de violencias y drogas de todo tipo para marear su conciencia.
-Señor juez, ¿qué pruebas tiene Ud. de sus afirmaciones?- Demandó Lecón con suavidad y mirada de amplia comprensión.
-Testigos. En los delitos de corrupción no hay pruebas escritas. No se dan recibos por las coimas y los peculados son simples hurtos que se tapan con otras partidas presupuestarias o con el inflado de algunos gastos. Por ejemplo tengo el caso de unos juegos deportivos que aglutinaron a media Europa; en el gasto correspondiente a una pileta de natación figura un costo de doce millones de dólares. Como Uds. podrán darse cuenta ese gasto está expandido a pesar de que pueda haber algún recibo que lo pruebe; se inician investigaciones administrativas que fenecen en el olvido al poco lapso. Los complotados en el delito "adornan" con dádivas a los encargados de la pesquisa y todo muere con el tiempo; los jueces no podemos actuar por la falta o destrucción de pruebas y por la complicidad del silencio de los testigos ya sea por amenazas o simplemente por estar "tocados" con recompensas. El caso de la pileta de natación de doce millones de dólares concluirá en la penumbra y luego en el ocaso de un día de fiesta. Tengan presente esto: desconfíen de las fiestas; siempre se hacen para tapar algo culpable. La hipocresía es dueña y señora de nuestra especie-. Dijo el juez con convicción.
-¿Y la compra de los jerarcas soviéticos?- Insistió Augusto retornando a un tema que no lo tenía claro.
-La historia lo probará dentro de unos veinte o treinta años cuando opere la prescripción (liberarse de una obligación por el transcurso del tiempo) y los testigos comiencen a hablar-. Contestó con evidente sarcasmo el juez.
-Es verdad, los hechos se aclaran cuando ya nadie pueda ser incriminado y la gente olvidó el caso. La prescripción es la extensión de la impunidad-. Afirmó Augusto completando la amarga ironía del juez.
-En un país europeo hace unos quince años un partido conservador quitó del poder a un partido laborista mediante un golpe de estado económico fomentando huelgas prolongadas y malestar social, junto con inestabilidad económica. Recién ahora se están sacando a luz los vericuetos de ése verdadero golpe de estado que produjo un largo establecimiento del partido conservador con secuela de negocios y privatizaciones de empresas. Esta estrategia se repite en otros sitios con la complicidad, obviamente, de grandes empresas privadas que luego usufructúan en la gran fiesta privatizadora obteniendo pingües beneficios haciendo una inversión mínima. En el período de desestabilización del gobierno precedente estas empresas colaboran con capital (los compran como a los jerarcas soviéticos) favoreciendo a algún partido o grupo opositor; estos últimos tienen que ser personas maleables que puedan decir una cosa y luego hacer otra; con dotes actorales, es decir, hipócritas; son los intermediarios de los grandes "cerebros" que manejan desde las sombras. Este esquema se repite en muchos estados del primer, segundo o tercer mundo; da igual, el ejemplo que les mencioné antes es de un país del primer mundo y Uds. saben que en países del tercer mundo se repite el esquema. Por los informes que tengo en vuestro país se fotocopió el diseño-. Prosiguió implacable el juez de manos limpias.
-¿Cómo puede ser que el partido desplazado no denuncie el hecho?- Preguntó Lecón escéptico de que tal cosa sucediese y mirando al juez con expresión dura y acusadora.
-O también están comprados, como el partido o grupo que llega al poder gracias al golpe de estado económico, o no hacen la denuncia por falta de pruebas, o tienen miedo de que no les crean y que la gente considere que la denuncia es para ocultar su incapacidad de gobernar. Las pruebas en realidad son evidentes por el comportamiento posterior del grupo que accede al poder al privatizar y beneficiar a sectores determinados en detrimento de otros. Yo más bien me inclino a la última hipótesis: el temor de que la gente considere que desean ocultar su incapacidad de gobernar si hacen la denuncia. Hay países donde antes de privatizar o entregar las empresas estatales a otras empresas estatales de otras naciones (esto también sucede y aquí en rigor no habría privatización sino cesión de la empresa a otra igualmente estatal) se suben los precios de los servicios que presta la compañía para que su rentabilidad aumente y todo vaya a los bolsillos de los nuevos dueños. Conviene aclarar que en el período anterior el Estado estuvo cobrando los llamados precios políticos, es decir precios muy bajos que producían escasa renta, aunque en realidad los servicios públicos explotados por el Estado no tienen porqué dar una rentabilidad, bastaría con cubrir los costos de explotación. Lo que sucede en la práctica es que existen empresas contratistas de las empresas estatales que hacen negocios turbios con sub y/o sobre facturaciones coimeando a los funcionarios para obtener las concesiones y/o contratos; luego estas mismas empresas contratistas son las beneficiarias en el proceso de privatización, vale decir que siempre ganan: o como contratistas del Estado o como dueñas totales. "El mismo perro con diferente collar"...-. Explicitó el juez de manos limpias.
-¿Y ésas empresas están relacionadas con grupos mafiosos?- Preguntó Lecón cruzando las piernas, tomándose las rodillas con ambas manos y echando el cuerpo hacia adelante.
-¿Recuerdan Uds. el caso del Banco Ambrosiano?- [Ante el asentimiento de ambos prosiguió el juez]. -Pues bien, ése es un leading case en el combate contra la corrupción y las mafias. Obviamente faltan las pruebas pero costó la vida hasta de un Papa-. El juez hizo un gesto mientras el tono de su voz era de extrema ironía.
-Estamos siempre con el problema de la prueba ¿pero entonces hay delitos perfectos?- Inquirió Augusto Lecón dándole también un sesgo de sarcasmo a su pregunta.
-Sí. Los delitos cometidos con el aval del poder son perfectos. Salvo una Justicia independiente del resto de los poderes del Estado (cosa altamente improbable) la impunidad hace que los delitos sean perfectos-. Contestó el juez y agregó: -en vuestro país los jueces avalaron en 1930 un golpe de estado político a pesar de que en vuestro código penal es delito la rebelión y hasta crearon la doctrina del "gobierno de facto"-.
-Pero ¿hay algún país que tenga jueces autónomos?- Preguntó Lecón.
-Puede haber algunos jueces en varias naciones que sean independientes pero en los Tribunales de Alzada (Cámaras, Cortes Supremas, Tribunales de Casación, etc.) siempre hay una mayoría que está a la sombra del poder. Recuerden que los jueces son hombres, por consiguiente tienen todas las características de los seres humanos; es muy difícil encontrar homos sapiens incorruptibles casi todos son sensibles a la codicia; les repito la frase de Napoleón: "todos los hombres tienen su precio"...-. Persistió el juez.
-Y las mujeres también-. Añadí yo en tono mordaz.
-Napoleón dijo "todos" pero Ud. dice "casi todos" ¿quiere significar que puede haber alguno no corrupto?- Porfió Augusto con una sonrisa.
-Yo me considero no corrupto. ¡Quizá no me habrán ofrecido el precio conveniente!- Exclamó el juez con una sonrisa mayor que la de Augusto y motivando una risa general.
Luego de un instante donde las miradas y las sonrisas coadyuvaban a la distensión el juez pidió un intervalo en la entrevista hasta el día siguiente pues debía estudiar con urgencia un caso.
Con un cálido apretón de manos nos despedimos del juez de manos limpias sin imaginar los tremendos acontecimientos que sobrevendrían.
 


9. "No hay pruebas" o las pruebas se fabrican
Salimos del despacho del juez de manos limpias con una gran alegría. Lecón miraba su mano derecha y decía que ya no la lavaría pues había estrechado la de un verdadero juez y su sello quedaría para siempre con él. La emoción de haber entrevistado a un ser humano de la valía del juez colmó de entusiasmo por la causa de la humanidad a dos personas sensibles.
La cena en el hotel fue tranquila y charlamos animadamente sobre todo lo sucedido. Augusto Lecón se manifestaba sumamente locuaz y con mímica trataba de imitar al juez. Impostaba la voz dándole un matiz doctoral como antítesis de la sencillez del magistrado; hacía ademanes ampulosos a la inversa del juez que no movía las manos pues las dejaba apoyadas en su escritorio. Esta forma de imitar por la inversa finalmente me llamó la atención y luego de reírme le pregunté a Augusto el porqué y él me contestó: -¡oh!, no lo sé, se me ocurrió hacerlo así pero tienes razón, es extraño...-.
Cada uno fue a su habitación a descansar; al día siguiente proseguía la entrevista con el juez y deseábamos estar muy relajados pues nos habían quedado "en el tintero" muchas preguntas.
Esa noche tuve un sueño que luego recordé con el máximo detalle al despertar lo cual es muy raro. En el ensueño yo estaba en una isla del trópico como único sobreviviente de un naufragio; el barco que me transportaba se había hundido a varios centenares de metros de la playa pero lo extraño era que las lanchas de salvataje habían sido inutilizadas por el capitán con un hacha en un ataque furibundo de locura. Yo pude llegar a nado a la costa mas lo misterioso fue que el resto del pasaje no supiera nadar. El capitán fue ultimado por un tripulante que le arrebató el hacha y la clavó en su pecho; luego el marinero se suicidó con la misma arma mientras la gente, presa del pánico, trataba de aferrarse a los cordajes del navío, de pequeño calado, que comenzó a hundirse. Yo salté y nadé hasta llegar a la playa cayendo exhausto; pude recuperarme levemente para trotar en zigzag hasta las primeras palmeras pero luego caí exánime al pie de una de ellas.
Al despertar encontré la delgada figura de Augusto Lecón quien con mirada perdida me entregó un periódico; luego se alejó sentándose en un sillón y tomando su cabeza con ambas manos comenzó a sollozar.
Estupefacto, dirigí mis ojos hacia el enorme titular que encabezaba a todo lo ancho el texto de una trágica noticia. Con esfuerzo pude traducir la crónica que decía más o menos así:
"TERRIBLE ATENTADO.- MUERE FAMOSO MAGISTRADO: En el día de ayer a las 19,30 horas en el Juzgado Penal N°47 del juez Franco Falconette estalló un poderoso artefacto que destruyó las oficinas principales dejando un saldo penoso de víctimas. El cuerpo del célebre juez de manos limpias fue hallado debajo de los escombros terriblemente desfigurado y pareciendo que la explosión se produjo en el mismo despacho del juez pues los efectos fueron máximos allí. La onda expansiva se propagó a la oficina de los empleados, los cuales están siendo atendidos en el hospital Bonnaventu; se sabe que tres de ellos se hallan en estado desesperante y sólo logró salvarse la secretaria privada del juez, Sra. Fabbi, quien, gracias a Dios, se ausentó unos minutos antes para cumplimentar una diligencia ordenada por el infortunado juez. Los despojos mortales (destrozados pero armados por el prestigioso traumatólogo Maffirini) son velados en la Corte Superior de Justicia. ULTIMO MOMENTO: Las investigaciones del trágico atentado están siendo llevadas a cabo por el comisario inspector Tufillocanti quien de inmediato interrogó a la secretaria del juez salvada milagrosamente de la explosión. Según trascendió de los dichos de la Sra. Fabbi se desprende que poco tiempo antes de la tragedia unos individuos de aspecto sospechoso estuvieron con el magistrado. La traza de estos sujetos llamó la atención de la Sra. Fabbi quien previno al juez por el intercomunicador para que lo dejara abierto así ella podía ayudarlo en caso de peligro. El magistrado escuchó los sabios consejos de su secretaria y así ella pudo oír cómo los extraños sujetos exigían al juez una suma de dinero por su testimonio en una causa de contrabando de armas y de drogas. Repentinamente se cortó el diálogo pues alguien cerró la llave del intercomunicador; la secretaria presume que fueron los perversos individuos al percatarse de la hábil estratagema pergeñada para la seguridad del juez. Parece que estos facinerosos son extranjeros y todos los indicios hacen presumir su responsabilidad. Según el valioso testimonio de la Sra. Fabbi, que se incorpora como prueba principal al sumario iniciado, ellos serían los autores materiales del horrendo atentado y se está en la pista tanto de estos asesinos como del autor intelectual que podría ser un famoso diputado que usa como pantalla su lucha contra las drogas".
Luego de la difícil lectura de la crónica periodística quedé alelado y sólo atiné a mirar a Lecón que continuaba sollozando. Me levanté y vestí en silencio; la tragedia impensada martillaba todos mis sentidos y finalmente yo también lloré. La memoria de un JUEZ, de un hombre, de un ser humano incorrupto estaba en cada gota de las lágrimas que fluían ya a borbotones. Me acerqué al amigo; Augusto se levantó y ambos nos estrechamos en un abrazo fraterno y alegórico: un JUEZ MANOS LIMPIAS estaba entre nosotros...
Sonó el teléfono interno; el camarero anunciaba que nos llevaría el desayuno a la habitación pues el comedor ya estaba cerrado. Miré la hora y reaccioné.
-Debemos huir de inmediato. Las "pruebas" nos acusan. Armaron el atentado y aprovecharon para colocarnos como "chivos expiatorios". Somos los candidatos justos para el rol de "culpables" pues aprovecharán para descargar, además, su xenofobia-. Dije buscando las valijas y comenzando a guardar ropa en ellas.
-Tienes razón y de paso fabricaron pruebas en contra de ése diputado que parece molestar a los mafiosos. Probablemente sea un diputado de manos limpias y esté investigando algún caso que involucre a gente importante; debe estar vinculado con el juez en las pesquisas y por ende aprovecharán para echar tierra al mismísimo juez. Barrunto lo que dirán en poco tiempo: "Un juez de aparente manos limpias vinculado con el diputado que, como disfraz, investigaba a la mafia y que fue muerto en un ajuste de cuentas..." El manejo de las pruebas y la eliminación de aquellos que no sucumben a los cantos de sirena de las fabulosas ofrendas con que intentan comprar su silencio completan el panorama de la impunidad. No hay sanción por "falta de pruebas". Así, traficantes ilegales de armas y de drogas químicas eluden la acción de la Justicia con la complicidad de los funcionarios enquistados en los diversos poderes de los Estados. Ahora amigo, para no ser "chivos expiatorios" debemos salir de esta gran isla, cuna de mafias, pero estoy elaborando una idea para aprovechar esta situación que se está planteando-. Comentó Lecón cabizbajo.
Augusto regresó de su habitación con la pequeña maleta y ambos bajamos para pagar nuestra estadía y dirigirnos hacia el aeropuerto. El gesto de sorpresa del empleado al retirarnos tan imprevistamente tuvo que ser suavizado por una explicación plagada de mentirillas que improvisó Augusto con su histrionismo habitual; varios parientes fueron "sacrificados" para lograr que perdure un poco más nuestra osamenta en la faz del planeta.
Al entrar en el aeropuerto vimos en los kioscos de diarios los enormes titulares que explicitaban, a su ya consabida manera, las alternativas por la que pasaba la investigación del atentado; los acontecimientos se sucedían vertiginosamente lo cual comprobaría la preparación puntillosa del atentado con la fabricación de pruebas y que apuntaban al pobre diputado de manos limpias como el artífice ideológico. Parecía que el objetivo era eliminar de un solo golpe a dos representantes de la incorruptibilidad. De paso incriminarnos a nosotros y salvar a la ejecutora (tanto Lecón como yo estábamos persuadidos de que era la Sra. Fabbi) para utilizarla en otra oportunidad. Al dirigir inmediatamente la búsqueda de nuestro paradero se desviaba la atención sobre la real ejecutora, con el agravante de colocarla a ella en situación privilegiada de testigo clave y mientras estuviéramos nosotros "en danza" ella quedaría en mejor posición con sus coartadas. Augusto pensaba que no extremarían la pesquisa sobre nuestra pista e inclusive que nos darían tiempo para la huída pues así nos tendrían siempre como los sospechosos directos y tendrían tiempo para eliminar cualquier restante prueba que incriminase a Fabbi. Pero para no someter a la experimentación este supuesto continuábamos con rapidez haciendo los trámites de compra de pasajes y despacho de equipaje. La descripción dada a la policía por la Sra. Fabbi nos atribuía, como siempre, corpulencia física y apariencia manifiesta de maldad en los rasgos del rostro. La delgadez y escaso desarrollo muscular de Lecón como así también lo enjuto de mi cuerpo, unidos a la apariencia intrascendente y mediocre de nuestros rostros no compaginaban en absoluto con lo expresado por la testigo. En rigor éramos bastante poca cosa como para "merecer" el epíteto de delincuentes; éstos suelen ser más seductores (me estoy refiriendo a la gran delincuencia y no a los rateros de subterráneos). Lecón, con sus dotes actorales, caía más simpático pero luego de comenzada su actuación; de inicio su conformación física y particularmente su fisonomía no eran atrayentes; mi caso era peor pues ni siquiera caía simpático; la expresión seria de mi rostro amilanaba y todo mi exterior hacía un conjunto más bien insulso. Los delincuentes de "guante blanco" atraen, encantan, encandilan, hechizan y embelesan derramando simpatía por doquier como todos aquellos que necesitan de la gente para satisfacer sus deseos, ambiciones o fines personales. Las personas que simplemente viven y dejan vivir son menos atrayentes para los otros pero al menos no son hipócritas, es decir, no necesitan actuar (repito hipócrita significa actor y viene del griego...) Lecón cuando actúa lo hace como catarsis y como un juego en general, pero cuando lo realiza para obtener algún objetivo (caso de las camareras, por ejemplo) no es para beneficio personal sino para favorecer alguna causa, por ejemplo la investigación del futuro atentado. Es claro que muchos dirán lo mismo, los religiosos y los políticos por ejemplo; ambos pretenden defender alguna causa y se consideran altruistas. La cuestión es ver qué sucede con sus actos, si benefician o perjudican; la historia es la única forma de comprobarlo. Si la especie humana está satisfecha de cómo la manejan los religiosos y los políticos (ambos son sin duda alguna los gerentes de los homo sapiens, recordando a los soldados como los custodios de las fronteras pero que obedecen a los anteriores) adelante, sigamos así. En caso contrario imaginemos algo mejor; quizá dejemos las creencias y busquemos el conocimiento como algunos científicos y algunos artistas... Este monólogo interior surgió mientras estábamos sentados en el hall del aeropuerto esperando la salida del avión; Lecón leía, con manifiesta dificultad para traducir, un periódico y yo paseaba mi vista por la gente que deambulaba intranquila haciéndome brotar reflexiones íntimas pero que pueden servir y ser útiles.
Mientras nos dirigíamos hacia el avión vimos llegar, entrando a la carrera, a un grupo de hombres que fue directamente hacia las boleterías; un segundo grupo se acercó a los pasajeros que estábamos en tren de partida. Sin embargo la descripción que ellos tenían no coincidía con nuestro aspecto real y esa circunstancia nos salvó de ser apresados. Ni siquiera detuvieron un segundo la mirada en nosotros; les pasamos totalmente desapercibidos.
Ya ubicados en la aeronave nos arrellanamos en las butacas dispuestos a descansar si bien el vuelo era corto: íbamos al continente dejando la isla. En la capital proseguiríamos averiguando...en ese instante me percaté que Augusto había exteriorizado en el hotel el deseo de utilizar esta persecución policial con un fin favorable a la investigación.
-¿Qué plan estás proyectando?- Pregunté viendo que Augusto tenía la vista perdida y una expresión pensativa.
-Hum...me parece que debemos aprovechar que la policía está siguiendo nuestra pista para conseguir algún contacto con mafiosos. ¿Recuerdas que nuestro objetivo es hablar no sólo con jueces de manos limpias sino también con algún integrante de las mafias? Este es el momento adecuado; cuando lleguemos a la ciudad capital iremos a los lugares nocturnos y de diversión desparramando que somos los buscados por la policía-.
-Sí pero los mafiosos ya saben que no somos nosotros los autores del atentado al juez-. Dije con tono escéptico.
-Los mafiosos de la isla; en el continente puede no haber llegado aún la noticia. Debemos arriesgarnos; éste es un instante decisivo que puede durar sólo horas y la oportunidad para establecer contacto con las mafias es única-. Afirmó Augusto decidido.
-Está bien; intentemos hacerlo pero es sumamente peligroso-. Expuse dispuesto a complacer a mi amigo mas consciente del riesgo.
-No será la primera vez que afrontamos escollos y ahora tenemos un reto para cumplimentar que nos puede dar una clave-. Manifestó Lecón sumiéndose en pensamientos y quizá planificando alguna estrategia no del todo elaborada aún.
Llegamos a la capital del país y de inmediato buscamos un hotel céntrico para estar cerca de los lugares donde presumíamos se encontrarían los contactos adecuados. Cenamos muy temprano en el mismo hotel y salimos a tomar algo en un lugar nocturno recomendado por un empleado muy solícito que se había hecho amigo de Lecón. El local estaba medio alejado del hotel pero nuestra intención era operar caminando pues buscábamos ser vistos por los malandras que pululan en cualquier capital. La actitud displicente en el andar llama la atención de los delincuentes que se acercan con una excusa (fuego para cigarrillos, o la hora, etc.) y si el lugar no es muy concurrido puede ocurrir el asalto; la manera de evitarlo pero llamando la atención era la forma de caminar y las preguntas reiteradas a los repartidores, quiosqueros, comerciantes o simplemente a los transeúntes con apariencia de malandrines; éstos de inmediato hacen correr el rumor de que hay dos incautos en la calle y ya está preparado el escenario. Por supuesto que todo esto es muy peligroso pero inevitable si queríamos dialogar con mafiosos. Un inconveniente serio que teníamos era el idioma pero suponíamos que los mafiosos, en caso de una entrevista con algún personaje, nos facilitarían un traductor; la cuestión era convencerlos de la importancia de los datos que les pudiéramos suministrar. Augusto tenía preparada una lista de informaciones para entregar. Por supuesto que dichos informes eran pura imaginación mas los delincuentes no lo sabían y además la capacidad actoral de mi amigo sería útil para convencerlos de su veracidad. Deambulando cansinamente fuimos llegando al bar recomendado por el empleado; durante el trayecto vimos a varios individuos que nos observaron detenidamente pero ninguno de ellos se acercó, sin embargo dos de ellos nos siguieron hasta el local. Entramos y nos ubicamos en la barra para estar en contacto permanente con el barman y satisfacer nuestro deseo de dialogar con algún capitanejo o de ser posible con un jefe. En una jerga muy especial, pues ya habíamos aprendido algunas palabras, le pedimos al camarero que diera a conocer nuestro deseo de dialogar al dueño del negocio. Existía la presunción de que éste señor tenía algún contacto con mafiosos; el empleado del hotel nos había dicho que en una oportunidad estuvo preso y salió de la cárcel mediante el pago de una fuerte fianza supuestamente costeada por el hampa. De ser cierta esta novedad el dueño directamente estaría vinculado pues parece que la fianza era bastante abultada. Los dos hombres que nos habían seguido se ubicaron en una mesa algo alejada de la barra pero no nos quitaban los ojos de encima aunque de manera disimulada. Habituados a estos menesteres, nosotros nos dábamos cuenta del seguimiento pero quizá para otras personas pasaría inadvertido. Cuando una hermosa dama se nos acercaba con la evidente intención de trabar relación el barman nos indicó que el dueño nos esperaba en su oficina. Haciéndole una seña a la señorita para que nos esperase y luego otra indicando la charla con el propietario (Lecón levantó su dedo índice izquierdo marcando la escalera del fondo y levantando sus cejas dándose importancia) marchamos muy cautelosos hacia el despacho del patrón.
-Adelante-. Dijo en tono perentorio una voz cavernosa desde el interior de la habitación.
-Mucho gusto. Mi nombre es Augusto y mi amigo se llama Javier-. Comenzó Lecón su actuación dando la mano al robusto y maduro bribón.
El malandra era alto, muy corpulento pero de edad bastante avanzada; sin embargo conservaba enhiesta su figura y denotaba, junto a su fortaleza física, una gran lucidez mental que se puso de manifiesto en el diálogo subsiguiente al chapurrar nuestro idioma.
-Me llamo Pietro Gello y me dijo el camarero que Uds. desean hablar conmigo. Estoy a vuestra disposición-.
-Le vamos a ser sinceros; necesitamos ayuda pues nos busca la policía por el atentado al juez Franco Falconette. Nosotros no fuimos pero la policía cree que sí y nos está pisando los talones-. Dijo Augusto en tono suplicante.
-No sé que clase de ayuda puedo brindarles-. Se excusó el señor Gello.
-Una muy importante. Transitoriamente estamos hospedados en el hotel Cabiria pero nuestra situación es precaria. Si Ud. pudiese cobijarnos aquí en alguna habitación de su local la policía no hallaría nuestro paradero y podríamos contactarnos con algún jefe de la sociedad para darle información-. Manifestó Lecón con voz enigmática y bajando los ojos en actitud humilde.
-¿Qué clase de información?- Preguntó curioso Pietro Gello.
-Es un poco largo y difícil de explicar. Luego en una reunión con jefes les contaría con detalles pero en principio son datos de un gran embarque de mercadería que viene al país y no tiene remito. Puede ser para cualquiera, el único requisito es saber las contraseñas-. Expuso Lecón mirando fijo a Pietro y sonriendo con picardía.
-Yo no estoy en ningún negocio de mercaderías y no me interesa para nada el asunto. Buenas noches-. Con tono airado el señor Gello se levantó de su sillón y nos despidió secamente.
-¡Qué lástima! Despreciar un embarque de diez mil kilos que anda a la deriva y sólo se necesita una organización interesada y con disciplina. Buscaremos a la competencia. Igual le agradecemos su fina atención y tanto mi amigo como yo le deseamos prósperos negocios con las chicas. Buenas noches-. Augusto Lecón se levantó y dándole la espalda al mafioso salió raudo por la puerta sin detenerse ante el custodio que pretendió cortar su marcha. Yo lo seguí sin entender en realidad qué pretendía Augusto de Pietro Gello.
Al llegar a la barra la muchacha nos estaba esperando pero Lecón con una seña me indicó la salida. Los hombres que nos habían seguido continuaban en la mesa y al ver que nos retirábamos del lugar se levantaron, dejando el dinero de su consumición, y marcharon detrás de nosotros. En la puerta, Lecón me hizo una seña para ubicarnos a ambos lados y, supuse, cortar el camino a los individuos. Estos al vernos a sus costados creyeron que los atacaríamos mas con gran rapidez Augusto, mostrando las palmas de las manos, les pidió calma y luego, con dificultad, logró hacerse entender por los hombres. Les solicitó hablar con su jefe pues el Señor Pietro Gello no mostró interés en un negocio por miedo a la policía y pensábamos que el jefe de ellos era más valiente. Los hombres se mostraron desconcertados pero al oír las palabras: negocio, policía, Pietro Gello y valiente comenzaron a dialogar entre ellos en voz muy baja. Luego de varios segundos que se hicieron interminables para nosotros agravado por lo inaudible de su charla, nos pidieron que los siguiéramos. Estábamos por tomar un taxímetro que se hallaba estacionado a unos metros de distancia cuando repentinamente salió uno de los custodios de Gello que, luego de un intercambio de palabras con los hombres, extrajo una pistola y los amenazó. Los individuos tomados por sorpresa vacilaron y terminaron huyendo del lugar precipitadamente. El custodio dirigiendo su arma hacia nosotros nos ordenó regresar; ante el manifiesto temor (a mí me pareció fingido) de Augusto que lo miró asustado y solicitando clemencia, el malhechor bajó su pistola y pidió disculpas alegando que los otros lo habían puesto nervioso. Con una sonrisa de complacencia Lecón saludó con su palma derecha levantada y pidiendo que yo lo siguiese, encaminó sus pasos hacia el despacho de Gello.
-Queridos amigos, disculpen que yo no interpretase con exactitud la propuesta que Uds. tan gentilmente ofrecieron pero comprenderán que la dificultad del idioma puede entorpecer la labor del más astuto. Me comuniqué con el jefe que pidieron y él está dispuesto a tener una entrevista mañana al mediodía en su residencia. Les pido que vuelvan a su hotel; mis hombres los llevarán y mañana a las 11 horas pasarán a buscarlos para almorzar con el jefe. No vean a nadie hasta tener la charla con él y posiblemente el jefe los aloje y brinde protección en su casa, así que mañana estén listos con sus equipajes. Tengan Uds. muy buenas noches-. Al decir la última frase Pietro Gello extendió su diestra estrechando las manos de ambos e inclinando su cabeza con estudiada cortesía que contradecía su sequedad anterior.
Mientras los custodios nos llevaban al hotel en un lujoso automóvil Lecón aprovechó para lanzar frases misteriosas que confundiesen aún más a los maleantes. Señaló, por ejemplo, que el señor Gello le parecía una persona honorable y que le ponía muy contento hacer negocios de tanto monto con él; que los jefes de nuestro país aprovecharían esta experiencia para usufructuar en el futuro con otras operaciones; en especial el jefe José Manzán que se encontraba temporariamente en el gran país del norte pero que pensaba retornar pronto para continuar operando como tan exitosamente lo había hecho en el pasado. Ante la mención del señor Manzán uno de los custodios giró su sesera y nos preguntó si lo conocíamos personalmente. Augusto asintió con un vaivén de su cabeza y el malandra comentó que el señor Manzán era amigo íntimo de los jefes Gianni Demichelin, Cristino Rattazzo y de la principal accionista de la compañía Telettrán la Sra. Susi Agnollo. Augusto aprovechó para mencionar al señor Robertino Dromazo y a los acaudalados empresarios Francesco Macrón, Ruperto Puerro y Godofredo Zafrán; ante nombres de tanta enjundia y positivo valor para las relaciones intersocietarias mundiales el custodio calló haciendo un gesto de cálida aprobación y supremo deleite. La mención de gente tan prestigiosa nos abrió el camino para calar más a fondo la investigación del futuro atentado. Todo está interrelacionado: el ámbito empresarial es pieza clave para entender cómo operan los gerentes políticos.
En el mundo actual el manejo financiero es la cuestión básica. Los favorecidos con créditos bancarios dirigen parte de los fondos a los políticos que a su vez habían influenciado en el otorgamiento de los referidos créditos. En este círculo político-financiero los "influyentes" presionan para manipular los fondos crediticios a placer. Estos "influyentes" operan muchas veces en partidos políticos distintos pero usando la misma técnica y generalmente son amigos entre sí; por supuesto que el partido más honesto (el que tiene en sus filas menos corruptos) se perjudica con el accionar de estos sujetos. El señor Manzán, mencionado por Augusto, es a su partido lo que el señor Nosiglón es al suyo aunque según expresiones de éste último, Manzán es su versión corregida y aumentada (!). Las grandes empresas se ven favorecidas por el crédito "blando" a bajo interés y largos plazos pero a su vez ellas deben financiar las grandes campañas publicitarias, periodísticas, sociales (paros, huelgas, asaltos de supermercados por bandas contratadas, etc.), económicas (vaciamientos de empresas, inflaciones de las monedas, evasión de divisas, etc.) que desestabilizan los gobiernos para voltearlos cuando dejan de convenir a sus intereses y colocar a otros mediante hábiles manejos de la opinión pública. En todo esto hay traiciones (políticos que caen a pesar de haber cumplido sus pactos verbales con el poder económico) y castigos (golpes de estado económico) para aquellos políticos que resisten las presiones. Las mafias de las drogas químicas y de las armas ya están en este juego circular financiero-político colocando fondos a través del "lavado" de divisas y son copropietarias de los grandes grupos económicos. Este juego existe en todos los países del planeta de manera directa o indirecta.
Al día siguiente estábamos en el hall del hotel con nuestras valijas preparadas y esperando a los mafiosos que pasarían a buscarnos. Mientras Lecón leía yo distraía la vista en la contemplación de las señoras y señoritas que entraban y salían [por favor, ruego no hacer interpretaciones psicoanalíticas]. El hotel se estaba poblando de gente proveniente de países disímiles; árabes con turbantes y chilabas se mezclaban con trajes occidentales típicos (saco y corbata [¡ufa hasta cuándo!] y, más propios del siglo XXI, ropa sport suelta y fresca. Hacía calor y el ver a hombres con corbata me hizo transpirar; no hay exageración en esto: el poder de la sugestión es enorme. Precisamente es el poder que utilizan los hacedores de las drogas psíquicas. Al pensar esto último dejé (¡milagrosamente!) de transpirar.
-La policía nos sigue buscando pero ahora con una descripción física diferente-. Balbuceó Augusto sin abandonar los ojos fijos en el periódico.
-¿Cómo somos ahora?- Pregunté con ironía.
-Petisos, feos, gordos, con armas, pelo largo, saco y corbata y anteojos oscuros-. Enumeró Augusto lentamente.
-¿Explica el porqué del cambio?
-Sí. La Sra. Fabbi fue objeto de un atentado pero salió ilesa del mismo. Según los sabios periodistas la mafia intentó eliminarla por ser un testigo clave y un comentarista, erudito en el tema, señaló que este acto mafioso refuerza los dichos de la Sra. Fabbi, colocándola en pieza fundamental de la inteligente investigación que se está realizando. A partir de ahora la Sra. Fabbi tendrá custodia policial permanente. Pero lee tú esto que figura al final-. Pidió Augusto cediéndome el periódico.
ULTIMO MOMENTO: La Sra. Fabbi, luego del intento contra su vida, aportó al comisario inspector Tufillocanti, que está al frente de las investigaciones, un dato importante para el esclarecimiento del hecho macabro que terminó con la existencia del ejemplar juez de manos limpias. Según los trascendidos llegados a nuestra redacción la Sra. Fabbi declaró que el diputado involucrado desde el comienzo como el artífice del atentado al juez fue visto días antes en el despacho de Franco Falconette y ella asevera que ambos, juez y diputado, tuvieron una discusión muy violenta. Parece que el intercomunicador había quedado abierto y de ésta forma (milagrosamente) la Sra. Fabbi logró escuchar el altercado. No mencionó antes esto por temor a la represalia del Señor Diputado. Ahora al asegurarle custodia permanente se atreve a hablar y marcar este hecho fundamental para el transcurso exitoso de la pesquisa. De manera extraoficial sabemos el nombre del diputado y lo volcamos al criterio del público como un esfuerzo de la prensa libre para que el pueblo vaya formando sus propias conclusiones. El legislador imputado es B. Garzonne, hasta el presente uno de los adalides en la lucha contra el delito mafioso. La Sra. Fabbi cree que el diputado Garzonne usa como pantalla su quehacer antimafia pero que está ocultando la realidad de su verdadero trabajo; como honesta ciudadana pide se investigue al diputado previo retiro, por sus pares, de sus fueros parlamentarios. Ella acusa...
La estupidez es una característica básica de todos los homo sapiens y se trata de una herencia genética, transmitida en el ADN, de nuestros ancestros más lejanos como los dinosaurios. Hay una parte de nuestro sistema cerebral denominado "complejo reptílico" por Paul Mac Lean (director del laboratorio de evolución cerebral y conducta del Instituto Nacional de Salud Pública más prestigioso del planeta) y donde estarían radicadas las funciones más primitivas de la evolución biológica. El comportamiento reptiliano aflora muchas veces en el ser humano y substituye a las funciones más evolucionadas de la corteza cerebral; esto genera el comportamiento estúpido. En ésta conducta no actúa el pensamiento crítico, analítico, propio del hemisferio izquierdo del neocórtex. Mientras el pensamiento mágico o el mecanismo de las creencias (droga psíquica) siga influenciando en nuestros actos, se repetirán los errores que nos están llevando al colapso. La hipocresía es el aspecto exterior de ése actuar erróneo. Pero ésa estupidez está reforzada con otra característica básica: la codicia que hace cometer atrocidades.
Uno de los custodios ya conocido por nosotros se nos acercó y muy amablemente nos invitó a partir para la casa del jefe. El automóvil que nos esperaba en la puerta no era el mismo de la noche anterior y carecía de los detalles de confort y lujo que adornaban al precedente pero observé que los vidrios eran antibalas y supuse que toda la carrocería también lo sería. Mi deducción fue inmediata: se temía un atentado del grupo rival o un secuestro, en donde nuestras dos magras figuras serían el objetivo. Efectivamente al doblar una esquina un camión nos cerró el paso y bajaron de él cuatro individuos armados con metralletas que vomitaron su fuego sobre los conductores del asiento delantero, cuidando de no balear la parte trasera donde, ya echados en el piso, estábamos Lecón y yo. Las balas rebotaban en los cristales y en la carrocería de la fortaleza ambulante que resultó ser el modesto automóvil. No sólo eso sino que además el conductor puso de nuevo en marcha (había frenado instintivamente al cruzarse el camión) el coche y arremetió contra el vehículo atravesado; la potencia del motor era fenomenal; arrastró al camión durante un buen trecho y luego lo dejó a un costado al girar el volante con gran habilidad. El chofer exhibió una destreza digna de mejor causa pero sirvió para salvarnos de caer en manos de...[que estoy diciendo: cualquiera de los dos grupos son la misma peste; vaya uno a saber lo que nos espera con nuestros anfitriones... Como dije antes la estupidez es básica en los seres humanos y yo soy una prueba de tal aserción, ¡por todos los dioses!]...
La mansión del jefe era una quinta que abarcaba varias manzanas y se hallaba ubicada en los suburbios de la gran ciudad capital. La custodia del lugar era idéntica a la que tienen los máximos representantes del pueblo en los diversos Estados, es decir que se trataba de un palacio inexpugnable. Podíamos estar seguros...[otra vez la estupidez; era un mal día para mí]. Aparcamos ante el edificio principal. Había innumerables construcciones que denotaban haber sido construidas recientemente y todas ellas para solaz de los propietarios; realmente me impresionó el lujo de la gran mansión. Se advertía el exquisito gusto del dueño en todos los detalles. Un lago con cisnes, patos y gallaretas en la superficie y bajo el agua peces de espléndidos colores, al arrebujarse entre sí por la enorme cantidad, daban un toque de soberbia casi imperial que impresionaba. El parque circundante (fugaz surcó la reminiscencia de un circo) era magnífico; árboles y plantas eran marco natural de lo edificado. El conjunto revelaba un lujurioso vivir de los habitantes. Al bajar del automóvil vimos acercarse hacia nosotros a un señor más bien bajo, muy elegante en el vestir, con traje, corbata y pañuelo asomando en el bolsillo superior de la chaqueta. Tendría unos setenta años pero los disimulaba con un cabello renegrido por la tintura y evidentes operaciones estéticas faciales. El pequeño hombre sin embargo tenía un rostro grande; estando sentado luego nos parecería de mayor tamaño pero así, de pie, era realmente petiso. Nos recibió cortésmente con un cálido apretón de manos y una estudiada sonrisa que pensé cautivaría a muchos menos a nosotros. Se advertía la falsedad y la hipocresía a raudales aunadas a un imponente cinismo. Lo seductor de su personalidad (de inmediato se puso a charlar amenamente, mezclando palabras de nuestro idioma, como si fuéramos amigos de largo tiempo) tenía fascinados a los colaboradores que lo seguían como pollos a la gallina, rodeándolo y riendo por las tonteras que desparramaba a diestra y siniestra. En pocos minutos fue el eje de todo un grupo de aláteres que lo adulaban con meras risas huecas o con interjecciones de admiración. Así el jefe nos llevó paseando por el verde prado hasta un patio andaluz, finamente ornamentado con plantas trepadoras y enredadoras, como él. El séquito, con nosotros a la rastra, deambuló por el espacioso y bello lugar con la evidente intención de estudiarnos; los ojos escrutadores del jefe máximo saltaban de la escuálida figura de Lecón a mi enjuta estampa y de sus gestos se derivaba un cierto estupor; pensaría: "cómo puede ser que dos individuos tan insignificantes puedan jaquear a la policía" o "¡estos infelices son los ejecutores del atentado!" Sea como fuere estábamos allí y él sentiría curiosidad por dialogar a fondo con nosotros; ésta curiosidad se manifestó abruptamente al llegar uno de sus custodios con el anuncio: todos los jefes menores estaban reunidos en la gran sala del concejo esperando al jefe máximo... En rigor, después constataríamos que no se trataba de un concejo ("concilium": corporación elegida para administrar) sino de un consejo ("consilium": corporación consultiva nombrada para informar); eran simples paniaguados del jefe máximo. Todo el cortejo partió hacia la gran sala, acompañado de un gorjeo de alabanzas por la inteligencia del jefe máximo al habernos hecho pasear para combatir el estrés; la jornada sería ardua. Una enorme mesa ovalada ocupaba el centro de la gran sala; previo a toda conversación el jefe mafioso debía almorzar y los platos con sus respectivos cubiertos orlaban el tablero que luego sería escenario de la gran partida de un ajedrez mafioso. La comida transcurrió lenta y parlanchina, regada con abundante vino. Los secuaces actuaban en concordancia con su papel de tales: seguían a pies juntillas la opinión del jefe máximo. La falta de criterio con algún sentido crítico brillaba por su ausencia. Esta circunstancia hacia que la charla y la comida fuesen insípidas; la primera, por culpa de los truhanes y la segunda, por culpa del cocinero. A los postres (¡ídem!) comenzó un diálogo un poco más interesante por la activa intervención de Lecón. Conviene aclarar que a veces entendíamos los vocablos de los malandras pero otras tantas, al utilizar ellos dialectos (venían de distintas zonas del país), se nos escapaban frases; Augusto luego me comentó que a él le pasaba lo mismo que a mí y quizá por este motivo la conversación languideció para nosotros. Es muy probable que ellos sintieran otras emociones pues las risotadas restallaban como hojas secas pisadas por decenas de botas (y pasadas por decenas de botas, de vino, también). Nos enteramos de que el gran jefe se llamaba Carlo al irrumpir intempestivamente un ayudante con la noticia.
-Don Carlo, el enviado del gran país llegó-. Vociferó el palurdo.
-Ahora conocerán a mi hermano de sangre-. Puntualizó Don Carlo mirándonos con orgullo.
Ingresó al lugar un señor alto, rubio, delgado, con apariencia de astuto político pues comenzó a saludar dando la mano, acompañada de amplia sonrisa, a todos los comensales hasta llegar finalmente al sitio donde, con expresión de gran satisfacción, lo esperaba el inefable Don Carlo. Ambos prohombres se unieron en estrecho abrazo que fue rubricado por los jefes menores con un prolongado aplauso. Lecón no perdía detalle de la escena y sus ojos saltaban de uno a uno por todos los rostros y manos como si quisiera perpetuar en su memoria el instante aquél.
-Comendador Carlo, hermano, ¡qué alegría volver a verlo!- Exclamó el recién llegado juntando sus manos delante del pecho y oscilándolas hacia adelante y hacia atrás.
-El júbilo es de todos. Llegas en un gran momento. Estos señores nos han hecho un gran favor-. [Al decir esto nos señaló con un amplio ademán de su brazo derecho, seguido de un gesto satisfecho de su rostro algo lívido que me llamó la atención. Miré a Lecón y noté que éste había advertido también el extraño color amoratado del jefe pues me guiñó un ojo y movió su mentón en característico mohín de reflexión con expectación. Fugaz pasó por mi mente el hecho tan útil de que en muy poco tiempo Augusto y yo pudiéramos transmitirnos mudos mensajes con tanta precisión; sibilinos, ambos esperábamos algo]. -Se han encargado del asunto juez Falconette. El diputado Garzonne tiene poco aliento gracias a la hermana Fabbi que completa la tarea-. Prosiguió Don Carlo.
Al escuchar estas palabras del jefe, me inquieté y miré a Lecón quien también alteró su rostro de manera evidente. Si Don Carlo sabía de Fabbi ¿cómo podía pensar que nosotros éramos los autores? ¿Acaso ignoraba la cruel faena de la Sra. mafiosa? Algo estaba funcionando mal. Por un instante el miedo me paralizó pero me recuperé para sonreír al visitante que nos observaba con curiosidad.
-Amigos, brindemos por el magnífico trabajo de nuestros huéspedes-. Expresó Don Carlo. (Yo lo sentí como un sarcasmo que me hizo temblar).
-¿Cuáles son los próximos planes?- Preguntó de sopetón Augusto.
Todos se quedaron mudos y perplejos. La confusión y la desorientación llegó al máximo cuando el jefe replicó:
-Un gran atentado. El más grande de la historia que demostrará nuestro poder y abrirá las puertas para llegar tranquilos a la meta-.
-Para eso vine-. Dijo el enviado del gran país del norte.
-Debemos tener todavía algo de paciencia, hermano Cheeky. No hay que apresurar las cosas. El momento oportuno llegará pero falta aún ultimar los detalles más esenciales que hacen a nuestra seguridad. Recuerda que la índole del arma hace sumamente peligrosa la ejecución. Antes tenemos que hablar de otro asunto más pequeño pero tan importante como el anterior. Aquí los amigos harán el trabajo acompañándote a tu país y tú los ayudarás-. Manifestó el gran jefe haciendo palpitar aceleradamente nuestros músculos cardíacos.
Lecón, por debajo de la mesa, dio un ligero puntapié a mi pantorrilla izquierda y al girar yo la cabeza en su dirección, él me guiñó un ojo y pasó fugazmente el dedo índice de la mano derecha por sus labios; pedía mi silencio pues iniciaría un ataque frontal.
-Para nosotros es un placer hacer algún trabajo para Ud., recuerde que el anterior no fue ordenado por su honorable sociedad. Somos simples ejecutores que trabajamos por un precio. El otro jefe nos pagó mucho. ¿Cuánto ofrece Ud. gran jefe Carlo?- Inquirió Lecón con voz almibarada.
-¿Cómo el asunto Falconette no fue cosa suya, Don Carlo?- Preguntó asombrado el señor Cheeky.
-Bueno, lo encargó la otra sociedad pero nos libró de un problema a todos; la Sra. Fabbi es nuestra y está por liquidar a Garzonne con su testimonio. Además lo fundamental es la consecuencia y no los ejecutantes-. Balbuceó muy confuso el gran jefe.
Lecón y yo nos miramos. Si la Fabbi trabajaba para Don Carlo ¿cómo éste ignoraba que ella había sido la ejecutora? La cuestión estaba entrando en un abismo incomprensible. La única contestación posible era que Don Carlo sabía de nuestra impostura y fingía ignorancia por algún secreto motivo. Con un leve movimiento de los ojos, Augusto y yo decidimos seguir el juego hasta vislumbrar la respuesta.
-La cosa en mi país está muy compleja. Tenemos el control de casi todo ya que hemos armado una enorme telaraña y nos distribuimos las zonas y los poderes del Estado entre las cinco organizaciones. Por el momento no hay luchas por la supremacía; estamos conformes con la división y el negocio rinde para todos. Salvo a veces que aparece algún codicioso que pretende la hegemonía y en este caso lo suprimimos de común acuerdo. Sin embargo presiento que algo raro puede suceder pues se notan ligeros movimientos de turbación. Cada organización está muy en lo suyo y concentrando fuerzas; esto me inquieta-. Comentó el señor Cheeky.
-Don Carlo, ¿aún no contestó cuánto nos ofrece?- Insistió Lecón retornando al tema del trabajito.
-¡No saben de qué se trata y ya hablan del precio!- Exclamó con tenue tono despectivo el gran jefe.
-Los ejecutores somos así-. Replicó irónicamente Lecón.
-¿Cuánto les pagó el hermano Octaviano?- Demandó Don Carlo.
-Lo suficiente como para hacer un buen trabajo-. Contestó evasivo Augusto y sonriendo con picardía.
-¡Y vaya si lo hicieron bien!- Exclamaron a coro los secuaces de Don Carlo.
-Está bien, tendrán el doble de lo pagado por el hermano Octaviano. Mañana les daré las instrucciones y partirán junto con el hermano Cheeky para el gran país a cumplir el trabajo-. Aseveró Don Carlo.
-¿Habrá problemas con la policía en el gran país?- Quiso saber Lecón.
-Está todo bajo control. En el gran país las organizaciones trabajan con esmero. Saben hacer lo que conviene y conocen la codicia de los funcionarios-. Contestó el gran jefe.
-Es una máquina perfectamente "aceitada"-. Dijo el hermano Cheeky riendo con conocimiento de causa.
-Cada hombre tiene su precio-. Reflexionó Lecón con un dejo de tristeza que no fue advertido por el resto de la tertulia.
-Los cárteles están haciendo también un magnífico esfuerzo en el sur del continente-. Dijo Cheeky desviando la atención hacia un punto que nos interesaba especialmente.
-Tengo entendido que ya se está logrando penetrar, gracias a la bien "aceitada" maquinaria, en países hasta ahora renuentes-. Manifestó Don Carlo.
-Sí, logramos establecernos en casi todos ellos con gran fuerza. Usamos una táctica original. Buscamos políticos trepadores que buscan el acceso rápido al poder; les proponemos que encabecen luchas antidrogas para, por un lado, llamar la atención en especial a los jóvenes, y por el otro lado les sirve de pantalla cuando sucede algo que pueda incriminarlos. Esta pantalla de la lucha antidrogas es una idea genial. En los últimos años logramos que aumentara el consumo en esos países de una manera increíble-. Afirmó el señor Cheeky frotándose las manos con entusiasmo.
Lecón me miró y en sus ojos percibí la repugnancia que esos sujetos le ocasionaban; mi amigo y yo estábamos en la cueva de los crápulas más asquerosos que se deleitaban con el desastre de tantos desprevenidos. Sin embargo debíamos sobreponernos y continuar la investigación pues quizá sirviese para desenmascarar a los canallas que lucran con el dolor.
-¿Nadie sospecha de esos políticos que trabajan con las organizaciones honorables?- Interpeló Lecón mirando al enviado del gran país.
-Por supuesto que muchos desconfían de ellos; hasta hay periodistas que denuncian los manejos turbios pero...¿cómo probarlos? Queridos hermanos, no hay pruebas y cuando las hay, las eliminamos. Aquí está el gran secreto. Cualquier intento de investigación es frenado por la falta de pruebas. Además tenemos a los jueces... El ejemplo de los jueces de manos limpias no cunde en el resto del mundo. Les cuento una anécdota. En uno de los países del sur incluso logramos hacer nombrar, por ejemplo, jueces sin experiencia alguna en trámites judiciales; ni saben redactar sentencias, hasta contratan abogados para que se las confeccionen pues ellos lo ignoran. Hacemos funcionar el amiguismo (conducta influida por la amistad en perjuicio de terceros) para conseguir impunidad. Como les dije antes tenemos bien "aceitada" la maquinaria en todos los resortes del poder. El amiguismo, la destrucción de pruebas, la impunidad y siempre el aprovechamiento de la codicia de tantos es nuestra genial estrategia. Con estos elementos las organizaciones estamos logrando lo que ningún poder hegemónico logró en la historia. Nuestro mérito es la honorabilidad y el hacer cumplir lo pactado a rajatabla, con represalias si es preciso; nadie puede evadirse de las honorables sociedades-. Al decir ésta última frase el locuaz señor Cheeky nos contempló a Lecón y a mí con una mirada que nos hizo estremecer por un instante pero luego sonreímos al percatarnos de la valiosa información aportada para la investigación que estábamos llevando a cabo.
-Sin embargo puede reaccionar alguno y llevar a cabo averiguaciones que lleven a la obtención de pruebas irrefutables. ¿Qué pasaría en este supuesto?- Inquirió Augusto con sorna.
-En ésa hipótesis, simplemente lo compramos al denunciante. Le pagamos su precio y él retira la denuncia. Si el juez sigue el caso de oficio (en los supuestos que correspondiere hacerlo) oponemos las chicanas, todas las artimañas y argucias legales para hacer dormir y luego fenecer el asunto. El tiempo hace olvidar todo...-. Manifestó con el mayor cinismo el señor Cheeky.
-Me dijo Pietro Gello que Uds. le comentaron la persecución de la policía pero que no eran los autores del atentado. ¿Cómo es eso?- Preguntó Don Carlo con una risita que me hizo transpirar.
-Queríamos estar seguros y no confiamos del todo en Pietro Gello; no sé porqué pero intuyo que podría ser un doble agente. Disculpe Don Carlo pero los ejecutores debemos tomar ciertas precauciones. El único que nos merece total confianza es Ud.: estamos persuadidos de que no nos va a defraudar...-. Expresó Lecón, rápido como el rayo y mientras yo lento como la tortuga lo miraba atónito.
El gran jefe Don Carlo lo miró satisfecho. Era sensible a la adulación y su labio inferior tembló suavemente. Con voz tranquila, típica de un hombre del gran mundo, con mirada bonachona, típica de quien sabe....¡que va a defraudar! el gran jefe dijo: -gracias por confiar en mí; es verdad, estén conmigo que no los voy a defraudar-.
-Ya que menciona a Pietro Gello, ¿le comentó lo de la mercadería?- Preguntó Augusto para diluir el tema precedente.
Los ojos de Don Carlo brillaron. Yo presentía que Lecón estaba exagerando nuestra averiguación y que hacía peligrar más aún el pequeño hilo de nuestra sobrevivencia. ¡Qué cuernos podríamos entregarle nosotros! Temblé.
-Sí. Hablemos ya de eso. Hermano Cheeky ¿sabes tú algo de ése embarque a la deriva?- Interpeló Don Carlo fríamente al enviado del gran país.
-Sabemos que anda suelto por allí un cargamento. Puede ser que haya sido robado por algún osado intermediario. En éste supuesto es peligroso apropiarse de él pues la organización propietaria hará valer su derecho y la represalia se pondrá en marcha. A ése intermediario le queda poco tiempo de vida; entre nosotros no existe la impunidad, todo se paga. "La venganza es el placer de los dioses" y nosotros nos parecemos a ellos-. Se despachó el señor Cheeky, riendo y mostrando su pulida y blanca dentadura acostumbrada a morder a placer.
-Tienes razón hermano Cheeky-. Masculló el gran jefe, cabizbajo y meditabundo.
"¡Ay Lecón, en que lío nos metiste!" Pensé al sentirme ya muerto de espanto y soterrado.
-Cuenta tú todo lo que sepas de ése cargamento-. Ordenó Don Carlo dirigiéndose a Lecón de forma que no admitía réplica.
-En nuestro deambular de ejecutores al mejor precio, nos enteramos que un gran cargamento había sido incautado por las autoridades de un país. Las cifras del embarque fueron oscilando, al principio se habló de una cantidad y luego de otra menor; finalmente el juez de la causa ordenó quemar lo existente que era un remanente del original. Parece que esto se hace siempre en varios países y se va juntando hasta tener un buen depósito que se comercializa en el mercado sin dueño aparente. Por eso anda a la deriva hasta encontrar un comprador que lo hace a bajo precio. Es cierto que son intermediarios que se apropiaron del embarque pero también es verdad que el Estado respectivo tiene sus derechos sobre la mercadería; en rigor el intermediario es un testaferro del Estado que hizo la incautación y ése Estado luego usa el dinero para fines útiles, calles, caminos, hospitales, etc. es una manera de revertir un poco las ganancias entre la gente. Además el comprador lo hace a un muy buen precio-. Relató Lecón con expresión cándida y procurando confundir con su imaginario alegato que sólo yo advertía.
-No me interesa negociar con Estados bandidos-. Replicó el gran jefe como si él fuera un inocente, puro, virtuoso y venerable patriarca.
El objetivo de Augusto se cumplió; logró desviar la atención sobre la forma (la posesión del dato del embarque) en que accedimos a su mansión y a su "protección". Teníamos un pequeño respiro pero debíamos proceder con rapidez pues en cualquier momento se descubriría la superchería urdida.
-¿Cuándo viajamos al gran país con el hermano Cheeky?- Preguntó Augusto con tono candoroso al tiempo que brindaba al gran jefe una simpática y amplia sonrisa de pleitesía.
La sumisión de Augusto Lecón satisfizo la vanidad de Don Carlo; éste ansiaba el acatamiento de la caterva incondicional que le rodeaba constantemente y el tener dos más bajo su ala protectora de gran ave de rapiña lo colmaba de placer. Mientras tuviese ése sentimiento podíamos respirar tranquilos.
-Mañana les daré las instrucciones y partirán por la noche. Ahora aprovechemos la tarde para divertirnos-. Manifestó el gran jefe al tiempo que golpeaba sus manos llamando a orgía.
Un fárrago de tarimas, sillas, instrumentos musicales, fue ocupando la gran sala; comenzaron a llegar mujeres que se echaban en los brazos de los pequeños jefes y un rumor musical poblando el ambiente de juerga hacía presentir que la orgía se transformaría en bacanal. Ingresaron prestidigitadores y magos que de inmediato apabullaron con artilugios mientras las mujeres bailaban y se iban desnudando al ritmo de una música arrobadora. El desenfreno comenzó y todos participaban sin inhibiciones. Lecón me hizo un ademán y lentamente nos fuimos alejando hacia una de las puertas que daban al inmenso parque. Un custodio nos miró interrogante.
-¿Podemos tomar un poco de aire fresco en el patio andaluz?- Preguntó Lecón en tono amable y agregó con un gesto cómico: -tomamos mucho y estamos un poco mareados-.
El guardia movió su cabeza y sonrió cortés dejando libre el paso.
Con parsimonia fuimos caminando y nos alejamos del jolgorio justo al tiempo que una tremenda explosión nos hizo saltar y caer en el suelo a varios metros de distancia. Desde el piso Lecón gritó inquiriendo sobre mí; yo contesté que estaba bien y ambos atinamos a reptar hacia la puerta de salida del parque. Un tumulto de proporciones se originó en la parte principal de la mansión. Precisamente en la gran sala fue donde estalló la poderosa bomba que hizo añicos la construcción y dañó el resto del complejo palaciego. El coche que nos había llevado a la quinta del gran jefe se encontraba a pocos metros del sitio donde estábamos y Lecón se dirigió hacia él arrastrándose para no ser visto por los guardias que tumultuosamente corrían de un lugar a otro enloquecidos y sin atinar a hacer algo concreto. Yo lo seguía a un metro y al llegar al costado del vehículo vi como Augusto tomaba las llaves del coche que estaban puestas y con cautela abrió el baúl. Llegué a su lado y él murmuró: -están nuestras valijas adentro. Huyamos con el coche. Rápido-. Subir al automóvil, ponerlo en marcha y partir hacia la puerta que se hallaba libre pues los guardias habían abandonado el sitio dirigiéndose a la casa principal, fue cosa de unos segundos. Al llegar al portón vimos que un tablero electrónico regulaba el acceso; me bajé del automóvil e intenté pulsar teclas sin resultado alguno; insistí hasta que una de ellas abrió las pesadas rejas con un chirrido en los goznes que me pareció una música sublime. Subí nuevamente al automóvil y Lecón aceleró partiendo hacia la ciudad mientras en la quinta continuaban los gritos y tumultos que lentamente se fueron perdiendo como una pesadilla al despertar.
Rodamos al principio sin rumbo fijo y luego comenzamos a preguntar por la calle del hotel; después de varios intentos fallidos logramos ubicar la calle y finalmente llegamos a destino. Dejamos el automóvil aparcado allí y tomamos un taxímetro indicándole al conductor que nos llevase al aeropuerto. Compramos pasajes para el primer avión hacia el gran país. Teníamos varias horas de espera; optamos por quedarnos en el hall y de a ratos deambular por un mercado con productos artesanales que estaba cerca. Sin hablar de lo sucedido y sólo intercambiando mínimas frases del momento fue pasando el tiempo hasta el despacho del equipaje y el embarque. No sucedió nada anormal y nos instalamos en las butacas con un gran suspiro de alivio. La enorme tensión nos había vuelto mudos, absortos y taciturnos.
De repente vimos correr hacia el avión a un pequeño grupo de personas. El corazón nos dio un brinco en el pecho. Sin embargo se trataba de pasajeros retrasados que subieron apresuradamente pidiendo disculpas. Al despegar la aeronave finalmente pudimos respirar profundo, reír y chocar las manos con euforia mientras el resto del pasaje nos miraba sin comprender...



10. En el gran país
Dormimos casi todo el viaje. La enorme excitación dio paso a un total relajamiento que nos permitió un merecido descanso. Ya tendríamos tiempo para dialogar y tratar de comprender lo que había sucedido. Por el momento nuestro único objetivo era disfrutar esa tibia sensación de bienestar que produce el suave balanceo de un vuelo... De repente la aeronave descendió en caída libre, hasta que los pilotos lograron estabilizarla el susto fue mayúsculo; no obstante, el incidente logró retornarnos un poco a la realidad.
-¿Un atentado del otro grupo?- Pregunté mirando a Augusto al tiempo que sorbía un refresco.
-Sí. Lo extraordinario es cómo lograron penetrar la cadena de vigilancia. Barrunto que los magos tienen algo que ver. Al ingresar las mujeres y comenzar el jolgorio uno de los magos dejó de realizar pruebas y mirando al gran jefe se retiró aparentemente al baño. Quizá fuere ése movimiento o que no me agradó aquélla mirada pues me pareció advertir odio o simplemente intuición, el caso es que tuve el impulso de salir. Menos mal que tú me seguiste y no te entusiasmaste con las bellezas que danzaban desnudándose-. Dijo Lecón con ironía.
-¡Ya aprendí a seguir tus impulsos!-. Repliqué moviendo la cabeza.
-Me preocupa la suerte de las personas que estaban en la gran sala-. Susurró Augusto pensativo.
-Eran todos malandras-. Dije a modo de consuelo pero sin convicción.
-Las pobres chicas no serían tan malas-. Reflexionó Augusto.
-Quizá los prestidigitadores, salvo quien llevó la bomba, y los músicos tampoco lo sean-. Afirmé con tristeza.
-En realidad los grandes malandrines eran Don Carlo y el Cheeky, el resto era una caterva de imbéciles y genuflexos-. Expresó Lecón con desprecio.
-No estoy de acuerdo. Todos eran delincuentes y en el mismo grado. Tanto el que da las órdenes delictivas como quienes las cumplen son enfermos delincuentes que dañan al prójimo. ¿Qué pasará cuando lleguemos al gran país?- Inquirí de pronto preocupado por el futuro.
-Se me ocurre que nos seguirán buscando. Deben saber que nuestra intención era viajar hacia allí. Mientras tengan la filiación aportada por la Fabbi en especial con respecto a nuestra apariencia corporal, podemos estar tranquilos. ¿Piensas que en el gran país encontraremos algo que ignoremos?- Preguntó Augusto escéptico.
-Quizá tengas razón. Con todos los datos que tenemos nos podríamos dar por satisfechos y regresar a casa. Ya sabemos cómo se manejan las cosas en el gran país. Además tenemos el testimonio del granuja de Cheeky. Por otra parte en todos los países es más o menos la misma historia. El ser humano es siempre el mismo y sólo cambian algunas costumbres menores: la comida, el vestido, las chilabas de los musulmanes...a propósito ¿piensas que sólo ellos son capaces de cometer el gran atentado?- Interrogué a Augusto mientras mordía un pequeño emparedado.
-Por supuesto que no. Pueden ser fanáticos de cualquier signo pero lo más probable es que lo hagan las mafias financieras-político-religiosas, es decir las organizaciones mafiosas que controlan el poder financiero sobre el que se sustenta la economía mundial. Y más probable aún es que sea una gran lucha entre ellas mismas por el contralor. Pienso que ya lo tenemos bien claro y evidente. ¿No te parece?- La reflexión de Augusto sonó a final de obra.
-Sin embargo me queda una duda. ¿Recuerdas cuando Don Carlo mencionó un gran atentado?- Pregunté moviéndome impaciente en la butaca.
-Sí. Además se refirió a un arma colosal, dijo: "...la índole del arma hace sumamente peligrosa la ejecución..."-. Recordó Augusto pensativo.
-Y mencionó que el momento oportuno llegaría cuando estuviesen ultimados los detalles que incidirían en su seguridad (la de su organización). Además le pidió paciencia a Cheeky...- Dije, siendo interrumpido por Augusto con un suave golpe en mi brazo.
-Justo. Señal de que reina la impaciencia en el gran país y desean apresurar las cosas por algún motivo ignoto. Entonces nos conviene averiguar; hicimos bien en viajar-. Infirió Lecón siempre brillante y restregándose las manos como un niño entusiasmado por una golosina.
-Me preocupa la frase de Don Carlo; recuerdas cuando espetó refiriéndose al atentado: "...el más grande de la historia que demostrará nuestro poder y abrirá las puertas para llegar tranquilos a la meta..." ¿A qué meta podrá referirse?- Interrogué cavilando.
-Probablemente a la hegemonía de su organización. Recuerda que se trata de gente enferma, mitómanos que buscan notoriedad-. Opinó Augusto reclinándose en su butaca.
-Hay algo en todo esto que me parece muy extraño-. Balbuceé antes de adormilarme.
Al aterrizar el avión y luego de carretear largo rato por la pista vimos, con susto, que un grupo de policías se dirigían hacia nosotros. Irrumpieron en la cabina del piloto apenas frenado el aparato y luego penetraron bruscamente en la carlinga. Sin vacilar (Lecón y yo estábamos hechos unos ovillos en las butacas) se dirigieron a los pasajeros de último momento que habían corrido hacia el avión en el instante del despegue. Rápidamente los esposaron y los llevaron detenidos. Augusto y yo nos miramos y echamos a reír.
Sin dilación hicimos los trámites en la aduana y a la hora estábamos en la salida buscando un taxímetro. Le indicamos cualquier hotel céntrico y el chofer nos llevó al suyo, es decir al que le pagaría una comisión por pasajero; aunque quizás en el gran país fuere distinto al nuestro...
Llegamos en día de semana, por consiguiente la actividad era febril; la enorme ciudad manejaba las finanzas del planeta aunque en rigor también otra gran capital del viejo mundo la acompañaba y casualmente hablando la misma lengua. Quizá no sea tan casual: el gran país proviene del otro. Heredó su lengua y muchas de sus costumbres; una de ellas, la de más gravitación, el eficaz uso del dinero. Las finanzas mundiales se manejan entre ésas dos grandes capitales y tibiamente aparece un futuro competidor a pesar de ser una pequeña isla del lejano oriente; el detalle de ser isla es lo de menos; justamente la gran capital del viejo mundo está en otra isla...
Luego de comer algo salimos a contemplar las últimas horas del ajetreo bursátil en las pocas cuadras que lo impulsan. Logramos entrar, gracias a una hábil maniobra del sagaz Lecón que supo cortejar pacientemente a una hermosa empleada, a la Bolsa de Valores. A cierta distancia del foco principal donde pululaban los agentes comprando y vendiendo a los gritos (lógico pues la cantidad de personas era importante y además la premura de los negocios exigía confirmación inmediata) nos instalamos con la intención de hablar con alguno de ellos. Augusto parloteaba bien la lengua del gran país y éste detalle nos ayudaría sobremanera; inclusive conocía algunos vericuetos del casi dialecto que usaban; la diferencia con el idioma original se hacía apreciable en el final de las palabras: omitían sílabas y el tono era distinto. Augusto se movía como pez en el agua; el idioma fino y pulido que se hablaba en el viejo continente era manoseado bastante pero en otras lenguas sucede algo similar; cosas del ser humano. En un pequeño intervalo que se tomó un agente (cosa muy rara pero tuvimos esa suerte) aprovechó Augusto para hablar con él antes de que se reintegrase a la rueda bursátil. Mientras mi amigo charlaba con el agente yo me dediqué a observar detenidamente cómo operaban y me llamó la atención el grado de avanzado desarrollo electrónico. Si bien ambos portábamos identificaciones bien visibles en las solapas mucha gente comenzó a mirarnos pues no éramos conocidos. Era la primera vez desde el inicio de la investigación que atraíamos la atención de un grupo de personas. Me preocupó esto y al retornar Lecón se lo comenté.
-Claro tonto. Somos los únicos que estamos en camisa. No ves que todos visten saco y corbata-. Dijo Augusto riendo.
Había olvidado que en las finanzas se usa "uniforme".
Esa noche cenamos opíparamente en el hotel; seguimos la recomendación del empleado quien aclaró que era muy difícil comer bien en la ciudad; salvo los restaurantes de lujo el resto era muy malo. Tenía razón: estábamos en el país de la hamburguesa.
-¿Sacaste conclusiones de la charla con el agente?- Pregunté intrigado.
-Sí, muchas. En principio estábamos en lo correcto al pensar que en el viejo mundo está la otra gran capital de las finanzas. Las Bolsas operan las veinticuatro horas del día. Cuando abre aquí el mercado, cierra en oriente y viceversa con la transición del viejo mundo. Entre las tres grandes capitales manejan casi todos los negocios. Con la autopista informática se mueven los capitales con tremenda rapidez. En rigor casi todo es capital "golondrina", va a los sitios de mayor seguridad pero además buscan la mejor tasa de interés y se trasladan rápidamente de un sitio a otro. ¡Pobre del país que dependa de estos capitales viajeros! Sus finanzas se harán añicos en horas. En cambio los países mejor gobernados buscan producir y exportar con capitales propios (privados y del Estado) o al menos fijar algunos meses de residencia al capital externo para evitar su pronta ida. Las noticias que manejan estos señores agentes hacen circular los capitales a placer. En realidad tienen el control pues dirigen la afluencia, dirección y monto de las inversiones; hacen ellos mismos grandes negocios y se enriquecen muchas veces de forma delictiva. Las organizaciones mafiosas ya están en éste negocio; confirmado amigo Javier-. Aseveró Augusto Lecón levantando su dedo pulgar de la mano izquierda.
-El manejo exacto de la información, al hacer subir y bajar de continuo la Bolsa por la afluencia o la huída de los capitales, permite ganar fortunas en pocas horas. En los últimos tiempos este vaivén está acelerado y se puede desestabilizar un país renuente a formar parte del cortejo imperial. Ahora los golpes de estado son financieros. Tienes razón: ¡pobre del país que juegue a importar capitales "golondrinas"!- Expresé con un suspiro cavilando sobre las vapuleadas naciones en desarrollo.
-A eso agrégale el vaciamiento de los tesoros públicos por parte de funcionarios delincuentes que la justicia no puede condenar por "falta de pruebas" o simplemente son sobreseídos por prescripción cuando huyen y luego regresan "al aclarar". Las pruebas siempre las pruebas. O se eliminan o no las consideran o es difícil hallarlas o el tiempo cubre con un manto de silencio o un buen precio compra el mutismo o directamente se quita de en medio al acusador o el juez se declara incompetente o lo nombran para un cargo superior (la Cámara de Apelaciones) cuando es un juez de manos limpias o sólo se condena a un "chivo expiatorio" pero siempre los "cerebros" siguen barajando el gran mazo-. Puntualizó Augusto con un dejo de impotencia.
-Salgamos a merodear por algún club nocturno. ¿Qué te parece?- Pregunté levantándome de mi silla y sin dejar mucha opción al amigo.
Salimos en dirección sur pues el empleado del hotel nos dijo que si caminábamos siempre al sur, luego sería más fácil retornar y evitar extraviarnos: simplemente volver hacia el norte. Muy astuto el botones. Andábamos por la vereda riendo aún por "la valiosa información" cuando de sopetón nos salieron al encuentro un joven blanco y otro negro empuñando sendos cuchillos. Con su gangosa jerigonza nos intimidaron primero y luego nos exigieron la entrega de dinero y relojes. Augusto Lecón con jerga más nasal todavía les espetó un: -muchachos llegan justo a tiempo. Necesitamos a dos valientes que nos acompañen en un "negocio"...- [aquí hizo una entonación sarcástica y movió sus dedos pulgar e índice de la mano derecha, frotándolos con fruición] -...muy gordo. Guarden sus armas que no las vamos a necesitar pero por las dudas ténganlas en el bolsillo del pantalón y si es necesario úsenlas sin asco. Vamos, síganme que no los voy a defraudar-. Al decir esta frase Doncarlona [fugaz pasó por mi mente luego de Don Carlo, el jefe Don Corleone un padrino ejemplar cuyas enseñanzas subsisten] el intrépido y valeroso Augusto Lecón marchó, rozando a los maleantes, hacia adelante seguido por mí ante el estupor de los jóvenes delincuentes. El paso de Lecón era lento, como si esperase a los bandidos a su diestra; yo me ubiqué a su izquierda sin mirar hacia atrás.
-Vamos muchachos. ¡Se hace tarde!- Remató con énfasis el "delirante" y genial detective.
En cinco segundos los malandrines estaban a la par nuestra y miraban a Lecón con asombro y no disimulado respeto. En silencio marchamos un trecho; el heterogéneo grupo parecía la vanguardia de un pequeño ejército que intentaría la conquista para gloria del gran jefe. Al llegar al club nocturno, yendo siempre hacia el sur (dato importante para la vuelta), entramos los cuatro sin hesitar y con paso firme (de "ganso"); el portero casi impidió la entrada al ver la traza de nuestros "compinches" que, por cierto, no era del todo adecuada (pantalones y chalecos de cuero negro con grandes tachas, pulseras de plata cubriendo sus fornidas muñecas y sus hercúleos brazos repletos de tatuajes iridiscentes) pero un gesto imperioso del inefable Lecón lo amilanó. Penetramos en la humareda y nos ubicamos en una mesa cerca del escenario en el preciso instante que un señor anunció la actuación de una famosa bailarina árabe. Nuestros aláteres miraban a Lecón como esperando órdenes; éste los palmeó amistosamente en los anchos hombros (se había ubicado en medio de los dos jóvenes) y con simpática sonrisa los invitó a pedir algo al llegar el mozo. Yo me senté enfrente de los tres de tal manera que para observar el espectáculo debía voltear mi cabeza. La hermosa danzarina comenzó a retorcer su cuerpo y a cimbrar su cintura al ritmo de tambores, címbalos y cítaras. La cadencia de sus caderas me fascinó y ya no pude quitar mi vista de ellas. Por debajo de la mesa sentí un suave puntapié; giré mi cuello a tiempo de ver a Lecón cómo guiñaba su ojo derecho primero y luego estiraba las cejas señalando al mismo tiempo una lejana puerta terminal de un largo pasillo. El ambiente estaba tenuemente iluminado pero no obstante se advertía que hacia ésa puerta se dirigían tres personas muy robustas con apariencia de guardaespaldas; los matones miraban de soslayo a un señor que había ingresado al local unos segundos antes y se hallaba de pie en la barra. A todo esto nuestros amigos malandras no se daban cuenta del juego de miradas de Augusto por el simple hecho de estar hechizados regodeándose con la muchacha. El señor de la barra, también corpulento, con andar cansino y sin llamar la atención [salvo a nosotros dos, bueno, en rigor, salvo a Lecón] se dirigió hacia el sitio donde estaban los matones, ahora me daba cuenta, esperándolo. Augusto se levantó; con un ademán imperceptible me indicó que lo siguiera. En la jerga, les dijo a los jóvenes que íbamos al baño; éstos, embelesados con la mujer, aceptaron con un vaivén de la cabeza sin quitar la vista del escenario. Con extrema cautela nos acercamos a la puerta. A través de ella se oían voces sordas pero indescifrables a pesar del empeño puesto por Lecón con su oreja pegada a la madera; sus ademanes eran significativos: oponía el pulgar a los otros dedos y agitaba la mano... De pronto Augusto se puso firme y apoyó con más fuerza su oreja en la puerta. Una palabra surgió en su boca con tenue vagido: "homicidio".
Regresamos a la mesa. El baile estaba en su punto culminante; la danzarina habíase despojado de sus ropas y el bellísimo cuerpo lucía con reflejos iridiscentes bajo una luz tenue. El éxtasis de los espectadores había producido un silencio expectante; quedaba una pequeña flor en su pubis la cual se fue deslizando lentamente hasta rodar por el suelo. Un aplauso general rubricó el brillante trabajo de la muchacha. [Brillante para el público, no para nosotros que estábamos en ascuas pero por otras circunstancias].
-Muchachos, mi amigo y yo vamos a trasponer aquélla puerta; hay allí mucho dinero; si en media hora no salimos vengan por nosotros y den sin asco a los que nos retengan. Luego repartiremos el botín en partes iguales. ¿Estamos de acuerdo?- Preguntó Lecón a nuestros "cómplices".
Éstos asintieron con un movimiento de su cabeza; todavía estaban muy conmovidos por el baile y no quitaban los ojos del ahora vacío tablado quizás evocando los minutos previos o fijados por alguna ignota fuerza instintiva. En realidad estaban excitados y eran presa fácil para cualquier evento que demandara poco raciocinio. Seguirían las instrucciones de Lecón sin chistar.
-Entremos a ése lugar, Javier, el mastodonte de la barra cometió un homicidio y está cobrando una gruesa suma de dinero. Además están planificando un próximo atentado. Debemos averiguar algo para evitarlo pues parece que es muy grande. Luego te explicaré todo con más detalle; en especial cómo llegamos a este sitio. Sígueme-. Gorgoriteó por lo bajo el increíble Augusto Lecón.


Antes de entrar, Augusto golpeó la puerta y sin esperar respuesta penetramos con paso decidido. Alrededor de una gran mesa circular se hallaban varios individuos, entre ellos los matones y el gigantón de la barra. Al vernos varios de ellos llevaron sus manos a los sobacos en busca de armas pero el buen Lecón con voz meliflua y en la jerga más gutural y nasal que nunca antes había usado, les dirigió un pequeño discurso. Yo sólo pude observar como los bandidos se calmaban y lentamente regresaban sus manos sobre la mesa volviéndose a sentar e invitando al audaz amigo a que hiciera lo propio. Parece que Augusto les comunicaba que veníamos del viejo mundo donde la policía nos perseguía por el atentado al juez de manos limpias. Ya cómodamente ubicados, Lecón resumió nuestra historia (la narrada por la Fabbi) que de tanto contarla me estaba convenciendo de nuestra "culpabilidad"; además Augusto la relataba con tanto énfasis que cualquiera le creería a pesar de lo disparatado. [¡Cuántos mitos son creídos de la misma forma! Todo reside en repetir, machacar y recalcar]. Lecón les contó los detalles, dando nombres y lugares, de las organizaciones mafiosas que habíamos "visitado" en el viejo mundo hasta lograr convencerlos de nuestra identidad mafiosa. Los malandras nos asociaron a su secreto: atentados masivos con un gas letal para intimidar y luego dar el paso final que omitieron decir pues esa orden vendría del viejo mundo. En ese momento irrumpieron "nuestros cómplices" que, al ver mucho dinero sobre la mesa, interpretaron que ése era el botín mencionado por Lecón y sin hesitar se abalanzaron sobre los billetes; antes de que pudiésemos reaccionar ya estaban trenzados en lucha con los guardaespaldas; pero sus cuchillos no podían con las pistolas de los dueños de casa y además el número de éstos era determinante. Lo sorprendente fue cómo los tontos arremetieron, cegados por la codicia, sin tomar en consideración su evidente desventaja numérica y armada; es claro y evidente que eran "valientes" y como tales, necios. Antes de que terminara la lucha, Lecón me había tomado del brazo y con decisión dio un empellón contra la puerta semiabierta (detalle curioso se abría en sentido inverso: de adentro hacia afuera; quizá como medida de seguridad) y salimos mientras en todo el local comenzaba un tumulto de proporciones. Los gritos de los muchachos "ex cómplices" llegaban desde el interior pues parece que eran karatecas. Seguí a Lecón hasta la puerta de salida donde el custodio, abandonando su puesto, ingresaba para acoplarse a la batahola; Augusto en tono marcial le dio "órdenes" para que acabara con los intrusos, previniéndolo de que eran cinturones negros. Salimos a la carrera por la oscura vereda en dirección al norte salvador, buscando relaciones carnales. El baile nos había excitado también, ¡qué embromar!
Al día siguiente con el desayuno arribaban los periódicos con sus verdades y otras hierbas que sirvieron para matizar un despertar algo tedioso por la falta de estímulos. (La acción perpetua puede constituirse en una adicción). Al término del copioso desayuno y ubicados en el gran hall del confortable hotel comenzamos a hojear los diarios y vimos la extraordinaria noticia. Con esfuerzo por mi escaso conocimiento del idioma, aunque escrito me resultó más fácil, doy a conocer las sagaces informaciones.
"SANGRIENTO ATENTADO EN LA BOLSA DE VALORES.- En el día de ayer tuvo lugar un terrible atentado en uno de los edificios más grandes y importantes de la ciudad. El riñón de la economía mundial se vio conmovido por la gigantesca explosión que ocasionó muertos y heridos hasta el momento sin contabilizar pues se están removiendo escombros. Se sabe que hay un cadáver más destrozado que el resto y por ello se supone que la bomba fue colocada cerca de ésta persona; luego de un peritaje exhaustivo se pudo precisar que el referido occiso es el presidente de la Bolsa y que él era el objetivo directo. Lo terrible es que para matar a una persona se maten a otras indiscriminadamente; estos terroristas son salvajes y fieras que no pueden tener perdón. Deben pagar con su vida la muerte de inocentes. ¿Qué culpas tienen los empleados y demás agentes de la Bolsa? ULTIMO MOMENTO: Las investigaciones ya están por buen camino. Nuestra poderosa e inteligente policía tiene las filiaciones de los bestiales terroristas. Se trataría de dos mafiosos que vinieron del otro lado del océano contratados para cometer el inhumano atentado. Los sobrevivientes del atentado a la Bolsa de Valores vieron a dos extraños individuos, vestidos incorrectamente, merodeando por el lugar durante la rueda bursátil. Inclusive uno de ellos estuvo hablando con un agente de la Bolsa (probablemente requiriendo información para sus deleznables propósitos); se supone que luego el otro maleante colocó el artefacto al rato en el despacho del presidente. Estos mafiosos serían los mismos que colocaron la bomba hace pocos días al famoso juez Franco Falconette y que son buscados intensamente en todo el viejo mundo. Recordamos a nuestros lectores que en aquél atentado se involucró al también famoso diputado Garzonne por la única y valiosa testigo Sra. Fabbi que está dando la punta del ovillo a las autoridades. Además parece que hay una guerra contra destacadas personalidades como Don Carlo que fue objeto de un audaz atentado en los suburbios de la capital donde se investigan las andanzas del ahora sospechado Garzonne. Por milagro el empresario Don Carlo salvó su vida pero murieron doce personas que se hallaban con él en una fiesta. Se sabe que los mencionados terroristas también se hallaban presentes por lo que se descuenta que fueron ellos los autores. Se trata de dos individuos peligrosísimos y que no tienen ningún escrúpulo en su sed de matar; además lo hacen por precio: son viles mercenarios. La sociedad exige su pronta detención. CABLE RECIEN LLEGADO.- Las autoridades informan que en un club nocturno se produjo una trifulca de enormes proporciones al ingresar los dos asesinos luego de cometer el pavoroso atentado en la Bolsa de Valores. Primero violaron a una bailarina que actuaba en el lugar; mientras uno de ellos con una metralleta mantenía a raya a los presentes el otro, arriba del escenario, cometía el abominable delito. Parece que actuaron en complicidad con dos jóvenes karatecas que se encargaron de robar todo el dinero luego de una lucha desigual donde dejaron un saldo de cinco muertos con el cuello destrozado por golpes de karate. El audaz grupo huyó con el botín. Según informes de testigos se habrían separado en dos subgrupos para intentar desorientar a las autoridades policiales que, sin embargo, están detrás de su pista."
-¿Leíste los diarios?- Pregunté viendo cómo Lecón paseaba su vista por las hojas sin detenerse.
-Sí. Te habrás dado cuenta que debemos irnos y lo antes posible; intuyo que en cualquier momento puede caer la policía. La gente del club nocturno va a darles nuestra filiación correcta pues piensan traicionar; somos los "chivos expiatorios" ideales para su ejecutor, además al soltar información como lo hicieron, gracias a mis enredos, andarán con temores y ya sabemos que se desata una guerra entre organizaciones. Mientras yo me encargo de los pasajes tú prepara las maletas-. Solicitó Augusto, levantándose y dirigiéndose a la cabina telefónica.
Sólo cuando el avión levantó vuelo sentí la seguridad que tanto ansiaba. La tensión continuada no es la mejor manera de vivir. Mientras Augusto hablaba con la camarera logré adormilarme; al recuperar el nivel consciente vi como el bueno de Lecón disfrutaba de un abundante almuerzo y decidí acompañarlo.
-Prometiste explicarme cómo llegamos a ése club nocturno donde precisamente estaban los responsables del atentado a la Bolsa. ¿Cómo pudiste saber que eran ellos? Además ¿cómo supiste del propio atentado?- Inquirí muy interesado.
-En principio, no sabía del atentado a la Bolsa hasta leer el periódico. Conocía que el mastodonte del club nocturno había matado a alguien y estaba cobrando su "trabajo"; de eso me enteré al escuchar a través de la puerta. Lo que sí puedo decirte es que cuando estábamos en el edificio de la Bolsa tuve la intuición de irnos pronto; no me preguntes cómo ni porqué. Sabes que soy intuitivo-. [Al decir esto Lecón sonrió con picardía]. -En cuanto a ir precisamente a ése club nocturno se lo debemos al botones del hotel; él nos recomendó "ir al sur, allí está la mejor diversión y la más grande fiesta" fueron sus palabras textuales-. Remató Augusto Lecón con tono enigmático y una sonrisa irónica. ¡Ah!, además guiñó un ojo...


INDICE
Prólogo..........................................................................................3
1. Augusto Lecón se presenta......................................................5
2. La mansión del placer.............................................................27
3. Comienza la telaraña..............................................................51
4. Augusto Lecón en acción.......................................................77
5. La telaraña se agranda.........................................................105
6. Más allá del océano..............................................................131
7. Jueces de manos limpias y la cuna de mafias.....................161
8. La entrevista y Augusto Lecón.............................................197
9. "No hay pruebas" o las pruebas se fabrican.........................211
10. En el gran país....................................................................239

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